Recuerdo los tiempos en que mis hijos volvían al cole después del verano. Septiembre era terrorífico para una familia numerosísima. El material escolar, la ropa de temporada y los zapatos para niños que no dejaban nunca de crecer. Y la estafa espantosa y descarada de los libros de texto inheredables de hermano a hermano, de un curso al siguiente. Libros usado, pero nuevos y ya inservibles, eran amontonados sin destino, para el reciclaje. Una locura. Y los colegios, comprados por las editoriales, favoreciendo aquella demencial antología del disparate. Pretendiendo educar con aquella falta absoluta de educación solidaria, ecológica y ética.
Ahora la crisis infinita y ya endémica in aeternum, no ha cambiado las cosas nada más que a peor. Familias enteras carecen de dinero para libros y material. Ya no hay ayudas ni apoyo social ¿Qué hacer? Tal vez sea el tiempo de que la escuela dé un paso decente e independiente. De que los colegios cooperen con las familias y se hagan responsables de cumplir los programas lectivos, proponiendo a los alumnos la construcción de las asignaturas. Ya es tiempo de liberar al personal docente del papeleo y de simplificar la burocracia, para que se pueda ocupar de formar y dirigir el estudio y el proceso de desarrollo del alumno. Pasando de hacer comprar un material casi siempre malísimo, rutinario, con tanto dibujito inútil como falto de contenido asimilable.
Una estupenda solución a la crisis escolar y a la avidez desatada de las editoriales "pedagógicas", puede ser pasar de ellas. Tener en los colegios una buena biblioteca que consultar por necesidad y unos ordenadores para obtener información y conseguir que maestros y alumnos construyan el camino del conocimiento, aportando su esfuerzo, su trabajo y su creatividad, que obviamente irá in crescendo si se consigue hacerles coautores y corresponsables de su aprendizaje, dejar de ser objetos pasivos para convertirse en sujetos agentes de su propia formación más plena y completa; es muy posible que con ese método los alumnos se impliquen mucho más. Comprendan la historia que atravesamos y maduren asumiendo la necesidad de trabajar en conjunto, desde el estudio activo, con toda la sociedad para mejorarla. Los niños ociosos mentalmente, a los que se da todo hecho en la rutina de alguien que ha pensado en lugar de uno mismo, hasta los juegos en maquinitas que les priva del esfuerzo, de la iniciativa y de la imaginación creadora, se convierten en aburridos insaciables consumidores de novedades insulsas que pierden todo atractivo en cuanto se manejan cotidianamente, en hiperactivos histéricos, siempre exigentes y descontentos. Ansiosos y dispersos.
Por otra parte se suprimirían los deberes como rutina ya casi convertida en castigo, porque se harían en clase en la misma dinámica de construir cada día las asignaturas. Tendrían más espacio para formarse leyendo, jugando, dibujando, inventando o haciendo deporte, modelado, escuchando música, o escribiendo sus propias aventuras durante el tiempo libre, en casa o en lugares abiertos, conviviendo en contacto con la naturaleza y dejando menos oportunidades para engancharse a las pantallas y videoconsolas. Y para crecer en familia sin el peso constante del mantra habitual: "¿Ya has terminado las tareas para mañana?", que es la casi exclusiva preocupación y argumento monotemático entre padres e hijos con el consiguiente empobrecimiento reduccionista de la relación entre ambos.
Ojalá las escuelas se impliquen y cambien el método depredador ya tan habitual en las editoriales de los textos didácticos, y tan habituales en sus formas de hacer negocio que se soporta como una calamidad meteorológica al fin del verano. Ojalá la crisis se convierta en ese factor de cambio que nos urge para poder superarla, cambiando nostros los hábitos erróneos y cómplices con la ruina de nuestro futuro como especie.
