domingo, 27 de julio de 2014


Juventud: del botellón a Pedro Sánchez

Actualizada 26/07/2014 a las 17:59    

La juventud, como coartada biológica para la regeneración y la esperanza, ha jugado un papel muy significativo en esa fábula amarga que llamamos Historia Contemporánea de España, una colección de glorias huecas, bellos sueños frágiles y desencantos.

Si queremos buscar fecha, todo empezó en 1870 con una meditación del pedagogo Francisco Giner de los Ríos titulada La juventud y el movimiento social. Un país seco, minado por las corrupciones y las mentiras, necesitaba educar a una juventud capaz de consolidar un Estado y regenerar la vida social. Para eso fundó Giner la Institución Libre de Enseñanza, y en esa ilusión de ramas verdes en el olmo seco vivieron sucesivas generaciones a través de las fechas, los nombres y las misiones pedagógicas. El 1898, 1914, 1927, 1931, Unamuno, Ortega y Gasset, Azaña, García Lorca, Luzuriaga...

Ortega llegó a quejarse de haber vivido sin juventud porque, en vez de apurar sus felices 20 años, tuvo que quemar la mocedad en el compromiso regenerador de España. Ser joven ha soportado aquí el sobrepeso de una discusión perpetua: la tarea de dar solución a la realidad mohosa de una política oficial sin escrúpulos y sin piedad para los ciudadanos.

Quizás convenga recordar que la apuesta en favor de la juventud lanzada por Giner de los Ríos llegó después de un fracaso sonoro de las ilusiones juveniles. Su famosa meditación empezaba constatando lo siguiente: “En pocos periodos de nuestra historia contemporánea habrá hecho alimentar la juventud tan consoladoras esperanzas como durante los últimos diez años que preceden a la Revolución de Septiembre”.

En 1868 el sueño de la España progresista consiguió expulsar del trono a Isabel II. Los Borbones se fueron a Francia en medio de la alegría general. El compromiso pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza surgió cuando los hechos demostraron que la juventud española, arrebatada al criticar la descomposición del país, era incapaz de crear una alternativa. Acabó por aterrorizar no sólo a la oligarquía, sino a la clase media que la había apoyado. Los jóvenes de 1868 se comportaron con la misma degradación ética que sus mayores.

La verdad es que confiar la regeneración de un país a razones biológicas no es un argumento muy sólido. Tan peligrosos son los viejos cascarrabias como sus herederos, formados con la misión de perpetuar el orden vigente. Aunque conviene siempre abrir las ventanas para que entre aire limpio, no es bueno reducir el debate de ideas a una simple cuestión generacional. Se corren dos peligros paralelos: la perpetuación sibilina de lo anterior (cambiar de cara, para que no cambie nada) o el desplazamiento de la vitalidad al irracionalismo de los frentes de juventudes. Los jóvenes del 1868 acabaron provocando una Restauración que devolvió el trono a los Borbones y la política española a la corrupción y la mentira. Y España siguió soñando en su juventud redentora en una larga marcha que pasó de las aulas de la Institución Libre de Enseñanza hasta las cafeterías barbudas y llenas de humo del antifranquismo.

Felipe González fue un joven sin escrúpulos, que rompió con sus mayores, convirtió la política en un exitoso marketing electoral y se deslumbró con el mundo del dinero. Si Pedro Sánchez no comprende que los problemas actuales del PSOE tienen mucho más que ver con la figura de Felipe González que con los últimos naufragios de su heredero Rubalcaba, tal vez ejerza una juventud brillante y sin escrúpulos, pero no será capaz de crear una alternativa para el socialismo español.

El sobrepeso soportado por la juventud en la historia de España tuvo un momento de vacaciones en los años posteriores a la Transición. Cuando el discurso oficial estableció que todo estaba hecho, que la historia se había acabado con una democracia perfecta gracias al Rey y a sus validos, las plazas sustituyeron las banderas por litronas de cerveza. A la juventud se le dio permiso para ser hedonista, dedicarse al botellón y disfrutar de las alegrías de la mocedad.

