domingo, 30 de diciembre de 2012

Anatomía patológica de la monstruosidad y su posible tratamiento

Otra vez lo mismo. La monstruosidad y su salto mortal se convierten en titular de primera página. La muerte espantosa de un inocente como protagonista. Se ve que Herodes tiene un poder de convocatoria inagotable en el tiempo y en su curriculum horroris causa.
 Una  niña de año y medio asesinada por las manos del monstruo devorador. Un chico de vida alegre. Simpático. Lleno de encanto. Seductor. Servicial y "buena gente". Y sin embargo, en el fondo real, un parásito que se alimentaba virtual y prácticamente de la red social, en la que se había inventado un personaje para ocultarse a sí mismo y cazar seres humanos como botín, como presas de montería. Empresario, trabajador, "solidario" promotor de eventos compasivos, de los que sacaba un pastón con la ayuda de la generosa candidez de sus víctimas. Una mirada serena. Con la falsa serenidad que da la falta de sentimientos. La helada indiferencia de quien no puede sentir nada en su interior. Sólo le funcionan la vísceras. Las tripas para irritarse y el cerebro enfermo para pensar estrategias letales; la tela de araña que acabará enredando y aniquilanado a los incautos, que previamente encantados por su discurso y su disposición amigable, irán cayendo en el entramado. La estrategia bien organizada y los cabos atados para que la transacción salga a pedir de boca. El abuso, el engaño y el negocio. La planificación del serial killer tramada con pericia de ingeniería y tomándose todo el tiempo necesario para que la víctima muerda el anzuelo. El lucro como finalidad. El "éxito" como estímulo para una vida vacía y sin motivación, sin sentido alguno. Un nihilismo estéril, petrificado y muerto. La aberración como consecuencia. La muerte como solución final. No se pueden reunir más elementos macabros

Los detalles sádicos pueden obviarse, no son necesarios para entrar en al reflexión sobre este problema tremendo que emerge de la psique humana cuando menos se espera, de quién menos se espera y donde menos se imagina. Y sin embargo, no es por azar ni por casualidad. El monstruo, no sólo nace con una genética deforme. El monstruo también se construye, se formatea y se cultiva en medio de una sociedad dormida, llena de inercias y de hábitos primitivos que se disfrazan de modernidad, de eficacia, de barniz aparente, de un falso libre albedrío, de libertad esclavizante y de normalidad conductual absolutamente enferma, nacida de la costumbre de lo monstruoso que se puede admirar en el cine, en la literatura, en la música o en la pintura. En las noticias. 
Monstruosa es la disolución de la convivencia sana entre padres e hijos, por ejemplo. Los niños deben ir a las guarderías desde que tienen  pocos meses porque hace falta dinero para pagar hipotecas y préstamos que "facilitan" el "bienestar", porque sus progenitores han decidido que es mucho mejor comprar una casa que alquilarla y trabajar jornadas completas, que optar por media jornada cada uno y así no tener que abandonar al bebé en manos mercenarias y que además les van a cobrar tanto o más de lo que les podría costar la casa. Monstruoso es que nos lleguen a parecer normales los morideros de ancianos. El abandono cómodo y rentable como negocio, de nuestros abuelos, cuando se deterioran y enferman. Cuando han perdido la capacidad de ser útiles y se convierten en estorbos. El abuelo enfermo en casa no es sostenible. Mejor lejos. Así queda libertad y bienestar para los hijos y nietos. Así se priva a los niños del contacto con la realidad, del ejemplo de la bondad y la generosidad, se les inoculan los contravalores del egoísmo utilitario. Mejor pagarle profesionales que le cuiden lejos de casa, porque nadie va a dejar su trabajo y su sueldo para atenderle. La vida se ha planteado así. En niveles de novida. Inhumanos. Que ya se nos han hecho connaturales y tan lógicos como a Hitler se le hicieron los campos de prisioneros a exterminar. Como a los políticos les parecen estupendos y sanos los recortes sociales. Como a la medicina convencional se le ha hecho "el protocolo" medicador de muertes por toxicidad, quirófano y achicharramiento, ¿para qué curar con dietas o con terapias no agresivas, si se puede hacer un negocio maravilloso mientras se regula la población del planeta con el exterminio de lo que estorba y de paso se van experimentando venenos nuevos y carísimos?
Pero hay que ser profesionales sobre todas las cosas. Ser competentes competidores en un mundo primitivo envuelto en tecnología punta. No se pelea por la presa cazada o por el territorio (si no tiene petróleo, uranio, litio o bancos de pesca) se pelea por el puesto de trabajo, por el sueldo más jugoso, por las ganancias adjuntas o por el caché profesional que da contratos y beneficios más abundantes. Se pelea por la supervivencia del ego, de la "carrera", de la purpurina superficial que permite aparentar lo que no se es, envuelto en lo que se tiene y se posee. Por adquirir ese "estatus" ficticio se sacrifica lo mejor de uno mismo, que es el crecimiento como ser humano. El nacimiento y desarrollo de nuestra alma y de nuestra conciencia. El contacto con nuestro Maestro Interior. El gran desconocido y cuya ausencia es la causa de toda enfermedad y anomalía que impiden la plenitud de la vida humana y su esplendor verdadero y al mismo tiempo es la fuente de la infelicidad insaciable. El hombre elemental se ha "perfeccionado" en los detalles pero en su desarrollo superior está en el Pleistoceno. Confunde el tocino  con la velocidad. La felicidad con el consumo constante, la bulimia y la adicción. La elegancia con la anorexia y la vanidad. La prisa con el entusiasmo. El amor con el apetito sexual. La generosidad con el negocio. La inteligencia con la habilidad. El genio con el talento. La salud con la medicación tóxica. La espiritualidad con las religiones y el esoterismo sectario y rentable. El arte y la política con el negocio y la exaltación del ego mediático. La comunicación con el cotilleo y la sabiduría y el conocimiento con la curiosidad de lo superficial. La familia  con el contrato social. El trabajo con el poder adquisitivo. La cultura con la pedantería. La plenitud humana con el poder sobre los demás. La educación con el adiestramiento domesticador. La vida con el tiempo. La divinidad con el  dogmatismo ritual, idolátrico, fanático, externo, hipócrita y lejano. El aprendizaje con la imitación simiesca. La esclavitud con el progreso (¡?) En fin...así no hay manera de que la monstruosidad y su anatomía patológica se erradiquen. 

