viernes, 23 de agosto de 2019

Isaac, Manel....no hay palabras para el genio cuando se curra la realidad con lo más hermoso y lo más humano: el inteligentísimo maestro del corazón. Es decir, con lo más lúcido de la vida misma y sus infinitas posibilidades. ¡Un abrazo, hermanos!


Para leer este capítulo, yo que vosotros le pondría música de Benny Hill, de carrera loca y acelerada, con tropezones y gente persiguiéndose en círculos.
Estábamos en mitad de la entrevista, sentadas en un banco del parque "Verano azul" de Nerja, cuando aparecieron tres coches de policía. Chanquete echó a correr, y cuatro o cinco agentes salieron y corrieron tras ella.
De uno de los coches bajó la inspectora Velasco, y vino hacia mí:
-No te quejarás, Carmela. Te hemos dejado tiempo para que hicieses tu entrevista. Pero ya no podíamos esperar más, se hace de noche. No llegará muy lejos, hay policía desplegada por todo el pueblo. Tú tienes tu entrevista, yo detengo a Chanquete. Las dos ganamos.
-¿Tengo que daros las gracias, o más bien vosotros a mí? Me habéis seguido, ¿verdad?
-Sí, pero no en plan película de policías, con un coche camuflado detrás, esas cosas ya no se hacen así. Nos bastó la geolocalización de tu móvil. En cuanto saliste de Madrid supimos que os encontraríais.
-Enhorabuena, ya tienen al enemigo público número uno, el Bin Laden de la nostalgia –subrayé el sarcasmo, estaba muy molesta por haber contribuido a su captura sin yo saberlo.
-Vale, te entiendo. Chanquete se ha convertido en vuestro Robin Hood. Y yo también puedo simpatizar con sus reivindicaciones. Pero se han pasado varios pueblos, han cometido delitos, y esto se va de las manos. Por todas partes aparecen filtraciones, y circulan rumores de próximas acciones a cual más loca. Se acabó el juego. Si quieren cambiar las cosas, que se presenten a las elecciones, que para eso vivimos en democracia.
Pero vamos con el relato de la persecución, que la inspectora y yo seguimos desde el coche, escuchando lo que contaban por la emisora policial los perseguidores. ¡Dentro música de Benny Hill!
Chanquete corre hacia la zona más concurrida del parque: el barco, La Dorada. En ese momento hay no menos de doscientos nostálgicos haciéndose fotos y cantando el "no nos moverán". Ven venir a alguien a la carrera con una careta de su ídolo. Abren un pasillo para que atraviese la multitud, y a su paso se cierran, no sabemos si intencionadamente para entorpecer a los policías, o simplemente se giran para grabar vídeos con sus móviles ante la pintoresca escena.
Como sea, Chanquete consigue ganar unos metros de ventaja sobre los atascados policías, metros decisivos para que cuando los perseguidores lleguen a la primera esquina ya no la vean. Se dividen: dos corren calle arriba, los otros dos hacia el mar, y un quinto policía se queda inspeccionando portales y tiendas por si se ha escondido.
Los dos que van hacia el mar ven a Chanquete al final de la calle, en el momento en que desencadena una bicicleta de una señal de tráfico. Para más recochineo, es una vieja Motoretta roja, una de aquellas bicis con respaldo en el sillín. De los ochenta, sí.
-Se aleja en dirección al centro del pueblo –grita un policía por la emisora-, la sospechosa no se ha quitado la careta.
-Por ahora seguirá enmascarada –dice la inspectora-; sabe que si escapa podríamos identificarla luego con cualquier cámara de seguridad por la que pase.
Un coche se adelanta hacia el centro, y dos policías se colocan en sendas esquinas para cortarle el paso. Pero justo llega en ese momento una excursión de visitantes que, en bicicleta, siguen la "Ruta Verano Azul", guiados por Miguel Joven, el actor que hizo de Tito en la serie y que ahora se dedica a acompañar turistas nostálgicos. Los policías detienen la marcha, pero en el jaleo de bicis atravesadas, y entre las protestas de los excursionistas, Chanquete aprovecha para soltar la bici, atravesar el control a empujones y seguir a la carrera.
