miércoles, 30 de septiembre de 2020

Gracias, Isaac Rosa, es el facsímil clavaíto: el atraco como negocio bancario a costa del presupuesto del estado por una parte y de la ruina de los pequeños inversores por otra, o sea del dinero privado. Les salió de cine, de cine negro, of course; el guión lo podría haber escrito Al Capone. ¡Qué momentazo!


¿Qué es un atraco a un banco comparado con fundar uno y sacarlo a Bolsa?

Pongamos que 34 ladrones entran a pleno día en una oficina bancaria para dar el gran golpe. ¿Recuerdan aquella película, Le llaman Bodhi, donde los atracadores se disfrazan con caretas de ex presidentes norteamericanos? Pues los asaltantes de nuestra historia llevan caretas de ex ministros y ex representantes políticos cuando entran en la sucursal y revientan la caja fuerte a golpe de palanca. Llenan varios sacos con millones y salen corriendo mientras suena la alarma, sin que empleados y clientes puedan impedirlo.

Pero los acaban atrapando, gracias a varios ciudadanos que los zancadillean y los sujetan hasta que llega la policía. El día del juicio, la banda de atracadores dice en su defensa que el atraco fue autorizado nada menos que por el Banco de España y las autoridades financieras, que hicieron la vista gorda. Aún más: aseguran que esas mismas autoridades les animaron a dar el golpe, y hasta colaboraron distrayendo a empleados y clientes mientras cometían el robo.

El atraco está ahí, se ha cometido, es indudable pues han desaparecido varios miles de millones, hay testigos y ha quedado todo registrado por las cámaras de seguridad. Pero los atracadores son absueltos. Hay atraco, pero no hay atracadores. Según los jueces, el robo fue respaldado, aprobado e "intensamente supervisado con éxito por las autoridades económicas y financieras". Además, los atracadores repartieron a empleados y clientes un folleto donde más o menos se podía entender entre líneas que aquello era un atraco, sin que nadie opusiese resistencia. Es más: el cabecilla tocó una campana para avisar de su acción.

No, ya sé que Rodrigo Rato y los otros 33 absueltos del caso Bankia no atracaron ningún banco, ni reventaron la caja fuerte con una palanca. Hicieron algo mejor, algo más sofisticado y por tanto más impune: fundaron un banco. Y luego lo sacaron a Bolsa. Es decir, siguieron al pie de la letra el famoso lamento de Mackie Cuchillo en La opera de cuatro cuartos de Brecht: "¿Qué es una ganzúa comparada con un título cambiario? ¿Qué es un palanquetazo a un banco comparado con la fundación de un banco?"

La sentencia del caso Bankia, que absuelve a los estafadores quedando demostrada la estafa, está a la altura de la corta e intensa historia del calamitoso banco que surgió del proceso de fusiones bancarias hace una década. Bankia ha sido grande en todo: la mayor operación político-financiera, el mayor pinchazo bursátil, el mayor engaño contable, la mayor estafa a los accionistas y a los ciudadanos, el mayor hundimiento de una entidad financiera, el mayor rescate bancario, la mayor sombra corrupta –pues Bankia aparece directa o colateralmente en decenas de sumarios de corrupción política, económica o financiera–, el mayor juicio a todo un consejo de administración, el mayor dinero perdido para el contribuyente, y ahora por fin uno de los mayores escándalos judiciales recientes: hay atraco, hay atracados, pero los atracadores y sus compinches que los supervisaron y autorizaron quedan impunes.

Como diría Mackie Cuchillo: "es el mercado, amigo. Es la justicia, amigo".


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