Las otras víctimas de un drama sin épica: niños que sobrevivieron a la patera
Medio millar de menores han llegado en los últimos doce meses a
Canarias en patera sin un adulto que cuide de ellos y algunos más, los
más pequeños, lo han hecho en brazos de sus madres. Han sobrevivido a
travesías marítimas por una de las rutas migratorias más peligrosas del
mundo, que tienen poco de épicas, pero que muchos niños normalizan ya
como una obligación.
Las últimas cifras quincenales publicadas por el Ministerio del
Interior sobre el flujo de inmigrantes a España por las distintas rutas
muestran que el tránsito por el estrecho de Gibraltar y el Mar de
Alborán sigue cayendo a la mitad, mientras que a Canarias han llegado
3.933 personas en 136 pateras, siete veces más que en 2019. En estos
momentos, la cuenta oficiosa rebasa ya los 5.000.
En realidad, la mayoría no "ha llegado", ha sido rescatado en el
océano, a veces a más de 200 kilómetros de las islas. En ese instante,
en la boca de casi todos emerge un "¡Boza!", el grito de alegría, o
alivio, según se mire, con que los inmigrantes africanos y sus familias
suelen celebrar que la patera está en tierra.
Es 31 de agosto. Son días funestos. En el ánimo de todos flota
que en apenas tres semanas 127 personas han muerto intentando llegar a
Canarias y la imagen del cayuco encontrado a la deriva en alta mar con
todos sus ocupantes muertos, 15, ha sido toda una sacudida. Porque casi
nadie ignora que los cayucos no suelen ir tan ligeros de pasaje, suelen
embarcar a 40, 50, 70 personas... a veces más.
Dos hermanos, dos supervivientes
- ¿Por qué has hecho el viaje, Mussa?
El niño tiene nueve años, es de Mali. Está sentado con su
hermano, también menor, y otro chico de su edad en un centro de acogida
de Gran Canaria. Tiene ya cierta confianza con el pediatra que desde
hace días viene a curarle una úlcera en un pie, fruto de haberlo
mantenido pegado durante días a la madera del cayuco sin cambiar de
posición.
No es ninguna broma, si se hubiera infectado con la mezcla de
gasolina, basura y heces que se acumula en el fondo de las barcas
durante la travesía podría haber acabado en amputación. "Pie de patera",
se llama en la literatura médica.
- Porque me lo dijo mi padre, en mi familia no tenemos nada.
- Mucha gente muere, es peligroso. ¿Lo sabes?
- ¡Pero nadie murió en nuestro cayuco! -responden los tres niños al unísono, con una sonrisa en el rostro.
La conversación es real, la relata un pediatra del Servicio
Canario de la Salud que desde marzo atiende a los niños de las pateras,
Abián Montesdeoca, que solo ha alterado el nombre del niño.
"Cuando ves que llegan a ese estado de normalización, se te
hiela la sangre. Todos somos conscientes de la realidad que tenemos a
200 kilómetros escasos de nosotros, pero testimonios así te horrorizan",
confiesa Montesdeoca, un médico con experiencia en cooperación en
África que, en realidad, empezó a tratar con las pateras porque está en
un equipo de prevención domiciliaria de la COVID-19.
Una red de acogida sobrepasada
Los niños que llegan solos rápidamente son derivados a centros
bajo la tutela del Gobierno de Canarias. Los que vienen con sus madres
permanecen con ellas, relata, pero se les hace pasar por una experiencia
terrible: dormir en el suelo con decenas o cientos de adultos. Antes,
en una nave del puerto de Las Palmas de Gran Canaria; ahora, en tiendas
de campaña en el muelle de Arguineguín.
"Es inhumano", sentencia Evelyn Fernández, médico de familia del
mismo equipo domiciliario de COVID, que brega más con los adolescentes.
"Están durante días en lugares donde no hay duchas, hay solo baños
químicos. No tienen siquiera elementos de higiene personal como un
cepillo de dientes, ropa limpia... duermen en camastros o sobre
esterillas, al lado de la basura y los baños".
¿Por qué se ha llegado a esta situación? La respuesta implica
varios factores y a administraciones con competencias cruzadas. En el
caso de los menores no hay duda: su tutela corresponde al Gobierno de
Canarias, que casi cada semana habilita nuevos espacios, pero la demanda
no deja de crecer: Si hace solo un año, en agosto de 2019, tenía a 328
menores extranjeros no acompañados en acogimiento residencial, a
principios de esta semana se ocupaba de 727.
"En Canarias se asiste a un desbordamiento relevante de todas
las administraciones implicadas en la atención a menores inmigrantes;
aún así, se ha conseguido solventar esta llegada masiva, a pesar de la
situación de emergencia", asegura Iratxe Serrano, directora general de
Protección a la Infancia del Gobierno canario.
"La red de hogares de protección dependientes de los cabildos ya se ha saturado", añade.
El niño triste de la noche de Reyes
Es difícil saber lo que pasa por la cabeza de un niño tras
sobrevivir a una travesía en océano abierto, con olas de hasta cinco
metros, hacinado en embarcaciones precarias, inmóvil durante días.
María Afonso es una de las voluntarias de Cruz Roja que desde
años se ocupa de ellos según desembarcan en el muelle de Arguineguín.
Los más chiquititos suelen llegar bien, explica, porque las madres y sus
compañeros de patera los cuidan, los acunan y arropan... A veces bajan a
tierra embutidos en tantas prendas, que parece que han desembarcado en
los Pirineos, no en Canarias.
