La Vía Portuguesa, la solución que tanto gusta a los socialistas lusos (y obsesiona a Sánchez)
- Ventajas y desventajas de un gobierno minoritario apoyado en una alianza parlamentaria de la izquierda
- A
punto de concluir la legislatura, y tras cuatro años de envidiable
estabilidad en tierras lusas, se puede decir que la "geringonça", vía
portuguesa, ha funcionado
LISBOA.- El posado veraniego de los Reyes en Marivent tiende
a ser un evento de mayor interés para la prensa rosa que para los
periodistas políticos, con el enfoque centrado más en la ropa que visten
los monarcas y las infantas que en las declaraciones que podrían hacer.
En este año tan inusual, sin embargo, Felipe VI ha
roto con la tradición y optado por mojarse al comentar la actualidad,
emitiendo una declaración sorprendentemente firme sobre el bloqueo que
existe en España tras el fracaso del intento de investidura de Pedro Sánchez del pasado 25 de junio.
“Lo mejor es encontrar una solución antes de ir a elecciones”, afirmó el Rey, quien opinó que sigue existiendo un margen para que los partidos “puedan encontrar una solución de Gobierno”. De esta manera, el jefe del Estado ha mandado un mensaje claro a las formaciones, y en particular al presidente en funciones, a quien insta a hacer todo lo posible para evitar que el 23 de septiembre se tenga que fijar una nueva cita electoral.
Sánchez ya ha movido ficha y ha iniciado una ronda de reuniones con colectivos de la sociedad civil con el fin de elaborar una propuesta programática con la pretende convencer a Unidas Podemos. Si bien el presidente en funciones se muestra dispuesto a reabrir las negociaciones con el partido de Pablo Iglesias, ahora rechaza la coalición ejecutiva –con una vicepresidencia y tres ministerios cedidos a la formación morada– que se barajaba hasta la investidura fallida. En una carta dirigida a la militancia, Sánchez especifica que actualmente apuesta por una solución “a la portuguesa”, con un Gobierno minoritario socialista que se apoya en una alianza parlamentaria de la izquierda
Poco sorprende que, después del mal trago de las negociaciones fallidas de julio, Sánchez esté centrado en evitar pasar los próximos cuatro años compartiendo su Ejecutivo con
miembros de UP. Las diferencias ideológicas y de estilo ya eran
suficientemente serias para poner en duda la colaboración estrecha, y la brutalidad de los ataques cruzados durante el debate de investidura fue
definitiva. El presidente en funciones parece tener claro que sólo
podrá gobernar en paz si lo hace en solitario, y por eso tanto desea
seguir la llamada “vía portuguesa” –denominada geringonça en tierras lusas–, una solución atractiva a un problema complejo, especialmente para quien ocupa la jefatura del Gobierno.
A esa altura ni se planteó un gobierno de coalición formado por miembros del Partido Socialista Portugués (PSP), el marxista Bloque de Izquierda (BI) y el Partido Comunista Portugués (PCP), pues las diferencias entre los partidos siempre habían sido lo suficientemente pronunciadas para que la idea se contemplase; los pragmáticos políticos portugueses entendían que seguir ese camino llevaría a estancamientos y podría terminar por enfadar a los militantes más apasionados de cada formación. Por ese motivo, se optó por comenzar con una serie de acuerdos programáticos entre el PS y cada uno de los partidos aliados, y de “negociaciones continuas” entre las partes para sacar las propuestas que surgieran de ahí en adelante.
A punto de concluir la legislatura, y tras cuatro años de envidiable estabilidad en tierras lusas, se puede decir que la geringonça ha funcionado, y que los socialistas se han visto beneficiados por la solución gubernativa. La ventaja más obvia del pacto ha sido la investidura de Costa, el hombre que perdió las elecciones pero aun así se convirtió en primer ministro. Con el tiempo se ha consolidado en el poder, aprovechando la popularidad que la ha aportado la recuperación económica que ha resultado del boom del turismo en el país vecino, y ahora va camino a un segundo mandato.
