Ha si do un cura católico y sureño, ¡cómo no! Del flanco "gipsi" de la UE. O sea, del dark side del pseudocristianismo más cavernícola e impresentable. Un talibán de la decencia sexológica, un cruzado mágico antimoda provocativa. Moda femenina, por supuesto. Copiando el gesto rebelde de Lutero en Wittemberg, ha clavado en el atrio de su parroquia un manifiesto reivindicando a las víctimas masculinas seducidas y condenando las provocaciones perversas del lado femenino, faldicorto, escotado, curvilíneo-ceñido, tirantoso, wonderbra y desvergonzado. Y lo dice envuelto en una sotana larga y airosa recubierta en un alba delicada y adornada con encajes de bolillos, almidonada y tersa. Un primor.
Para mí, que este párroco italiano lo que tiene de verdad es un ataque de envidia cochina. Ya le gustaría ya, cambiar su atuendo barroco por las minifaldas y los tops del siglo XXI. Marcarse un desfile por el presbiterio en plan pasarelacibeles enseñando el ombligo y experimentar como se sienten las mujeres malísimas que se exhiben para sacar de quicio la virtud masculina y arrastrar a los pobres hombres, que son unos santos, por los andurriales del pecado y del vicio, que es el mismo pecado cuando se convierte en ob-sexión. O sea, en fijación demente (y de cuerpo serrano, por ósmosis) Pobre criatura, qué tormento. Eso sí que debe ser un infierno.
Es lo que tiene estar reprimidos y apretujados en un cuchitril; amontonados a miles, desde la adolescencia. O en plan eremita sui generis, es decir, en plan misógino e histérico creyendo que lo suyo es una virtud y no una chifladura que esconde taras graves en el carácter y en la educación, confundidas con "la voluntad de Dios" y con "la vocación", que no es tal, sino una vía neurótica para escapar de la convivencia natural y sana con sus héterosemejantes, que sus handicaps no les permiten aceptar ni desarrollar. Encerrados en seminarios y conventos, amaestrado por personajes indescriptibles que se han educado y adobado con las misma salsa misógina y confusa, reprimida, inculta, inmadura y fanática, evitando que los sentidos les arrastren al abismo, sin comprender que el verdadero abismo está en la mente humana, cuando no se consiguen desarrollar las potencias que el mismo Dios, al que dicen adorar y conocer como si le hubiesen parido, les ha dado, no para que se castren y se vuelvan del revés como los calcetines, sino para que se utilicen con equilibrio y con salud emocional y psíquica. Ya lo comentaba Pablo de Tarso, cuando veía los riesgos que conllevan los celibatos forzosos y las ralladas mentales: "Más vale emparejarse que quemarse". Pero ellos no lo ven así y creen que es mucho mejor quemarse vuelta y vuelta en la parrilla del desquiciamiento, para salvarse de las mujeres inmundas y facilonas. Unas bichas de cuidado, de las que es necesario huir a calzón quitado y sotana en ristre.
Leer estas noticias, más que indignación o ira, produce una piedad que raya la ternura espontánea tras el desfogue del cachondeo inevitable. Pobres curas católico-amaestrados. Deben tener un cacao mental del quince. ¿Cómo es posible que a Dios se le hayan escapado tantos cabos sin atar? ¿Pero en qué estaría pensando cuando se le ocurrió llamar Eva a una costilla del macho de la especie? ¿Si es omnisciente, cómo no vio lo que iba a pasar con aquel invento? ¿ Y si no es omnisciente, cómo se le ocurre inventar nada semejante, que luego pasa lo que pasa? ¿Y cómo superar el hecho traumático de haber sido paridos por una arpía concebida en el pecado original y capaz de cualquier cosa, que además se le llama madre cuando sólo es un engendro degenerado?
