Es
la mejor historia que escuché el año pasado. Su protagonista primera es
una amiga menuda, admirablemente batalladora y muy persuasiva. En los
últimos años se ha dejado una buena parte de su vida, que no le sobra,
en la PAH de un barrio de Madrid.
Un buen día me
contó el caso de una señora de edad que iba a ser desahuciada por
Bankia. Esta benéfica institución le había ofrecido, como alternativa,
varios pisos que ya estaban ocupados y, para que nada faltase, otro a través de cuyo techo se podían ver, y no hay metáfora, las estrellas. En los días claros.
Mi amiga pidió una entrevista, cabe entender que
burocrática, con el director de la sucursal benefactora. En su
transcurso le recomendó al banquero -supongo que sin dar mayor relieve a
la sugerencia- la lectura del "Eichmann en Jerusalén.
Sobre la
banalidad del mal", de Hannah Arendt. Es sabido que el libro cuenta, y
ya sé que lo resumo mal, cómo los seres humanos aparentemente más
normales y anodinos pueden convertirse en elementos decisivos de una
maquinaria infernal.
Unos días después mi amiga
menuda, admirablemente batalladora y muy persuasiva, recibió una llamada
telefónica del director de la sucursal bancaria.
Éste le confesó que
había comprado el libro, lo había leído y le había convencido. Le
ofrecería una vivienda digna a la señora que se aprestaba a ver las
estrellas. De saberlo, Hannah Arendt habría dado saltos en su tumba. Y
es que los libros sirven... cuando hay alguien que pelea con ellos.
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