lunes, 6 de febrero de 2012

Ouspensky y yo


Leo de vez en cuando algunas referencias a Gurdjeff, el armenio que pasó por Europa y EEUU como un cometa veloz, durante del último cuarto del siglo XIX y la primera mitad del XX, trayendo a Occidente la noticia fresca y viejísima del sufismo, envuelta en una capa de "misterios", de juegos equívocos, sombras chinescas, y no pocas manipulaciones oportunistas para sus intereses personales, donde el señor G. se lo pasaba estupendamente riéndose del mundo y tratando de hacer una escuela selecta de discípulos buscadores, curiosos, insatisfechos e inquietos, que le permitiese vivir con desahogo en una sociedad convulsa y golpeada por las revoluciones y guerras terribles que debió atravesar en su periplo temporal. Pasando tanto de moral como de sentimientos. Primera contradicción con ese sufismo que pretendía "vender" como señuelo. Una especie de escuela neocínica, cuyos protagonistas en vez de Diógenes y su tonel, eran el señor G. y sus alfombras de Oriente.
Desde el momento en que descubrí la "opera magna" del señor G, gracias a los "Fragmentos" de Ouspensky -hace ya más de 30 años- me llamó la atención poderosamente esa primera contradicción aplastante y básica entre la forma de vida, las disciplinas gurdjeffianas y la calidad extraordinariamente humana y espiritual del sufismo. Exquisito en la ética y enraizado honda y profundamente en la vía del corazón y la belleza radiante del Espíritu. El sufi es, ante todo, un hombre bueno. El señor G. era sobre todo un hombre ambicioso, curioso, especulador, frío y distante para unas cosas y sagazmente amable para otras; muy listo y con cierto magnetismo personal heredado de su cultura y su genética. Un pícaro de la pseudoespiritualidad.
Hay una regla infalibe: la visión que se tiene de la humanidad es el reflejo fiel de lo que uno mismo tiene dentro. El sufismo real, aunque en su humildad realista, reconoce las debilidades naturales del hombre, tiene una visión elevada del Espíritu que le habita en germen, por eso, cree posible el mejoramiento y el despertar. La poesía y la plegaria silenciosa y contemplativa del sufi son la demostración plena de esa cualidad; por debajo de toda debilidad, el Amado irradia y rescata, consumiendo en la llama del Amor Eterno toda la costra endurecida y miserable de lo aparente. Pero no es así en G. Él no cree en el Amado. No le necesita, ya tiene su mente mecánica adaptada a su supervivencia. A crear condiciones a la medida de sus necesidades y gustos. No lo conoce ni cree posible que ÉL exista más allá de la inquietud aletargada del ego, que es lo único tangible y comprobable. Es facilísimo poner en crisis y crear dependencia en quienes buscan soluciones porque ya están en crisis y no encuentran su lugar en el paisaje del mundo conocido.

Cuanto más iba avanzando en la lectura de Ouspensky, más y más comprendía las limitaciones del señor G. Y por qué su obra nunca edificó nada más que la cúpula evanescente de los deseos del fundador y si ha dejado un rastro, ha sido para conducir a los buscadores dormidos hacia el sufismo y al camino místico en cualquier otra vía de conocimiento. Quedarse en G. atascados sería atrofiar el alma e ignorar el Amor, sustancia eterna de la que estamos hechos. Todos.

