Vicenç Navarro Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas, Universitat Pompeu Fabra
Hay tres dimensiones de la propagación de la epidemia del Coronavirus (Covid-19) que apenas se han citado en los mayores medios de información
y que tienen, sin embargo, una enorme importancia para poder prevenir y
proteger a la población del gran daño que este tipo de fenómenos están
causando.
Una de ellas es la creciente frecuencia de epidemias de
virus. En un período relativamente corto hemos sido testigos de varias
epidemias, algunas de ellas con potencial para convertirse en pandemias:
Ébola, SARS, MERS y ahora el Coronavirus. Este crecimiento en la
frecuencia ha sido objeto de gran atención por parte de expertos en
salud pública, que en parte predijeron la epidemia actual en el año
2018. Según uno de ellos, Peter Daszak, presidente de la EcoHealth Alliance de Nueva York, la causa de este incremento es el aumento del contacto de los seres humanos con animales (todos ellos portadores de virus) como resultado de muchos factores, entre los cuales se incluyen, según Daszak, desde la agresión ecológica a la naturaleza (con un incremento del acceso a lugares antes inhóspitos) hasta una mayor movilidad de personas y animales a nivel mundial.
La relación personas-animales es clave, pues todas estas epidemias
están causadas por virus cuyo hábitat normal es entre los animales. Todas estas epidemias han comenzado, pues, con virus que viven en animales y que se adaptan al ser humano. Otro factor que contribuye a ello ha sido el escaso desarrollo de las medidas higiénicas, tanto de los animales como de los seres humanos, lo cual explica que todas estas epidemias se iniciaran en países en vías de desarrollo.
La respuesta predecible y errónea a la aparición de las epidemias
Ahora bien, como bien indica el mismo Daszak en su artículo en The New York Times, "Welcome to the age of pandemias" (28 de febrero de 2020), una de las principales causas del crecimiento de tales epidemias ha sido que las
sociedades no están preparadas para hacerles frente, como demuestra la
manera en cómo se está respondiendo a cada una de estas epidemias. La
respuesta más común es intentar encontrar fármacos o vacunas que puedan
prevenir o curar tales enfermedades, una vez estas han aparecido (asumiendo erróneamente que se pueden producir en cuestión de días). Cuando
por fin se desarrollan, la epidemia ya se ha convertido en pandemia. Lo
que debería hacerse es producir tales vacunas antes, no después de que
ya se hubiera propagado la enfermedad. Esto es lo que no ocurre, y ahí está el gran error. La falta de preparación para evitar que la epidemia tenga lugar. Lo
que urge hacer es desarrollar vacunas frente a los posibles virus que
ya existen en la fauna animal, para estar preparados tan pronto como
aparezcan los primeros casos. Ello, junto con la necesaria mejora de los
servicios preventivos, tanto en salud humana como animal, sería un
elemento fundamental para prevenir tales epidemias. Todas ellas
han comenzado, como ya he mencionado antes, en animales sujetos a unas
condiciones escasamente higiénicas, hecho característico de los países
en vías de desarrollo. Y, de nuevo, no es por casualidad que todas estas
epidemias comiencen en estos países, los cuales sufren condiciones de
gran pobreza. Estas medidas, juntamente con el desarrollo de
nuevas vacunas preventivas y nuevos tratamientos, podrían terminar con
tales epidemias. En realidad, hoy es conocido que solo en los
murciélagos hay aproximadamente 50 virus relacionados con el
Coronavirus, algunos de los cuales podrían saltar a los seres humanos, y
estos continúan siendo ignorados.
La parte más ignorada y más culpable de lo que ocurre: la falta de sensibilidad social de los fabricantes de fármacos y vacunas
Lo cual toca la tercera dimensión, ignorada en la descripción
de tales epidemias: quién conduce y lidera la investigación
farmacéutica y clínica hoy en el mundo. Los productores de tales
sustancias (vacunas y fármacos) son las empresas farmacéuticas, en su
mayoría radicadas en los países ricos, que tienen como objetivo
principal optimizar sus beneficios, lo cual quiere decir que solo
producen vacunas o fármacos para enfermedades que les son rentables,
según el criterio de lo que llaman "mercados". Y, por lo general, no se
obtienen grandes beneficios de enfermedades que afectan a sectores de la
población con poca capacidad de consumo en países pobres. Es cierto que
hoy, como estamos viendo, nadie se escapa de tales epidemias, pero para
cuando llega el momento en el que se han expandido ya es tarde para
desarrollar vacunas o fármacos. La previsión no es el punto fuerte de
estas empresas, cuya rentabilidad tiene que ser inmediata para
justificar tales inversiones. La indefensión de la población mundial
está basada en el modus operandi de las empresas que controlan
la producción de estos fármacos y vacunas. En realidad, la población
debería concienciarse de que su salud y calidad de vida no pueden
depender de empresas que, por definición, no tienen como principal
objetivo mantener en buen estado esa salud y calidad de vida, sino que
buscan ante todo, optimizar sus beneficios, característica del orden (o
mejor dicho, desorden) económico internacional, que se reproduce en los
mayores bloques económicos hoy existentes en el mundo, un "orden"
responsable tanto de la crisis climática como de la crisis epidémicas
que frecuentemente ocurren y que afectan primordialmente a las clases
populares, tanto de los países pobres como de los países ricos. Así de
claro.
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