Entre todos los fracasos y desastres que el pp lleva amontonando sobre el mapa español, ése que tanto le preocupa a la hora de los nacionalismos rompepatrias, y a título personal, debo reconocer que en mi caso, la pperidad ha obtenido un mérito importante: me ha obligado, sí o sí, a decantarme completamente por el comunismo.
Es cierto que después de votar al Psoe en dos ocasiones, la primera en 1982 y la última en 2004, mi voto-refugio siempre terminaba en IU; no porque fuese una fan declarada, sino porque mi conciencia no encontraba otras respuestas programáticas más coherentes y honestas, que además siempre venían y siguen viniendo de la mano de ciudadanos y ciudadanas éticamente impecables y coherentes. Aún así, como mi verdadera inclinación es libertaria y ácrata, no me veía en condiciones de acompañar como simpatizante a un partido rígido y demasiado aparatista, para mi sensibilidad política, como era entonces el PCE. Nunca me ha gustado Lenin y mucho menos lo que llegó después de él. Mao siempre me pareció el Felipe González de Tianamén y Fidel Castro un vivales narcisista de tomo y lomo, mucho más parecido a un Patriarca otoñal de García Márquez que a un compañero, sencillamente humano, empeñado en la regeneración ética, social y política. Tampoco me gustaron nunca Carrillo ni Ibarruri; no los juzgo, pero no comparto con ellos casi nada. Confieso que a Salvador Allende lo venero y estimo como a un ser fuera de serie y que al equipo sandinista que liberó Nicaragua de las dictaduras endémicas somocistas, lo llevo eternamente en la memoria genética del corazón y la idea.
El comunismo de IU llevaba siendo mi pareja de hecho electoral desde hace muchas urnas, aunque confieso que en las europeas del 2014 voté a Podemos y en las últimas municipales y autonómicas, a Compromís. Buscaba el cambio de rumbo, esperando en el fondo y a la vez, una nueva razón para seguir con una IU, ya liberada de fronteras y rigideces adheridas por la manía de la pura sangre y los viejos mantras privados de la frescura de la normalidad cotidiana, que aún rezumaba en los temblores camuflados de yay@sflautas en cada lunes al sol en crisis, de un ocaso infinito convertido en horario laboral. Y eso llegó para mí con el nacimiento de Unidad Popular y su fusión indiscutible con el espíritu ciudadano, independiente y despierto del 15M, de la sectorialidad plural de las plataformas cívicas reivindicativas, de la calle y la plaza, del cariño fraterno que unifica más allá de las siglas, las hegemonías y las fijaciones, sin remilgos ni tiquismiquis. Sin catequesis ni flores a las momias ideológicas, distantes, tiesas y remotísimas de un anteayer ya desubicado en el presente. No es soportable la vida encerrada en catacumbas y amarguras sin superar. Las y los ciudadanas/os no se merecen vivir una historia medio clandestina, apócrifa, en el amasijo del tiempo, entre cunetas, muertos y desaparacedidos y fantasmas terroríficos, flotando en amnesia histórica, cerrazón cultural, enfado crónico, crueldad infinita y una tristeza arrastrada por el asfalto de la injusticia asumida como causa permanente de desajustes sociales y conflictos que se heredan. No. Ese legado no podía ser el de Marx, que aspiraba a la tierra prometida de la unidad popular por la igualdad, por el despertar de los pueblos de entonces. Solo leer Das Kapital te abre la conciencia y el optimismo histórico de la utopía imprescindible, como pasa con los evangelios de Jesús el obrero del sindicato cósmico de la madera humana, aunque la realidad ávida de los ciegos y sus miedos, lleven milenios dando disgustos y haciendo barbaridades sin parar, más que nada para marear la atención de la clarividencia y distraerla como sea, para que se despiste, se enrede y deje de ser eso, clarividente y activista.
El fiasco de Podemos me empujó a dejarlo de lado a los pocos meses de conocerlo y comenzar a flipar con lo de siempre en versión refrito transversal. Y entonces sucedió el flechazo imprescindible en el núcleo de una evidencia total: me reecontré con y descubrí el alma de esa IU radical: de raíz. De raíz podada por las circunstancias, en el chasis de sí misma y recuperando la vieja y y nueva esencia de humanidad al 100%. Y con ella me quedé, tras el emocionante coup de foudre. Afrontando lo que llegue y contenta de poder estar en la misma realidad que mis hermanos y hermanas de sangre espiritual, de desgarrones y sorpresas. Hermanos sin patria ni tierra disponible, hermanos que se alegran muchísimo cuando descubren que no están solos ni son moneda de cambio político, porque se quieren y lo experimentan sin más. Hermanas/os de utopía y curro a tope. En lo que sea y como sea, siempre en la línea ética y decente, y si eso, además, nos lleva al bien común. Que no puede ser de otra manera; aunque no lo podamos ver ahora, ya se puede disfrutar el sabor y el perfume de un futuro cada vez más hermoso, solidario y responsable feliz.
Hoy, tras el resoplido agonizante de un régimen sin salida, tras la crónica hueca de un presidente en disfunciones y anclado en su cortijo de Cutrelandia, podrido, fuera de tiesto y demencial, es un descanso para la conciencia, escuchar a las compañeras de aventura parlamentaria, yendo adelante, en medio del secarral, de ese empantanamiento coronado de espinas y de borbones sin cuenta nueva, pero con muchas cuentas viejas emborronadas, sin saldar y muy rentables para sus bolsillos vacacionales sempiternos, las tramas, las cuentas fétidas y demás mugrerío segregado.
Escuchar el discurso de la decencia en tantas voces,con otro lenguaje, con otros horizontes y talante, y otra energía, es tan reconfortante que este presente merece convertirse en crónica regeneradora de tiempos, espacios y políticas. En ese hueco sin muros ni fronteras en el que la esperanza ha dejado de llamarse Aguirre para transmutarse en luz, en apertura, en afabilidad y transparencia. En amor. Con la convicción de que este rincón de la geografía europea no puede segur siendo el Bar España de todos los terrores e infiernos esotéricos y endemoniados, sino gloria bendita compartida y fraterna. Hemos tocado fondo y se han perdido las formas. Solo pretenden gobernar, en las últimas, firmas enfermas.
R.I.PP.
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