viernes, 26 de junio de 2015

Cuento, mucho cuento







Resultado de imagen de imágenes sobre la  escrituraTontolina Caloret llevaba toda la vida soñando con alcanzar un puesto relevante en la vida pública. No podía evitarlo, lo llevaba en los genes virtuales, porque en los otros arrastraba muy a su pesar, los de un buen médico de pueblo. Un abuelo al que no se parecía absolutamente en nada. Y del que abominaba porque hablaba ese dialecto mediterrráneo  y pueblerino, lleno de palatales y sílabas intensas, obertes y tancades, demasiado musicales para tomárselas en serio. El catalán.
 Tontolina había nacido, por encima de sus posibilidades, en otro continente y seguramente por ello, se sentía universal. Por esa razón tal vez,  las raíces y las etimologías de las lenguas vernáculas las tenía globalizadas en una sola desde la infancia. Si es que aquello fue infancia, que no estaba muy convencida de que aquel entrenamiento a matacaballo, de clase en clase, de nanny en nanny , de teacher en teacher, y de bote en bote, pudiese calificarse exactamente de infancia, pero era la única referencia que tenía experimentada como tal. El vacío de aquel período existencial se le grabó en la memoria y en la mirada. Y la acompañaba a todos sitios. Así, en compañía de su vaciedumbre, Tontolina se sentía menos sola y menos perdida entre la vulgaridad y el sanchopancismo de la gente de poco pelo.
Lo cierto es que no tenía muy claro el por qué de su inclinación por el microcosmos de la política. Tampoco era algo que le preocupase averiguar. Ni le daba demasiada importancia al hecho político. A ella lo que le gustaba de verdad era el glamour. Las entrevistas donde contar su historia. Donde compartir en público el encanto de la vacuidad. Donde dejar caer la letanía de tópicos que le había enumerado el partido y que ella llevaba anotados escrupulosamente en la agenda del IPad:

Puntos básicos para cuando te hagan entrevistas, a saber y responder.

1) Todo interés por la cultura del entorno es nacionalismo. 

2) Todo empeño por conocer o estudiar una lengua que no sea el inglés es inútil y perjudicial para la democracia y el porvenir profesional. 

3) Mucho mejor ser abiertos a las culturas y lenguas universales que la catetada aldeana de argots y jergas minoritarias, condenadas al ninguneo por el talento de los jóvenes con futuro.

4) Hay sólo un límite en la aceptación de la universalidad de las culturas y lenguas: que los individuos portadores sean pobres y tercermundistas colados de rondón en la patria y pretendiendo aprovecharse de la Seguridad Social. En eso el nacionalismo es fundamental; pero es un nacionalismo elegante, con su bandera, su escudo y su himno nacional, no paleto y descamisado como los de los dialectos.

5) Llamamos corrupción a las cuentas mal hechas, a los errores de cálculo, que confunden un bolsillo público con un bolsillo privado sin cerciorarse primero de que nadie se entere. Nada que ver con la ética y esas manías escrupulosas de las izquierdas, siempre emperradas en la horterada de la igualdad y del bien común, como si esas bobadas fuesen posibles y rentables. Qué imbéciles, por favor!

6) La ideología es un incordio a eliminar del argumentario de un buen político del siglo XXI. Lo que cuenta es ajustarse a lo que hay e irse acoplando a lo que pidan las mayorías más mayoritarias iluminadas por el alto empresariado y sus necesidades básicas. Y sacar la media. Y que la banca confíe en el sentido común del lider  y le apoye incondicionalmente. Ganado ese terreno se han ganado los media, el marco incomparable, el apoyo de la mayoría sensata y moderada; lo demás ya es pan comido.

7) Es imprescindible ir pegados al ordenador para estar constantemente conectados a los eventos y a la demoscopia, sobre todas las cosas. Y así, según requiera el organigrama mundial, organizar la economía, la sociedad, la política y las instituciones de todo el país: desde el teclado y la pantalla, que siempre son una seguridad antiescrache.

8) La condición de bisagra es el feng-sui del buen político con futuro y no hacerle ascos a nada por mucho que repugne, es la virtud imprescindible para desarrollar las tragaderas sine qua non que llevan al éxito seguro. 

9) Hay que cultivar la distancia y el desapego terrenal para adquirir la libertad de mando. Como Napoleón. O sea, que cuanto más lejos se esté de la chusma gobernable, mucho mejor, que la carga el diablo y se te suben a la chepa en un plisplás. Así, se elimina el riesgo de una contaminación sentimentaloide muy poco recomendable, los posibles remordimientos y la mala conciencia, en el caso de que la hubiera,  conciencia, claro, y, obviamente,  menos influenciables son las decisiones y el modo de legislar. Entre santa y santo cal y canto. Una medida infalible para el triunfo.

10) Una vez asimilada esta guía de buenas prácticas, ya se puede asumir cualquier reto político y regenerador de lo inamovible, de lo seguro, de lo de siempre. Y sobre todo es fundamental ver la peli, o en su defecto, leer el libro de Il Gattopardo. Un verdadero manual de instrucciones para los cambios de Era. Muy ejemplar y muy práctico a la hora de legalizar garitos y prostitución, de la que se ve y de la que no se ve, pero se nota  y arruina la vida de la gentuza pobretona y siempre ilusa. 

Tontolina Caloret cada noche hace examen de algo parecido a la conciencia, aunque no está muy segura de que coincidan las medidas y la densidad entre lo suyo y eso que llaman 'conciencia' . Repasa con ahínco los puntos orientadores del decálogo. Y se siente como Moisés, descalza y embelesada ante una sabiduría que cada día la sorprende y la desborda con nuevos planos de conocimiento. Y nuevas posibilidades de repetir cada mantra memorizado con mucho más estilo y fashion delante de las cámaras. Guarda, sin embargo, un secreto en lo más hondo de su vacío: en el fondo ella siempre quiso ser una estrella en Hollywood. O una actriz de Brodway. Pero no hubo forma. Aunque  la vida da sorpresas y de repente, zás, seas como seas, sosainas, torpe o patosa, deslavazada, lenta de entendimiento o estrábica política o disléxica moral, el estrellato con su varita mágica, de  repente, te coloca en el escaño de un Parlamento sin más mérito que ser amiga del promotor o del manager de la productora. Creo que le llaman efecto Rajoy. Y eso ya es to much, se dice por lo bajinis a lo que barrunta de sí misma. Ni Tontolina Caloret soñó jamás llegar tan alto ni la política de su país jamás soñó darse una toña de tal calibre corto y medioplacista.

Pero, tranquis, troncos y troncas, que estas cosas sólo pasan en los cuentos.

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