martes, 25 de diciembre de 2012

El lifting navideño de la monarquía

No escuché su mensaje. Nunca lo escucho, la verdad. No me los creo. Ni el mensaje ni al Rey. No puedo evitarlo ni queriendo. Me pasé años y años de agnosticismo ante los mensajes de un dictador que  ocupó todas las plazas y todas las calles de España, no con asambleas cívicas del 15M, sino con el ejército, la Falange y los Tradicionalistas anti ley sálica. Entre el consentimiento inflacionado de unos y el pánico de otros. Y desde entonces todos los discursos navideños y de año viejo me suenan a lo mismo. Quizás sea porque aún no he tenido la posibilidad de escuchar a ningún presidente de una república democrática española. Quizás sea porque en el acervo histórico de mi memoria este rey y su padrino político van juntos, en el mismo pack. Como la lluvia y el agua. Como el fuego y la llama. Como el aire y la brisa. Como bipartidismo y mejunje, como negocio político y corrupción. Como Rajoy y las mayorías silenciosas. 

No puedo creerme nada que venga de un Jefe de Estado que mientras su país se va al carajo, es capaz de irse  a cazar especies protegidas. No puedo creerme nada de quien acepta vivir en una burbuja y es considerado irresponsable por la propia Constitución y eso no sólo no le preocupa ni le indigna, sino que es el negocio de su vida. No puedo creerme nada de quien ha sido educado para ocupar un trono y no para ser un ciudadano más. No puedo creerme nada de un cargo parlante, que sólo expresa en sus discursos protocolarios lo que le dicen que debe expresar. Me disgusta tener que ejercitar esta iconoclastia incómoda y tan poco proclive al consenso cuando se trata de consensuar la validez legal de lo que mi conciencia considera ilegítimo e ilícito. Por mucha legalidad que le pongan ad libitum. 

La persona de Juan Carlos de Borbón no me produce rechazo ni tengo nada que reprocharle. Me es indiferente. Pero no puedo decir lo mismo de su papel, de su rol, en este momento. Ahora mismo ese rol nos está saliendo carísimo. No aporta nada más que gastos a los ciudadanos oprimidos por agentes económicos que están mucho más cerca del área en que se maneja su malestad que de la realidad cotidiana de la ciudadanía. Su "irresponsabilidad constitucional" ha sellado y rubricado un modo de vida política a juego con ese estilo de escaqueo ético en las instituciones y en la economía. Sólo hay que recordar al yerno modélico y tan preocupado por el futuro de su fortuna particular usando sus influencias para esquilmar las arcas de autonomías regidas por el pp. 
¿Se le habría permitido a un Presidente de república, que continuase en el cargo, si se hubiese descubierto que un miembro de su familia estafa dineros públicos en nombre del parentesco? Un Presidente en ese caso, dimitiría forzado por le entorno, como por ejemplo, en el caso Dívar. Pero los reyes no dimiten por la gracia de su dios, que no sabemos de donde se lo han sacado. Porque ningún dios decente permitiría dar su gracia para ese tipo de componenda. 

