Se acabó el juego
Vigésimo episodio de 'Operación Chanquete': lee aquí el capítulo 19 de la novela por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila que eldiario.es publica diariamente este verano
Resumen de lo publicado: en Nerja, Carmela entrevista a Chanquete, la cabecilla del grupo que sigue ocultando su identidad. Hasta que aparece la policía y se da a la fuga.
Para leer este capítulo, yo que vosotros le pondría música de Benny Hill, de carrera loca y acelerada, con tropezones y gente persiguiéndose en círculos.
Estábamos
en mitad de la entrevista, sentadas en un banco del parque "Verano
azul" de Nerja, cuando aparecieron tres coches de policía. Chanquete
echó a correr, y cuatro o cinco agentes salieron y corrieron tras ella.
De uno de los coches bajó la inspectora Velasco, y vino hacia mí:
-No
te quejarás, Carmela. Te hemos dejado tiempo para que hicieses tu
entrevista. Pero ya no podíamos esperar más, se hace de noche. No
llegará muy lejos, hay policía desplegada por todo el pueblo. Tú tienes
tu entrevista, yo detengo a Chanquete. Las dos ganamos.
-¿Tengo que daros las gracias, o más bien vosotros a mí? Me habéis seguido, ¿verdad?
-Sí,
pero no en plan película de policías, con un coche camuflado detrás,
esas cosas ya no se hacen así. Nos bastó la geolocalización de tu móvil.
En cuanto saliste de Madrid supimos que os encontraríais.
-Enhorabuena,
ya tienen al enemigo público número uno, el Bin Laden de la nostalgia
–subrayé el sarcasmo, estaba muy molesta por haber contribuido a su
captura sin yo saberlo.
-Vale, te entiendo. Chanquete
se ha convertido en vuestro Robin Hood. Y yo también puedo simpatizar
con sus reivindicaciones. Pero se han pasado varios pueblos, han
cometido delitos, y esto se va de las manos. Por todas partes aparecen
filtraciones, y circulan rumores de próximas acciones a cual más loca.
Se acabó el juego. Si quieren cambiar las cosas, que se presenten a las
elecciones, que para eso vivimos en democracia.
Pero
vamos con el relato de la persecución, que la inspectora y yo seguimos
desde el coche, escuchando lo que contaban por la emisora policial los
perseguidores. ¡Dentro música de Benny Hill!
Chanquete corre hacia la zona más concurrida del parque: el barco, La Dorada.
En ese momento hay no menos de doscientos nostálgicos haciéndose fotos y
cantando el "no nos moverán". Ven venir a alguien a la carrera con una
careta de su ídolo. Abren un pasillo para que atraviese la multitud, y a
su paso se cierran, no sabemos si intencionadamente para entorpecer a
los policías, o simplemente se giran para grabar vídeos con sus móviles
ante la pintoresca escena.
Como sea, Chanquete
consigue ganar unos metros de ventaja sobre los atascados policías,
metros decisivos para que cuando los perseguidores lleguen a la primera
esquina ya no la vean. Se dividen: dos corren calle arriba, los otros
dos hacia el mar, y un quinto policía se queda inspeccionando portales y
tiendas por si se ha escondido.
Los dos que van hacia
el mar ven a Chanquete al final de la calle, en el momento en que
desencadena una bicicleta de una señal de tráfico. Para más recochineo,
es una vieja Motoretta roja, una de aquellas bicis con respaldo en el
sillín. De los ochenta, sí.
-Se aleja en dirección al centro del pueblo –grita un policía por la emisora-, la sospechosa no se ha quitado la careta.
-Por
ahora seguirá enmascarada –dice la inspectora-; sabe que si escapa
podríamos identificarla luego con cualquier cámara de seguridad por la
que pase.
Un coche se adelanta hacia el centro, y dos
policías se colocan en sendas esquinas para cortarle el paso. Pero justo
llega en ese momento una excursión de visitantes que, en bicicleta,
siguen la "Ruta Verano Azul", guiados por Miguel Joven, el actor que
hizo de Tito en la serie y que ahora se dedica a acompañar turistas
nostálgicos. Los policías detienen la marcha, pero en el jaleo de bicis
atravesadas, y entre las protestas de los excursionistas, Chanquete
aprovecha para soltar la bici, atravesar el control a empujones y seguir
a la carrera.
