viernes, 2 de agosto de 2019

La primera víctima del negocio siempre es la libertad. Enhorabuena, David Bollero, por haberte dado cuenta a tiempo. Hay derrotas aparentes que son victorias reales, nos liberan de cadenas fatales, que no lo parecen, por sus disfraces de falsa libertad, o sea, de negocio infame. ¡Bienvenido al club de los poetas vivos!

Opinion · Posos de anarquía

#TwitterNosEcha: el negocio es el negocio


Ha pasado más de una semana desde que Twitter suspendió mi cuenta sin dar explicación alguna. El jueves 25 de julio, día que terminana la sesión de investidura, la red social comenzó su veto. Ocho días después, continúa sin justificar por qué me impide comunicar a través de esta red. Uno de sus lemas es que «Twitter es lo que está pasando en el mundo y los temas sobre los que está hablando la gente». Sencillamente es falso: son los temas sobre los que esta red social permite hablar.
No es la primera vez que Twitter suspende mi cuenta. Hace un año, sucedió algo parecido. Entonces, escribí un artículo de opinión sobre el desalojo del grupo neonazi Hogar Social Madrid. A raíz de ello, comencé a recibir toda suerte de insultos y amenazas en Twitter, del tipo de «guarro de mierda, te deseo que el próximo brindis lo hagas con los ojos en las manos y cagando sangre». En lugar de callar ante esa turba descerebrada, planté cara y repliqué (sin ningún tipo de amenazas). El resultado fue el cierre de mi cuenta, mientras que quienes me amenazaban, entonces pudieron seguir tuiteando. El trasfondo del asunto lo escribí en otro artículo titulado El cobijo de Twitter al nazismo y la penalización a quien lo combate.
Ahora, a pesar de que Twitter sigue sin pronunciarse a mis escritos solicitando una explicación a la suspensión de mi cuenta, parece que aquel artículo tiene mucho que ver. Una de las personas que se jacta de haberme denunciado a la red social ha utilizado para ello esa columna de opinión que hace un año que yo ni siquiera tuiteo, calificándolo de «artículo de llorones para llorones» y tachándome de «violento antifascista». La respuesta de Twitter ante las críticas que hacía contra ella ha sido censurarme. No encaja bien las críticas… ya saben, «los temas sobre los que está hablando la gente».
Mi caso no es una excepción. De hecho, a principios de julio se popularizó el hashtag #TwitterNosEcha -que animo a recuperar-, apoyado por personas de la solvencia de tuiter@s como Barbijaputa, Anacleto Panceto o Jonathan Martínez, entre muchos otr@s. Más de un centenar de personas suscribieron un documento en el que denunciaban las malas prácticas de Twitter, cerrando automáticamente cuentas tras recibir denuncias falsas en masa, eliminando arbitrariamente seguidores y seguidos e, incluso, deshaciendo retuits que no interesan a Twitter (manipulando así a la opinión pública). Una de las últimas cancelaciones ha sido la de @CervantesFAQs por arremeter en sus tuits contra las políticas fascistas de Mateo Salvini.
Twitter ya no sirve; lo que apuntaba a ser una herramienta de comunicación extraordinaria, sin cortapisas, se ha pervertido en tal medida que ha perdido, no sólo atractivo, sino también utilidad. Demasiado teledirigida. Las personas usuarias y las opiniones que publican están a merced de los intereses comerciales de Twitter. ¿Se le puede exigir libertad de expresión a Twitter? Yo creo que no.
Con motivo de mi última suspensión injustificada, una colega periodista me recomendaba llevar el asunto a los abogados de Reporteros sin Fronteras. No creo que Twitter lo merezca, no hay por qué darle la importancia que en ocasiones le otorgamos. Se trata de un negocio privado que sólo en un trimestre factura más de 1.000 millones de dólares. Suspender cuentas, recurrir a la censura y vetar a las personas que la red social entiende que amenaza sus vías de ingresos es parte de su negocio. Hacerlo sin transparencia ni justificación, también. Cosa bien distinta es que todo el mundo tenga claro qué es exactamente Twitter y al servicio de qué intereses está.
Cuando Twitter sufre una de sus numerosas caídas de servicio, debería pasar sin pena ni gloria, más allá de conocer lo que puede suponerle en pérdidas económicas. La dependencia que parece tener la gente de esta red social es absurda. Convertir a Twitter en una herramienta al servicio de la democracia es sobredimensionar lo que realmente es: un negocio privado sujeto a intereses privados que todo el mundo sabe hacia donde apuntan. Utilizarlo para expandir informaciones y opiniones es lógico, dada su capilaridad de más de 300 millones de usuarios, pero siendo siempre conscientes que ser censurado está siempre al arbitrio de sus gestores. Se acabó lo de un medio sin cortapisas… y si están de acuerdo conmigo, pongan a prueba a Twitter y retuiten el artículo, muéstrenle  «lo que está pasando en el mundo y los temas sobre los que está hablando la gente»… a mí, desde hace más de una semana, no se me permite y todavía no sé por qué.

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