martes, 2 de junio de 2015

A vueltas con lo del himno

Me pregunto qué métodos y herramientas legales tiene la ciudadanía para mostrar su descontento y su desacuerdo con quienes están al ordeno y mando de las instituciones del Estado, con el poder de ignorar, desoír e incluso penalizar las exigencias justas que se demandan a los organismos o encargados correspondientes. Y me respondo que sólo le quedan la desobediencia pacífica civil y las manifestaciones públicas de rechazo, también pacíficas, pero no inertes, que se han dado en llamar escraches. No se trata en absoluto de falta de respeto, sino de reprobación y denuncia ante una verdadera falta de respeto constante y ya institucionalizada, hacia los ciudadanos y de abusos y atropellos flagrantes que tantas veces son delitos amparados en una legalidad sui generis moralmente ilícita y política y socialmente ilegítima.

El himno de un país es un símbolo, como lo es la bandera o el Jefe de Estado, en casos como la monarquía constitucional o la Presidencia de una República, con la diferencia de que el rey viene impuesto por una genética determinada y un apellido con poder vitalicio y hereditario, mientras el Presidente, en repúblicas democráticas, se elige y tiene mandatos limitados a un par de legislaturas, como mucho. Por simple salud, los cambios a mejor en la evolución son imprescindibles. Y España no ha cambiado su sistema de monarquías impuestas desde el Imperio Romano y los visigodos hasta aquí, con un régimen de reyes y validos clientelistas, con los tristes paréntesis de dos repúblicas fallidas estrepitosamente, estranguladas por la violencia, el meapilismo pusilánime, las oligocracias y sus miedos a perder el chollo, y la consecuencia del caos: dos dictaduras miserables en el siglo pasado con una guerra civil de por medio. 

Es cierto que hay países europeos en los que la Jefatura del Estado es una monarquía, pero también es cierto que esas monarquías no vienen del pasado ancestral, algunas de ellas proceden del siglo XIX, a excepción de la inglesa, que también pasó su catarsis y cambió el registro absolutista por el parlamentario, desde el episodio plebeyo de Cronwell. En las demás el rey o la reina, son simplemente los funcionarios que representan al Estado, hacen vida bastante normal, van en bici, salen a tomarse un café o dar un paseo como lo más normal y son muy discretos en sus gastos y francachelas, como en Noruega, Suecia, Dinamarca, Bélgica, Holanda o Luxemburgo. El resto de Europa, la mayoría, es republicana y cambia de presidente para sanear la política, con normalidad democrática que impide la permanencia excesiva en el cargo, con lo que se renueva y enriquece la vida política, la transparencia y la frescura  del Estado. Se impide el apolillamiento y se evitan los círculos de corrupción alrededor del trono, donde mandan por inercia los intereses de familia y de casta, que al no haber cambios de verdad, acaba derivando, como protocolo, en  una mafia de intereses mutuos, tipo : tú me apoyas como monarquía eterna y yo te protejo y te amparo en las opacidades oportunistas que tú acabas compartiendo conmigo. Y así nos aseguramos mutuamente un estatus de impunidad institucional del que nadie podrá despojarnos pase lo que pase. Excepto que haya una revolución, que a estas alturas a nadie se le ocurriría hacer, con lo ricamente que, gracias al consumismo capitalista salvaje, viven todos encadenados a las hipotecas y préstamos para poder sobrevivir o sobre-gastar, que ya lo uno equivale a lo otro. Y todos tan contentos.

Pero como la avaricia rompe el saco, el afán de rapiña se contagia  y la cosa se complica, llega un momento en que el derecho a consumir se restringe a la mayoría y se quiere volver a una dictadura económica de la minoría que divida otra vez la sociedad en amos y esclavos para facilitar el enjuague de siempre. En esa tierra temblorosa de nadie, entonces, se replantea el papel y la responsabilidad de los gobiernos, de las instituciones y la interpelación acerca del significado real de la soberanía popular. Esta vez no se trata de analfabetos y destripaterrones o esbirros bien pagados, esta vez son ciudadanos que han estudiado, se han especializado, licenciado y doctorado, para ser  reducidos a la emigración, al desempleo, a la precariedad y al exilio moral. La revolución, sin embargo, no será violenta, sino inteligente. Ya va con luz propia desde la plaza y la calle hasta los parlamentos, porque ya es el tiempo, como se cumple una gestación y nadie puede impedir el parto. La ciudadanía se ha hecho mayor de edad, pero la oligarquía inmadura y ciega, en su hipertrofia, se ha convertido en burbuja de sí misma, demostrando lo que  dice Antonio Machado: "no es un fruto maduro ni podrido, es un fruta vana de aquella España que pasó y no ha sido".

