Epílogo: el futuro
Último episodio de 'Operación Chanquete': lee aquí el penúltimo capítulo de la novela por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila que eldiario.es publica diariamente este verano
Ahora sí, hemos llegado
al final. De la escapada, de la operación Chanquete, de la novela, y
hasta del verano si queréis. Para leer este último capítulo podéis hacer
una concesión a la nostalgia y poner de fondo la cancioncilla traicionera que os saque la lagrimita. Venga, que un día es un día.
La
de Nerja fue la última aparición de Chanquete, que consiguió escapar,
no hubo manera de identificarla entre tanta gente que le hizo escudo en
el barco, todos con la misma careta repetida. Nunca más se supo de ella,
ni de su grupo. Consideró cumplida su misión, prefirió que la
continuasen otros, o se cansó de esconderse. Hay quien dice que se
rindió, otros por el contrario afirman que consiguió su objetivo.
Incluso circulan teorías conspiranoides para todos los gustos: que era
una infiltrada de la policía, que trabajaba para los rusos, que era
indepe, o que en realidad nunca existió, fue una fantasía colectiva, un
personaje inventado para poner rostro (máscara más bien) a un estallido
social.
¿Y qué quedó de todo aquello? ¿Fue una serpiente de verano, o sirvió para algo?
Como
pretendían luchar por "el futuro", yo os escribo este último capítulo
desde allí, desde el futuro, dentro de veinticinco años. Estamos en el
año 2044. La historia de Chanquete y su grupo pertenece al pasado
remoto, una batallita de cuarentones (yo ya lo soy en ese año),
nostalgia de mi generación que transmitimos a nuestros hijos, engordada
con leyendas urbanas, material para camisetas y pegatinas. Todavía en
2044 hay quien asegura haber visto a Chanquete en los sitios más
insospechados, que vive retirada en un pequeño pueblo de la España
vaciada, que no tiró la careta, que un día volverá y será legión. Es nuestro rey Sebastián. Es nuestro Elvis.
En
el futuro, en este 2044 desde el que escribo, estamos muy agradecidos a
Chanquete y a su comando. Le hemos levantado algún monumento, puesto su
nombre a unas cuantas calles y parques, bautizado a nuestros hijos con
su nombre de guerra. Y no es para menos: gracias a su lucha de aquel
verano de 2019, los jóvenes de este 2044 tienen futuro: ya no emigran,
ya no viven con sus padres hasta los treinta y muchos. Ha aumentado la
natalidad incluso. Atrás quedaron la precariedad, los sueldos de mierda,
las prácticas fraudulentas, los becarios exprimidos. Tampoco hay ya
alquileres abusivos, ni desahucios. El fraude fiscal, como la
corrupción, son duramente castigados. Y la economía colaborativa es
recordada como una mala broma de hace mucho tiempo. ¿El periodismo? Oh,
el periodismo aparece siempre en las encuestas como la salida laboral
más deseada para los jóvenes, y no es para menos: es un paraíso de
derechos laborales, se acabó el competir por ver quién trabaja más
barato, los medios que no pagan dignamente a sus colaboradores son
castigados por los lectores, y así, cada año salen nuevas promociones de
la facultad con la tranquilidad de saber que les espera un trabajo con
derechos, buen sueldo y reconocimiento social y…
Vale,
se me ha ido la mano con la fantasía. Rebobinen los dos párrafos
anteriores (con un bolígrafo, como las viejas cintas de casete), y
volvamos veinticinco años atrás, al presente, a este 2019. ¿Qué
consiguió Chanquete, que ha quedado de todo aquello?
Empiezo
por las malas noticias. Lo más inmediato, y lo más previsible: una
nueva vuelta de tuerca represiva. Más dureza penal. Los partidos de
derecha, extrema derecha, extremo centro y no pocos despistados de
centroizquierda y hasta de izquierda, así como sus medios y tertulianos
afines, coincidieron en pedir mano dura: no se podía tolerar ese tipo de
acciones, no vale todo, la democracia tiene cauces legales para atender
todo tipo de demandas, habían puesto en riesgo la convivencia y la
seguridad. Así que compitieron por ver quién tiene la mano más dura:
penas de cárcel más altas y nuevos tipos penales para quienes hagan
grabaciones sin consentimiento, atenten contra la intimidad de las
personas, se apropien de documentos o revelen secretos (malas noticias
para el periodismo), además de ampliar y endurecer los delitos de
sedición y organización criminal, con especial énfasis en quienes
colaboren secundariamente, incluida la difusión pública (y los tuits,
por supuesto).
También las empresas aumentaron sus
controles internos, se generalizó la desconfianza hacia los
trabajadores, no solo los más precarios. Y está en marcha una reforma
legislativa que facilite la vigilancia en los centros de trabajo para
evitar sustracciones de documentos o grabaciones ilegales. La clase
política y empresarial, por su parte, pone ahora especial cuidado cuando
entra en un restaurante o coge un taxi.
