Geopolítica del distanciamiento
Aunque no todo, ni siquiera lo fundamental que caracteriza el tiempo excepcional de una pandemia, llega para quedarse, hay algunas cosas que sí lo hacen, pero sobre todo, se aceleran y culminan procesos emergentes que venían desarrollándose con el nuevo siglo. En particular, el distanciamiento social y su sucedáneo digital, el pulso bipolar y la crisis de la globalización financiera de consumo y sus consiguientes lacras sociales.
Hace un siglo, la mal llamada gripe española, al final de la gran guerra, y más tarde junto con la Segunda Guerra Mundial, tuvo consecuencias dramáticas y trascendentales para buena parte de la humanidad y el Orden Mundial. Una pandemia, en dos oleadas sucesivas que provocaron más de 50 millones de muertos, en mayor medida entre los más jóvenes. La gripe española pasó oculta entre las grandes guerras, aunque después, nada volvió a ser igual. Se puso en marcha en los Estados más desarrollados la sanidad pública y más tarde el modelo de Estado social, cambiaron las grandes potencias, las fronteras y se ensanchó el mundo con la incorporación a la historia de nuevos continentes, cambiaron también las relaciones exteriores y surgió la sociedad de Naciones y más tarde la ONU. Se trataba de un proceso de cambio que venía fraguandose desde años antes, pero la pandemia y las dos guerras mundiales ejercieron un papel de catalizador.
En esto llegó en Wuhan, la pandemia de la COVID-19. Pero antes, con el nuevo siglo, aparecieron los signos de los nuevos cambios en la crisis y el estancamiento económico, el terrorismo global, el emerger de China como gran potencia y las nuevas pandemias del SARS, el MERS, la gripe A y el Ébola. Los heraldos de la gran pandemia que luego habría de venir: las amenazas letales ignoradas, entre la complacencia y la incredulidad. Hoy, cuando todavía estamos en plena pandemia de la COVID-19, y aunque no sabemos por cuánto tiempo nos acompañará, ya se aceleran también algunos de los principales procesos en transformación: Ni la sanidad ni la industria y sus las cadenas de suministros, ni la investigación y la gobernanza de la salud pública, ni tampoco la política, la globalización y el orden mundial serán pronto los mismos que conocemos. Otra vez, hemos asistido con desconcierto a la ruptura y colapso de la cadena de suministros sanitarios en una pandemia, luego a la ayuda china como amago de compensación y ahora al actual pulso comercial y geopolítico por la investigación y comercialización de la nueva vacuna frente a la COVID-19 como símbolo de la dialéctica entre continuismo y reordenación.
Así, la actual globalización del hiperconsumo digital se ha visto ya profundamente afectada, aunque es verdad que de forma contradictoria. La conversión de la zoonosis en infección humana del sars_cov2 surge de nuevo de la urbanización salvaje y la alimentación intensiva. Más tarde, la enorme transmisibilidad del virus, así como la ruptura de las cadenas de comercialización de productos sanitarios, aparecen asociadas a la hiperglobalización de la industria, de los transportes y del turismo de masas. Surge ahora, como respuesta, un nuevo impulso de repliegue hacia la relocalización de la industria y la alimentación, el consumo responsable y la sostenibilidad. Entre una globalización limitada solo de circunstancias y una globalización conscientemente ordenada y en red, compartida con los Estados, las naciones, las ciudades y las comunidades. Quién sabe.
Más tarde, y a consecuencia el largo periodo de contención y confinamiento, se evidencian y amplían la precariedad laboral, la pobreza y la polarización de la desigualdad que ha caracterizado este siglo. En la llamada sociedad líquida, éstas incluso se han agravado con la exclusión del consumo de una parte cada vez más amplia de la población, imposibilitada para un proyecto de vida y de identidad colectiva. Del precariado a los sectores tratados como residuos prescindibles. Sin embargo, con la experiencia de la pandemia, la norma neoliberal del desmantelamiento y la privatización del estado de bienestar, bien pudiera dar paso a un nuevo modelo público de protección social y de tutela. Con un sistema sanitario reorientado, entre el retorno a lo comunitario y la gobernanza global de salud publica. Con la reconsideración asimismo de las residencias de ancianos como mero negocio y el desarrollo de los ingresos mínimos vitales como primer paso de una futura renta de ciudadanía, aún por definir.