La misma concepción monárquica se da de tortas con el concepto de democracia. Nos engañan y nos engañamos cuando creemos que votar "libremente" por un sistema monárquico, es democracia. ¿Cómo puede ser posible que el poder (arjé) del pueblo ( demos) quiera ceder su soberanía a un solo cargo (monos-arjé) o sea a una monarquía, a un individuo que nunca se puede elegir, sino que viene impuesto por el lugar que ocupa en una lista sucesoria, sin tener en cuenta sus cualidades,sus aptitudes y actitudes o su capacidades intelectuales, psiquicas y morales?  Nuestra historia está sembrada de discapacitados egregios que nos han ido machacando siglo tras siglo; y cuando después de morir el último dictador, podíamos haber elegido otra forma de gestionarnos como nación y país, resulta que seguimos una inercia absurda, inculta y retrógrada. Nos puede el miedo y seguimos en las mismas. Votamos y sostenemos en el tiempo el mismo disparate de siempre. Por eso encontramos esta paradoja surrealista. Uno por uno, la inmensa mayoría de españoles no quiere tener un rey, visto lo visto; pero en conjunto se acepta la corona como un mal menor. Hoy lo he leído en un artículo: "Prefiero al Rey antes que tener a Aznar como presidente de la república" . Es el colmo de la incoherencia. Muy pocos españoles querrían un Aznar presidiendo la Jefatura del Estado, pero aunque esa pesadilla sucediese, por un contagio general de alienación desesperada y manipulada, sabemos que ese horror sólo duraría un tiempo determinado, por ejemplo, cuatro años, como las legislaturas. Pero ¿y si Aznar se llamase Borbón de apellido y pudiese llegar al trono? ¿Quién puede asegurar que todos los miembros de una dinastía son aptos para ese cometido si sólo se requiere ser los primogénitos y no estar viviendo en el Cottolengo? 
Las casas reales van contra natura. Incumplen descaradamente la declaración de derechos humanos. Porque no respetan el derecho de sus hijos a ser educados como todo el mundo para poder elegir a  qué quieren dedicar su vida; porque les fuerzan a aceptar por narices un pedigrí que les incapacita para ver la realidad del mundo en el que viven. Porque no les dejan elegir un oficio ni una profesión y les privan de realizar su camino evolutivo atándoles a un peso genético y legalista que les condicionará para siempre. Les crían y aparean como a los caballos de carreras o como a los pavos reales de las granjas. Un ser humano lúcido, sin manipulación y consciente de sí mismo, jamás podría aceptar ser el heredero de una corona, que implica su anulación como ser humano responsable de su destino. Por esa razón, en pleno siglo XXI resulta aberrante que ninguna ley exija la liberación de los miembros de las dinastías, verdaderos ghettos y cárceles elitistas, que basándose en un concepto de excelencia originado en la antigüedad, manipulan, controlan, dirigen y ocupan el lugar de la conciencia autónoma que es el primer derecho que adquirimos al llegar a esta vida. Por tanto, no es extraño que personajes marcados por ese estigma, no consigan superar  la marca de la casa y se queden atrapados en la representación escenográfica de una vida sin fuste ni sentido, repitiendo papeles y escenas de caza, por ejemplo, o de galanteos donjuanescos hereditarios.

Lo más penoso de un rey es que solo tiene dos opciones. Si quiere ser soberano de verdad, debería gobernar, pero no lo puede hacer porque sería un tirano y ya no se lo permitirían las Naciones Unidas ni la NATO ni Rockefeller & company. Y si no gobierna y se adapta a que le manejen los directores de la escena política que usan su estatus coronado para hacer  por lo bajini lo que les da la gana, sólo le quedan dos salidas: abandonar el trono, adecentarse y convertirse en una persona normal, para lo que obviamente nadie le ha educado, o someterse a lo que hay, procurando sacar tajada; ya que no puede ser libre para elegir, al menos será millonario, famoso, glamouroso y podrá tener una vida regalada, confortable y cómoda, siempre que acepte el juego sucio de hacer legal lo ilegitímo y un divertimento de lo ilícito. En cualquiera de los casos, es un peso pantagruélico que se impone a los ciudadanos de algunos países, como lo más natural y sacrosanto de una tradición traicionera, que resulta ser un lastre, como el letrero del "banco pintado", que puede estar años sin que nadie lo quite. Por pereza. Por comodidad. O porque ya se ha acostumbrado la vista al panorama. 

En cualquier caso, para quienes están despiertos o en camino de despertarse, un discurso "real" en estas tesituras, es lo menos real que se puede imaginar. Por eso me reservo el derecho de audición y de lectura. Y el derecho al agnosticismo monárquico por la gracia de Dios. El agnóstico con más propiedad que existe. Si lo sabrá él. Que es más experto que nadie en la materia prima del agnosticismo.





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