Iñigo Sáenz de Ugarte
La División Acorazada de la Prensa descubrió el
martes que está disparando con pólvora mojada. El líder al que propulsan
para que España pueda tener Gobierno se reveló como un tipo anodino,
mediocre y sin pasión. Tanto tiempo diciendo que este país necesita un
Gobierno para afrontar con energía los retos del presente y que deber
ser encabezado por Mariano Rajoy, y resulta que su líder carismático
demostró la misma energía que un dirigente de la RDA diez minutos antes
de que se le cayera encima el Muro de Berlín.
En su
escaño, Albert Rivera cerraba por un momento los ojos, adormilado por la
insoportable lectura del expediente que estaba escuchando –y nunca
antes Rivera ha simbolizado tanto al español que sufre la condena de
escuchar a Rajoy– o perplejo por lo que estaba presenciando. El conejito
de Duracell se había quedado sin pilas. El tipo nervioso e hiperactivo
estaba clavado en el escaño.
La épica defensa que había hecho Rivera del pacto de
Ciudadanos con el PP parecía en ese momento una broma de mal gusto. ¿Esa
momia rescatada de las catacumbas de Pontevedra va a liderar el mayor
esfuerzo regeneracionista que haya visto este país? ¿Va a promover seis,
siete, qué digo siete, diez pactos de Estado para sacar a España de la
parálisis?
Unas gotas de salvamos a España del
rescate, como no podía ser de otra manera viniendo del disco de Rajoy.
Un poco de la nación española, divina, sagrada y la más antigua que
hayan visto los siglos. Un amago de pactos sobre todo lo que te puedas
imaginar por el mismo político que despreció a los demás partidos cuanto
tenía mayoría absoluta. Las mentiras de costumbre.
Los portavoces de Ciudadanos no escondían su perplejidad. Como si fueran
un club que ha fichado a una estrella del fútbol y a la que reciben en
el aeropuerto para descubrir a un veterano medio calvo y pasado de
kilos. ¿Es esto en lo que hemos empeñado nuestra credibilidad? Se
sorprendían de que demostrara tal desgana para convencer a los demás
grupos parlamentarios de que él es el único político en condiciones de
dirigir el país. No ya por las dos votaciones de esta semana, que
perderá, sino por lo que pueda ocurrir tras las elecciones vascas y
gallegas.
En esos términos futbolísticos que tanto le
gustan al presidente en funciones, Rajoy no está para meter goles. Lo
más probable es que acabe con el flato por las nubes en la primera
carrera. Es un desecho político.
Rajoy tenía materia
prima. El texto del pacto con Ciudadanos le permitía contar con
argumentos políticos con los que trazar un horizonte distinto. No es que
el acuerdo le importe lo más mínimo, como demostró este fin de semana.
Sólo tenía que fingir, aparentar algo de liderazgo. Lo único que hizo
fue repetir el discurso que ha dado mil veces desde 2011.
Ante la televisión, los barones socialistas que pretenden que el PSOE
colabore en la reelección de Rajoy debieron de maldecir su mala suerte.
Están empeñando su prestigio para que el partido haga lo que nunca ha
hecho desde 1977: entregar el poder a la derecha. No son lo bastante
valientes como para decirlo en voz alta con las razones que estimen
oportunas, así que sólo se atreven a presentarlo como un paso impuesto
por el destino. Temen que los militantes del PSOE les insulten por la
calle si tienen éxito en sus maniobras. Y eso es lo que les va a pasar.
Esto es lo que hay. No hay pactos ni mayoría que valgan. Pedro Sánchez
podría haber jugado otras cartas y haber prometido la abstención si
sacaba algo a cambio, y ese algo sólo podía ser la jubilación de Rajoy.
Habría devuelto la responsabilidad al PP en una decisión que nunca hemos
visto en España, pero que antes o después de unas elecciones ha
ocurrido en otros países europeos. Si un líder no tiene la mayoría de la
Cámara ni puede recibir el apoyo de otros partidos, termina dejando su
paso a otro político de su mismo partido en el caso de que sus
posibilidades de contar con una mayoría o ganar en las urnas sean
mayores.
Sánchez no ha dado ese paso, que no carece
de riesgos, con lo que volvemos al punto de partida. No hay mayoría en
el Congreso para ningún Gobierno estable. Rajoy carece de credibilidad y
energía para protagonizar un cambio político.
Sólo
queda volver a votar sabiendo que la próxima campaña será un referéndum
sobre Rajoy. Si el país quiere ser dirigido por Boris Karloff será que
se lo merece.
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