Las libras nada esterlinas de Javier Milei y el 23F alemán en la era Trump
¿Cuánta infelicidad propia o ajena podemos llegar a soportar?
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Como bien señaló Rousseau en su Segundo discurso, tendemos a medir nuestra dicha en términos comparativos y otro tanto sucede con los infortunios. Esto último lo recoge nuestro sabio refranero con su “Mal de muchos, consuelo de tontos”, pero no deja de ser un paliativo bien acreditado, en definitiva. La desdicha compartida se hace más llevadera. “También contamos con refranes en sentido contrario: “Si la envidia fuera tiña, cuántos tiñosos habría”. Envidiar no tiene nada de malo, si nos hace apetecer un logro ajeno estimulándonos a conseguirlo por nuestros medios y sin arrebatarlo. Pero el problema es que nos tienta mucho rebajar la felicidad ajena para no sentirnos desgraciados al compararnos. E igualmente rehuimos al cenizo como si pudiera contagiarnos de su mala suerte.
No podemos compadecernos indefinidamente de una situación lamentable, por mucha empatía y solidaridad que nos guste mostrar de puertas a fuera, tal como hay un tope para compartir las alegrías de los demás cuando nos esquivan con saña. Estos umbrales dependerán del tamaño de nuestro grupo social. En el ámbito familiar y de amistad consolidada cabe mantener el tipo sin arrugarse, pero la intensidad merma según aumenta el tamaño del colectivo. Esto lo narra maravillosamente Juan Antonio Rivera en su magnífico libro Moral y Civilización, al distinguir entre la moral cálida originaria y el frío respeto que debería presidir vastas agrupaciones humanas. El problema es que ahora mismo está desapareciendo la primera y al mismo tiempo el segundo está muy de capa caída.
En el mundo del demoniaco libertarismo economicista no sobrevive nada ni nadie, como acaba de mostrar el presidente argentino
En su célebre Fábula de las abejas, Mandeville mantiene que al perseguir nuestros intereses particulares contribuimos a la prosperidad general y con ello se obtienen mayores dividendos que con un proceder bienintencionado cuyas consecuencias pueden ser catastróficas. El camino al infierno acaso pueda estar empedrado de buenas intenciones, pero ciertamente lo contrario no conduce a ningún paraíso terrenal. Al menos en el mundo del demoniaco libertarismo economicista no sobrevive nada ni nadie, como acaba de mostrar el presidente argentino. Primero tira la piedra, difundiendo una inversión especulativa que sería beneficiosa para el país, para intentar esconder la mano cuando se revela como una descomunal estafa que tiene unos pocos y avisados beneficiarios, culpables de haber seguido la corriente a su ídolo tecno-fanático.
Aunque cabe documentar lo que ha pasado, Milei piensa que podrá escapar de un kilombo jurídico, salvo que los afectados estadounidenses contraten buenos profesionales del ramo, y a nadie se le ocurre inhabilitarlo por utilizar su cargo para semejante jugada. Después de todo, Trump ha salido airoso de sus múltiples problemas con la justicia norteamericana y manda empresarios a los escenarios de conflictos bélicos para que puedan lucrarse construyendo en las ruinas. Para forzar la paz los europeos tendrán que gastar mucho más en armamento militar, como si esto tuviese alguna lógica comprensible. Kant advirtió en su Hacia la paz perpetua que los preparativos bélicos pueden resultar muy lesivos para las naciones concernidas. En lugar de fortalecer la esfera pública con servicios accesibles a los menos pudientes, la consigna ultra-neoliberal es privatizar lo público y abolir los impuestos, tildando al modelo socialdemócrata de pernicioso comunismo.
La consigna ultra-neoliberal es privatizar lo público y abolir los impuestos, tildando al modelo socialdemócrata de pernicioso comunismo
El próximo 23 de febrero en Alemania podría votarse masivamente a un partido que no esconde su simpatía por la ideología del nazismo, algo impensable hace solo una década. Tal como pasó en la República de Weimar, las fuerzas reaccionarias que reivindican rancios nacionalismos propios de otros tiempos, culpan a la democracia de todos los males posibles habidos y por haber. Este discurso cala muy hondo en medio de un malestar social en alza y una engañosa propaganda de corte neofascista. Se propagan medias verdades y nunca se reconocen las meteduras de pata, endosando al adversario el antagonismo propio del enemigo a muerte. No hay lugar para las matizaciones y obligan a comprar todo un lote ideológico, renegando de cuanto pueda verse adscrito a la otra trinchera.
Nos hacen habitar en un mundo de buenos y malos, donde tienes que asumir las barbaridades de tu equipo, sin reconocer los posibles aciertos del presunto rival, cuando lo suyo sería darnos cuenta de que navegamos en el mismo barco y que no podemos ir a pique si la nave del Estado hace aguas. Mostrarnos compasivos libera endorfinas y nos hace sentir mejor. Salirnos con la nuestra no tiene mucho recorrido, si para ello debemos arrollar a los demás, porque no dejarán de hacer otro tanto a la menor ocasión.
