jueves, 6 de diciembre de 2012

Ambas cosas a la vez: ciegos y locos

fotoVÍDEO '¿Ceguera o locura?', por IÑAKI GABILONDO



Nada de pregunta, Iñaki. Se pueden eliminar los signos interrogativos de la frase tranquilamente y con toda propiedad. Por desgracia, claro. Es un infortunio que hayamos caído en las garras de Dinópolis, -el imperio del cerebro límbico/reptiliano- porque la abstención y la desgana de la mayoría supuestamente civilizada lo quiso así y el piñón fijo del cottolengo se quedó solo ante las urnas para hacer de su capa paleolítica un sayo mugriento.
Es evidente que la democracia tiene esos riesgos. El pueblo tiene en su mano su destino. Pero...¿cómo está el pueblo? ¿Se preocupa por algo más que por consumir y almacenar? ¿Qué hace el Estado para educar a los ciudadanos en libertad y en responsabilidad? ¿Qué le han exigido al Estado los ciudadanos de las distintas clases sociales para que esa educación sea más importante que tener un coche para cada miembro de la familia, piso en propiedad, ropa y zapatillas deportivas de marca explotadora del hambre, chalecito en la sierra, apartamento en la playa, motos de alta cilindrada, telefonitos móviles y ciber-artilugios de última generación que cambian cada dos meses y vacaciones de lujo. Todo ello pagado a plazos a base de créditos infinitos?
Sí, es cierto, todos tenemos derecho a vivir mejor. Pero, ¿acaso se vive mejor entrampados hasta las cejas, encadenados de por vida a la bulimia de los bancos y creando un burbujón suicida en la economía nacional y en los recursos del Planeta? 

No podemos desligar las responsabilidades. La "clase obrera" y el sindicalismo, una vez conseguido el objetivo de su acceso al consumismo feroz, se apuntaron también al carro del desguace humano con la misma avidez, ceguera y locura que los millonetis en sus paraísos (fiscales, sobre todo). 

¿Quiénes se ocupaban, durante los años del derroche, de recordar los riesgos suicidas del veneno social que casi todos veían como la abundancia sin fin? Cuatro ecologistas aguafiestas, los maniáticos de Green Peace o los visionarios de la solidaridad, capaces de acercarse gratis y sin reparos a la fosa tercermundista de la miseria para descubrir donde estaba escrito el futuro de  esa ONCE iluminada por los rayos lasser de conciertos asesinos de jóvenes sin porvenir pero hambrientos de emociones fuertes y de ese manicomio entrópico y destarifado que no sabe qué hacer con el marrón que le ha caído encima como resultado de su propio desbarajuste. ¿Quién recuerda a algún político, además de Julio Anguita, advertiendo a la ciudadanía sobre los peligros de consumir de un modo tan irresponsable? ¿Cuántos gobiernos introdujeron en sus programas la educación para la austeridad sanadora y preventiva, la información necesaria para formar conciencias responsables de su historia y de su Planeta? Ninguno. Todo superficial. Pasivo y teórico. Y casi siempre, ni eso.

Educación para la Ciudadanía tendría que haber nacido, como prioridad urgentísima y lo mismo para niños que para adultos, de la mano del primer gobierno socialista. Pero la LOGSE nunca contempló esa posibilidad. A los niños se les cuentan cuentos remotos de ciencia inoperante, lenguaje manipulado  automático, historia contrahecha y ahora, informática y tecnología para distraer conciencias en germen con sobreabundancia de estímulos sensoriales y vaciado absoluto de contenidos básicos y prácticos, intelectuales y éticos. Espirituales y estéticos, considerando la estética no como moda fashion, sino como orden armónico mental, anímico y conductual. Para que alma y conciencia sean el soporte de la red psíquica, de los sentimientos y la mente. De la inteligencia emocional. Sólo desde esa base educativa profunda y equilibrada, se asimilan valores y se distingue naturalmente y sin necesidad de comer el tarro con moralina y miedo, con dogmas ni amenazas o con un sentido embrutecido y salvaje de la libertad, lo que construye y sana,  de lo que destruye, enferma y mata. Se forja el carácter. Se curte la voluntad. Crece la creatividad productiva y ecológica. Nace el respeto y la valoración por lo diverso. Se caen los bloqueos resistentes en las barreras del primitivismo y se valora el bien común como el logro natural e imprescindible para que la vida valga la pena y nos descubra que la felicidad y le progreso no consisten en llenarnos de posesiones, poderes, dineros y comodidades inútiles, sino en ser de verdad personas. Seres humanos espléndidos y riquísimos en posibilidades realizables y compartibles. Porque la verdadera riqueza es nuestra esencia cuando alcanza su más alto desarrollo y se convierte en don generoso. 

