jueves, 25 de agosto de 2016

La cara "B" de las olimpiadas



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                                                    Pasado

En la Antigüedad clásica el deporte llegó a ser uno de los polos fundamentales del equilibrio entre materia y energía, entre mente y cuerpo. Como  mens sana in corpore sano tradujeron los latinos la visión griega de esa armonización, que ya la misma medicina hipocrática recomendaba con sencillez aplastante: que tu alimento sea tu medicina y tu medicina tu alimento. Y colocando en el frontis, sobre la puerta de entrada en los centros de atención médica, que eran santuarios dedicados a Asklepios, una inscripción aclaratoria, para espabilar a los posibles pacientes consultantes que contenía estas dos palabras: Γνώθι σαυτόν, gnothi seautón, o sea, "conócete a ti mismo". Desde esas miras intelectivas, también se trataba de hacer del deporte una pedagogía de la belleza y del esfuerzo físico, como de la dialógica, se pretendía desarrollar el deporte de pensar, escuchar y argumentar para crecer como humanidad civilizada. Qué tiempos, ¿verdad? 

¿A qué persona sensata de aquel tiempo se le hubiese pasado por la cabeza que llegasen a convertirse los sagrados Juegos Olímpicos en una exhibición de sudorosos y estresados animales de competición programados y entrenados durante años para batir récords, machacar contrarios y acumular medallas y quedarse ahí, con el ego en la vitrina hasta que la prensa y los promotores publicitarios o políticos los olvidan? Nadia Comaneci  hace un relato terrible de su aventura personal en el mundo olímpico. Al menos ella ha conseguido ver la trampa y la falacia del deporte  desvirtuado, abusado y utilizado como tapadera y negocio. Su venda le cayó de los ojos gracias a la crisis y caída política del dictador Ceaucescu, de su país, Rumanía. Pero hay otros y otras deportistas en este Occidente show  Truman's fashion, que jamás perderán la venda, porque no tienen la sensación de estar encadenados por ninguna dictadura política y esa sensación de vivir en mundo de libre comercio y aparente libertad para consumir con ansia, -eso sí libertad según y como, controlada vía satélite; una wifilibertad enterita-, unida al hecho de la publicidad global de sus éxitos en los JJOO, puede llegar a convertirse en auténtica borrachera de éxito, de auto-infatuación y salida de la realidad, al mejor estilo Hollywood.
En la Edad Contemporánea el deporte de élite, olímpico, se ha convertido en un criadero desnaturalizado de enredos políticos y en un coleccionismo de medallas como maquillaje de políticas impresentables, hasta llegar al punto de medir el bienestar y la cultura de un estado por la cantidad de medallas que se llevan sus deportistas en cada convocatoria cuatrienal de prodigios corporales acompasados, medidos, pesados y contados por entrenadores, sponsors a la que salta y merchandises a posteriori. 

En la última película sobre los JJOO de 1936 se relata la historia y los enredos que debió sufrir el atleta nortemericano J. Owens y no solo ante los nazis, sino sobre todo en su propio país, antes de las olimpiadas y después de ellas. A tanto ha llegado la fijación yanky con la manía de demostrar su primacía mundial en el deporte como un signo de su imperio universal basado en la fascinación por la apariencia y el mundo iconográfico con resultado de lucro bien gestionado, que en el alucinógeno wonderland de las barras y estrellas se puede llegar a ir a la Universidad sin dinero privado, algo que a los padres de los seres humanos normales les cuesta un potosí en aquel emporio de cultura, sabiduría y ayudas públicas al bien común, si se demuestra que hay madera de campeón, se es un fenómeno deportivo natural y que la ambición por trepar a base de durísimas exigencias es ilimitada, pero allí, oh, miracle miracolous, no es necesario estudiar ninguna carrera, basta con no parar de batir records de lo que sea y clasificarse en cabeza de todos los podios con una disciplina de gladiator y sin permitirse concesiones a la blandenguería Ese título ganado a lo bestia y en puro espíritu pionero a lo  Mayflower puede abrir todas las puertas posibles a cualquier garrulo bloqueado o impresentable siempre que no le falle el body ni la fuerza física. Ni una capacidad infinita para tragar sapos de todos los tamaños. 

Siento ir contracorriente en lo del fervor deportivo, pero a mí las ganadoras y ganadores del oro, la plata y el bronce olímpicos me producen mucha más pena que gloria y entusiasmo, no puedo evitarlo. Me entristece la alienación colectiva, el que tengan que representar a países impresentables como España está ahora mismo, por ejemplo, y que una banda de corruptos o de cretinos o de ambas cosas combinadas fifty/fifty, se apunten el tanto político y traten de vender como cosa propia el esfuerzo ajeno cargado de penurias, recortes, agobios y Anas Botellas como embajadoras de un vergonzante  caféconleche plazamayor relaxing people de imborrable y bochornosa memoria. Y todo ello adobado con el fondo de la banda sonora entre las   maniobras orquestales en la oscuridad de una Taula & musics frends, una Gürtel Ensemble, una Púnica's big-band o un Nóos Royal Quartet, ya como tradicional enseña de la cultura patria.

También comprendo en qué estado debe estar y sentirse cualquier deportista olímpico con dos dedos de frente y aunque sea con 100 grs de conciencia, que se vea en el podio como representante deportivo de un Estado de estados que ha haya votado masivamente a un Bush, a un Trump, a un Reagan, o a un Obama después del show de Guantánamo, de Bin Laden, de Irak, de Afganistán o de Siria...

Las Olimpiadas tendrían algo de sentido si fuesen una iniciativa colectiva de las personas que aman y practican el deporte y lo enseñan a los niños, a los jóvenes y mayores, adecuado a todas las edades, como disfrute, como terapia social, como motivo para compartir la vida, como elegancia espiritual y no solo para que los egos personales desfilen enfundados en el uniforme del ego colectivo: las patrias, las fronteras y las banderas, que son, además, un negocio exhibicionista, nada de tipo cooperativo, más bien lo contrario, mucho más que una idea de unidad de almas, mentes y sentimientos enfocados a la universalidad. 

También pienso en lo olímpicas que se estarán sintiendo ahora mismo las favelas de Río de Janeiro o de Sao Paulo o lo eufóricas que estarán las comunidades indígenas acorraladas por el capital usado como arma de destrucción masiva del patrimonio ambiental y cultural. Y lo que todos ellos  valorarán el oro de unas medallas que se han fundido con su sangre, sudor y lágrimas.

Ay, si Pericles, Sócrates, el platonista esclavo del Menon o la Ética a Nicómaco de Aristóteles, levantasen la cabeza y el manuscrito...seguro que les daba un jamacuco olímpico. De medalla de oro, vamos. 

Modestamente, opino que sería muy reconfortante que a los atletas de élite les entrase la lectura de textos formativos en sus programa de preparación. Claro que, si leyeran esas cosas se correría el riesgo de que nadie se apuntase para competir en tales tesituras y el fiasco forrístico se fuese al cuerno de una vez por todas. Y el establishment hará el pino-puente de cualquier indecencia para impedir que el chollo se les acabe escapando de entre las garras depredadoras. Un patrimonio repugnante disfrazado de glamour desde que Roma puso en marcha la compraventa de gladiadores. Es el legado de la familia. Ains!


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