miércoles, 28 de julio de 2021

La opinión es un don de la libertad magnífico para reflexionar, un tesoro pedagógico

 Aquí me cierro otra puerta

Asume las consecuencias de tus actos

Publicada el 27/07/2021 a las 06:00

Una de las situaciones aparentemente incuestionables de la vida adulta es asumir las consecuencias de los actos que uno lleva a cabo. Cuando eres un niño, dicen, no asumes las consecuencias de tus actos y de ahí viene el choque: tus rabietas, tu incapacidad de asumir "la justicia", es algo que debes corregir y que, la mayoría de las veces, la edad adulta te trae. Los que no asumen las consecuencias de sus actos suelen ser ciudadanos señalados.

No voy a desmontar esto porque, realmente, es una verdad en la mayoría de las cosas en las que se aplica la frase del titular de esta columna. Pero llevo un tiempo reflexionando sobre la gente y las instituciones que, a modo de venganza, se acogen al sagrado paraguas de la responsabilidad con nuestros actos para ejercer un poder de mierda. El caso más flagrante es un desahucio: es la consecuencia del acto elevada a la máxima expresión. Si no pagas, te vas. Si no te resistes, será un desahucio no violento. Para que el ciudadano asuma las consecuencias de sus actos, el Estado se reserva el derecho de utilizar la violencia para hacerte pagar que no hiciste frente a tus obligaciones. Tu trauma, el de tus hijos, lo terrible que tiene que ser un desahucio (algo que ha sufrido, por ejemplo, la presidenta del Congreso) es la consecuencia de tus actos, y quien te lo aplica, quien enarbola la vara moral, es quien tiene el grifo de las consecuencias. Y aquí es donde, entre café y caña, he decidido rebelarme.

Thank you for watching

Igual que lo personal es político, lo político es personal. Todos nos hemos encontrado justicieros de cuarta en nuestros entornos: jefes, amigos, parejas. Gente que se pasa la vida enarbolando la bandera de la frase que titula esta columna, por la que todo el mundo tiene que asumir las consecuencias de sus actos. Gente bien vista, normalmente. Gente que se viste por los pies. Cuando él/ella es quien tiene el mando del castigo, lo ejercerá. Aprovechará tu debilidad, tu error, tu cagada y sí, tus actos de mierda (porque todos los cometemos), para aplicarte hasta el infinito "lo que te mereces por tu culpa".

Puede que pasar de la niñez a la adultez sea asumir las consecuencias de lo que haces, pero a lo mejor una segunda fase de hacerse mayor es entender que quien aplica el librito de las consecuencias, a lo mejor, a veces, no siempre pero tampoco nunca, es alguien que no lo hace por justicia, sino por venganza, y que muy poca gente se merece, de verdad y al 100%, una venganza. Cada día tengo más claro que un desahucio traumático sin una alternativa habitacional inmediata, que todo desahucio que para un niño no sea más que una mudanza encubierta, es una venganza del poder económico contra una persona débil. Y que el Estado se comporta como un matón contra quien se rebela contra esta injusticia. Y que esto tiene que arreglarse ya de verdad.

Y, repito, como lo político también es personal, tengo bastante claro que todos estos justicieros que aplican día a día lo de las consecuencias de tus actos y que suelen ser los que tienen la palanca del castigo, es gente de la que uno debe alejarse para siempre. Jefe, amigo, pareja. Si para él/ella el castigo es permanente, con su pan se lo coma. Bastante tenemos todos con lidiar con nuestros errores y nuestros juicios a nosotros mismos.

Si te dice "asume las consecuencias de tus actos", no te lo folles. 

 

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Comentario de textos, del blogg


En primer lugar hay que contextualizar las circunstancias del autor del texto para comprender adecuadamente el contenido. El autor es un humorista, un joven ingenioso y ocurrente, nacido en un estado sociopolítico como lo es el español que lleva cuarenta y tres años alardeando  de democrático sin serlo del todo, solo en las palabras y no siempre, como por ejemplo hacen especialmente el pp, c's y vox.  En una eterna y frustrante transición que amenaza con ser indeleble como la tinta de los rotuladores en los babis de l@s chiquill@s. 

