sábado, 24 de agosto de 2019

Manel e Isaac, Isaac y Manel, sois unos seres humanos de verdad.Cervantes en esta época sería periodista como vosotras. Y su Carmela imprevisible sería Alonsa Quijano acompañada por el realismo de un Sancho, bastante más Conciencia que Panza. Mil gracias por estos regalos reconfortantes y deliciosos. ¡Un abrazo chanquetero y a por ese futuro, oé, oé, que en realidad solo depende de nosotras!







Ahora sí, hemos llegado al final. De la escapada, de la operación Chanquete, de la novela, y hasta del verano si queréis. Para leer este último capítulo podéis hacer una concesión a la nostalgia y poner de fondo la cancioncilla traicionera que os saque la lagrimita. Venga, que un día es un día.
La de Nerja fue la última aparición de Chanquete, que consiguió escapar, no hubo manera de identificarla entre tanta gente que le hizo escudo en el barco, todos con la misma careta repetida. Nunca más se supo de ella, ni de su grupo. Consideró cumplida su misión, prefirió que la continuasen otros, o se cansó de esconderse. Hay quien dice que se rindió, otros por el contrario afirman que consiguió su objetivo. Incluso circulan teorías conspiranoides para todos los gustos: que era una infiltrada de la policía, que trabajaba para los rusos, que era indepe, o que en realidad nunca existió, fue una fantasía colectiva, un personaje inventado para poner rostro (máscara más bien) a un estallido social.