No todo son
malas noticias: las numerosas filtraciones de aquellos días sí tuvieron
algunas consecuencias: unos cuantos ceses, unas pocas dimisiones de
segunda fila, sanciones a varias empresas, mucha actividad de la
Inspección de Trabajo. Además, unas pocas investigaciones que no han
llegado muy lejos, expedientes eternos, y buenas palabras de las
administraciones para evitar los abusos en becas y prácticas.
El
mayor éxito de esas semanas fue la huelga de inquilinos, que acabó
siendo masiva. Aunque, como ya contamos, no fue propiamente una acción
de Chanquete y los suyos, sino trabajo de mucha gente que venía
preparándola en sus colectivos desde tiempo atrás. Es verdad que la
atención sobre el "comando Verano azul" amplificó la huelga, le dio unas
señas reconocibles y sumó más apoyos. No faltó quien quiso endurecer la
ley para castigar los impagos y agilizar los desahucios, pero la huelga
recabó mucha simpatía en la sociedad, y ha conseguido que el gobierno
lleve al Congreso un primer paquete de medidas urgentes. Todavía no ha
tenido muchos resultados, pero es solo el principio. Los inquilinos han
desconvocado la huelga, pero solo por tres meses: la retomarán si no hay
cambios reales.
También por el lado de la "economía
colaborativa" hubo consecuencias. Se han sucedido las sentencias
favorables a los trabajadores, han aumentado las sanciones
administrativas, y la huelga de riders, a la que se
sumaron transportistas de otros sectores, logró paralizar el reparto
urbano durante dos semanas. El gobierno va a regular la actividad, y las
plataformas han aceptado negociar con los sindicatos. Están a punto de
firmar un convenio estatal. Pero como en el caso de los alquileres,
tampoco esta es una medalla que podamos ponerle a Chanquete, que se
limitó a prestar el envoltorio y darle difusión masiva.
¿Qué
más? En la universidad, donde la protesta venía también calentándose
desde mucho antes, los rectores han anunciado una auditoría a fondo de
todo el sistema universitario, primer paso para su reforma, pero todo a
una lentitud paquidérmica, propia de la institución. Ah, y el
periodismo: apenas ha cambiado nada, vale, sigue la precariedad
generalizada. Bueno, sí, algo importante: los freelances han creado un
sindicato, que no es poca cosa. Les queda mucho por pelear todavía, pero
por ahí se empieza.
¿Y la nostalgia? Mantiene muchos
partidarios, la industria sigue recurriendo a ella para vendernos todo
tipo de productos culturales, aunque ponen mucho cuidado en no pasarse
con el azúcar, que saben que la sensibilidad es otra, sobre todo entre
los más jóvenes.
¿Cuál es mi conclusión de todo esto?
La misma que le he leído estos días a algunos articulistas, que han
analizado el fenómeno Chanquete a fondo: donde más se ha conseguido es
allí donde menos decisiva fue la aportación del grupo de Verano Azul. En
los alquileres, donde los colectivos llevaban años organizados y
luchando sin esperar un justiciero enmascarado. Y contra la economía
"colaborativa", donde han sido los trabajadores organizados quienes,
junto a la Inspección de Trabajo y los jueces, han dado jaque a las
plataformas.
Es decir, que lo que necesitamos no son
héroes que vengan a salvarnos, enmascarados, anónimos, grandilocuentes e
irresponsables, sino ser capaces de organizarnos. Nuestra mejor defensa
es colectiva, pasa por sumar fuerzas, unirnos en organizaciones
horizontales, de clase, de apoyo mutuo.
-Eso ya está inventado –me dijo mi padre-. Se llama sindicato. De trabajadores, de inquilinos, de freelances, de riders, de precarios.
-Ahora
sí que habéis viajado a los ochenta –añadió Alberto, el fotógrafo-,
pero los auténticos ochenta. Después de descubrir los vinilos y el
carrete de fotos, los milenial descubren las herramientas básicas de la
lucha colectiva. El sindicato, la huelga, la solidaridad de clase.
Bienvenidos al futuro.
Quizás de eso se trata: mirar
al pasado, sí, pero para armar el futuro. Menos nostalgia y más memoria.
Menos melancolía y más imaginación. Menos remakes y más continuar las
luchas de quienes nos precedieron.
Por cierto, me
olvidaba: no os conté la última acción del "comando Verano Azul". Si
recordáis, cada uno de sus miembros había hecho ya la suya, pero faltaba
alguien por dar el paso: Piraña. Por lo que sé, el tal Piraña -quien
fuera que se escondiera tras esa careta- acabó tomando la iniciativa y
haciendo su propia acción. Creo que lo hizo con ayuda de su padre, para
darle además un toque intergeneracional.
Pero mejor os lo cuento otro día. Quizás el verano que viene.
Pero mejor os lo cuento otro día. Quizás el verano que viene.
FIN
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