Todo ese elenco de tareas está por hacer. Y eso debería ponernos las pilas ya. A todos. Gobernantes y gobernados. Líderes y mayorías silenciosas o manifestantes. Con una ciudadanía educada en ese nivel, no hay economía que no funcione bien, no hay bancos que roben ni ladrones que evadan ni cómplices que les amnistíen, ni Merkel ni Wall Street que controlen a nadie ni merluzos que gobiernen a sus órdenes ni cretinos asustados que con sus votos o su irresponsabilidad abstencionista, les permitan gobernar  y amargarles la vida con recortes ruinosos y desvergüenzas insoportables.
Y ahora, cuando el cáncer social se ha hecho pandémico, no disponen, como en la misma medicina agresiva y asesina que tanto promocionan,  de otros métodos que no sean los primitivos: decapitar, quemar y envenenar. O sea, los recortes salvajes de la cirugía, la quema de la subida de impuestos de la radioterapia y la toxicidad de la injusticia social como quimioterapia necesaria.
Como vemos, todo está estancado aún en la edad media: invasión, ataque y destrucción. Así no se puede sanar ni el cuerpo humano ni el social. Así sólo se consigue, en caso de sobrevivir al trauma, una pésima calidad de vida y una dependencia crónica de los mismos venenos, hasta que llegue la muerte, mientras se llenan las arcas con el re-pago a los laboratorios envenenadores y al Estado que los alimenta. Observemos que es el holograma del mismo esquema.

Igual que la salud del cuerpo no se regenera jamás  totalmente a base de agresiones atroces, sino que debe salir del laberinto asesino para sanarse de verdad  y adquirir la autonomía y la autogestión responsable, que emana de la verdadera salud y que al mismo tiempo la produce, es decir, conocer el proceso que le ha enfermado y cambiar los hábitos mentales, emocionales, higiénicos y alimenticios, tampoco una sociedad autónoma sana y solidaria puede depender de mercados delincuentes e insalubres, injustos y explotadores. Enfermos. No los necesita. Además le repugnan, porque la intoxican. Su felicidad no está en acumular, sino en ser y compartirlo. Es libre. Produce lo necesario y no valora acumular, sino disfrutar del trabajo bien hecho y de la alegría de ofrecerlo a cambio de lo básico para vivir. Que puede ser dinero o calidad de vida. Cuidado. Ayuda. Compañía. Asesoría. Atenciones. Objetos. Comida. Trabajo. Enseñanza. Vestido. Sanidad. Juego y deporte. Belleza. Ideas creativas. Meditación y crecimiento personal. Vivienda.

No hay que confiar crédulamente en que gobiernos desastrosos puedan solucionar lo que han estropeado haciendo la vida imposible. Simplemente hay que plantearse personalmente, qué se puede hacer en concreto en nuestro entorno. Pensarlo organizadamente. Salir del propio agujero y proponerlo. El resto crece por sí mismo. Ya hay mucha más gente de la que parece, cada vez más, que está consiguiendo vivir de ese modo. Y es una agradabilísima sorpresa descubrir como cambia el destino y la vida cuando se despierta y se produce esa mutación. El homo holisticus. Seguramente la única salida posible de este círculo destructivo en que la humanidad -no sólo España ni Europa- se ha quedado atrapada.

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