-¡Va hacia el Balcón de Europa!
-¡Se ha metido por la calle Carabeo!
-¡Envíen un coche al Parador, va en esa dirección!
-¡La han visto cerca de los Apartamentos Verano Azul!
-¡Registren el bar de Frasco!
-¡Atención agentes, en la playa de Burriana!
-¡Motocicleta sospechosa camino de la Cueva de Nerja!
La inspectora y yo escuchábamos la persecución desde el parque. Su preocupación era evidente:
-Está jugando con nosotros. Nos está dando un paseo por los lugares de la serie. Muy divertido, sí. Pero no puede correr tan deprisa ni estar en tantos sitios a la vez. Salvo que sea un fantasma…
-O estéis persiguiendo a más de un Chanquete –completé su deducción.
Mientras, la emisora policial seguía cantando la disparatada persecución:
-¡Atención, la sospechosa se dirige de vuelta al parque!
-¡Ha vuelto a coger la bicicleta, va hacia el parque, afirmativo!
Chanquete 2
La inspectora y yo salimos del coche, miramos en dirección al barco, varado en mitad del aparcamiento. Ya era de noche, y la pintura gastada de "La Dorada" relucía mate bajo las cercanas farolas y los flashes de las cámaras. La cantidad de gente no había dejado de aumentar en los últimos minutos. A los muchos turistas y nostálgicos se habían sumado varios cientos de jóvenes que cada noche hacían botellón junto al barco. Y otros que estaban de veraneo en la zona y ahora acudían convocados. Le enseñé a la inspectora el mensaje que acababa de ver en mis redes sociales: "Todos al barco. No nos moverán. Chanquete vive, la lucha sigue. Pásalo".
Vimos el parpadeo azulado de los coches policiales que llegaban desde el centro persiguiendo a una veloz ciclista enmascarada. Chanquete soltó la Motoretta, bajó las escaleras del parque a saltos, y se zambulló entre la gente, que de nuevo se abría a su paso y se cerraba enseguida dificultando a los policías, cómicos en su desesperación, haciendo aspavientos de cine mudo. Y sí, había quien los grababa con el móvil, y ya directamente les colocaba la música de Benny Hill para compartirlo en redes.
Desde el coche, vimos cómo la multitud se sacudía y contraía en dirección a la puerta del barco. Todos, turistas, nostálgicos, botelloneros y cómplices, se desplazaron hacia allá, apretándose contra las maderas, y hacia allá fuimos también nosotras.
Vimos cómo la puerta cedía al empuje, reventada, y la gente entraba en el barco, a empujones, entre gritos y risas. Subían las escaleras interiores e iban apareciendo en la cubierta, que en pocos segundos estuvo repleta, más otros que seguían en la bodega incapaces de subir, y los muchos que en el exterior ya no cabían en el barco y lo rodeaban.
Llegamos lo más cerca posible, y fue entonces, a la luz de las farolas, cuando pudimos ver bien los rostros de quienes atestaban la cubierta, los rostros de quienes salían por la puerta para dejar entrar a otros, los rostros que nos rodeaban en la explanada.
-No me lo puedo creer –dijo la inspectora.
-Así que se acabó el juego, ¿eh? –no pude disimular mi sonrisa.
La inspectora no me miró, tenía los ojos clavados en cientos de Chanquetes que se asomaban a la cubierta de estribor, se sentaban colgando las piernas, se subían a la caseta del timón, se encaramaban a los mástiles, llenaban el camarote y la bodega, atascaban la puerta, rodeaban el barco, se tiraban en el césped cercano, seguían el botellón, se hacían fotos, se perdían ya por el parque o por las calles hacia el centro del pueblo. Todos nos miraban con un único rostro, la sonrisa bonachona, papanoelesca, sabia y justa del abuelo de España.
Chanquete 3.

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