Cantaban Los Panchos aquello de que “la distancia es el olvido”, pero o los tiempos han cambiado mucho o la distancia tiene que ser mayor de 391,6 kilómetros o, sencillamente, la fórmula que sugiere el descomunal bolero no funciona siempre y en todo lugar. Por lo menos a mí, que llevo una semana en Pamplona, no me ha servido y sigo sin poder apartar de mi cabeza el listado de calamidades que me esperan mañana cuando regrese a la capital.
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Nunca se me habría ocurrido pensar que las desdichas que me aguardan serían unas u otras dependiendo del barrio o del pueblo en el que viva, pero parece que en esas andamos enfangados. Ya puestos no habría estado de más que el Gobierno de Díaz Ayuso hubiera contratado a la empresa de algún amiguete para desplegar un ejército de jóvenes en paro por las carreteras de la región con el objeto de informar a los que vamos llegando de cuáles son las restricciones a las que nos enfrentamos. “Buenas”, diría el joven. “Buenas”, contestaría yo después de bajar la ventanilla del coche. “¿Ustedes donde viven?”, me inquiriría el operario del chaleco reflectante. “En Ciudad Lineal”, le informaría. “Uuyyy. Pues esa zona está fatal. Mire, mejor le entrego este folleto donde vienen detalladas las cosas que pueden y que no pueden hacer y así ahorramos tiempo. Si tuviera que informarle de todo a viva voz no acabaríamos nunca y provocaríamos un atasco monumental”, me explicaría el falso autónomo. “Vale”, le contestaría antes de retomar la marcha, “pero es que mi sobrina, que reside en La Moraleja, también viene con nosotros”. “Hola”, diría la hija de mi hermano desde el asiento de atrás. “Hola”, contestaría solícito el muchacho. “¿Ella también tiene que leerse el folleto?”, insistiría el que suscribe con el tríptico en la mano. “No. Si vive en La Moraleja con que en su casa vigilen las pintorescas costumbres de los empleados del servicio doméstico será suficiente”. “Estupendo. Pues muchas gracias por todo y buenas noches”, se despediría mi menda antes de pisar el embrague y meter primera”. “Buenas noches”, haría lo propio mi interlocutor agitando su mano diestra desde el espejo de mi retrovisor. “Y que disfruten de su estancia entre nosotros”, alzaría la voz en el último momento. “¿Cómo?", frenaría yo en seco. “Nos han dicho que se lo digamos a todo el mundo. Si no, no nos pagan las horas extra”, remataría el diligente zagal ante mi atónita mirada.
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En un tiempo donde todo el mundo apunta a todo el mundo con mirada de “recluta patoso” y una metralleta de titulares de periódico entre las manos convendría recordar que los primeros responsables de que la Comunidad de Madrid se encuentre al borde del colapso son aquellos 714.718 ciudadanos que decidieron depositar su confianza en Díaz Ayuso, candidata del Partido Popular en las últimas elecciones autonómicas y antes asistenta del perro de Esperanza Aguirre. Y tampoco sería oportuno olvidar que esto no viene de nuevas y que durante los últimos 24 años los Gallardón, Aguirre, González o Cifuentes --y sus respectivas bandas de batracios-- no dejaron escapar ocasión para hacernos saber que lo que querían era nuestra pasta y que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para birlárnosla.
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Y cuando digo cualquier cosa me refiero a bajar los impuestos a los ricos, amañar concursos, montar la Gürtell, privatizar la educación y la sanidad pública, desmantelar Telemadrid, organizar chanchullos en América Latina a costa del Canal --no del de Panamá, sino del de Isabel II-- repartirse el pastel con los colegas, contratar volquetes de putas, comprar títulos universitarios como si estuvieran dándose un voltio por la Ribera de Curtidores cualquier mañana de domingo o vaya usted a saber qué tropelías más. Y claro, cuando después de semejante carnaval hay quien sigue confiando su representación política a la heredera del ‘trile de la gaviota’, que en vez de cerebro tiene una alpargata, pues que les voy a contar.
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Llegados a estas alturas de la película habrá algún optimista que piense: “Bueno, pero se supone que habremos aprendido algo”. Pues parece que va ser que no. Según una encuesta realizada por MadriData para Telemadrid y publicada el pasado 2 de agosto, la candidatura de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid y líder del PP en el Parlamento regional sería la más votada con el 31,9% de los votos. “¿Y la moción de censura? ¿Qué pasa con la moción de censura, eh?”, podría preguntar el posibilista de turno.
En mi opinión, que tiene el valor que cada uno quiera darle, las mociones de censura son como las huelgas generales; esto es, que solo se convocan para ganarlas. Pensar en el delirante espectáculo de la presidenta regional respondiendo durante horas a las críticas de la oposición con sus necias conjuras me revuelve las tripas y me estrangula el píloro.
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Así que me temo que lo que toca ahora es echarse a la calle cuando los de las mareas lo reclamen y recordar al tipo que protesta en la cola del paro, o en la del centro de salud del barrio, o en la de la farmacia de guardia que para evitar este tipo de situaciones delirantes lo primero es no votar a la Ayuso.
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“Con doble P. ¿Quién es más responsable, el que roba o el que se deja robar?”… “Pasapalabra”.
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