En la Casa Blanca suele dejarse fotografiar un tipo que debe tener serios problemas de autoestima, dada la enorme firma con que adorna sus decretos imperiales, con un mapa donde se lee lo que debe ser un mote del personaje, a saber, “Golfo de América”. Algunas veces le acompaña un tipo con gorra cuyo patrimonio pecuniario no tiene parangón, pone a sus hijos nombres de robots y se identifica con una X que haciéndola girar daría una cruz gamada.
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P.D.
Escribe nuestro hermano Roberto lo siguiente:
"Envidiar no tiene nada de malo, si nos hace apetecer un logro ajeno estimulándonos a conseguirlo por nuestros medios y sin arrebatarlo. Pero el problema es que nos tienta mucho rebajar la felicidad ajena para no sentirnos desgraciados al compararnos. E igualmente rehuimos al cenizo como si pudiera contagiarnos de su mala suerte."
Envidiar en sí mismo no tiene nada de malo ni de bueno. Es como toser o estornudar, una reacción del ego más primitivo ante el encuentro de un estímulo ajeno que provoca una reacción mecánica en el plano racional-emotivo-instintivo del receptor. Un choque que puede derivar, según el estado evolutivo del individuo afectado, en un ejemplo a seguir o en una envidia insana, irracionalmente celosa y bloqueadora, porque su potencial depende de una comparación negativa y no de una admiración positiva. Envidiar es bloqueante. Es un autotrauma. El envidioso construye un muro dentro de sí, que le impedirá superar su complejo de poca cosa, comparado con el objeto de su envidia, al que sin querer, y totalmente de espaldas a la realidad objetiva, tiene en un altar que lo saca de quicio. Confunde la admiración que siente por el valor de lo envidiado, con la inquina y la rabia, que le produce quien lo lleva consigo en sus actos, conductas o éxitos profesionales o de carácter, virtudes o luces e inteligencia, con las que constantemente se compara, por ser incapaz de entrar en sí mism@ y reconocer su propia y única condición valiosa e irrepetible, que nada tiene que ver con la individualidad de los demás, todos y todas somos diferentes, nuestros ADNs, las huellas dactilares y el iris de nuestros ojos lo dejan clarísimo. Engancharse a la envidia, al mismo tiempo agresiva y admiradora, es como hacerlo con la droga, un hábito tóxico, una enfermedad no reconocida como tal. El/la envidioso/a está atrapad@ en su propia trampa primitiva y absurda, inmadura, perdiendo, además, su tiempo en un proceso que le impide encontrar y desarrollar su propia y auténtica originalidad, malgastando su verdadero talento, tiempo y conciencia, en pos de algo que nunca podrá lograr, si previamente no despierta y descubre su propia esencia, única e inimitable, aunque lo intente en apariencia.
En realidad los "siete pecados capitales" que ennumera el catolicismo, entre los que se encuentra la envidia, más que pecados son enfermedad racional-emotiva, mientras el enfermo no descubra que el virus y las bacterias de lo suyo, son cosa de él mismo, de ella misma. Una falta voluntaria de salud psicoemocional que impide su liberación. Por esa razón en los Evangelios Jesús recomienda el perdón y la compasión como tratamiento y no el castigo ni la condena "merecida", de los "pecadores". Cuando sanaba a los enfermos su mantra siempre era el mismo: "tus pecados te son perdonados, vete en paz",y entonces, los ciegos veían, los cojos andaban, los locos recuperaban la salud mental, las hemorroisas dejaban de sangrar, los rácanos descubrían la generosidad o las prostitutas cambiaban de tendencias y de profesión hasta convertirse en apóstolas, como María de Magdala.
De hecho, durante mis años de voluntariado en la cárcel de València antes de que la cambiasen a Picassent y también en El Dueso, en Cantabria, tuve la experiencia de que bastantes presos, sin tocar el tema religioso ni creyente, sanasen y cambiasen de orientación y de vida, justo, porque, terapéuticamente, lograron entrar en sí mismos y descubrir el tesoro infinito de sus conciencias, cambiando de vida para siempre, sin necesidad de religiones. Era suficiente parar el tráfico del caos interno, aprender a respirar conscientemente, parar las mentes y ver pasar por delante sus vidas, sin que nadie les acusase, influyese, ni dijese nada. Entonces, el silencio hasta entonces ignorado les hablaba y poco a poco, una paz íntima les abría las puertas internas que nunca hasta entonces habían podido descubrir.
El Amor sin Límites supera todas las divinidades habidas y por haber. Llamarlo "dios" se queda en nada. Lo más hermoso y real, es que está dentro, en lo más profundo de tod@s nosotr@s, y sólo, como "el hijo pródigo, entrando dentro de sí", se descubre para siempre.
La compasión verdadera es empatía y amor sin límites, no lastimitis inútil, cómplice y hasta perjudicial.
Si os apetece indagar en estos aspectos más que interesantes, vitales, podéis conectaros en internet, con Sandalio.org.
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