Pues sí, ahora la Plaça ès nostra. Una nueva conciencia limpia y civilizada ha hecho el milagro. Comenzó en 2015 con un pacto: el del El Botànic, y ahí sigue in crescendo y con buenos frutos comprobados en la cosecha. Si València tras veinticuatro años de barbarie aclimatada y empoderada como normalidad pepera, ha podido quitarse el muerto de encima y conseguir este nivel, el resto de comunidades autónomas también puede hacerlo. La fórmula no es tan complicada como la de la ruina, es tan fácil como ser decentes y transparentes, y que el bien común sea el objetivo de los gestores institucionales como de la ciudadanía. No hay problema que no tenga solución si existe la voluntad colectiva y la conciencia suficiente para encontrarla juntos. No solo es un gustazo y un alegrón tener una ciudad y un territorio cada vez más habitable y ecológico, si no también la alegría de poder abrir las puertas y decir a los refugiados: vingau, germans sense patria perduts i amenazats, perqué la nostra ciutat ès el vostre refugi...El estado de ánimo que produce la fraternidad y la generosidad tiene muchísimo que ver con la salud, con la prosperidad y con el bienestar social. No hay que esperar ser ricos para ser generosos, si no somos generosos jamás tendremos riqueza alguna que valga la pena, que nos llene y nos dé felicidad de la que no se acaba cuando se termina el baile...El baile de la conciencia es una eterna danza sufi que nunca se acaba.
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