Como la democracia no ha resultado perfecta y está llena de socavones, la juventud ha vuelto a la primera línea de fuego. Las cosas están tan mal entre los viejos de la política española que a veces el panorama de los jóvenes recuerda más a la Septembrina de 1868, con discusiones de barra de bar y botellón, que al sueño pedagógico de Giner de los Ríos.

Soy un melancólico optimista, mantengo la disciplina de la esperanza. La realidad sociológica indica que los españoles jóvenes están mejor preparados que nunca. Indica también que muchos de ellos deben emigrar para buscar su destino fuera del país roto que les hemos dejado. Hacen bien, pues, en intentar hacerse dueños de su destino. Pero más que la sociología, me sostiene la voluntad. Me queda la esperanza de que los jóvenes no confundan el debate de ideas con un debate biológico, que no se sientan orgullosos del simple marketing juvenil, que no se parezcan a sus abuelos y sus padres..., que intenten crear una alternativa razonable.

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Tal cual. García Montero retrata la situación como la fotocopia de un viejo daguerrotipo condenada a repetirse a sí misma por un mecanismo automático e idiotizante. Como la mismidad del facsímil cutrísimo en una cinta de Moebius llena de polvo mohoso, cenizas timbradas con la mugre de la desesperación encostrecida. Así 'es' si así os parece y así parece porque así está sin ser. No cabe duda. Pero hay más aún, afortunadamente; a lo que sólo parece le falta la esencia para ser. Y ahí radica la esperanza y las fuerzas para seguir a pesar de todos los pesares heredados y fortalecidos por la dejadez insolidaria y acognitiva, por la rutina del desfondarse como lo más natural. El siglo XXI ha abierto muchas cosas, muchas cajas fuertes-tabú que tan sólo hace una década no parecía posible abrir y ventilar, entre otras la conciencia de más seres humanos que nunca. Y ahí tiene que radicarse nuestra esperanza. El aliento de lo posible más allá de las barreras irracionales convertidas en comida de tarro constante, en ese txirimiri embarrado que paraliza desde dentro sin más causa que la rutina del dejarse ir por donde siempre hemos acabado en el mismo agujero fatal.

Ayer tuve el honor de compartir la tarde con Sánchez Gordillo, ese bendito loco da atar que no para ni calla. Y con Marinaleda en el alma, que es la realización materializada de Podemos y con los vecinos de Tagamanent, un pueblecito catalán en la misma onda cívica de la intentona con éxito del Sí se puede cabezota, empecinado y errequerre, que no pierde fuelle por nada del mundo. Y se me agrandó el alma y el ser entero, cuando escuché en boca de Gordillo las mismas palabras que llevo grabadas como lema de mi vida desde siempre y de la de tantos ilusos como yo: "Por mucho que luchemos y por mucho que consigamos, mientras no cambie la conciencia de cada persona, nada cambiará de verdad, porque sin conciencia todo se desgasta y vuelve a repetirse lo peor, lo de siempre". 
Tal vez la clave que a penas se ha entrevisto durante siglos en los movimientos sociales, políticos y religiosos y aún en los planes educativos estupendos, ha sido precisamente, ésa: la conciencia del sí mismo. La individualidad imprescindible para acoger en esencia la otredad de las demás individualidades, como a sí misma. Pero no la versión narcisa del "yo por encima de todos. Primero, yo, después yo, por todas partes yo y luego yo", como cantaba el bendito Gaber. No es ese yo exterminador, la personalidad (no en vano la palabra persona, en su origen griego significa máscara teatral) no es ése el yo, que nos inoculan desde chicos, especialmente con el ejemplo mucho más que con las teorías, el que nos hace nacer al territorio de la conciencia. No. Ese yo enano y miserable, inmaduro eterno, primario y caprichoso, vaina, se disfraza de todo, pero no es el YO superior, precisamente porque no ha descubierto la conciencia. Y si pilla la ética se la adapta a su moralina del embudo, si pilla la religión se la calza a la altura de sus rutinas supersticiosas e hipócritas adormideras, si pilla la ciencia la convierte en negocio exterminador, si pilla la enseñanza la transforma en una factoría de mediocridad, si pilla la política la convierte en la Cueva de Alí Babá, si pilla el amor lo 'externaliza' en puticlub manipulador, de toma y daca, si pilla dinero lo emplea en arruinar su entorno lo mejor posible...Ese "yo" está en la base de tanta "conciencia social", "conciencia de clase", "conciencia moral" ¿cómo lo podemos averiguar? Simplemente porque es una pseudoconciencia que no busca nada más que su propio rollo por encima de los demás, como víctima, perseguidora o salvadora, ni trabaja por el bien común, sino por sus intereses sociales, económicos, políticos, religiosos, familiares, patriótico-excluyentes, territoriales, lingüístico-segregadores-totalitarios, de casta...etc. Y ése ha sido hasta ahora el caldo de cultivo en que se han formado ideologías, religiones y sistemas. Ese "yo" enfermo es el que pilla el evangelio de Jesús y lo convierte en martillo pilón contra los que no están bautizados o no quieren saber nada de bautismo o de iglesia podrida. Es el que sólo quiere votos y le importa un rábano el precio que tenga que pagar. El que seduce y miente para llevarse al huerto a la gente en política, profesión, éxito, finanzas o sexo, para sacar beneficios de lo que sea, el que disfraza la cultura de proselitismo, el que se droga con sus fijaciones, el que con sus críticas y estupideces picajosas no deja crecer a los demás para que no se note lo enano de su estatura...el que se opera hasta el carnet de identidad y paga lo que le pidan por tener la imagen y la apariencia que no se corresponde con su ser interno que no conoce ni sabe que existe, porque le basta con la superficie-espejo de ese miniyo ridículo que vende como mercancía a cambio de aplausos, de consideraciones, de jabón pelota, de "ventajas" irrisorias o placeres vistos y no vistos, que duran un suspiro pero matan la posibilidad de disfrutar la verdad y la felicidad de SER y compartir esa "seridad" haciendo por contagio y ejemplo que despierte y se expanda la "seridad" de los otros, que en realidad son uno mismo.

 Por eso, como constata Gª Montero en este artículo, la juventud y la vejez, como las ideologías sin digerir, son factores de poca monta a la hora de garantizar la esencia del Yo superior, y los verdaderos cambios en la humanidad, si falta la conciencia del sí mismo como valor supremo y como llave maestra de todas las estancias existenciales. Así se explica que después de no haber entendido para nada a Marx, lo que ayer fue la URRSS y la China Maoísta, hoy sean las mayores potencias capitalistas emergentes, punteras en mafias y crueldad, de espaldas a los Derechos Humanos, como Rajoy o como el tea party. Así se explica como un cristianismo de pobres solidarios y mártires por coherencia y amor al prójimo, acabasen haciendo cruzadas, guerras religiosas que duraron centurias y con un vergonzoso Estado Pontificio, o que digan que Allah, es misericordioso y justo y machaquen y lapiden a "los pecadores" e impidan que estudien las mujeres o que alaben la bondad de Yaveh mientras dejan en la ruina a sus vecinos de Gaza, hechos una piltrafa, si sobreviven a sus misiles y bombas...
No es sólo cosa de la juventud o vejez de los españoles, es simplemente que en España se nota más esa condición endémica, porque no ha tenido revoluciones que diesen la vuelta a la tortilla definitivamente, ni ilustración, ni reforma protestante, ni nada que llevarse al contraste. Aquí el yo enano es el rey del mambo desde que los romanos mataron a Viriato porque se lo entregó el envidioso de turno de la tribu lusitana en que vivían. Y ahí se quedó el quiste atascado. Muy echaos p'alante de primeras, muy bocazas, pero con desinfle total si no hay ventajas gananciales rápidas. Por eso medran los "espabilaos" que no estudian de verdad, sino para pillar títulos con que apabullar, ni hacen nada por nadie, pero saben sacar tajada troglodita de todo lo que pillan. Es el imperio del ego reptiliano en su versión más cutre. Los reptilianos refinados son los egos que estafan y descoyuntan países como el nuestro, creando Monsanto, Bayer, Novartis, los paraísos fiscales, las pe-troleras, el BCE, el FMI el BM. Realmente no nos hace peores ser más pobres o más cenutrios; nadie está a salvo de esta pandemia repugnante, ni españoles ni europeos ni americanos del sur o del norte, nadie se salva del basurero de este estado de cosas, si no se despierta el territorio salvífico de la conciencia.