La segunda contradicción apabullante que descubrí fue la obsesión por desarrollar "el potencial humano" basándose, sobre todo, en la sublimación de la mente, del pensamiento dominador de materia y energía, productor de "fenómenos" parasíquicos manipulables a gusto del gestor. O sea, la magia. El entretenimiento que nos impide entrar en la maravilla misma del Maravilloso, enredados en las pequeñeces ridículas de nuestra miope visión distorsionada y egocéntrica, limitadísima, que en vez de educar, neutralizar y poner el ego al servicio del Espíritu y del alma, de los valores supremos, le entroniza subliminalmente como rey de la propia acción y pensamiento. Del propio deseo cambiante y caprichoso, para comprobar que después de todo, y hagamos lo que hagamos, nuestra naturaleza primaria nos dominará, porque siempre seremos esclavos de las pasiones, de las bajezas y de los intereses; sólo que si hemos estudiado técnicas mentales y hemos desarrollado recursos mentales suficentes y además hemos superado cínicamente el moralismo farisaico y cosuetudinario que se confunde con el valor ético per se de los actos humanos, podremos seguir adelante haciendo todo lo que nos place, nadando en nuestro propio lodo, e incluso, acabaremos por justificarlo y reconocerlo como parte del "juego". Es decir, que estamos condenados a girar en la noria, como los asnos, para sacar la exigua cantidad de agua siempre ridícula, escasa y de pésima calidad, que nunca nos quitará la sed y nos llevará de Herodes a Pilatos en un viacrucis amargo, eso sí, lleno de "magia", que un buen día descubrimos que sólo sirve para ganar dinero y montar una escuela de amargura y cinismo, la misma que hemos heredado. Siguiendo esa escuela, en el fondo conformista, negativa y gris, sólo se puede terminar en la depresión y en el desaliento, todo lo contrario que el camino del Espíritu procura a los que andan por él.

Estos descubrimientos y mucho más, me los reveló la lectura repetida y subrayada del magnífico libro de Ouspensky. Honesto y transparente. Profundamente piadoso con el señor G. y sus avatares personales. Al que quise leer personalmente y sin relatos de terceros. Así que amplié el espectro lector y me zampé sus Relatos de Belzebú a su nieto. Ahí se corrieron todos los velos que pudiesen ocultar la carga de profundidad inexistente en el señor G. Lenguaje pretendidamente sarcástico y vacío, como la prueba del nueve de la dispersión de quienes se han extraviado dentro de sí mismos.

Más tarde leí a Lanza del Vasto. Otro buscador de lo infinito, contemporáneo al señor G, pero en dirección contraria. Filólogo, políglota, filósofo, músico y compositor, escultor, tejedor y carpintero, escritor brillantísimo y poeta enorme. Fundador de la orden fraternal del Arca, que todavía está viva y flotando en las aguas del diluvio actual. Comprometida con el cambio planetario y precursora de los movimientos noviolentos, asamblearios, cívicos y pacíficamente indignados.
Procedente de una familia aristocrática oriunda de Sicilia y descendiente de Federico II, Barbarroja, Giuseppe Branciforte Lanza del Vasto, se desprendió de su alcurnia, de su pedigrí, de su herencia y de su dinero, de su prestigio y de su glamour (era un play boy encantador en los salones del París novecentista, con dos metros de altura, rubísimo, ojos azules, una voz profunda, aterciopelada y espectacular, con una elegancia natural espléndida y con las mujeres más bellas cultas y exquisitas detrás de su personaje).
Con lo mínimo, embarcó hacia Oriente. En el camino le robaron lo poco que llevaba y como un verdadero peregrino despojado de cualquier adherencia llegó al Punjab para conocer a Mahatma Gandhi y cambiar su vida. Se quedó a su lado por tres años, sirviendo a los más pobres, sin posesión alguna. Trabajando en el campo de sol a sol, limpiando letrinas, curando y lavando enfermos, haciendo la comida para todos y peregrinando finalmente desde el extremo sur del subcontinente hindú hasta las fuentes del Ganjes, a los pies del Himalaya. Un viaje iniciático en el que por fin escuchó la voz interna que Gandhi le había asegurado que debía encontrar antes de tomar una decisión vital que le conectase con su destino cósmico. Y así fue. Al regresar al asram de Gandhi, de vuelta de su viaje, el mismo Mahatma, que salió a recibirle, le dijo en voz alta las mismas palabras que había "escuchado" en su interior. Aquello fue la confirmación exacta que esperaba.
Volvió a Europa, que vivía la locura de la pre-guerra. Era 1939, y los vientos del nazismo y del fascismo asfixiaban cualquier intento de cambio, pero Shantidas (servidor de la paz, como le llamó Gandhi) no se amilanó ni huyó a su tierra siciliana ni a la India, para escapar del desastre. Aguantó y empezó a reunir a sus conocidos en una vieja fábrica abandonada, junto al Sena. Meditaban, leían textos de Gandhi y los comentaban. Hicieron un análisis de la situación y decidieron que iban a empezar por la tierra y la fraternidad. Hacia el final de la II guerra mundial, encontraron un rincón al que llamaron con el tiempo y el trabajo de todos, la Borie Noble, en la fértil campiña del sur de Francia y de allí arrancó uno de los proyectos de vida y de regeneradora convivencia más hermosos que se han conseguido en el mundo. Y ahí siguen. Bendecidos y multiplicados por la bondad y la gracia, que son ellos mismos. Ascética y mística, libertad religiosa absoluta, estudio, meditación, servicio desinteresado, acogida al peregrino, normalidad, trabajo, arte, creación, música, poesía, danza, austeridad bellísima, tejedores, zapateros, alfareros, albañiles, maestros, médicos y sabios. Filosofía y compromiso. Compañeros de los animales a los que quieren y respetan como a las personas. Vegetarianos convencidos. Ecuménicos totales. Padres y madres de familia, niños y personas solteras. Un pueblo. Una tribu de ecoaldea. Unidos para hacer posible el bien común con valores insdispensables. Adelantados en el tiempo. El ideal del 15M proyectado desde el pasado hasta hoy. Lanza decía que ellos sólo eran como Juan Bautista: los precursores del mundo futuro. Que lo que vendría después sería la cosecha de aquella siembra. Así ha sido y así es.

