Lo que ocurrió ayer en la Comunidad de Madrid fue una vergüenza, un desastre de comunicación sin precedentes y una imprudencia pública superlativa. Ya conocen los detalles. El viceconsejero de Sanidad anunció que se iban a confinar algunas zonas o barrios sin decir cuáles. A partir de este fin de semana, la noticia provocó un terremoto con efectos múltiples. Para empezar, dejó estupefacta a la presidenta y Ayuso, que en ese momento presidía su Consejo de Gobierno, en el que se estaba tratando el tema sin que se hubiera llegado a un acuerdo ni se hubiera tomado una decisión.
La jaula de grillos, que es el gobierno de la Comunidad, batía sus récords de caos y descoordinación en la materia más delicada que cabe imaginar. Y al mismo tiempo, en las calles el desconcierto impactaba en todos los barrios del sur. ¿Cuál sería en comunicado? ¿Cuál no? Era la gran pregunta.
Con todos sus efectos derivados y con el agravante que ya padecimos en marzo, cuando se anunció el estado de alarma y se aplazó unos días su ejecución. Como entonces, se inició de inmediato una desbandada desordenada como la que tanto contribuyó a la propagación del virus. Anoche Madrid era un ir y venir de traslados, por si acaso, y de preguntas sin respuesta. ¿Qué pasa con los que trabajan fuera del barrio y con los coles y con los niños?
Lo ocurrido ayer es tan grave que merecería ya una moción de censura, sino el reconocimiento por parte del propio Gobierno de que no vale para esto y que los habitantes de Madrid no nos merecemos el castigo de su incompetencia supina. En todo caso, si los confinamientos llegan, tengo mucha curiosidad por saber si los voceros ultra del tripartito de Colón los califican de arresto domiciliario como antes hicieron, y si hay caceroladas en el barrio de Salamanca.
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