Para los socialistas lo más desagradable de la situación ha sido el tener que depender de la izquierda más radical para sacar adelante legislación clave, y el tener que lidiar con las críticas incesantes de formaciones oficialmente aliadas. No son pocas las sesiones del Parlamento en las que diputados bloquistas o comunistas han atacado al Ejecutivo por no ir lo suficientemente lejos en alguna que otra propuesta social, y esa dinámica ha terminado por desgastar a muchos políticos socialistas, quienes detestan estar atados a gente que pone en duda su compromiso con el progreso. Quemado por las críticas pero fortalecido por los éxitos electorales recientes –como los de las municipales de 2017, en las que arrasaron los socialistas–, en los últimos tiempos Costa ha gobernado más a su manera, pactando con la derecha cuando no le convenía –o apetecía– lidiar con la izquierda.
Lo frustrante para estos partidos ha sido ver como los socialistas lusos han utilizado el relato del Ejecutivo progresista para seducir a sus votantes tradicionales. Varios feudos históricos de los comunistas fueron conquistados por los socialistas en las municipales, y los bloquistas se muestran preocupados que el PS les quite votantes en la cita electoral de octubre. Tampoco ha gustado el ninguneo de Costa durante el último año, y el hecho de que ciertos ministros socialistas se hayan llevado los aplausos al implementar medidas propuestas por el BI y el PCP.
Pese a no ser un sistema perfecto, tanto los socialistas como los bloquistas y comunistas se muestran abiertos a intentar recrear la geringonça de alguna manera si se cumple lo augurado por las encuestas y Costa no logra una mayoría absoluta en octubre. El PS prefiere que la alianza sea con apenas uno de las dos formaciones, e incluso se ha mostrado interesado en entablarla con el animalista Partido de las Personas, los Animales y la Naturaleza (PAN) si consigue escaños suficientes para sumar la mayoría, pero está dispuesto a estudiar todas las opciones.
Lo que sí está descartado es un gobierno de coalición, considerado imposible por todas las partes, incluso después de cuatro años de “alianza”. Tal y como resumió Costa hace unos meses, “aquello en lo que conseguimos convergir ha sido suficiente para entablar una muy buena relación, pero no hay condiciones para que haya matrimonio”.
“Lo mejor es encontrar una solución antes de ir a elecciones”, afirmó el Rey, quien opinó que sigue existiendo un margen para que los partidos “puedan encontrar una solución de Gobierno”. De esta manera, el jefe del Estado ha mandado un mensaje claro a las formaciones, y en particular al presidente en funciones, a quien insta a hacer todo lo posible para evitar que el 23 de septiembre se tenga que fijar una nueva cita electoral.
Sánchez ya ha movido ficha y ha iniciado una ronda de reuniones con colectivos de la sociedad civil con el fin de elaborar una propuesta programática con la pretende convencer a Unidas Podemos. Si bien el presidente en funciones se muestra dispuesto a reabrir las negociaciones con el partido de Pablo Iglesias, ahora rechaza la coalición ejecutiva –con una vicepresidencia y tres ministerios cedidos a la formación morada– que se barajaba hasta la investidura fallida. En una carta dirigida a la militancia, Sánchez especifica que actualmente apuesta por una solución “a la portuguesa”, con un Gobierno minoritario socialista que se apoya en una alianza parlamentaria de la izquierda
Comodidad al consolidarse en el poder
Desde finales de 2015 António Costa es primer ministro de Portugal gracias al acuerdo fraguado entre la tradicionalmente enemistada izquierda lusa, que se unió inesperadamente para evitar que la coalición conservadora de Pedro Passos Coelho –la más votada en las elecciones de ese año– gobernara.A esa altura ni se planteó un gobierno de coalición formado por miembros del Partido Socialista Portugués (PSP), el marxista Bloque de Izquierda (BI) y el Partido Comunista Portugués (PCP), pues las diferencias entre los partidos siempre habían sido lo suficientemente pronunciadas para que la idea se contemplase; los pragmáticos políticos portugueses entendían que seguir ese camino llevaría a estancamientos y podría terminar por enfadar a los militantes más apasionados de cada formación. Por ese motivo, se optó por comenzar con una serie de acuerdos programáticos entre el PS y cada uno de los partidos aliados, y de “negociaciones continuas” entre las partes para sacar las propuestas que surgieran de ahí en adelante.
