lunes, 1 de junio de 2015

La voz de Iñaki


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La gran pitada

EL PAÍS  

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El PP propone cambios legales para castigar los pitidos al himno

Los populares rechazan que los silbidos de la final de Copa se consideren libertad de expresión como sentenció la Audiencia

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El bote pronto de la mala educación, ése que hace evidente el desconocimiento de aquellas excelsas reglas de urbanidad con que el catolicismo franquista nos educó con tanto ahínco se ha puesto de manifiesto una vez más en la pitada unánime al Rey en un estadio.. (los niños bien educados no hacen preguntas impertinentes y obedecen sin rechistar; cuando los mayores hablan, los niños bien educados se callan...los mayores lo saben todo, los niños siempre se equivocan, cuando algo duele hay ser bien educados y no quejarse en público, al contrario, hay que sonreir, ser valientes, responsables y callar, no hacer gestos ni decir palabras altisonantes propias de los maleducados, etc...) 

Escandalizarse y alarmarse tantísimo por los síntomas periféricos puede ser, inconscientemente, una escapatoria para no mirar ni escarbar jamás en las raíces y en los porqués de tanta mala educación. Las pitadas ciudadanas a lo mayestático que les es ajeno y oneroso, son  como el dolor y la fiebre en las enfermedades graves. Y eliminarlas con un castigo es como dar una aspirina para "aliviar" un proceso de  metástasis. Lo primero que hace un buen médico es un análisis en profundidad de la etiología del problema para no pifiarla fatalmente con tratamientos chapuzas y empeorar el estado general hasta llevarlo a pronósticos letales. 

Echemos un vistazo sin prejuicios, dejando a un lado aquellos heredados  "principios inamovibles del movimiento" que recibimos como hierro de la ganadería patria ya en la pila bautismal, y que se nos han colado hasta las cachas y hemos asumido de por vida como cosa congénita e incluso hemos maquillado con nuestro particular sentido rarito  de la democracia, las libertades y demás solemnidades constitucionales que suenan muy bien en los discursos rimbombantes, pero que en realidad no significan gran cosa a la hora de aplicar la lógica, la coherencia, la ética y hasta el pudor de la estética. 

Castigar la pitada contra un modelo de Estado inicuo de pretendida democracia corta y pega, al que representa sin que nadie lo haya elegido, un chico muy majo, muy bien preparado para los paripés, y de familia con pedigrí muy antiguo, es mucho peor que la más cacofónica y desagradable fanfarria protestona. Porque indica que los poderes que gobiernan son sordos para lo fundamental e hipersensibleros hasta la histeria para la percepción de las bagatelas formales. 
El análisis de un médico político tiene que ir en busca del más allá de Mas y su nacionalismo de pacotilla y de conveniencia tapaladrones. Esa pitada no es, simplemente, un síntoma 'catalanista', ha sido también y sobre todo, la expresión compartida de una mayoría de españoles oprimidos por una élite manipuladora y oligárquica, que aún, tras cuarenta años de democracia, no ha permitido que se ejerza el derecho  a elegir libremente y sin la espada de Damocles del terror dictatorial qué modelo de Estado prefieren. 
La pitada de Barcelona no es sólo "catalanista", es general con excepciones, que son los beneficiarios del cotarro, evidentemente, aquellos a las que no les urgen los cambios imprescindibles, porque les va de lujo, e incluso tal estado de desigualdad, les da más trabajo, dinero y caché . Desde que la crisis clavó sus colmillos en la ciudadanía, a través de la corrupción y sus complicidades institucionales,  y la familia Borbón no dio el menor indicio de coscarse, con una frialdad, una indiferencia y una falta de compasión, más que manifiestas, la pitada moral es unánime y empezó a hacerse patente en visitas y actos oficiales de los reyes viejos y sus retoños, y ahora en los reyes nuevos e igualmente apolillados en lo que se refiere a sincronicidad oportuna y empatía. O sea, a no saber estar a la altura del momento histórico y del dolor social que les rodea sin que se inmuten lo más mínimo ni alteren sus rutinas glamourosas que no sólo  serían indiferentes a la ciudadanía en tiempos normales, sino que repugnan e indignan en tiempos de desgracia general, circunstancias dramáticas que a esa familia y a sus sostenedores parecen serles indiferentes y hasta fastidiosas e incómodas por lo que tienen de llamativas señales de que todo va cuesta abajo y sin frenos en el descalabro in crescendo y en el que ese penoso quiste monárquico está siendo la tapadera y el toldo protector. 

Que quede meridiano: a los españoles no se nos ha preguntado qué modelo de Estado queremos y necesitamos una vez superado con creces el tiempo prudencial de la convalecencia. Se hizo un documento hace 39 años y se puso a votación hace 38, para que en unas circunstancias dificilísimas se pudiera salir del túnel inmundo y peligroso en que vivíamos y del que se intentaba salir sin daños colaterales. Fue un documento de emergencia, de primeros auxilios, útil en ese momento. Pero lleno de lagunas tremendas, de parches, de agujeros, de grietas...como lo es la imposición de una monarquía por un dictador que programó la educación y los comportamientos caciquiles y antidemocráticos de "su" heredero al que deseducó según su estilo tiránico, y cuyo sistema se ha perpetuado hasta pudrir por completo las raíces de la gestión política. Atado y bien atado nos dejó todo el tirano. Y esto que vivimos es la prueba indiscutible. 

