sábado, 8 de diciembre de 2012

Serrat, como siempre, sin pelos en la lengua ni en la música



Puede que lo que voy escribir suene a paranoia, pero estoy convencida de que no lo es.
Acabo de leer las últimas noticias sobre las movidas en la cornisa africana del Mediterráneo. Egipto y Túnez, vuelven por los fueros de la tentación guerracivilista. Ahora, que Palestina ha sido reconocida como Estado independiente. Ahora que en Siria no queda en pie ni una chincheta. Las peligrosas sincronicidades transparentan la huella de esa mano atroz, negra como el betún de Judea o como el chapapote petrolero. La mano ultracontroladora del mundo, que no pasa una. 

Por fin, en Egipto, hubo elecciones y la mayoría quiso un régimen islamista, en Túnez la cosa pinta lo mismo. Pero esos pueblos no quieren escuchar al Gran Hermano que habla inglés, controla iglesias y sinagogas, aunque todavía no le permiten controlar mezquitas ni madrassas. Y eso al Gran Hermano demócrata de toda la vida, pacifista y bonachón, gendarme del mundo y banquero universal, no le mola nada. Pero nada de nada. Y ha decidido que en vez de tanta belleza primaveral y metafórica en calles y plazas musulmanas, esta vez va a llegar el invierno árabe. Helado y terrible. Esta vez no hay un Mubark o un Gadafi, impuestos y admitidos por Occidente para controlar falsos equilibrios entre "el pueblo elegido" por sí mismo, el hebreo, para montar el pollo por donde pasa, y el mundo sarraceno, cabezota y orgulloso, indomesticable por McDonald's , Burger King, Levi's Strauss o Nike. No se dejan educar. Son rebeldes porque su Corán los hizo así. Y están emperrados en no civilizarse ni integrarse en esta maravilla de civilización, llena de bondad, comprensión, respeto y empatía. Tan culta. Tan sabia. Tan solidaria. Tan generosa. Tan mirada con el medioambiente. Tan organizada. Tan perfecta. Y, claro, se la están buscando. Sólo faltaba que el desacato palestino cunda por esos barrios levantiscos y siempre a la greña. Ni hablar. Y si no hacen caso y no aprenden después de Líbano, el Sahara Occidental, Irak, Afganistán, Pakistán pillado en medio como un canapé relleno de miedo y violencia sobreañadida, Argelia, Libia  y Siria, que se atengan a las consecuencias. Que parece mentira lo poco y lo despacio que aprenden. Por eso lo mejor de lo mejor no es invadir, sino envenenar desde dentro. Crear un microclima tóxico, que lleguen a odiarse como se odian los órganos y tejidos de un cuerpo, cuando enferma y se vuelve autoinmune. Que se dividan y quede en evidencia que no es posible unos hermanos musulmanes que se entiendan, que dialoguen, que se ayuden. No. Eso no puede ser posible. Musulmán y moderado, son dos conceptos opuestos. Y el mundo debe saberlo y comprobarlo. Y el mundo musulmán tiene que ser el primero en admitir la imposibilidad metafísica de su paz y de su progreso, mientras no se despida de  mezquitas, chilabas, chadores, kaftanes, turbantes, takiyahs, yacimientos de petróleo y de gas natural. Ésa es la tragedia de la cultura islámica: ser rica y vivir con sencillez de pobre antiguo y voluntario. No tener demasiado apego al mundo de las apariencias. Valorar todavía a los ancianos y a los sabios. Vivir a un ritmo diferente. Rezar en público sin sentir vergüenza. 

Estudiar en La Sorbona, en Oxford o en Nueva York, en Madrid, en Palermo o en Berlín y regresar como si nada a la chilaba y al té con hierbabuena, al bazar y al zoco, al hospital rústico, a la escuela austera, a los pufs y a las alfombras de lana y algodón, como si nunca se hubiese pisado la 5ª Avenida, la Gran Vía, los Campos Eliseos, Trafalgar Square, Via Maqueda o el Unter den Linden.

Rechazar las ofertas del lujo occidental porque el lujo oriental pertenece al interior más que al escaparate, rechazar el exhibicionismo del cuerpo y de la mente como moneda de cambio, preferir taparse en público en vez de desnudarse, trabajar con las manos y encontrarle encanto. Peregrinar una vez en la vida y ayunar un mes cada año para limpiarse el alma y elcuerpo. No necesitar alcohol ni jamón de Jabugo ni salchichas de Frankfurt. Detenerse en la artesanía y en la delicadeza para no acabar como chinos mecanizados y autómatas. Tener paciencia con los países hermanos más rudos y cerrados, donde todavía se usa el burka y confiar en que la misma evolución irá abriendo los ojos y la sensibilidad de sus habitantes hacia un cambio de vida. Todo eso es un disparate para la prisa de los judíos pasados por Occidente y sin más raíz que el miedo a perder una "tierra prometida" que se ha convertido en una tierra maldita y para la prisa de yankilandia, que teme que el mundo se acabe antes de que ella lo destroce del todo. 

Los habitantes del mundo musulmán deben despertarse y no hacer ni caso a las provocaciones del mundo depredador que les bombardea desde fuera para que se maten dentro y luego lleguen aviones, tanques, ONU y OTAN a poner el punto final, como siempre, con la rúbrica del exterminio total y el estigma del odio y la desconfianza seculares que dejan las guerras civiles. Ya vieron que en vez campos de concentración y hornos crematorios es mucho mejor y más barato, que los mismos habitantes de los países difíciles de entender, se destruyan por su cuenta. Sólo les basta con sembrar la discordia y el miedo entre unos y otros.
Los países árabes, tendrían que considerar que si ellos no quieren, nadie les obliga a matarse entre sí y darse cuenta de quienes son los que ganan algo en esas carnicerías. 

Gandhi  consigió mover a todo un subcontinente desterrando de su corazón el odio y la rivalidad y así pudo conseguir lucidez suficiente para contagiar esa actitud y lograr que todo un imperio como el inglés abandonase la India para siempre. Pero Gandhi comenzó su trabajo por la independencia desde sí mismo. Independizándose primero de sus cadenas violentas, caprichosas, viciosas e injustas. 
Todas las posibilidades mejores se inutilizan cuando tropiezan con el ego individual y colectivo. Es esa fuerza primitiva la que hay que civilizar y neutralizar. Todo "hijo de puta", tiene una madre que se llama soberbia ignorante y un padre irresponsable y tirano que se llama ego autómata y cruel. Eso vale para todas las culturas. Porque en todas partes cuecen habas. Y lo peor es que en muchas de esas partes no se dan cuenta de lo que hay.

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