"Y al poco de que les des algo de té, algo de leche, una
galleta, los ves corriendo por el muelle. ¡Más de una vez tenemos que ir
de detrás de ellos para que no se caigan al agua! Yo me he visto con
dos o tres críos agarrados, cogidos para que no se escapen", explica.
Esa es la cara de esta historia, porque cuando el protagonista
es algo más mayor, enseguida se notan las secuelas. La cruz.
5 de enero de 2020 en Arguineguín. Desde el pueblo llega al
muelle la algarabía de la Noche de Reyes mientras la Salvamar Menkalinan
desembarca a los 60 ocupantes de una patera. Está oscuro y nadie
sonríe. Afonso intenta ganarse a uno de ellos, un niño.
- Hola, ¿cómo te llamas? Comment tu t'apelles?
- Je parle espagnol, uno, dos, tres, cuatro...
- Soy Mari
- Cinco, seis, siete...
La voluntaria de la Cruz Roja no consigue sacarle una palabra más. El pequeño se aparta un poco, se sienta y llora. "Yo no sabía aún que venía un cadáver en la patera. Cuando me lo contaron, ¡Dios mío! ¡Qué ironía!, en la otra punta del muelle estaban con los villancicos y el niñito me miraba y se echaba a llorar", recuerda.
¿Qué pasa por la cabeza de un niño en un momento así? "Para la gran mayoría de ellos, es traumático recordarlo. Cuando llevan aquí algunas semanas, meses quizás, empiezan a soltarse, a contar, a tener fuerzas para recordar. Pero sigue siendo difícil que te hablen de las penurias del viaje", dice Abián Montesdeoca.
Es probable que a esas alturas hayan comenzado a comprender que
en esta historia los niños también mueren. Como Kanaté Suleymán, de doce
años, al que separaron de su madre y su hermana en la misma playa el
pasado 18 de diciembre justo en el momento del embarque y subieron a una
patera que nunca llegó. O como la bebé Sahe Sephora Penielle, de un
año, que se ahogó el 16 de mayo de 2019 en el sur de Gran Canaria, a
metros de la orilla, tras deslizarse del pañuelo con que la transportaba
su madre en una patera que acababa de volcar.
La segunda oportunidad de Masse
Como el niño triste de la noche de Reyes, Masse llegó a
Arguineguín en una Salvamar. En la suya era todo alegría, 27 jóvenes
africanos y tres pequeños entraban en la dársena cantando, bendiciendo
su suerte, aunque llegaran a un país que ya estaba en estado de alarma,
en confinamiento severo. Era el 30 de marzo.
La historia de Masse dio la vuelta al mundo, porque esa niña
marfileña de coletitas a la que echaban diez años, como mucho, había
llegado sola en la patera. Nadie sabe cómo se subió a la barca. No había
familiares con ella, ni amigos, ni conocidos siquiera.
Masse contaba poco más que su nombre. Solo que su madre había
muerto y que su padre vivía en Francia. No se movía de ahí.
"No le arrancabas más que je ne sais pas. Así estuvo
más de un mes, hasta que empezó a coger confianza y fue soltando
cositas". La historia de Masse la relata Victoria Rodríguez, que desde
entonces tiene a la niña en acogida, junto con otras dos pequeñas
españolas.
Como a los hermanos que hablaron con el pediatra, a Masse la
envió a la patera su familia. La niña vivía en Costa de Marfil, hasta
que alguien mandó dinero para que fuera a Europa, ella cree que fue su
padre. Con ese encargo, un hombre la acompañó "a Marruecos", donde
estuvo un tiempo con una familia que la maltrataba y que le echaba en
cara que "comía mucho". Una noche, la subieron a una patera.
"Habla mucho de lo que pasó, de Costa de Marfil, de los cuatro días que estuvo en la patera. En realidad no sabe cuántos días fueron, pero sí recuerda que veía cómo el agua pasaba por encima de ellos y que se escondía debajo de una manta", relata Rodríguez.
La pareja que acoge a Masse en Gran Canaria como a una hija comprendió en ese momento las escenas que vivieron al principio: "Dormía toda tapada, la cara y todo. Y las primeras semanas tenía la mente ida, se quedaba pensando. ¿Qué tendrá esta niña en su cabecita? ¡Lo que habrá pasado! Me decía yo. Y ella me insistía en que solo quería que su abuela supiera que estaba viva".
Pero no contaba nada. A la niña la habían aleccionado para que
no soltara prenda, no fuera que la enviaran de vuelta, acabó averiguando
Victoria, tras ganarse su confianza a base de cariño y confidencias.
- Yo tenía que haber ido a Francia en avión, pero me metieron en el barco. Pasé algo de miedo, poquito. Las olas pasaban por encima. Casi no había comida, otra niña y yo nos escondíamos en el barco.
El 15 de septiembre será un día grande para Masse. Empieza el colegio. Ya se maneja bien en español, ha aprendido a leer, a escribir y a sumar. Hasta se sabe el ciclo del agua gracias a los programas educativos de los días del confinamiento en casa. Ahora es una niña pizpireta que se pinta los labios, presume de trenzas y suelta de cuando en cuando un "o sea", aunque no se aparte de sus juguetes.
"En el fondo, Masse es una viejita", se ríe Victoria.
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