A punto de concluir la legislatura, y tras cuatro años de envidiable estabilidad en tierras lusas, se puede decir que la geringonça ha funcionado, y que los socialistas se han visto beneficiados por la solución gubernativa. La ventaja más obvia del pacto ha sido la investidura de Costa, el hombre que perdió las elecciones pero aun así se convirtió en primer ministro. Con el tiempo se ha consolidado en el poder, aprovechando la popularidad que la ha aportado la recuperación económica que ha resultado del boom del turismo en el país vecino, y ahora va camino a un segundo mandato.
Para los socialistas lo más desagradable de la situación ha sido el tener que depender de la izquierda más radical para sacar adelante legislación clave, y el tener que lidiar con las críticas incesantes de formaciones oficialmente aliadas. No son pocas las sesiones del Parlamento en las que diputados bloquistas o comunistas han atacado al Ejecutivo por no ir lo suficientemente lejos en alguna que otra propuesta social, y esa dinámica ha terminado por desgastar a muchos políticos socialistas, quienes detestan estar atados a gente que pone en duda su compromiso con el progreso. Quemado por las críticas pero fortalecido por los éxitos electorales recientes –como los de las municipales de 2017, en las que arrasaron los socialistas–, en los últimos tiempos Costa ha gobernado más a su manera, pactando con la derecha cuando no le convenía –o apetecía– lidiar con la izquierda.
El placer de estar y no estar
Para los partidos de la izquierda más radical la vía portuguesa también ha tenido ventajas y desventajas. En términos favorables, pese a tener pocos diputados, bloquistas y comunistas han conseguido tener considerable influencia sobre la legislación aprobada durante este periodo. Ahora, a dos meses de las próximas elecciones legislativas, presumen de los éxitos logrados a lo largo de los últimos cuatro años, y sacan pecho por haber “formado parte” de un solución gubernativa envidiada en el resto de Europa.Lo frustrante para estos partidos ha sido ver como los socialistas lusos han utilizado el relato del Ejecutivo progresista para seducir a sus votantes tradicionales. Varios feudos históricos de los comunistas fueron conquistados por los socialistas en las municipales, y los bloquistas se muestran preocupados que el PS les quite votantes en la cita electoral de octubre. Tampoco ha gustado el ninguneo de Costa durante el último año, y el hecho de que ciertos ministros socialistas se hayan llevado los aplausos al implementar medidas propuestas por el BI y el PCP.
Pese a no ser un sistema perfecto, tanto los socialistas como los bloquistas y comunistas se muestran abiertos a intentar recrear la geringonça de alguna manera si se cumple lo augurado por las encuestas y Costa no logra una mayoría absoluta en octubre. El PS prefiere que la alianza sea con apenas uno de las dos formaciones, e incluso se ha mostrado interesado en entablarla con el animalista Partido de las Personas, los Animales y la Naturaleza (PAN) si consigue escaños suficientes para sumar la mayoría, pero está dispuesto a estudiar todas las opciones.
Lo que sí está descartado es un gobierno de coalición, considerado imposible por todas las partes, incluso después de cuatro años de “alianza”. Tal y como resumió Costa hace unos meses, “aquello en lo que conseguimos convergir ha sido suficiente para entablar una muy buena relación, pero no hay condiciones para que haya matrimonio”.
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