Tras la recuperación de un trauma, un país, como cualquier víctima de un accidente gravísimo, no se queda el resto de su vida en las urgencias del hospital, sino que comienza a retomar su normalidad, sus actividades y su independencia. Comienza a decidir por sí mismo. Una vez curado, se olvida de los tratamientos, de las cirugías agresivas, de las dietas rígidas, de las inyecciones y las sondas...Se ha recuperado, está sano y puede emprender sus cambios necesarios; tal vez ahora necesita cambiarse de barrio o de ciudad, de trabajo y orientación porque al salir del hospital se da cuenta de que los tiempos y las necesidades son diferentes y lo que hacía bajo la mirada de los médicos y personal sanitario, ya le estorba más que le ayuda. Un niño cuando aprende a  andar deja el taca-taca y si no lo hace, nunca caminará por sí mismo. Lo que nos está pasando es eso mismo: necesitamos con urgencia soltar el taca-taca de la "buena educación" que recibimos como herencia, con el lote del modelo de Estado que es el molde que un dictador diseñó para que eternamente viviésemos en una dictadura de caciques con el barniz de una democracia débil,enfermiza y acojonada sine die por el miedo a todo. Especialmente por el miedo a los cambios necesarios, a creer que más vale lo malo conocido, intrincado y corrupto, impuesto por buitres carroñeros, que lo bueno, justo, transparente y directo, por construir entre todos. 

Lejos de ser un pecado mortal contra el dogma de una democracia-pegatina, la pitada en Barcelona fue la expresión terapéutica y liberadora del descontento, la amargura y el cansancio de la inmensa mayoría de españoles, que si hubiesen podido hacerse oír en esa velada, se habría multiplicado por millones y habría dejado alucinando a los caciques oligócratas que desde sus burbujas sólo ven la vie en rose y a sus huestes pedagógicas cómplices en la fabricación del consentimiento. No la confundamos con el rollo hooligan porque la cosa no va por ahí. A este Rey, como a su padre, le habrían pitado aunque se hubiese puesto la barretina y hubiese subido de rodillas hasta Monserrat en peregrinación cantando L'estaca. No es nacionalismo catalanista o centralista, es cabreo, hartura, saturación e impotencia, al ver que nada cambia aunque aparentemente haya mudanzas de despachos. Reducir a un mal estilo de comportamiento el problema gravísimo que soportamos con el derecho de pernada y el menosprecio a la soberanía de un pueblo que soporta un 'soberano' por narices y por gónadas fósiles de un dictador, no ver la relación perversa que hay entre los comportamientos prepotentes de los políticos "profesionales" y la herencia 'protectora' de intereses espurios de esta monarquía, o es miopía gravis o es frivolidad o es cohecho moral. Lo que desde luego no roza es la lucidez ni la ética orientadora de la conciencia ni la moral social aplicada al funcionamiento de la Res Publica aún inexistente en España, que aquí parece estar reducida y bloqueada por un consorcio de intereses y enjuagues de la res privata a través del trinomio banca-monarquía-partidos domesticados. Absolutamente a espaldas, no sólo de la democracia, a la que han usado y usan como coartada y trampolín, sino también de la decencia más elemental y básica, un consorcio colosal, subido impúdicamente a la chepa de los más abusados y despreciados, con la aprobación silenciosa y aséptica, (a veces no tanto), de los que sólo miran de lejos el dolor del prójimo para comentarlo en las tertulias de la tele o en los mítines de sus partidos.
Ya vale con que la corrupción no se relacione con el ambiente en que se produce. Que el rey padre se haya dado la vida idem a nuestra costa durante cuarenta años y que siga chupando del bote, que la hermana y el cuñado se hayan puesto las botas a costa del dinero público y que "la familia" no tenga nada que ver con el fenómeno corrupto, es el mismo argumento del pp. Por favor, dejen ya de insultar la inteligencia de los soportadores mediáticos. Necesitamos el detergente de la memoria histórica para rehacer nuestra esencia ciudadana. El olvido y la chapuza son cómodos a corto plazo, pero son un pudridero del presente y del futuro. Nunca habrá futuro sano con un presente miserable. Pero claro ¿ qué les importa el futuro a las pirañas del presente, verdad? Si ellos ya no estarán para sufrir las consecuencias de su desastre actual...a los del futuro, que les den, ya lo dijo Andrea Fabra cuando verbalizó la fórmula del sistema consensuado a lo depredator fashion.
Los reales abucheos y mayestáticas pitadas "independentistas" tienen un fácil arreglo: un referendum sobre el modelo de Estado. O monarquía constitucional o República Federal. No queda otra. Pero eso no lo exigen los voceros más cualificados. Y todo lo que tardemos en llegar a esa sabia elección -sea la que sea- será una agonía interminable para todo, un impedimento para cambiar el sentido de las leyes pensadas más para proteger el lucro que para suprimirlo, desde lo social a lo económico, desde lo privado a lo público. Desde la inteligencia colectiva a la cerrazón cleptócrata. Habrá que pensárselo dos veces antes de juzgar como mala educación la justa indignación de la ciudadanía oprimida tantos siglos por la misma maldición de siempre.

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