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Después de escuchar la sensatez lúcida de Iñaki Gabilondo iluminando rincones poco claros del independentismo catalán, que ha salido estos días a la calle como un toque de corneta avisador de profundas escisiones celtibéricas, surgen más vías de reflexión. Unas evidencias bastante claras. Porque este periodista vasco sabe de muy buena tinta qué hay detrás del independentismo en general. Lo ha vivido desde chico en su tierra. Y es bueno escuchar a un buen especialista cuando se quieren entender las causas de las enfermedades y sus posibles tratamientos.
Y alguien puede pensar al leer lo que estoy escribiendo que estoy en contra de la libertad y de la independencia de los pueblos. En absoluto. Creo que la libertad y la independencia son derechos humanos. Pero, pero...cuidado, porque ahí, mezclando churras y merinas, podemos patinar dramáticamente hacia la demagogia populista, que amenaza con hacernos perder el norte y los demás puntos cardinales.
Primero. La libertad y la independencia no son derechos gratuitos. Hay que ganárselos cumpliendo los deberes humanos que acompañan a los derechos como la sombra acompaña a la luz. Y la noche al día.
Tener derecho a la libertad y a la independencia significa que se cumplen deberes paralelos de respeto, de solidaridad y de que ni mi libertad ni mi independencia lesionen las libertades e independencias de los demás compañeros de viaje. O sea, que mi libertad e independencia, cooperen en la construcción del bien común y no sean sólo la expresión egocéntrica y narcisa de mis intereses o de los intereses de mi patria, de mi región, de mi pueblo, de mi negocio, de mi partido, de mi religión, de mi clan o de mi familia, que por otra parte se beneficiarán del mismo bien común o saldrán lesionados por el mismo egocentrismo insensato y miserable que, manipulando los instintos más primarios de conservación y de marcar territorio, aparenta ser libertad e independencia.
Segundo. En este momento dramático y desgarrador que vivimos, la tentación más primaria es la ruptura con todo lo que nos desborda. Como todo va mal, mejor cada uno a lo suyo. Ése es el modus operandi del cáncer. La enfermedad más destructiva y más traidora que sufre la humanidad como una pandemia y que ha aumentado escandalosamente en el último siglo y medio. Si observamos un poco, esa enfermedad ataca fundamentalmente a la gente del primer mundo, bien nutrida, bien cuidada, rica y abundante, culta e instruida, pero también infectada por la pérdida del sí mismo. Del sentido por el que hace las cosas y se mueve. Porque sigue el instinto y ha colocado la mente como sierva de los deseos primarios obedeciendo las pulsiones del dueño de la situación. Los instintos de conservación, de expansión y de territorialidad, que superando aparentemente la elementalidad animal se convierten en leyes, constituciones, estatutos y vademecums existenciales, y que acaban indefectiblemente en conflictos de intereses, en trust mafiosos de supervivencia y ambiciones de todo tipo, en guerras económicas y genocidas.
Tercero. Ante ese panorama es, justamente, ante el que hay que reclamar y usar nuestros derechos de libertad e independencia. El derecho a ser libres e independientes para conocer y ver la realidad en la que estamos conviviendo. Derecho a la verdad. Derecho a ser informados honestamente. Consultados y respetados. Derecho a educarnos en la ética y en el civismo. El derecho a elegir y a ser escuchados por aquellos que controlan el poder que la ciudadanía les ha concedido en las urnas; y no tener que asumir "legalmente" lo ilegal, o sea, las decisiones tomadas desde el instinto depredador y no desde la inteligencia real y el leal servicio ala ciudadanía. El derecho a demostrar a un gobierno erróneo e incapaz, con todo el peso de la razón y de la lógica humana, que se equivoca. Que está gobernando contra natura. Y que no es el país que des-gobierna el que tiene que amenazar con desmembrarse ante la hecatombe provocada por su torpeza, sino que es ese gobierno el que debe desaparecer del Estado porque es incapaz de solucionar lo que se le pide y lo que es necesario para la vida y la conservación de los derechos fundamentales de los ciudadanos. Para la convivencia y el desarrollo que los nuevos tiempos requieren.
Cuarto. Ante el mismo panorama, lo peor que se puede hacer es fragmentar la ciudadanía en cortijos y en taifas. Poner a los ciudadanos en campos hostiles de concentración regional o falsamente autonómica, en "corralitos" incomunicados y separados por intereses de segundo orden, que sólo alimentan el ego regionalista y nacionalista, como si todos no respirasen el mismo aire enrarecido e injusto, como si no compartiesen las mismas amenazas del IV Reich, las mismas ambiciones depredadoras del Bildelberg, los mismos riesgos nucleares, de sequías, incendios, epidemias, carestías calculadas y devastaciones provocadas por idénticos intereses multiregionales y multinacionales, y los mismos riesgos de ruina económica, de desaparición de la democracia y de esclavitud disfrazada de economía de rescate y de flexibilidad en el empleo. La globalización del desastre sólo se puede neutralizar uniéndonos todos para desactivarla, no entreteniéndonos en la aldea de la Señorita Pepis. Cada uno en la suya y el monstruo devorador en la de todos. Ahora es más que nunca imprescindible madurar y hacer posible que cuidar de lo particular no rompa el trabajo en lo universal y viceversa.