Por encima de cualquier valoración castigadora sobre asumir o no las consecuencias morales de nuestros actos, está la inexorable ley universal de acción/reacción=causa/ efecto. O sea, que hay que aprender a distinguir el origen, tanto de los problemas como de las buenas consecuencias de lo que padecemos y /o disfrutamos, en eso consiste una parte fundamental de nuestra experiencia evolutiva. Por ejemplo, un/a niño/a con un par de añitos se acerca a una chimenea donde arde la leña en un día de invierno, y quiere agarrar las llamas para jugar con ellas porque son tan juguetonas y chispeantes que molan mucho, mientras sus padres/madres están poniendo la mesa o tendiendo la ropa. Si la criatura se quema, ¿de quién será la responsabilidad? ¿De un crío/a sin capacidad para atar cabos entre causas y efectos o de unos padres descuidados que no le han protegido ni cuidado, de la falta de atención hacia la criatura que no tiene experiencia para elegir entre divertirse y quemarse, o no quemarse y aburrirse? 

A ver de  qué causas y qué efectos estamos hablando, porque cuando los niños crecen con ellos también crece su capacidad para discernir y afrontar por sí mismos su día a día cuando ni papi ni mami estén presentes para orientarle, protegerlo, prohibirle o reprenderlo si se desmadra y se pone en riesgo sin considerar las consecuencias mucho más objetivas y concretas que abstractas y subjetivas. La casualidad no existe, más bien todo y nada es causal. Y eso se descubre si desde pequeños nuestra educación se basa en enseñarnos a observar para aprender a orientarnos más que en reñirnos y sermonearnos para amaestrarnos con la obediencia ciega a nuestros mayores, que tantas veces  están mucho más desorientados y cegatos que l@s niñ@s. 

La sociedad española pedagógicamente es deplorable, está basada en el sermón, en la ragañina o en el orgullo del perfeccionismo machote, que más que perfección es neurosis competitiva y desafiante, entre premio y castigo, buenos y malos; está claro que de ahí se pasa con toda normalidad a un sistema de división y enfrentamiento constante, que se genera en lugar de un sistema capaz de discernir, comprender y evaluar sin alabanzas ni humillaciones, que haga posible la normalidad del bien común y no la neurosis sociópata de una colectividad para el psiquiatra, que es, sin duda nuestro nivel. 

Yo misma me quedé de piedra hace años cuando en Alemania, y en la guardería a la que iba a recoger a mi nieta Laura, descubrí que el jardín de la kita daba directamente a una gran avenida que rodea el centro de la ciudad, por la que desfila constantemente una avalancha de coches a toda velocidad y de la que la separa un seto y un caminito paralelo al recreo de los chiquillos, con una puerta de acceso sin llave ni nada, con un cerrojillo que cualquier criatura puede abrir sin ningún impedimento. Cuando lo comenté, los profesores, Heike y Helmut, se echaron a reir y me dijeron:"No te preocupes, ellas y ellos ya saben que los coches matan de muchas maneras, por eso no se les ocurre salir, no son tontos, ya ven lo que hay cuando cruzan los semáforos para llegar hasta aquí." Lo mismo que nadie les dice como organizar sus taquillas y colocar sus zapatos cuando llegan por la mañana, solo ven como está todo y así aprenden sin que nadie les diga ni mú. Y con una alegría, una libertad y un buen rollo increíble, ningunx llora ni echa de menos su casa, cuando los dejan en la kita. Porque su casa es todo lugar al que llegan y se adaptan con un respeto natural que sale de dentro si no se interfiere invadiendo la sensibilidad y el alma de los niñ@s con nuestros esquemas heredados, más de enjaular, y amaestrar que de convivir y desarrollarse sencillamente, sin tanto miedo y tantos tiquismiquis, que luego derivan en marujismos, mieditis e irresponsabilidad confundida con "prudencia" fatalmente entendida.

Una cosa es la empatía, la compasión, la sensibilidad social,la ternura, el apoyo mutuo que son imprescindibles para humanizarnos y otra, la irresponsabilidad y la discapacidad para asumir la propia capacidad de elección con todas sus consecuencias, hasta convertirnos individual y colectivamente en un marrón para el resto de la comunidad en que vivimos y coexistimos. 