¿Y qué quedó de todo aquello? ¿Fue una serpiente de verano, o sirvió para algo?
Como pretendían luchar por "el futuro", yo os escribo este último capítulo desde allí, desde el futuro, dentro de veinticinco años. Estamos en el año 2044. La historia de Chanquete y su grupo pertenece al pasado remoto, una batallita de cuarentones (yo ya lo soy en ese año), nostalgia de mi generación que transmitimos a nuestros hijos, engordada con leyendas urbanas, material para camisetas y pegatinas. Todavía en 2044 hay quien asegura haber visto a Chanquete en los sitios más insospechados, que vive retirada en un pequeño pueblo de la España vaciada, que no tiró la careta, que un día volverá y será legión. Es nuestro rey Sebastián. Es nuestro Elvis.
En el futuro, en este 2044 desde el que escribo, estamos muy agradecidos a Chanquete y a su comando. Le hemos levantado algún monumento, puesto su nombre a unas cuantas calles y parques, bautizado a nuestros hijos con su nombre de guerra. Y no es para menos: gracias a su lucha de aquel verano de 2019, los jóvenes de este 2044 tienen futuro: ya no emigran, ya no viven con sus padres hasta los treinta y muchos. Ha aumentado la natalidad incluso. Atrás quedaron la precariedad, los sueldos de mierda, las prácticas fraudulentas, los becarios exprimidos. Tampoco hay ya alquileres abusivos, ni desahucios. El fraude fiscal, como la corrupción, son duramente castigados. Y la economía colaborativa es recordada como una mala broma de hace mucho tiempo. ¿El periodismo? Oh, el periodismo aparece siempre en las encuestas como la salida laboral más deseada para los jóvenes, y no es para menos: es un paraíso de derechos laborales, se acabó el competir por ver quién trabaja más barato, los medios que no pagan dignamente a sus colaboradores son castigados por los lectores, y así, cada año salen nuevas promociones de la facultad con la tranquilidad de saber que les espera un trabajo con derechos, buen sueldo y reconocimiento social y…
Vale, se me ha ido la mano con la fantasía. Rebobinen los dos párrafos anteriores (con un bolígrafo, como las viejas cintas de casete), y volvamos veinticinco años atrás, al presente, a este 2019. ¿Qué consiguió Chanquete, que ha quedado de todo aquello?
Empiezo por las malas noticias. Lo más inmediato, y lo más previsible: una nueva vuelta de tuerca represiva. Más dureza penal. Los partidos de derecha, extrema derecha, extremo centro y no pocos despistados de centroizquierda y hasta de izquierda, así como sus medios y tertulianos afines, coincidieron en pedir mano dura: no se podía tolerar ese tipo de acciones, no vale todo, la democracia tiene cauces legales para atender todo tipo de demandas, habían puesto en riesgo la convivencia y la seguridad. Así que compitieron por ver quién tiene la mano más dura: penas de cárcel más altas y nuevos tipos penales para quienes hagan grabaciones sin consentimiento, atenten contra la intimidad de las personas, se apropien de documentos o revelen secretos (malas noticias para el periodismo), además de ampliar y endurecer los delitos de sedición y organización criminal, con especial énfasis en quienes colaboren secundariamente, incluida la difusión pública (y los tuits, por supuesto).
También las empresas aumentaron sus controles internos, se generalizó la desconfianza hacia los trabajadores, no solo los más precarios. Y está en marcha una reforma legislativa que facilite la vigilancia en los centros de trabajo para evitar sustracciones de documentos o grabaciones ilegales. La clase política y empresarial, por su parte, pone ahora especial cuidado cuando entra en un restaurante o coge un taxi.
No todo son malas noticias: las numerosas filtraciones de aquellos días sí tuvieron algunas consecuencias: unos cuantos ceses, unas pocas dimisiones de segunda fila, sanciones a varias empresas, mucha actividad de la Inspección de Trabajo. Además, unas pocas investigaciones que no han llegado muy lejos, expedientes eternos, y buenas palabras de las administraciones para evitar los abusos en becas y prácticas.
El mayor éxito de esas semanas fue la huelga de inquilinos, que acabó siendo masiva. Aunque, como ya contamos, no fue propiamente una acción de Chanquete y los suyos, sino trabajo de mucha gente que venía preparándola en sus colectivos desde tiempo atrás. Es verdad que la atención sobre el "comando Verano azul" amplificó la huelga, le dio unas señas reconocibles y sumó más apoyos. No faltó quien quiso endurecer la ley para castigar los impagos y agilizar los desahucios, pero la huelga recabó mucha simpatía en la sociedad, y ha conseguido que el gobierno lleve al Congreso un primer paquete de medidas urgentes. Todavía no ha tenido muchos resultados, pero es solo el principio. Los inquilinos han desconvocado la huelga, pero solo por tres meses: la retomarán si no hay cambios reales.
También por el lado de la "economía colaborativa" hubo consecuencias. Se han sucedido las sentencias favorables a los trabajadores, han aumentado las sanciones administrativas, y la huelga de riders, a la que se sumaron transportistas de otros sectores, logró paralizar el reparto urbano durante dos semanas. El gobierno va a regular la actividad, y las plataformas han aceptado negociar con los sindicatos. Están a punto de firmar un convenio estatal. Pero como en el caso de los alquileres, tampoco esta es una medalla que podamos ponerle a Chanquete, que se limitó a prestar el envoltorio y darle difusión masiva.
¿Qué más? En la universidad, donde la protesta venía también calentándose desde mucho antes, los rectores han anunciado una auditoría a fondo de todo el sistema universitario, primer paso para su reforma, pero todo a una lentitud paquidérmica, propia de la institución. Ah, y el periodismo: apenas ha cambiado nada, vale, sigue la precariedad generalizada. Bueno, sí, algo importante: los freelances han creado un sindicato, que no es poca cosa. Les queda mucho por pelear todavía, pero por ahí se empieza.
¿Y la nostalgia? Mantiene muchos partidarios, la industria sigue recurriendo a ella para vendernos todo tipo de productos culturales, aunque ponen mucho cuidado en no pasarse con el azúcar, que saben que la sensibilidad es otra, sobre todo entre los más jóvenes.
¿Cuál es mi conclusión de todo esto? La misma que le he leído estos días a algunos articulistas, que han analizado el fenómeno Chanquete a fondo: donde más se ha conseguido es allí donde menos decisiva fue la aportación del grupo de Verano Azul. En los alquileres, donde los colectivos llevaban años organizados y luchando sin esperar un justiciero enmascarado. Y contra la economía "colaborativa", donde han sido los trabajadores organizados quienes, junto a la Inspección de Trabajo y los jueces, han dado jaque a las plataformas.
Es decir, que lo que necesitamos no son héroes que vengan a salvarnos, enmascarados, anónimos, grandilocuentes e irresponsables, sino ser capaces de organizarnos. Nuestra mejor defensa es colectiva, pasa por sumar fuerzas, unirnos en organizaciones horizontales, de clase, de apoyo mutuo.
-Eso ya está inventado –me dijo mi padre-. Se llama sindicato. De trabajadores, de inquilinos, de freelances, de riders, de precarios.
-Ahora sí que habéis viajado a los ochenta –añadió Alberto, el fotógrafo-, pero los auténticos ochenta. Después de descubrir los vinilos y el carrete de fotos, los milenial descubren las herramientas básicas de la lucha colectiva. El sindicato, la huelga, la solidaridad de clase. Bienvenidos al futuro.
Quizás de eso se trata: mirar al pasado, sí, pero para armar el futuro. Menos nostalgia y más memoria. Menos melancolía y más imaginación. Menos remakes y más continuar las luchas de quienes nos precedieron.
Por cierto, me olvidaba: no os conté la última acción del "comando Verano Azul". Si recordáis, cada uno de sus miembros había hecho ya la suya, pero faltaba alguien por dar el paso: Piraña. Por lo que sé, el tal Piraña -quien fuera que se escondiera tras esa careta- acabó tomando la iniciativa y haciendo su propia acción. Creo que lo hizo con ayuda de su padre, para darle además un toque intergeneracional.
Pero mejor os lo cuento otro día. Quizás el verano que viene.



Epílogo: el futuro

FIN


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