-¡Va hacia el Balcón de Europa!
-¡Se ha metido por la calle Carabeo!
-¡Envíen un coche al Parador, va en esa dirección!
-¡La han visto cerca de los Apartamentos Verano Azul!
-¡Registren el bar de Frasco!
-¡Atención agentes, en la playa de Burriana!
-¡Motocicleta sospechosa camino de la Cueva de Nerja!
La inspectora y yo escuchábamos la persecución desde el parque. Su preocupación era evidente:
-Está
jugando con nosotros. Nos está dando un paseo por los lugares de la
serie. Muy divertido, sí. Pero no puede correr tan deprisa ni estar en
tantos sitios a la vez. Salvo que sea un fantasma…
-O estéis persiguiendo a más de un Chanquete –completé su deducción.
Mientras, la emisora policial seguía cantando la disparatada persecución:
-¡Atención, la sospechosa se dirige de vuelta al parque!
-¡Ha vuelto a coger la bicicleta, va hacia el parque, afirmativo!
La inspectora y yo salimos del coche, miramos en
dirección al barco, varado en mitad del aparcamiento. Ya era de noche, y
la pintura gastada de "La Dorada" relucía mate bajo las cercanas
farolas y los flashes de las cámaras. La cantidad de gente no había
dejado de aumentar en los últimos minutos. A los muchos turistas y
nostálgicos se habían sumado varios cientos de jóvenes que cada noche
hacían botellón junto al barco. Y otros que estaban de veraneo en la
zona y ahora acudían convocados. Le enseñé a la inspectora el mensaje
que acababa de ver en mis redes sociales: "Todos al barco. No nos
moverán. Chanquete vive, la lucha sigue. Pásalo".
Vimos
el parpadeo azulado de los coches policiales que llegaban desde el
centro persiguiendo a una veloz ciclista enmascarada. Chanquete soltó la
Motoretta, bajó las escaleras del parque a saltos, y se zambulló entre
la gente, que de nuevo se abría a su paso y se cerraba enseguida
dificultando a los policías, cómicos en su desesperación, haciendo
aspavientos de cine mudo. Y sí, había quien los grababa con el móvil, y
ya directamente les colocaba la música de Benny Hill para compartirlo en
redes.
Desde el coche, vimos cómo la multitud se
sacudía y contraía en dirección a la puerta del barco. Todos, turistas,
nostálgicos, botelloneros y cómplices, se desplazaron hacia allá,
apretándose contra las maderas, y hacia allá fuimos también nosotras.
Vimos
cómo la puerta cedía al empuje, reventada, y la gente entraba en el
barco, a empujones, entre gritos y risas. Subían las escaleras
interiores e iban apareciendo en la cubierta, que en pocos segundos
estuvo repleta, más otros que seguían en la bodega incapaces de subir, y
los muchos que en el exterior ya no cabían en el barco y lo rodeaban.
Llegamos
lo más cerca posible, y fue entonces, a la luz de las farolas, cuando
pudimos ver bien los rostros de quienes atestaban la cubierta, los
rostros de quienes salían por la puerta para dejar entrar a otros, los
rostros que nos rodeaban en la explanada.
-No me lo puedo creer –dijo la inspectora.
-Así que se acabó el juego, ¿eh? –no pude disimular mi sonrisa.
La
inspectora no me miró, tenía los ojos clavados en cientos de Chanquetes
que se asomaban a la cubierta de estribor, se sentaban colgando las
piernas, se subían a la caseta del timón, se encaramaban a los mástiles,
llenaban el camarote y la bodega, atascaban la puerta, rodeaban el
barco, se tiraban en el césped cercano, seguían el botellón, se hacían
fotos, se perdían ya por el parque o por las calles hacia el centro del
pueblo. Todos nos miraban con un único rostro, la sonrisa bonachona,
papanoelesca, sabia y justa del abuelo de España.
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