¡Por supuesto que los desahucios son un grave problema social y no solo individual! El derecho a la vivienda es irrevocable y a quienes lo vulneran echando a la calle a familias y personas solas y sin recursos, deben considerarse, ya con urgencia, culpables de una grave infracción delictiva que ya debería estar  penalizada por las leyes. Ayudar y atender a los desahuciados, refugiados, migrantes, como a los mendigos, a las maltratadas y maltratados, es igualmente, y por supuesto una obligación moral y social, si es que de verdad queremos que este mundo deje de ser el vertedero deshumanizado en el que se ha convertido, tacita a tacita, pasito a paso...de la oca, claro. 

Pero al mismo tiempo el estado y la sociedad deben crear, precisamente, por respeto, dignidad y cariño, las condiciones necesarias para que el acoger ayude a mejorar y a crecer por dentro como por fuera, y que la miseria hecha costumbre y "normalidad" no se enquiste y "normalice" en el descuido y la marginación de los más vulnerables, que también deben aprender a desarrollar su autoestima, a superar el complejo de precario forzoso,  y a no conformarse con un eterno estado miserable de fragilidad y dependencia. 

No debemos confundir ser frágiles y vulnerables con ser irresponsables, ni ser sensibles con ser cómplices de la cutrez pedagógica en la que la misma miseria se gesta y se retroalimenta. Un ejemplo más: una persona alcohólica o drogadicta, maltratadora e irresponsable total, que se considera con todo el derecho a beber sin tregua y a drogarse en cuanto puede agrediendo a su familia, y  no acepta un tratamiento ni terapia para abandonar sus hábitos demoledores. Su irresponsabilidad le lleva a buscar cómplices en igualdad de condiciones y a empeorar su propia vida y a convertir en un infierno la de quienes le rodean.

 Otra persona es obesa, diabética, con problemas circulatorios graves y se alimenta de helados, dulces y chocolate, cada dos por tres la ingresan en urgencias, y en cuanto sale vuelve a las andadas. Rechaza curarse, porque su  adicción la domina o el fumador compulsivo que con un cáncer de pulmón sigue fumando como un carretero encima de su familia, que no fuma y carga con su enfermedad que se ha convertido en la enfermedad de todos. 

Justo, en esos casos, la verdadera compasión no es hacer la vista gorda ni amargarle la existencia con desprecio y rabia contenida, sino hacerle comprender que su derecho a joderse la vida incluye el deber de su entorno a no ser su cómplice y a frenarle en su autodestrucción, negándose a seguir su juego "por lástima".  Precisamente en Proyecto Hombre, es el método inicial que se recomienda a las familias y al entorno de los drogadictos para hacerles tomar conciencia de su estado de autodemolición, que tiene consecuencias igualmente  graves para quienes le quieren, le cuidan y le soportan. 

Hacerse responsable de que si tiras una piedra  hacia lo alto de tu propia cabeza. esa piedra te acaba cayendo encima, no es un juego, es el efecto de una causa real, no imaginaria, ni una escenita de serie televisiva.  Si te tiras desde un ático a la calle, ya sabes lo que te sucederá. Si odias no esperes amor, porque aunque lo recibas ni lo notarás. Si mientes no aspires a encontrar nada verdadero, porque aunque lo encuentres no lo reconocerás. Si vives en el egocentrismo no aspires a la generosidad, porque ni siquiera la distingues de tus propios montajes. No aspires a ser justo ni a administrar justicia si en realidad usas y manipulas las leyes para justificar el delito propio o ajeno, convencido de que es lo "legal", que refuerza las propias  trapisondas en las vivimos inmersos habitualmente sin que te/nos cosques/cosquemos. 

No olvidemos que el humor es una de las más eficaces medicinas del alma, del cuerpo y de la mente. Pero, porfis, no lo empleemos como trampantojo de lo que no queremos ver en nosotras mismas. Qué ocurrencia tan  fuck, Quique Peinado,  es tener que recurrir a los más bajos fondos del lenguaje -aunque nos asista el derecho de la libertad de expresión, of course-,  para rematar una comida reflexiva tan maja con un postre de género semántico tan pringosillo, no?  Y que, para más inri, ni viene a cuento. Ufffff...

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