lunes, 17 de diciembre de 2012

¿Impotencias o discapacidades irresponsables?


foto de la noticia

Impotencias



Iñaki es muy compasivo y sereno en el uso del lenguaje. Y eso le honra. Y es muy de agradecer. A todos nos reconforta escuchar sus reflexiones ponderadas e inteligentes. Su discreción y su buen decir.
Sin embargo los lectores, escuchantes y público en general, que no tenemos la responsabilidad de la profesión y ni su savoir faire podemos permitirnos algunas licencias con el léxico. Y ciertos arranques espontáneos que en un estupendo profesional de la prensa quedarían bastante deslucidos e inadecuados. Por eso, podemos tomarnos la libertad de Gonzalo de Berceo, haciendo las crónicas del desbarate en román paladino, en el que suele el pueblo hablar a su vecino. Ergo, para nosotros, los de a pie, esas impotencias de la cuadrilla torera de este gobierno, se traducen en otros términos bastante más contundentes que la impotencia.

Impotencia implica el matiz de una imposiblidad no voluntaria. Es decir, uno quiere algo que no puede conseguir. Uno desea realizar acciones para las que no tiene recursos. Uno tiene 50 años, se le ha terminado el subsidio del paro, está separado, tiene tres hijos estudiando ya sin beca, quiere trabajar, pero nadie le contrata ni aunque se ponga de rodillas o busque desesperadamente un empleo. Si quiere emprender algún pequeño negocio, como un kiosco de prensa o un puesto de castañas, necesita el mínimo apoyo de algún crédito que nadie le concede. Uno está imposibilitado, vive solo, tiene una pensión de 400 euros y le han quitado la asistencia domiciliaria y el acceso a recetas gratuitas en la seguridad social y le obligan a pagarse la ambulancia, el médico y el hospital, cuando necesita revisarse o recibir tratamiento hospitalario. Una madre divorciada con dos chiquillos y en el paro, porque no le salen ni casas para limpiar ni ancianos para cuidar, ni bares en donde lavar los platos, no puede ya pagar el alquiler o la hipoteca que dejó en cuadro el divorcio y se va a vivir debajo de un puente. La impotencia es así. Muda y pesada como una losa. Fría y desesperante como un túnel negro de donde nunca se puede salir por los propios medios que no existen.

Lo otro. Lo de Montoro, Guindos, Rajoy y demás cuadrilla torera, en el mejor de los casos, se llama no tener ni idea de por donde les da el aire, discapacidad cretiniforme, prepotencia irresponsable, camisa de veintidós varas para débiles mentales, oligofrenia cognitiva y recidivante, sostenella y no enmedalla ni cayendo por un precipicio, o simplemente, gilipollez fasciforme crónica e idiopática ; en el peor de los casos se trataría de delincuencia político-económica, de inadecuación descarada y voluntaria a la función pública, de prevaricación y cohecho como modus operandi, al utilizar sus puestos para beneficiarse cobrando sueldos que no se merecen y colocando amiguetes de su misma cuerda, en funciones que les desbordan o que directamente usan para beneficio personal sin que importen un rábano los derechos de los ciudadanos que les han votado. 
Si después de un año de trote exploratorio por las dehesas del desconcierto, la cuadrilla y el ganado  de tercera clase sólo ha conseguido pisotear el pasto y arrancar hasta las raíces la hierba que debería alimentarles, se ha dedicado a destrozar derechos, democracia y trabajo, o sea, a matar moscas con el rabo, como la vaca lechera de la canción y campa como y  por donde le apetece, confunde todo, enreda todo, malversa todo y no distingue un elefante botswano de una vaquilla de tentadero ni de una cabra pirenaica, eso no se puede llamar impotencia, sino desvergüenza de los gestores de la charlotada y caos y estafa para el público que ha pagado las entradas creyendo que valía la pena asistir al espectáculo. Con el agravante de que esto no era un espectáculo, era un país libre, aconfesional, se suponía que democrático, con empuje y ganas de trabajar, con obreros que se deslomaban, campesinos dando el callo de sol a sol, conductores de transporte público puntuales, serviciales y buena gente, panaderos que madrugan más que el sol para tener abiertos los hornos y listo el pan, señores y señoras de la limpieza, exquisitos en la higiene y el esfuerzo, padres y madres de familia que trabajaban sin parar para sacar adelante los estudios de los hijos y la hipoteca del pisito modesto y cutre, sin ascensor y sin videoportero. Y ellos que eran la base de la riqueza, el combustible de la máquina, han sido arruinados por los parásitos que vivían de sus impuestos y de los productos materiales de su trabajo. 

Ahora, estos "impotentes" de diseño ppero y empresarial, una vez arruinado el país en pocos meses, prefieren ir a parasitar negocios evasores y bendicen las inversiones en China o en Marruecos, perdonan a la banda del chino mangante que comerciaba al alimón con Consuelo Císcar, la gestora del IVAM y mujer de Blasco el abusón y esquilmador de las ONGs, -que afirma encantada lo bien educado que está y lo bien que le caía el fumanchú del trinque- ; no le cobran impuestos a los Díaz Ferrán ni a los Correas que les gestionan el patrimonio personal. En fin, que aquí, si hay algo de impotencia, es la de la ciudadanía estafada y apaleada. Literalmente, por la poli mercenaria, que para colmo cobra gracias a los impuestos de los apaleados. 

Lo siento de verdad. Me encantaría poder mirar esto desde la barrera. No implicarme y hacer un diagnóstico científico de la situación. Pero me es imposible. Cada día me encuentro la mirada de Doña Carmen, toda la vida limpiando casas y ahora, a los 75, pidiendo limosna en la puerta de un Consum. El gesto de don Julián, un albañil de sesenta años en el paro y con la esposa imposibilitada, que no se atreve a pedir limosna y se queda mirando los escaparates de las panaderías, hasta que alguien se da cuenta y le ofrece una barra de pan o un par de croissants, él simplemente y con los ojos llorosos pronuncia un "gracias" casi sin voz. O me encuentro, escarbando en los contenedores de la basura y comiendo en la Casa de la Caridad, a Don Óscar René, un carpintero panameño que nos hizo un primor de armarios empotrados, con la esperanza de que la suerte le acompañe y le conceda cualquier faenita para comprarse el billete de vuelta a su país. Eso sí que es impotencia. Lo otro, no. Lo otro es una jeta inconmensurable,  y un delito de lesa humanidad que debería ir a los tribunales ya mismo.







No hay comentarios: