Creo que nuestra sociedad, tan adicta a los dogmas y a las clasificaciones, e impulsada más tarde por el consumismo y la publicidad, lleva demasiado tiempo dividiendo entre "viejos" y "jóvenes". Desde hace mucho tiempo en España nos hemos/nos han, acostumbrado al grupismo por edades. Los de mi generación fuimos educados en el caldo social de la Falange con sus "margaritas" "luceros", "flechas" "pelayos" y "mandos". Falange masculina y sección femenina. La iglesia también nos dividía así en la Acción Católica como en las catequesis. La jerarquización en todo hacía de aquella sociedad un mundo en blanco y negro, en verticalidad de resbaladiza cucaña trepadora, cuyo resultado ha sido durante más de 70 añazos, un país en grises; tanto en el uniforme de la policía a sueldo del dictador, como de las capacidades reprimidas, ninguneadas, ahumadas o suprimidas por decreto-ley. Hasta llegar a que la supresión del potencial se convirtiese en uso y costumbre.
Lo malo que tiene reprimir la inteligencia a base de suprimir la libertad y los derechos, es que el individuo acaba por automutilarse, intelectiva y cognitivamente. Que no puede madurar, sino estar verde o petrificarse en su vacío y que acaba siendo en versos machadianos no "un fruto maduro ni podrido, es una fruta vana, de aquella España que pasó y no ha sido, de ésa que hoy tiene la cabeza cana". Por ser su primer autocensor, que se niega el pan y la sal del pensamiento independiente, de la autocrítica, del avance. Por desgracia la España de nuestra juventud y primera adultez fue tan y plana y anodina como el encefalograma de la dictadura. Es cierto que hemos tenido repuntes con el cambio de régimen, que de repente el "joven" Suárez fue el encargado de convocar la juventud de las ideas. Y creímos encontrar una especie de primavera democrática. Que los jóvenes políticos "revolucionarios" con sordina, aparecieron de pronto como setas, tras las primeras lluvias del otoño. Pero la realidad nos cantó las cuarenta muy pronto: los viejos tenían la llave de la despensa, o sea, del dinero, eran "los putos amos". Y los jóvenes acabaron en seguida por acoplarse a sus sugerencias amenazantes prometedoras de porvenires sustanciosos, "para no causar problemas graves" o "para no alterar la paz social", "para abrirnos a Europa" sin calibrar a qué precio o "para entrar en la OTAN, y poder participar en el reparto del pastel" cada vez que USA se empeña en abrir a bombazos sus mercados e imponer su peculiar concepto de la libertad y de la democracia; ahí acabó el conato de aventura jovencista 'a la manera española', citando de nuevo a Antonio Machado, que las pasó canutas por la misma historia que ahora va resular en revival.
La corrupción del felipismo, que con el aznarismo alcanzó cotas inusitadas y hasta legisladas y el chafón del zapaterismo en su deriva final, nos han precipitado en las garras depredadoras, mediocres e impúdicas del rajoyismo presente.
Quién sabe si era esto lo que necesitábamos para acabar con la cutrez de la España interminable. Algo de eso hay, porque hemos llegado a un punto de fusión nuclear. En vez de dividir el núcleo del átomo social con la fisión del Mame Lagarde & company, lo estamos fundiendo en una sola energía donde ya no se distinguen los viejos de los jóvenes, donde una lista electoral aporta a un Pablo Echenique joven y experto en superar lo peor y a un anciano Jiménez Villarejo capaz de ser tan joven como Echenique, Teresa, Carolina Bescansa, Iglesias o Monedero. Y todos con el mismo empuje, con la misma energía expresada naturalmente en canales distintos, pero en la misma dirección y con la misma finalidad. Las asambleas con sus grupos de debate, de estudio y decisiones, son una muestra multitudinaria de este fenómeno catalizador, en el que los distintos ingredientes constituyen el mismo menú, como las notas distintas y los muy diferentes instrumentos se combinan en el pentagrama y se funden en una sinfonía en la que el director es la conciencia y su batuta el voto.
