Análisis
Las protestas en Cuba esta vez son diferentes
La desaceleración económica, el nuevo y alarmante índice de contagios de covid y el aumento del malestar con el Gobierno avivan las mayores protestas en décadas
William M. LeoGrande (The Nation) 16/07/2021
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Nunca, desde el triunfo de la Revolución cubana de 1959, habían organizado los manifestantes antigubernamentales protestas multitudinarias y simultáneas en varias ciudades a lo largo de la isla como las vividas el pasado fin de semana. Algunas de las concentraciones fueron pacíficas; otras, poco más que disturbios y una excusa para saquear. Sin embargo, todas eran manifestaciones de la desesperación económica del pueblo y de la frustración ante la incapacidad del Gobierno de paliar el sufrimiento que padecen.
El Gobierno cubano está arruinado. En los dos últimos años, ha perdido todas las principales fuentes de ingresos de divisas que tenía. La caída en la producción de crudo en Venezuela ha reducido a la mitad la exportación de petróleo barato a Cuba. La presión que ejerce Estados Unidos ha convencido a otros gobiernos latinoamericanos de que cancelen los contratos de servicios médicos con La Habana y manden a los facultativos cubanos a casa. La pandemia de covid ha cerrado el sector turístico y ha reducido los ingresos en 3.200 millones de dólares. Justo antes de dejar el cargo, Donald Trump hizo prácticamente imposible que los estadounidenses de origen cubano pudiesen realizar envíos de dinero: una pérdida de otros 3.500 millones de dólares anuales y un golpe directo a más de la mitad de las familias cubanas.
Cuba importa el 70 % de la alimentación, el 69 % del petróleo y la mayor parte de los suministros médicos
Cuba importa el 70 % de la alimentación, el 69 % del petróleo y la mayor parte de los suministros médicos. La escasez de divisas implica que el país ha tenido que reducir las importaciones de forma drástica: casi un 40 % solo el año pasado y más este año. Las estanterías de los comercios están vacías. Las farmacias, también. Encontrar comida puede llevar horas de búsqueda y de hacer cola. Hasta los establecimientos que solo aceptan pago en moneda extranjera tienen poco que ofrecer. Los últimos cortes de luz desatan en la gente los peores recuerdos del “Período Especial”, la depresión económica que sufrió Cuba en los años noventa tras la caída de la Unión Soviética.
La tensión social ha ido aumentando a medida que la economía se deterioraba, y se ha hecho patente en pequeños incidentes de protesta, confrontaciones entre la policía y los ciudadanos y altercados en las colas de las tiendas. Y aunque el alcance de estas manifestaciones es sorprendente, el hecho de que haya estallado la tensión no lo es.
Solo en los últimos meses, la situación ha empeorado sensiblemente. La unificación de la doble moneda y el sistema de cambio que el Gobierno llevó a cabo en enero –un paso necesario hacia la reforma económica, según los expertos– desencadenó la inflación, lo que redujo los ingresos reales a pesar del intento del Gobierno de aumentar los salarios para compensar. La covid, que parecía estar controlada antes de la llegada de la variante delta, ha vuelto a estallar, con un número de casos récord, y amenaza con sobrepasar un sistema de salud que cuenta con escasos recursos.
La situación económica de Cuba todavía no es tan mala como en los noventa: el año pasado el PIB cayó un 11 % y sigue cayendo, pero en los noventa bajó un 35 %. La situación política, sin embargo, es muy diferente hoy en día a la que era entonces. La generación que vivió la Revolución de 1959 y los primeros tiempos dorados de exuberancia revolucionaria fue un pilar de apoyo al régimen en aquel entonces. Ahora, que rondan los setenta u ochenta, suponen un colectivo pequeño y que cada vez se va haciendo menor.
La franja de edad predominante hoy en día la representan personas que alcanzaron la mayoría de edad después de la caída soviética. Su experiencia de “la Revolución” es una de interminable desabastecimiento y promesas de reforma incumplidas. Fidel y Raúl Castro, cuyo prestigio como fundadores del régimen apuntaló el apoyo popular entre los cubanos más mayores, ya no están, y los ha sustituido una nueva generación de dirigentes que tienen que demostrar su derecho a gobernar mediante resultados. Tienen que repartir las mercancías, literalmente, y de momento, no han sido capaces de hacerlo.