Ahora, precisamente, es cuando más motivos para la esperanza tenemos, jóvenes, viejos y mediopensionistas, porque el sufrimiento y los abusos nos están humanizando y haciéndonos más receptivos a la necesidad de despertar y nacer a un estado superior de conciencia pedagógica comunicante, capaz de realizar las contramedidas que faltan porque hay que crearlas y activarlas. Donde se puede conseguir lo que hasta ahora no ha sido posible: ir descubriendo el poder solidario del sí mismo por medio de la empatía natural, no forzada por ideas, sino fluyendo en la evidencia, con el sí mismo del otro y sentir la propia transformación en ese movimiento del ánimo, del intelecto y del corazón. Nada que ver con el viejo concepto de   masa que indica una extensión de materia amorfa, privada de conciencia y por ello manipulable al 100% , dúctil y maleable ante la influencia y el mandato de un lider o la élite aparatista y aparatosa de un partido, encriptado en su propio poder, que le ha cedido la ignorancia inoperante de la propia  masa, y que se hace el amo por aclamación y dejadez popular  ya que sin él la masa no se ve a sí misma capaz de aclararse ni de organizarse, algo que, realmente, es imposible mientras siga autoconvencida de su condición de mogollón informe y desorganizado per se, fomentada subliminalmente por la imagen del todopoderoso lider, que sin la masa debajo, que le mantiene, no es nada. Salir del estado de masa  solo es posible con la realización plena y democrática de la experiencia como  ciudadanía. Donde todos son individualmente responsables de lo colectivo como de lo particular de cada uno, que a su vez modifica lo colectivo para mejorarlo o para empobrecerlo. Ese despertar es la toma de conciencia. Y esa conciencia es la que hace posible el empoderamiento ciudadano. El paso de la esclavitud a la libertad. Algo en vez de asustar a los poderes institucionales debería alegrarles y liberarles, pero como están en el mismo estado de dormición generalizada qu eha hecho posible este montaje sistémico, les aterroriza el vértigo de tropezarse con el reto de lo que no sospechaban como posible: la posibilidad y la obligación de fundamentarse en la ética del bien común  y no en la política como negocio redondo.

Pero es inútil explicárselo  y hablarles de ello si no se experimenta. No pueden comprenderlo, lo mismo una persona ignorante que vive aislada del conocimiento tampoco entendería que la Tierra pueda ser una esfera girando en el espacio siendo tan plana a simple vista y que no se caiga la gente ni los mares se derramen por el aire. La ley de la gravedad le parecería un cuento chino, si ella sólo ve todo plano a su alrededor. No se entiende porque la 'lógica' de la costumbre heredada y repetida como evidencia no permite hipótesis creadoras que poco a poco toman forma y se materializan. Como la inspiración, la belleza o la alegría. Como es inútil tratar de explicar a un ciego de nacimiento el arcoiris dándoselo a leer en Baille, o una cantata de Bach a alguien sordo como una tapia desde siempre que nunca ha podido experimentar qué es el sonido, aunque sí lo haya leído en los libros de física.

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