lunes, 17 de septiembre de 2012

Un "Olé!" por J. Mª Castillo


El juicio final

06.09.12 | 11:12. Archivado en MoralIglesia católicaPolítica
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Estamos viviendo y soportando dos hechos que están a la vista de todo el mundo: la crisis económica y la corrupción ética. Por otra parte, ya nadie duda que estos dos hechos están profundamente relacionados el uno con el otro. La crisis económica, que estamos sufriendo, ha sido causada por la codicia desmedida y la desvergüenza de los grandes gestores de la economía y de la política, con la colaboración activa o la permisividad de quienes hemos vivido y disfrutado de un nivel de vida que nos ha sido posible sobre la base de hundir a millones de seres humanos en la miseria y la muerte.
Esta situación caótica da mucho que pensar. Entre otras cosas, yo no puedo dejar de darle vueltas en mi cabeza al hecho patente de que una notable cantidad de los responsables (de una manera o de otra) de la crisis decimos que somos creyentes, cristianos, personas, por tanto, que profesamos nuestra fe (la que sea) en Jesús y su Evangelio. Y esto es lo que más me da que pensar. ¿Por qué?
Porque el Evangelio afirma, con toda claridad, que nadie se va a escapar del juicio definitivo y último de Dios (Mt 25, 31-46). Por supuesto, cada cual es libre para creer o no creer en este asunto. Yo no pretendo aquí convencer a nadie. Ni atemorizar. Y menos aún amenazar. ¿Quién soy yo para eso?
No quiero ser, ni parecer, un predicador a la antigua usanza. Todo lo contrario. Lo que quiero dejar bien claro es que el juicio final, tal como lo presenta Jesús, es lo más liberador y lo más desconcertante que seguramente imaginamos. Porque la sentencia definitiva y última, que Dios va a dictar, sobre las naciones y sobre las personas, no va a estar motivada por la fe que cada cual tuvo o no tuvo, ni por las prácticas religiosas que observó o dejó de observar, ni siquiera se va a tener en cuenta la relación con Dios que cada cual aceptó o rechazó. Por lo visto, según el Evangelio, nada de eso le interesa (en última instancia) al Dios de Jesús.
¿Qué es, entonces, lo único que va a quedar en pie? Muy sencillo: la relación que cada cual tuvo o dejó de tener con los demás. A esto se refiere aquello de “tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era extranjero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 35-36). Y Jesús explica por qué semejante juicio sobre semejante conducta: “lo que hicisteis a cualquiera de estos... a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Dios no es como nosotros nos lo imaginamos. Ni como lo explican muchos curas. Dios no está en el cielo. Dios está aquí, en los enfermos, los sin papeles, los parados, los que se quedan sin vivienda, los que no llegan a fin de mes, los que se ven privados de sus derechos, los presos, los desesperados....
Y que nadie me venga diciendo que es hijo fiel de la Iglesia o cosas así. Todo eso, a la hora de la verdad, servirá en la medida - y sólo en la medida - en que nos haya hecho más humanos y más sensibles al dolor de los que sufren. Ésta es mi religión. Y ésta es mi política. Por eso yo me pregunto si ya no tenemos ni religión ni política. Y lo único que ha quedado en pie es la desvergüenza.
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Qué maravilla y qué reconfortante es encontrar en la red a un octogenario rebelde de verdad. Rebelde ante lo injusto. Ante la locura de los "cuerdos". No comparto con él algunas cosas. Pero sí, lo fundamental. Dios está aquí. Creciendo con nosotros o eclipsándose en nosotros. Según empleamos libremente el legado que trajimos como equipaje al encarnar en este plano de la creación. Como hijos pródigos y bastante cretinos, olvidadizos y retrasados en evolución, por cierto.

Hay cosas que no comparto con Castillo como la justificación del asalto a los supermercados de la ignominia. Creo que no se puede hablar el mismo lenguaje violento y depredador que ellos, sino superarlo en un registro más civilizado. Estilo Gandhi, por ejemplo. Pero tampoco condeno a Sánchez Gordillo por ponerse al lado de los pobres, creo que lo hizo por justicia entendida sui generis, a lo zelote, pero sobre todo lo hizo por amor y compasión, no para medrar ni fardar, ni montar el poyo partidista. Estoy segura. 

Creo en la noviolencia. En el respeto y en la serenidad de lo divino encarnado en el hombre bondadoso y lúcido, para arreglar las goteras de lo prehumano. Y por más que lo intento no logro imaginarme a Jesús de Nazareth, en el sermón del Monte, diciendo: "Bienaventurados los que asediados por el consumismo y el latrocinio de los ricos, los asaltan y les roban para dárselo a los pobres, porque de ellos será el reino y el trabuco de Curro Jiménez o del Tempranillo".
Es muy comprensible y natural la rabia ante la injusticia, claro que sí, pero no es nada útil a la hora de la verdad. Hay que reciclarla recordando, que por más que no lo parezca, los pacíficos no podrán nunca heredar la tierra si adoptan los métodos de los violentos, porque ya habrían dejado de ser pacíficos y bienaventurados. Y que Jesús tirase los tenderetes bursátiles del Templo -el Wall Street sacralizado de aquellos años- no puede ser la patente de corso para asaltar Mercadona. Quizás sí lo fuese para que los curas y religiosos o hasta el mismo papa, si de verdad es lo que pretende ser -nada menos que vicario de Cristo, casi ná- asaltasen las arcas del Vaticano, o sus acciones multimillonarias en el mercado internacional, o el  concordato inconstitucional con España o el cepillo de Opus Dei en Torrreciudad para llevar el "botín" a Somalia o a Irak, a Bolivia o a las favelas de Río de Janeiro o al abandono del Sertao o a los morideros de la India, Paksitán, Camboya  o Birmania, sin pedir conversiones ni bautismos a cambio, como transacción.
La verdad es que funcionar como iglesia-estado reivindicadora de derechos y justicia cuando se es parte del mismo absurdo que se quiere subsanar, es como ser banquero y querer eliminar los bancos y el dinero. Una aporía. O una estupidez. Porque lo de hipocresía suena demasiado heavy para aplicarlo a tantas buenas personas atrapadas en el misma red del imperio eclesial, con la mejor voluntad y la más pertinaz ceguera. 

Que se sepa, Jesús no asaltó el puesto de recaudación de tributos injustísimos en que trabajaba Mateo, más bien fue el modo de vivir y de comportarse con él, de Jesús y sus amigos, lo que le hizo cambiar por completo el rumbo de su vida. Y tampoco Jesús puso al rico Zaqueo como un trapo cuando lo vio encaramado y cotilleando su discurso desde un sicomoro, no lo llamó hipócrita ni ladrón, sino que le pidió hospitalidad y le ofreció su compañía. Quiso comer su pan y no se lo robó a la fuerza para dárselo a los pobres. Así Jesús ganó para la causa del amor a un hombre y unos recursos estupendos para los pobres con los que, desde aquel venturoso día, Zaqueo compartiría sus bienes por amor real, no por quedar bien ni por cubrir expediente.
No hay que ir a golpear la riqueza de Mercadona, hay que ganar a sus gestores para una causa tan hermosa y reconfortante, que, cuando se prueba, acaba por cambiar hasta los cimientos de los imperios más reticentes y oscuros.
Se puede entrar en ese recinto comercial y presentar a los gerentes y empleados, un proyecto de campaña de recogida de alimentos para los que ya no pueden comprarlos, explicando que los mismos sindicalistas han hecho un bote común y vienen a comprar para los necesitados y que esperan que el super, que todos los días tiene que desechar cosas frescas y perecederas que debe reponer, se comprometa a darlas a los necesitados diariamente a través de ese SAT mediador. Lo hicieron voluntariamente en las acampadas del 0'7, ¿cómo no lo harían ahora que el problema que se barruntaba entonces se ha hecho realidad inmediata?
 Con una acción de ese contenido además de obtener con toda seguridad la ayuda solicitada, se logra también tocar la conciencia y el corazón de los dormidos y anestesiados por el sistema, que no son en realidad, sino sufridores del mismo mal que está enfermando y matando lo mejor del hombre. Su inteligencia emocional. Su alma. Y como consecuencia los cuerpos más débiles y vulnerables.
Claro que para eso hay que dejar de un lado el talibanismo religioso, el juicio y el prejuicio, atreverse a  entrar con Jesús en la vía del Espíritu, que inspira soluciones, que serena las mentes y enciende los sentimientos más sanos que produce el alma y modela la mente de los hombres. Es el Espíritu el que nos da la firmeza y la suavidad en un mismo pack. Firmeza en su acción dentro de nosotros, suavidad para tratar al hermano diciéndole la verdad con todo el amor de mundo y confiando en que estamos hechos de la misma pasta y que estamos dulcemente condenados a querernos y a aceptarnos sí o sí. Antes o después. Depende de cuando decidamos despertarnos y darnos cuenta de lo que nos estamos perdiendo por tontorrones, egocéntricos y maniáticos de ideas fijas y comodidades de pacotilla que se quedan en nada ante el toque maestro del amor verdadero de unos por los otros. 

Tan burdo y absurdo es despojar a Jesús de su humanidad para considerarlo extraterrestre como tratar de reducir su mensaje sólo al lado social de su contenido y arrancarle la esencia que lo produce: el Espíritu. Esa energía en la que Jesús se fundió para que desapareciera el apego ansioso a su figura como tótem. " Conviene que me vaya para que venga el Espíritu, él os explicará desde dentro todo lo que ahora no entendéis". Jesús, el Espíritu y el Padre, son la misma esencia, una misma realidad única y él habló en analogías para hacerse entender por unas mentes primarias y unas almas elementales.
Quien ha catado alguna vez una chispita de reino de Dios aprende para siempre, que no hay diferencia alguna entre Jesús y el Espíritu, ése que cada día acampa entre nosotros y sin embargo los "suyos" casi nunca reconocen ni en sí mismos -claro, siendo tan malos y pecadores, es imposible- ni en los demás semejantes, que evidentemente son aún más malos y menos de fiar que uno mismo,faltaría más!- porque están demasiado entretenidos en ser fieles a la idea "religiosa" o atea que tienen de Dios, uno, trino y confusión teológica a la carta, que se les escapa la manifestación diaria de ese mismo dios imaginario del que tanto hablan, que tanto predican a los descreídos o niegan ante los crédulos, pero con el que no se han comido una rosca en toda su vida. Es evidente. La prueba, como en la salud del árbol evangélico, son sus frutos, por los que de verdad se conoce lo que hay en las raíces y qué clase de savia lo alimenta. ¿A caso puede dar higos una viña o cardos borriqueros un magnolio?

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