No en nuestro nombre
Así pues, caminamos hacia
una repetición electoral en noviembre, al final de una campaña con la
izquierda a bofetadas, dando más declaraciones picantes y portadas
escandalosas que en una separación del Sálvame, y la derecha movilizada y
entusiasmada porque le regalan una segunda oportunidad cuando ya daba
por perdida la legislatura. ¿Qué puede salir mal? Después no vengan
llorando, ni diciendo que no les avisaron.
La última
vez que, en España, la izquierda no se puso de acuerdo para gobernar y
alguien prefirió ir a elecciones porque pensaba que así dejaría al socio
convertido en el chico de los recados, era 2016 y la única beneficiada
fue la derecha. El empeño de tantos por ignorar los precedentes reales
más próximos y refugiarse en modelos y previsiones resulta irracional.
Que lo hagan, además, sin más argumento que una colección de
condicionales y desiderátums, se antoja pasmoso. Si algo sabemos es que
la historia tiende a repetirse y ahora, además, hemos aprendido que lo
hace cada vez más rápido.
Cabe suponer que alguien estará argumentado que Mariano
Rajoy aumentó su ventaja en la repetición de julio porque era el partido
más votado y la gente quería estabilidad, no por su orientación
ideológica. Si alguien en Moncloa cree que a la izquierda se le quedaron
en casa más de un millón de votantes en 2016 porque lo que querían era
estabilidad, y ahora van a salir a votar en tromba a apoyar a Pedro
Sánchez porque lo que siguen anhelando es estabilidad, puede que no
conozcan del todo a sus votantes y no acaben de entender por qué el
electorado progresista se movilizó como lo hizo en abril.
Miren
el postelectoral del CIS. La fuerza primordial que movió a la izquierda
no fue el miedo. Fue la expectativa de que era posible un gobierno de
izquierdas basado en la cooperación y el compromiso. En noviembre, la
oferta de esa expectativa sí que habrá caducado y no quedará mucho con
que meter miedo, excepto los fantasmas de las recesiones pasadas y la
recesión futura.
Si lo van a hacer, al menos no digan
que lo hacen por nosotros. Nos merecemos ese mínimo respeto. Volver a
las urnas en noviembre significa que nos devuelven, para que se lo
arreglemos, el problema que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, no nosotros,
han creado con su mutua desconfianza. Que nuestro voto resuelva lo que
ellos son incapaces. Pero la política no funciona así. Votamos para que
ellos atiendan nuestros problemas. No vamos a las urnas para despejar
los suyos
No hay comentarios:
Publicar un comentario