Por eso hay que flagelarse, ponerse cilicios, castigar sin tregua ese cuerpo engendrado en el pecado y en la lascivia...Menos mal que la iglesia católica está ahí, para solucionar los errores, despistes y renglones torcidos de Dios...Ay, si no fuera por ella, a dónde habríamos ido a parar! Menos mal que ahí están los párrocos de siempre, los guardianes de la moral y del contubernio divino-ascético, dispuestos a todo para conservar la virtud viril frente al descoco femenino y desordenado. Para corregir el desvío libertino del propio Dios. Pobres hombres, sin voluntad ni discernimiento para distinguir el bien del mal, las mujeres "malas" de las tías buenas, porque en el fondo todas cojean del mismo lado, por mucho que se camuflen de virtuosas.
Por eso hay que flagelarse, ponerse cilicios, castigar sin tregua ese cuerpo engendrado en el pecado y en la lascivia...Menos mal que la iglesia católica está ahí, para solucionar los errores, despistes y renglones torcidos de Dios...Ay, si no fuera por ella, a dónde habríamos ido a parar! Menos mal que ahí están los párrocos de siempre, los guardianes de la moral y del contubernio divino-ascético, dispuestos a todo para conservar la virtud viril frente al descoco femenino y desordenado. Para corregir el desvío libertino del propio Dios. Pobres hombres, sin voluntad ni discernimiento para distinguir el bien del mal, las mujeres "malas" de las tías buenas, porque en el fondo todas cojean del mismo lado, por mucho que se camuflen de virtuosas.
Tarde o temprano la hidra lujuriosa que yace en cada mujer se despierta y ataca inesperadamente por cualquier sitio al ángel de bondad e inofensiva testosterona incapaz de resistirse al encantamiento manipulador. ¿Cómo no defenderse de ellas? ¿Por qué llamar malos tratos a lo que sólo es defensa personal, como el karate, el judo o el kung-fu? ¿Que una mujer despierta tus instintos más bajos e irresistibles?, pues al ataque y duro con ella, qué caray! Y ya puestos, ¿por qué no hacer lo mismo cuando te sale al paso el escaparate de una pastelería exquisita mientras estás de ayuno voluntario o a dieta sin hidratos para rebajarte las lorzas? Si rompes el cristal, puedes comerte los pasteles mientras llega la policía y la ambulancia del manicomio...Claro que entonces se vería que la pastelería es la víctima y tú el energúmeno.
El delito de la mujer no es ser atractiva, encantadora y sugerente; no. Ni vestirse con ropa atrevida. Tampoco. Su delito es ser de tu misma especie y tener ciertas gracias que tú no tienes. Y si además de guapa y sexappeal, resulta que piensa, elige lo que es justo y sano y lo hace mejor que tú, se siente más libre y autónoma que tú, con más clarividencia y mejor talante, para qué más. Y si encima un día comprendes que no te necesita, que sólo estará contigo si hay amor, algo que para ti no existe nada más que en la pelis de Chuck Norris, y no sólo tu deseo sobón, dictador, caprichoso y posesivo, y, para más inri, que eres tú quien no puede vivir sin ella, para qué te voy a contar la puede liarse...
Envidia cochina se llama el síndrome, querido católico ensotanado y asatanado. Infantilismo de guardería. Atrofia racional-emotiva. Así que ve al psiquiatra, hazte una buena terapia y no le achaques a Dios la responsabilidad de haber creado lo que tú no eres capaz de dominar ni manejar con pericia: tu ego miserable y precario, que te domina y te domestica a su capricho, disfrazado de religión, de ideología, de falsa filosofía o de costumbre. El pánico, el poder y el placer. El trío de ases en la escuálida baraja del hombre de Neanderthal. Que se ha inventado un "dios" a la imagen y semejanza de su discapacidad irredenta.
A lo mejor en vez de predicar sobre lo que se desconoce por completo, convendría hacerse como niños sanos. Limpios de corazón. Y como ancianos prudentes. Sabios. Y si no se consigue, mejor callarse. Y dejar que el punto "g" sea la gracia. Una energía con nombre de mujer, como casi todas las virtudes, de la que siempre hablan sin que al parecer nunca la hayan conocido personalmente.
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