Este inciso viene a cuento, para rematar el comentario sobre el señor G. que un día, en París al final de los años 20, envió un recado al brillantísmo, popular y entonces joven escritor (nació en 1900), invitándole a cenar a su casa. Lanza, que aún no tenía las cosas claras y andaba buscando su vía, aceptó. Encontró, según cuenta, a un hombre de mirada potente y enorme bigote negro, sentado a la mesa con una decena de comensales, todos hombre. A Lanza le llamó la atención que las mujeres no sólo no estaban a la mesa, sino que eran las que servían la cena y permanecían en la cocina. El señor G. bebía y bebía sin límite, gastaba bromas y ponía en ridículo a algunos de sus invitados y cuando se hubo saciado de comida y vino, tambaleándose un poco, se dirigió a una estancia contigua, le hizo una seña y le indicó que le compañase. El cuarto estaba lleno de tapices y alfombras. G. se sentó sobre unos cojines delante de una mesita donde habían servido te. Mientras bebían aquella deliciosa bebida el señor G. mirando vidriosamente a Lanza y con voz confusa por el alcohol, le dijo: "Le he llamado porque quiero hacer de usted una escultura perfecta. Si usted se pone en mis manos se convertirá en una de mis grandes obras maestras. " Cuenta Lanza que fue como un chispazo de lucidez lo que le hizo fijarse en el pulso temblón que casi no atinaba a acercar con destreza la taza a la boca. Mientras la lengua de G. intentaba colocar las palabras lo mejor que podía para hacerse entender entre el pésimo francés y los vapores del alcohol. Escribe que en aquel momento lo primero que le vino a la mente fue este pensamiento: "pues no seré yo quien se ponga en esas manos que ni siquiera saben a quien pertenecen" y despidiéndose se fue para nunca más volver. A los pocos meses ya había decidido que marcharía a la India para encontrar a Gandhi.

Cuando leí a Lanza volví a releer a Ouspensky y aún pude descubrir más información sobre el señor G. Pero no la comento porque es mejor que esas revelaciones las vaya descubriendo uno mismo. De poco sirve decir algo tan particular. Cada uno recibe lo que necesita saber. Si a una persona la lectura de G. le ayuda a ser mejor, más honesto, más justo, más generoso y más noble, hay que alegrarse por ello.

Por mi parte, creo que es Ouspensky quien demuestra una grandeza, una madurez y una humildad que le honran. Quien conociendo los puntos oscuros y pudiendo derribar por completo el mito del señor G. no lo ha hecho, es verdaderamente un buen hombre. No sé si sería un sufi. Pero se ha comportado como tal. Ya con lo que cuenta sin comentarios, es suficiente para quien lee entre líneas. A veces un acta notarial de los hechos, revela mucho más objetivamente la realidad que los detractores. Y a veces los "Fragmentos" de la realidad iluminados por la luz forman un panorama caleidoscópico completo. Y podemos ver más allá de lo que se nos cuenta.
Eso lo dan las gafas del Espíritu y lo oculta la venda del yo cuando aún no ha descubierto que es "nosotros".

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