Sin embargo no hay que desesperar, sino despertarse. Todo está por hacer. El monstruo debe evolucionar. La enfermedad nihilista debe reconocerse como lo que es: Enfermedad y no herramienta ni virtud, ni delito. Sino gravísimo defecto que paraliza, arruina y deshace el destino del hombre. Le hace resignado ante sus propias excreciones primitivas. Inmóvil ante lo que debería moverse e hipercinético ante lo que debería detenerse; adorar lo inútil y profanar lo que le construye y le eleva. El hombre para dejar de ser una bestia ilustrada y adiestrada, necesita descubrir quien es. Y comenzar a descubrirlo desde la cuna, no esperar a la vejez para sentir que nada ha cambiado debajo del mascarón de proa tras el que ha ido ocultando su basura existencial sin reconocerla ni asumirla como tal, ni reciclarla ni eliminarla, sino que por el contrario, la ha convertido en su alimento y en su modus vivendi. 

Todavía se oyen comentarios de quienes se quejan de que algo bueno se ha perdido con "la vida moderna" y se equivocan. No se puede perder lo que todavía no se ha alcanzado. Nuestra especie no es peor ahora que hace un millón de años. Al contrario, ¿cuándo se había antes  llegado a que masivamente la guerra, la pena de muerte, el hambre y la injusticia, se consideren un horror? ¿Cuándo en la humanidad, masivamente, la noviolencia fue virtud y no cobardía y deshonor? Sólo ahora, la indiganción por causa de la injusticia es un movimiento global y solidario. Hay mucho bueno en gestación que está naciendo. Simplemente la humanidad va evolucionando y nunca ha estado tan cerca como ahora de despertarse y cambiar. Precisamente el estado en que ella misma se ha colocado, es el punto imprescindible para mejorar. Ha llegado a agotar por completo los cauces de su desarrollo en el estado en que lleva viviendo milenios. Ahora es el momento de deshacerse de los fardos pesadísimos que le impiden elevarse y volar, que es su próximo reto; el que está llamando a la puerta. Sólo hay que abrirla y dejar entrar el sol y la luz, como decía la canción de Hair


El sol del despertar y la luz de la vida real. E nuevo Planeta que está naciendo. El Planeta conciencia. El Planeta Corazón. Inteligencia emocional. Y eso se está consiguiendo sin combatir, sin agredir, sin matar. Al contrario, a pesar de todo ello, sobre y por debajo de todo ello. Es el tiempo y nada puede pararlo. El fin del mundo anunciado no es catastrófico sino un regalo de nuestro crecimiento. Y los monstruos y las crisis provocadas que aparecen de repente para recordarnos que no debemos parar en el trabajo, vienen también a demostrar lo que hay que sanar y lo que hemos crecido en civismo y rechazo de la crueldad, de la injusticia y de la maldad. En compasión y en solidaridad con quienes sufren. 
Nuestras necesidades cambiarán. Nuestras soluciones también. Y nadie será la víctima del capricho ni de la inconsciencia de nadie. Lo veremos.

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