También, como constantes de esta coyuntura pandémica, que ha pasado del miedo y la incertidumbre, aparecen el distanciamiento físico, la relación telemática y la sociofobia. Unas medidas de distanciamiento que provocan desde la melancolía de la socialización a la desconfianza. Una forma pandémica de relación social, de enseñanza y de medicina telemática entendidas como último recurso, pero para nada como sustitutivas. En definitiva, el impulso del cambio digital aparece ahora como recurso complementario e íntimamente unido a las reticencias sobre el control telemático, la añoranza de lo presencial y de la recuperación de la relación social.
Por otra parte, la gestión del riesgo y los brotes en la actual pandemia ha impulsado aún más si cabe un modelo político de soberanía y de gobierno compartidos para hacer frente a la incertidumbre y la complejidad. En consecuencia, el populismo y el autoritarismo como recientes refugios identitarios en época de crisis han entrado a su vez en crisis, en buena parte por su identificación con el fracaso del negacionismo de la inmunidad de rebaño. Podemos decir con satisfacción que la xenofobia y el racismo, aunque de forma parcial, han retrocedido. El miedo y la crisis de la democracia finalmente no han dado alas al neofascismo, sino a la aspiración a la seguridad pública y la protección social, aunque siga siendo una incógnita su modelo de gobierno futuro.
En el ámbito de las relaciones internacionales, hemos pasado aceleradamente del tiempo del espejismo del multilateralismo, propio de los inicios del siglo XXI, a la escalada de una nueva guerra fría comercial y tecnológica, con un gran vacío de liderazgo global, por el abandono endogámico de los EEUU y la incapacidad de la China autoritaria para convertirse en un modelo de sociedad exportable. La expectativa de una convergencia de sistema, representada en Hong Kong, parece haber quedado por lo pronto descartada. Tampoco las alianzas de las potencias intermedias parecen, hoy por hoy, ninguna alternativa, a lo que se suma a su vez la crisis de los organismos de integración regional. Muy al contrario, las nuevas potencias locales parecen abocadas a competir entre sí por sus respectivas áreas de influencia.
Ya veníamos de la debilidad de la Organización de Naciones Unidas para la gobernanza en hacer avanzar los objetivos estratégicos del milenio y la lucha contra el cambio climático. Ahora, con la pandemia, se profundiza aún más la crisis de los organismos internacionales. Y en marco del desorden y la falta de liderazgo, nos encontramos entre la debilidad de la OMS, la ofensiva en su contra de los EEUU y la cada vez más necesaria gobernanza global en materias como la lucha contra la pobreza, la salud publica o el freno al cambio climático. La incógnita estará también en el futuro diseño de los organismos internacionales.
De otro lado, la Unión Europea que sigue siendo incapaz de dar salida a sus problemas del brexit, los refugiados, el 5G y las relaciones con Rusia, se encuentra ahora situada además en una encrucijada. Ha ido en un movimiento de acordeón del nacionalismo de las fronteras y los recursos sanitarios al plan Marshall del actual fondo de reconstrucción. También nos enfrentamos al reto de la recuperación de la política industrial y de la investigación europeas. A la oportunidad de un nuevo contrato social y un modelo propio de humanización digital. Una Europa que se encuentra a medio camino entre la intergubernamentalidad y el federalismo. En definitiva se mantiene la incógnita del papel de Europa como referencia del denominado poder blando y como consecuencia de la posibilidad de un tercer polo de fuerzas internacionales.
Por tanto, ante las amenazas de las pandemias, del cambio climático y de la guerra global, podemos volver al continuismo del desorden internacional y la nueva guerra fría, al retorno del pulso bipolar comercial y tecnológico. En definitiva, a la antigua normalidad de una globalización descontrolada. Existe, sin embargo, una alternativa, la de una nueva normalidad como rectificación del capitalismo financiero y la hiperglobalización, la de una globalización regulada, humanizada y sostenible y de un nuevo multilateralismo. Una nueva geopolítica para después de la pandemia.
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