Quinto. Sería muy bueno considerar que tanto la unión de los españoles como la unión de los europeos es un objetivo magnífico y muy deseable como meta. Pero no a cualquier precio. Pero no en las condiciones actuales, o sea, bajo la bota alemana y la del Bilderberg, que desean gobiernos mediocres y obedientes, acríticos y sin más idea tecnócrata, al servicio del monstruo vampirizante, que mandar, ser obedecidos como partido y llenarse los bolsillos individualmente para ser inmunes a la ruina que están creando para los demás. Y así llenar sus cuentas evadidas en paraísos de la indecencia fiscal, con el botín robado a la ciudadanía que los subvenciona mediante los impuestos y los recortes. No es posible independencia alguna en lo doméstico si la finalidad es ahogarse en el mar del delito global. No bajo el peso del euro y el bramido del dólar. No comprimidos y aplastados en la ratonera-trampa de los mercados bursátiles. Ni en la red china que reúne lo peor del comunismo heredado y lo más abyecto del capitalismo inoculado por contagio. Las monedas deben responder a otro tipo de entente y de cooperación. Al sistema conciencia. No al sistema bolsillo como primer y único objetivo. Debe unirnos la humanidad que compartimos. La alianza en los derechos y en los deberes universales. La justicia y el amor misericordioso y solidario que es la mayor expresión de esa justicia que reclamamos. Debemos unirnos sintiendo con la mente y pensando con el corazón. Aprender que el valor de la verdad es el que más cotiza. Y que la verdad, los derechos-deberes y el bien común no son valores separables. Cotizan juntos en la bolsa cósmica de la conciencia.
Sexto. Sólo la reflexión honesta e inteligente nos vacuna contra excesos idiotas, fantoches y demagógicos. Contra los carnavales de la precariedad colectiva y privada. Sólo el verdadero sentido común, -que viendo la versión que Rajoy está editando del mismo, parece que todavía sea el menos común de los sentidos-, puede guiarnos hacia la salida de este laberinto idiota, prefabricado por la conjura de los necios con dinero y asumido por los necios pobres y resignados, como la única posibilidad de asumir un lamentable presente derivado de un pasado demencial y sin más futuro que el desastre globalizado y la agonía sin fin de los seres humanos en el altar del dinero.
Séptimo. Hubiese sido realmente eficaz, ejemplar, cívico, ético y humanísimo y seguramente mucho más constructivo y reafirmante para sus propios derechos y libertades que los miles de catalanes que se manifestaron en la Diada, se hubiesen armado de solidaridad y hubiesen acudido, también, a Madrid con su senyera y cantando consignas en su hermosa lengua en apoyo de los derechos de todos. Cuando los miles de españoles de todas las autonomías acudieron el 15-S a la Plaza de Colón, lo hicieron por todos los habitantes de la Península, por ser la voz y los colores de todos los que aún o han recuperado ni la voz, ni el color ni la conciencia. Sí, también por los catalanes buena gente trabajadora y sensata. Porque el futuro se escribe en clave solidaria y generosa. Como la inteligencia real. No en miseria minimalista que sólo se concentra en rascarse su miseria propia, en amenazar o lamentarse. El futuro se escribe con el alma y la poesía de la unidad. Mirando más alto para poder acondicionar mejor lo más bajo. No con los dividendos que hoy cotizan y mañana son bono basura de la historia.
Séptimo. Hubiese sido realmente eficaz, ejemplar, cívico, ético y humanísimo y seguramente mucho más constructivo y reafirmante para sus propios derechos y libertades que los miles de catalanes que se manifestaron en la Diada, se hubiesen armado de solidaridad y hubiesen acudido, también, a Madrid con su senyera y cantando consignas en su hermosa lengua en apoyo de los derechos de todos. Cuando los miles de españoles de todas las autonomías acudieron el 15-S a la Plaza de Colón, lo hicieron por todos los habitantes de la Península, por ser la voz y los colores de todos los que aún o han recuperado ni la voz, ni el color ni la conciencia. Sí, también por los catalanes buena gente trabajadora y sensata. Porque el futuro se escribe en clave solidaria y generosa. Como la inteligencia real. No en miseria minimalista que sólo se concentra en rascarse su miseria propia, en amenazar o lamentarse. El futuro se escribe con el alma y la poesía de la unidad. Mirando más alto para poder acondicionar mejor lo más bajo. No con los dividendos que hoy cotizan y mañana son bono basura de la historia.
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