La desigualdad es otra fuente más de frustración y resentimiento. Las reformas económicas del Gobierno, orientadas al mercado, han agravado la desigualdad, sobre todo en términos raciales, y en los últimos años se ha hecho más notorio. Los cubanos de ascendencia africana tienen menos posibilidades de tener familia en el extranjero que les envíe dinero, tienen menos posibilidades de tener trabajos que les proporcionen parte de sus salarios en moneda extranjera y tienen menos posibilidades de vivir en barrios bonitos y atractivos para turistas que buscan paladares (restaurantes en casas particulares) o alquilar una habitación. Por lo tanto, no sorprende que las últimas protestas empezaran en algunos de los vecindarios más pobres de Cuba.
Las redes sociales han jugado un papel clave en la envergadura nacional de las manifestaciones. En 1994, cuando se produjeron disturbios en el Malecón, la avenida principal de La Habana, las noticias se propagaban de boca en boca. El pasado fin de semana, las redes sociales corrieron la voz de las primeras manifestaciones entre los cubanos de todo el país y desencadenaron protestas similares en otra docena de ciudades. El Gobierno, sin mucho éxito, intentó restringir la difusión cortando el acceso a internet durante casi todo el día.
Durante la campaña presidencial, Biden prometió revocar las sanciones que impuso Trump y que perjudican a las familias cubanas. De momento, no ha hecho nada
Durante años, Cuba ha estado rezagada con respecto a sus vecinos en cuanto a acceso a internet, pero la rápida expansión del wifi y de la tecnología 3G ahora les ofrece conectividad a los cubanos –sobre todo a los jóvenes– a través de sus teléfonos inteligentes. Las redes sociales les permiten conectar en línea con otras personas con las que comparten intereses. Estas redes sociales virtuales han demostrado ser una forma eficaz de movilizar a las personas a emprender acciones reales. Hasta ahora, se trataba de manifestaciones a pequeña escala centradas en asuntos específicos como los derechos LGTBI, la libertad artística y los derechos de los animales, pero presagiaron el papel que iban a jugar las redes sociales a la hora de catalizar las manifestaciones antigubernamentales de mayor calado que estallaron la semana pasada.
La respuesta de la administración Biden a la agitación social en Cuba ha sido la que cabría esperar: ha transmitido su solidaridad con los manifestantes y ha instado a la moderación al Gobierno cubano frente a las protestas pacíficas. Ningún funcionario del Gobierno estadounidense se ha pronunciado para reconocer que Estados Unidos esté exacerbando la crisis actual al continuar con las políticas de Trump de bloquear los envíos de dinero y suspender la emisión de visados de inmigrante. No obstante, el senador Marco Rubio (republicano por Florida) denunció la respuesta de Biden, lo que demuestra que diga lo que diga o haga lo que haga Biden con respecto a Cuba, los republicanos lo acusan de mostrarse blando con el socialismo.
Durante la campaña presidencial, Biden prometió revocar las sanciones que impuso Trump y que perjudican a las familias cubanas, restablecer los viajes a la isla y retomar las conversaciones diplomáticas con el Gobierno cubano. De momento, no ha hecho nada de esto. Su administración parece paralizada por miedo a repercusiones políticas en Florida, donde los demócratas fueron derrotados en 2020, y por la necesidad de tener contento al presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, Robert Menéndez (demócrata por Nueva Jersey).
Sin embargo, priorizar la política interior de Estados Unidos en detrimento de la crisis humanitaria en Cuba conlleva sus propios riesgos. Una escalada en las protestas antigubernamentales bien podría desencadenar una violencia mayor, como ha ocurrido en otros lugares de América Latina. Si los cubanos que se sienten marginados deciden que no tienen “voz”, puede que su alternativa sea la “salida”. La última vez que la situación económica de Cuba fue así de mala, en el verano de 1994, 35.000 cubanos decidieron marcharse y partieron hacia Estados Unidos en balsas y embarcaciones precarias.
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William M. LeoGrande es profesor de gobierno en la American University, autor de Our Own Backyard: The United States in Central America (Nuestro patio trasero: Estados Unidos en Centroamérica) y coautor junto con Peter Kornbluh de Diplomacia encubierta con Cuba. Historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana.
Este artículo se publicó originalmente en The Nation.
Traducción de Ana González Hortelano.
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