La edad de los cientos y miles de rostros que ves reunidos, está mezclada totalmente. No predomina ninguna edad sobre otras. Hay de todo. Y mucho de todo. Los organizadores, los portavoces, los que debaten, los que acogen, los que venden las camisetas y las chapas, son omnitemporales. Hay niños pequeñitos, de un par de años, tal vez, que se escapan de su sillita y saltan al ruedo del círculo y van dando la mano y saludando a todos los presentes...hasta que cambian de idea y se ponen a jugar a otra cosa. Yayosfaluta, adolescentes, jóvenes y menos jóvenes, ancianos con andador, dependientes en silla de ruedas...parejas treintañeras...¿Jóvenes? ¿Viejos? ¿Dónde está el límite? "Yo soy abogado", "Yo tornero en paro" "Yo maestra" "Yo limpiadora" "Yo ingeniera agrícola", "Yo cuidadora de ancianos" "Yo jubilado" "Yo estudiante de informática" "Yo inmigrante mal pagado" "Yo segurata"..."Yo voté al pp" " Y yo al psoe" "Yo milito en iu" "Yo vengo de la PAH" "Yo de la marea naranja" "Yo de la blanca" "Yo no creo en los políticos" "Yo creo que esto sí es política"...
No existe la distancia, todo está mezclado, compartido, amasado en el mismo pan que nos alimenta la tarde. ¿Por qué? pues muy fácil, porque no nos pre ni nos post ocupa una ideología, la idea de "partido-coraza", que ya en sí misma significa un corte, un segmento separado del resto y casi siempre enemigo mortal del resto, sino que nos ocupa el mismo afán de que toda la mugre acabe de una vez, porque ni el desahucio, ni los recortes, ni el desempleo, ni el abandono, ni la humillación, ni el expolio, son propios de una edad determinada. Por eso hay niños en las manifestaciones que van de la mano de los abuelos o sobre los hombros de sus padres. Y dicen a voz en cuello que "todos somos Gamonal" o "todos somos el Cremona". Y saben lo que dicen porque lo han preguntado, alguien se lo ha explicado y ellos lo han entendido. Y muchos de ellos han perdido la ayuda para el comedor escolar y comen en tupperware pagando 3 euros, o van con sus padres al banco de alimentos para poder cenar esta noche o desayunar mañana o al volver de la escuela se han visto en la calle sin cama, sin sillas ni mesa, ni techo, sus padres llorando y un cerrajero, un agente de banca, con la policía, precintando la puerta de su casa. ¿Jóvenes? ¿Viejos? Si es el mismo dolor el del abuelo que debe compartir su pensión y su casa para amparar hijos y nietos, que el de éstos mismos.
La fantasía nos divide en partidos y en edades, la realidad nos convoca y nos une para siempre en un alma compartida, en un corazón solidario y en una inteligencia nueva que cuando el horror intenta desmantelar la vida, se inventa mil caminos de unidad en lo diverso para que sea posible el mayor y mejor de los milagros: el bien común, sin el que la democracia se convierte en una trampa letal, la libertad en un peligro público, las relaciones humanas en una jungla y la civilización en un manicomio suicida.
De poco sirve la juventud aparente si su inercia es la de los viejos dogmas apolillados en sus miedos y "prudencias" paralizantes. De poco sirve la experiencia de los viejos que de jóvenes se limitaron a repetir empeorando lo que aprendieron. De nada sirve la experiencia, por muy estupenda que haya sido, si no es capaz de aplicarse para superarse a sí misma. De ese laberinto sólo nos puede sacar el amor inteligente o la inteligencia emocional no sólo en la teoría de los psiquiatras sino,sobre todo en la praxis del codo con codo y mano con mano. De este aterrizaje sin tren, con que se nos ha estampado contra el suelo de la injusticia el avión de una democracia de pacotilla, encantada consigo misma sin percatarse del abismo que tenía delante, detrás y por los lados. Y negarlo o no querer verlo es simplemente caer en un agujero más negro que la antracita.
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