Adiós al mes de julio
por Luis Garcóa Montero
Ser columnista en un periódico es un lujo. La exigencia
de opinar te amarra al mundo en tiempos que invitan a salir huyendo de
la realidad y de uno mismo. Sí, a uno le gustaría diluirse en el calor
como un trozo de hielo o congelarse en la impasibilidad de un invierno
definitivo. El crimen, la infamia, la mentira, la indiferencia y otras
tradiciones del ser humano consiguen con facilidad convertirse en
rutina. El mal nos borra cuando se hace costumbre, nos disuelve como si
fuésemos una manifestación de hombres y mujeres libres en las calles de
un tirano.
El remedio inmediato es pensar en el bien, atender a esa otra parte
de la existencia humana que amanece todos los días en busca de la
solidaridad y de los sentimientos dignos. Pero las cosas se ponen con
frecuencia cuesta arriba. El espectáculo de una matanza programada o la
indecencia sostenida como norma llegan a envolver el bien con una sábana
de rabia, que se parece mucho a la sábana de los fantasmas. Resulta
complicado mantener los pies en el suelo y no lanzarse al vacío de la
ingenuidad o al rapto de la desesperación y el grito. Uno siente la
necesidad de perder la razón, ya sea para convertirse en un tonto
desligado de cualquier dolor, ya sea para insultar, odiar y escupir.
El mal convertido en totalitarismo y el bien transformado en una
intención ilusa borran la conciencia. Y cuando la realidad se aproxima a
la voladura del yo, es un lujo tener la obligación de opinar. El
trabajo de columnista exige una disciplina que convive con el miedo, la
incertidumbre, la fatiga y los compromisos inflexibles. Pero en momentos
malos, cuando más cansados estamos de nosotros mismos, es un lujo
ponernos en la obligación de ser nosotros mismos, de tener una opinión,
de hablar.
Este mes de julio de 2014 ha sido un tiempo de horror. El mundo baja a
los infiernos por culpa de los crímenes del Estado de Israel. España
lleva su democracia al infierno por culpa de Jordi Pujol y de los
tesoreros del Partido Popular: fraude, corrupción, dinero negro,
mentiras emitidas sin pudor… El infierno, entre otras cosas, es que un
gobierno se parezca, en el ámbito internacional o en el nacional, a una
organización de criminales asociados para el delito. Cuando el mundo
estalle por fin, en la caja negra se encontrarán huellas de la crueldad y
la avaricia que han acompañado las llamas de este mes de julio.
En el último día de este maldito mes que no admite vacaciones, yo me
siento atado a dos malentendidos: los crímenes de Israel y la cara dura
de Pujol. Es decir: Hitler no fue malo por matar judíos y España no es
un país corrupto.
Debido a sus persecuciones, al camino de odio escrito desde la
Inquisición al nazismo, los judíos han merecido la solidaridad de la
buena gente. Pero el Estado de Israel protagoniza desde hace años un
malentendido. Piensa que Hitler era un canalla por matar judíos, cuando
en realidad era un canalla por matar seres humanos, fuese cual fuese su
raza. La crueldad de Israel, su matanza de niños, sus ataques a escuelas
y hospitales, su aniquilación programada de un pueblo, tiembla en la
caja negra del mundo junto a los campos de concentración del nazismo. Y
los grupos de presión millonaria que paralizan la diplomacia
internacional para permitir y justificar esta matanza, merecen tanto
desprecio en las oficinas de Wall Street como Goebbels en su Ministerio
de Propaganda e Información nacionalsocialista.
Alabados sean los judíos que denuncian los crímenes de Israel y los
no judíos que denuncian el horror sin caer en el antisemitismo.
Alabados sean también los españoles dispuestos a no vivir en un país
corrupto. La desfachatez del caso Pujol, la vergüenza de una confesión
trucada para encubrir la corrupción sistemática de su familia, su
partido y sus años de Gobierno, es la gota que colma el vaso. Lo que uno
ve en historias como la suya, no es la corrupción de un desvergonzado,
sino un modo de entender la política como forma de corrupción. España
está en peligro de diluir responsabilidades y de caer en la renuncia de
sí misma, en la inercia de decir esto es así, todos somos iguales, qué
más da…
Pues no, todos no son iguales, y no es igual un sirvergüenza aislado
que una organización de sinvergüenzas. Y, por supuesto, no es igual un
Gobierno corrupto que un país. La sociedad española debe hacer el
esfuerzo de no confundirse ella misma con los corruptos que la han
gobernado. No, es mentira, no tenemos los políticos que nos merecemos y
es posible tener otros.
Alabados sean los que desprecian el impudor salvaje de este mes de
julio. De ellos no será el mes de agosto, como tampoco lo fue el mes de
junio, ya lo sé. Pero seguirán en la tarea de vivir, casi dueños de sí
mismos, más allá de los ministerios de propaganda.
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