Recuerdo la única ocasión en que asistí a una corrida de toros porque mi padre estaba empeñado en que no me gustaba la "fiesta nacional" por falta de costumbre. Porque no había probado la emoción de mirar el toreo y su arte, y su "cultura", así, de cerca. Fue horrible, me sentó en barrera, en primera línea de fuego, convencido de que me estaba regalando lo mejor del mundo, y me pasé el tiempo tapándome la cara o mirando en otras direcciones, consultando el reloj que parecía haberse parado para fastidiarme; me repugnaba aquel espectáculo primitivo y sanguinario. Tenía 16 años y en Junio había acabado Sexto y Reválida. Eran las ferias de Septiembre y yo cumpliría los 17 la semana siguiente. No sentía ninguna preocupación por los lances peligrosos y fanfarrones de aquel mastuerzo disfrazado de unicejo remedo goyesco, entre surrealista y hortera hasta hartarse. Morado y oro. Como los cardenales en traje de gala. Sólo quería salir de allí con el mismo pánico instintivo con que los pobres toros salían disparados por la puerta del toril buscando desesperadamente un hueco para escapar. Aquel año había descubierto a Machado, entre otros poetas, y desde el primer momento me sentí una con sus versos y su alma lacerada de español consciente, que padece lo que ama, no porque sea masoca, sino porque no hay más y no queda otra, que aborrecer lo que deberías amar porque sí, porque es "lo tuyo", la "patria" que te ha tocado en el cupón de la ONCE. "La España de Charanga y pandereta, cerrado y sacristía/ devota de Frascuelo y de María/ de espíritu burlón y de alma quieta" y ahí sigue aún convocando inexplicables fervores y devociones matonas, como las saetas a la carnicería de la crucifixión, que en la misma España "todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la cruz".
Menos mal que todo cambia y ahora unas generaciones nuevas llenan de conciencia el aire inhóspito y rasposo de estas tierras broncas y desabridas, siempre entre el carnaval y la cuaresma, entre el esperpento y la tragedia, entre Yerma e Ignacio Sánchez-Mejías. Entre Bernarda Alba y la Zapatera Prodigiosa. Entre el Madrid y el Barça. Entre la exaltación de La Roja triunfadora y el linchamiento de un Del Bosque que ha pasado en una semana dalle estelle alle stalle, como dice el adagio italiano: de las estrellas a los establos. Donde un fallo puntual y perfectamente superable aniquila para siempre y sin perdón, un curriculum de toda una vida ejemplar, mientras mantiene inexplicablemente en el candelero del poder y legislatura tras legislatura, a los individuos más mediocres, vanos, estúpidos e inútiles, que van rotando de cargo en cargo par aarruinar concienzudamente un sector tras otro, sin exigirles lo que le exigen a un entrenador de fútbol, aunque éste sólo sea "culpable" de un partido desafortunado y los mastuerzos que gobiernan les arruinen la existencia con un recochineo y un cinismo aplastantes.
Espero que ya quede menos para que termine este retablo de barbaridades chulescas, de intelectualidad casposa, de pejigueras mediocres incapaces de escuchar, porque lo importante no es qué se dice, sino que se oiga lo que más grita, insulta, enardece las rabias hereditarias y atiza las entrañas de "lo nuestro", puntillosos tiquismiquis para los detalles y trogloditas ciegos para lo verdaderamente importante.
Una España que sólo redime el consuelo de mirar a los hijos que ya no pertenecen, afortunadamente, a la misma camada sino a ese futuro extraño, que ellos mismos están construyendo desde la nada, desde los escombros de la miseria y los sueños sin estrenar, que esta vez sí podrán finalmente salirse con la suya. PODEMOS y podrán.
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