El matrimonio EEUU-UE, China y el color
Para liderar el mundo, EEUU se casó tras la guerra con la pobre Europa. Le dio como dote el plan Marshall, que la tuvo entrampada económicamente desde el principio; lustró sus esferas de influencia; la apuntaló con sus políticas de contención; pero, ante todo, la deslumbró con un novedoso modus vivendi. Una vez caído el Muro y acabado el pánico rojo, ese matrimonio, que había atravesado unido brotes de violencia en los años sesenta y setenta, se fue distanciando: los valores en los que creían habían cambiado. El anticomunismo que los unió en ceremonia oficiada por la Santa Madre Iglesia había perdido sentido. Urgía encontrar nuevos valores que dieran sentido a su alianza, de modo que EEUU trató de convencerla para otra guerra santa, esta vez “contra el terror”, pero la vieja Europa no se creyó tanto lo de “exportar la democracia”. El desamor, desde entonces, ha ido aumentando hasta evidenciarse sus tiranteces sin escrúpulos tanto en secreto como en público. Desde su investidura, Trump ha hablado mucho con Putin, pero nadie sabe qué se han dicho. En cambio, en la conferencia de Múnich ha quedado claro que el búfalo americano hoy prefiere abrazar al oso ruso que a la vieja Europa. Con ese abrazo, tratan de “romper la armonía interna de nuestras sociedades, destruir nuestro modo de vida tradicional y acabar con la autoridad internacional de nuestro Estado”. Son términos que usó George Kennan en el largo telegrama con el que arrancaba la Guerra Fría. Se diría que tanto para Trump como para Putin, Europa y su wokismo hoy representan “una nueva fe fanática, antitética a la nuestra, que trata de imponer su autoridad al resto del mundo”. (Esos términos se leen en la nota 68 del National Security Council, la Biblia contra el comunismo). Y es que es cierto que a Trump y Putin hoy les unen muchos, muchos valores: la fe en que sus países siguen “destinos manifiestos”, la de ser elegidos por la divinidad, y sobre todo su misión salvadora de un “Occidente” que dicen en peligro. Aquello que dijo Lord Ismay, primer Secretario General de la OTAN –“los americanos dentro, los rusos fuera y los alemanes debajo”– ya no vale. Trump parece proponer otra geometría: los americanos y los rusos dentro, los chinos fuera, y todos los europeos debajo. China, como enemigo externo; el wokismo, tan potente en la UE, como enemigo interno.
La batalla de Múnich, una semana antes de las decisivas elecciones alemanas, puede ser la primera de una guerra en la que, una vez más, Italia, doncella mimada de la Historia, protegida del Papa de Roma, volverá a ser un terreno muy contendido. Hace tres semanas Meloni porfiaba por ser la favorita en Mar-a-Lago. Sin embargo, los feos que ha hecho la administración Trump al papa Francisco, así como la reciente invectiva rusa contra el presidente Mattarella no ayudan a Giorgia, el presidente. Hay tal tensión en el deep state de Italia que no dejan de salir escándalos de las cloacas. Italia ya avisaba antes de lo de Múnich, porque sirve de termostato de la Historia: Mussolini y Berlusconi docent.
Pero atención, en esta semana de historia anfetamínica, no sólo ha terminado el amor entre Europa y EEUU, sino que también se ha quebrado la convivencia entre EEUU y el Vaticano: se terminó aquello de los “imperios paralelos”. A las imágenes crueles de los primeros deportados “masivos” y al recorte de fondos que han sufrido muchas organizaciones católicas, Francisco ha respondido con una carta durísima que también marca un antes y un después. ¿Qué no daría Trump por tener un papa que lo legitimara religiosamente como Kirill hace con la Santa Rusia de Putin?
Volviendo a la visión global, es evidente que los EEUU de Trump y Musk no soportan la idea de no ser ya los únicos gallos de la aldea global. Obsesionados por su ocaso y su impotencia, hacen de todo por acabar con la competencia china. Lo mismo les da dar abrazos al oso ruso que desdeñar a su vieja esposa Europa. La escenita que montó el vicepresidente Vance en Munich hizo que pasara algo desapercibida la sucesiva intervención del ministro de Exteriores chino, Wang Yi. Éste, tras leer un discurso impecable tanto de fondo como de forma, respondía con formas retóricas que parecían sacadas del taichí chuan a la pregunta de las preguntas: ¿cómo será la relación con los EEUU de Trump? Yi comenzó recordando los tres principios establecidos por Xi Jinping que guían su relación con los EEUU. Luego avisó de que, de romper unilateralmente EEUU la cordialidad de sus relaciones, China respondería resuelta. Concluyó su respuesta con varios proverbios chinos: “Deja que los fuertes actúen como quieran: seguiremos impertérritos como la brisa que acaricia las colinas. Deja que los miedos actúen como quieran, mantendremos noséqué como la luna ilumina el río”. Entonces, a los traductores que tuvieran problemas para interpretar esos dichos, los invitó a consultar DeepSeek. (Hubo gente en el público que se rio a gusto con un chiste tan fino que ni Andreotti.)
¿Y ahora qué? Parece obvio que a la Vieja Madre Europa le tienta ya una sabia China que le ha servido, que hoy es una señora potencia y que ha sabido ganarse el respeto arremangándose en las Naciones Unidas cuando EEUU ha dado plantón y aceptando un liderazgo global distinto con buenísimos modales. China habla de igualdad, respeto del Derecho internacional, responsabilidad, multilateralismo, cooperación, diálogo y paz. Y encima sabe ser socarrona. Total: hoy la vieja Europa descubre que, al lado de su viejo esposo americano, que se ha vuelto un chulo y ordinario matón al que le vuelven loco las tierras raras ucranianas y todo lo que se oculte bajo la banquisa ártica, hay un chino haciendo taichí. EEUU, que fue un día el futuro de Europa, hoy es lejano medievo. La China, en cambio, es y está presente. No es cuestión de blanco y negro. Es que sencillamente, hoy mismo, no hay color.
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Gorka Larrabeiti es profesor de español residente en Roma.
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