La realidad inevitable es justamente el catalizador y el tamiz donde se van quedando los sapos que no se pueden tragar. Y el más gordo y voluminoso  resulta ser el aparato del Estado que se nos presenta como ineficaz, cansado, incapaz de prever ni de regenerar y nos damos cuenta de que el error de siglos ha sido creer que el Estado era un ente independiente de la soberanía popular, lapsus secular que la oligocracia ha aprovechado para irlo privatizando y venderlo al mejor postor, cobrando la gestión por partida doble: del Estado y del comprador.
Ese mercadillo de indecencias está presidido y representado por la monarquía; eso explica por qué la Jefatura del Estado no ha movido un dedo para denunciar y reparar los daños y barbaridades de la crisis, dejando bien claro cuáles son sus intereses. ¿Por qué seguir gastando una millonada en premios "Princesa de Asturias", para dar bombo a una "marca España" ridícula,-¿qué credibilidad merece un país tan necio como el hidalgo del Lazarillo?-  cuando los ciudadanos se suicidan porque, una vez perdido el trabajo de la falsa prosperidad del cemento,  su familia se ha quedado sin casa por culpa de leyes estatales que permiten el expolio y, tras pagar impuestos por todo, a la hora de la desgracia no hay un Estado solidario que impida el abuso de la banca, que se ha llevado los fondos del rescate estatal, para ponerse sueldos de escándalo mientras desahucia o roba preferentes, gestionadas por los amigos y validos de la Corona y con la propia familia real sacando jugo sinónimo de lucro con falsas empresas de fraude a tutiplén? ¿Cómo se está educando la princesita de Asturias de espaldas a la realidad y de cara a su premio? ¿Sabe la princesita que miles de niños como ella sólo pueden comer una vez al día en el comedor del colegio que se cierra en vacaciones? ¿Sabe que muchos padres y madres no pueden comprar los libros ni el material escolar, mientras el dinero de todos se reparte en su Premio maravilloso para dar barniz a una máquina de putrefacción como es ese Estado en el que manda papá, aunque no gobierne, ni falta que le hace, para conseguirlo todo? ¿Sabe la princesita que desde antes de nacer ya estaba predestinada a ser reina aunque a ella de mayor le guste ser libre y médico, o taxista, o pintora, profe, traductora o aquitecta? ¿Sabe que ya le han extirpado al nacer sus derechos fundamentales al libre albedrío y a la libre elección? ¿Sabe que es un animal de lujo enjaulado y programado para ser inútil y parásita profesional, muy profesional, y muy preparada? 

Cuando se pitó al himno la otra tarde, se pitaba todo esto. No contra España ni siquiera contra la persona del rey, que es una marioneta del mismo embrollo que le hace emerger como señuelo de un sistema atroz, pero ya hecho costumbre. Se estaba denunciando toda la miseria disfrazada de oropel protocolario e hipócrita que no merece ser respetada, sino denunciada, y como las esferas del miedo se agazapan bajo la mesa de las instituciones, hay que recurrir a esos eventos ampulosos en que los gerifaltes se exhiben como pavos reales fuera de su gallinero, intentando usurpar una soberanía ortopédica que no encaja con la realidad que vive el resto de mortales no perjudicados por el mejunge de los apaños de altos vuelos y bajas vibraciones ontológicas. Sólo hay que recordar en la efeméride de hoy, el momentazo maravilloso en el que Madrid entero, el año pasado tal día como hoy, se volcó hasta desgañitarse de entusiasmo y fervor monárquico, por las calles, aclamando al nuevo figurín del catálogo coronable. Al fin y al cabo el protocolo sólo es el sucedáneo hortera de una elegancia y de una dignidad imposibles de emanar ni percibir siquiera el perfume de la realidad. Por eso sólo alcanza a quedarse en el sucedáneo de la realeza, que es como la copia descolorida de lo auténticamente real.

No fue un colocón entusiasta de nacionalismo, ni una ofensa a nadie, sólo el ego de los caciques se puede sentir ofendido porque se ha identificado, seguramente,  con una simbología que no representa nada más serio de lo que es la ciudadanía lacerada, humillada y harta...Esos silbidos fueron el respiradero de un Sí se puede colectivo y saturado de ornamentos artificiosos  y de indecencias vistosas hasta decir basta.


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