Ayer fui al cine. A ver una película que según la opinión de "La Cartelera" y de la amiga que me invitaba, era digna de ver. Cuando escuché el título del film, la primera reacción intuitiva fue que no merecía la pena pagar una entrada para ver más de lo mismo. Sin embargo no quise aceptar aquella guía interior; aveces lo hago para no aferrarme a ese tipo de seguridad, para poder experimentar que la intuición también puede fallar, y a ver si una puede llegar a sentirse libre desobedeciendo la voz interna del Maestro sutil que es la Presencia de nuestra conciencia superior despierta. Es decir, una necesita a veces fabular comprobando que lo sublime no es cierto y que puede meter la pata paranoica como lo hace lo más denso y despistado de nuestra personalidad. Y allá que me fui. Al cine.
La peli era deplorable. Llena de tópicos disfrazados de más tópicos. La engañifa de siempre. Buenos medios y buenos intérpretes, buenas técnicas, un amplio presupuesto y desastroso contenido. Zafio, meapilas con efectos nihilistas, destroyers redimidos y "puestos a salvo"por lo más cutre de sus vísceras y de su corta inteligencia al servicio de la imposibilidad infrahumana. No se pueden buscar más lugares comunes, ni más respuestas Chicago años 20 con loock siglo XXI. Una pasada de Sartre por el cine negro desteñido. Cutre absoluto. Un histérico y neurasténico traumatizado desde la infancia por un abuelo violador y una madre violada por el propio abuelo, al que cuida amorosamente y paga la manutención en una residencia. Un remedo de "El extranjero" y de "La peste" de Albert Camus contagiada por las ratas callejeras, que paradógicamente "contagian" de vida y de ánimo al protagonista y a su nihilismo vaciador de cualquier atisbo de sentimiento natural. ¿Qué hace el protagonista ante su estado autodestructivo, buscar un médico, un terapeuta experto, o una orientación adecuada para salir del agujero negro? Ni se lo plantea, puesto que se considera por encima de los que ve peor que él, aunque en realidad están igual. No. Busca lo que está todavía peor que él para evitar asumir su estado real y justificar su existencia a la que no le encuentra el sentido por ningún lado. Es decir, según la tesis de esa obra de arte, añadir basura ajena a la basura propia, no la aumenta, sino que la rehabilita como extensión y pandemonium caótico. Mal de muchos consuelo de tontos, dice el refrán popular que podríamos ampliar: " males más abundantes que los propios son el consuelo de mediocres inmaduros y cegados por su ego infantil y salvavidas"; la visión del inmaduro se anima cuando encuentra seres en peores condiciones que él. El sadismo -que es la superioridad fría y calculada que siente ante el sufrimiento ajeno- le pone las pilas, le hace sentirse el deus ex machina de la desgracia del prójimo más perjudicado. Y en ese plan, montársela de maestro de deficientes, puede ser la catástrofe total, para él mismo y para los deficientes, que se pueden acabar suicidando como uno de los personajes. Y parece que la finalidad del film sea precisamente demostrar que nada bueno es posible en ese mundo recreado a imagen y semejanza de mentes enfermas y sentimientos missing. Todo se queda en la periferia emocional de la acción-reacción. Y la única solución no pasa por madurar, sino por aferrarse a la inmadurez de los "salvados" para encontrar así un ancla que permita algo de falsa estabilidad en medio del propio naufragio. Creer que nos pueda equilibrar la precariedad de los más precarios que uno mismo. O sea: en el país de los ciegos, el tuerto es el rey. La ceguera de los invidentes y dependientes justifica la eficacia del tuerto endiosado, lleno de ira, de rabia y de primitivismo autojustificado y traumatizado entre el Edipo sin resolver y la masculinidad sin asumir por el mal patrón de la infancia, que va prolongando, sin hacer el más mínimo intento para poder curarlo, a través de crear dependencias afectivas de los desgraciados, cuya curación y verdadero "rescate" sería la mayor calamidad que podría sucederle: le colocaría por fin, delante de ese sí mismo del que huye constantemente al refugiarse en el "buenismo" de catequista y predicador light entre jóvenes tan desorientados como él mismo. En su ego inmaduro que es en realidad lo que mueve su pobre existencia, tan dependiente como la de sus pupilos. Es la oda al círculo vicioso. Un ser dañado necesita un mundo más dañado que él, para poder sentirse por encima y que su vida al menos adquiera el sentido que él no puede encontrar dentro de sí porque no se conoce ni podrá conocerse jamás si continúa atado a ese mundo en su papel de "salvador", "perseguidor" y "víctima" en una sola pieza. No crea autonomía en sus "salvados", sino enganche, enamoramientos patológicos de adolescentes enfermas y su propia dependencia de ellas, sin las que su vida perdería el último acicate que le queda. Ser admirado y "salvado" por sus "salvadas". Lo dicho, una aberración que ni siquiera llega a caso serio para la psiquiatría. Se queda en un bodevil con aspiraciones folletinescas. En melodrama destarifado, sin más objetivo que sembrar mal rollo en los espectadores, que salen del cine escupiendo el mal sabor.
Se echa de menos un guión que valga la pena, una documentación seria sobre lo que quiere tratarse. Personajes creíbles y sustanciosos. Y un director con talento y seriedad profesional. Por ejemplo, la sensiblidad inteligente de un Zhang Yimou. O de Nanni Moretti. O de Roberto Faenza. O de Subiela. O del casi desconocido Franco Battiato, (como cieneasta, claro) Cualquier director con dos dedos de frente.
Y después de esta anécdota retomo el tema del post: la libertad. Y me analizo honestamente. Y aporto la moraleja autobiográfica. En versión escarmiento personalizado. Si hubiese escuchado y obedecido a la intuición primera que me impulsaba a no ver esa "maravilla"habría sido mucho más libre que pasando de ella para poder ejercer una "libertad" idiota. Porque no era obediencia lo que hacía falta,sino clarividencia para aceptar lo obvio. Una clarividencia que no me dio la gana asumir para hacer caso a mi ego "probador" y falsamente experimentador. No fui libre sino obediente a ese ego bobo y engañoso. Por eso tuve que cargar mi inconsciente con palabras, escenas y actitudes deplorables que no me han aportado nada más que este sincero y arrepentido acto de contricción. Parafraseando a Francisco de Borja, nunca más he de acudir a ver un film que se me pueda morir; porque lo que se muere se pudre y contamina. Como el Oran de Camus en "La peste".
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