Educar, acompañar y orientar es mucho más que un simple adiestramiento que no nos hace superar la condición de homo habilis y nos impide llegar a la de homo sapiens, que tan pomposa y alegremente han proclamado los antropólogos sin comprender muy bien que la evolución se alimenta de conciencia mucho más que de rutinas aprendidas. Se puede adiestrar chimpancés y hacerlos sentarse cada mañana en un pupitre delante de una pizarra y abrir un cuaderno y hacer garabatos a la perfección. Hacerlos caminar en fila, aplaudir cuando les gusta algo o hacerse un bocadillo cuando tienen hambre. Habremos obtenido el colmo de la habilidad, pero no por eso el chimpancé va a descubrir la ley de la gravedad y la física cuántica o el remedio contra el sida. Ni podrá construir una catedral o explorar el espacio sabiendo lo que hace y adónde va. O escribir Hamlet, pintar La meninas o componer los conciertos de Brandemburgo. No por eso va a pasar por el birlibirloque de la evolución mecánica, del estado de la habilidad al estado de la sabiduría. Para dar ese salto es necesaria la chispa autógena de la conciencia que hace posible el pensamiento lógico y la palabra. La chispa de la creatividad que acompaña a la percepción de una doble inteligencia: la racional y la emocional. La elemental y la trascendente. Una síntesis que se llama alma, algo que contruimos nosotros mismos, y que no es solamente el plasma vital y energético que el ser humano comparte con los demás seres vivos. Sino la marca precisa de su evolución hacia otros planos que aún están por descubrirse, conocerse y trabajar en ellos. Una tarea única que depende y está básicamente vinculada con la orientación que se recibe desde la infancia. No sólo con lo que nos cuentan y nos explican en clase, sino con lo que vemos en la práctica, en el "como" aplicamos en la construcción de nosotros mismos todas las herramientas que nos proporciona la educación o la ausencia de ella.
Algo que nos mejora muchísimo es participar plenamente en la construcción de nuestra persona, de nuestra individualidad y de nuestro equipaje vital. Ésa es ante todo la función de la escuela. Los datos, la memorización de la "cultura" es algo que se puede hacer durante toda la vida sin que eso modifique para nada un pensamiento retorcido, un alma vacía o una emocionalidad enferma. Se puede ser un erudito, una enciclopedia viviente, ser políglota, artista glamuroso, triunfar en los negocios más difíciles, ser un destacado líder mundial y ser perverso, ambicioso, carente de escrúpulos y atroz. Torpe y cruel. Lo estamos sufriendo en estos tiempos donde el "saber" sí ocupa lugar para corromper conductas e ideas. Porque "saber", en estos días, es una rutina de la memoria y dela tecnología automáta, un elenco de datos y noticias al alcance de cualquier simio habilidoso, no la esencia del sabio. Ha faltado, exactamente la base educativa de valores imprescindibles, que no se circunscriben a unas costumbres "políticamente correctas" ni a una "moral" de conveniencia ni a una religión servidora del poder, sino que nacen de la grandeza progresiva del alma y del intelecto iluminado, acompañado y guiado por una verdadera pedagogía amorosa e inteligente. Práctica y real. Humana y no simiesca, imitadora y repetitiva de los mismos errores y calamidades. Por eso el mundo mejora en aparatos e inventos para hacer la vida cómoda. Nada más. Pero el homo habilis amaestrado y formateado a imagen y semejanza de la mediocridad narcisista-consumidora, no ha conseguido, ni puede conseguir en tales tesituras, encontrar y dar sentido sabio a sus habilidades perentorias. Ni de poner los cimientos de ese "hombre nuevo" del que hablan la mística y la psicología transpersonal, porque si no los ponen la familia y la escuela, no hay nada ni nadie en este mundo que consiga hacerlo una vez pasada le edad de la inocencia. De la permeabilidad. De la capacidad para sorprenderse por cada respiración, por cada descubrimiento. Para la capacidad de asimilar limpiamente las revelaciones profundas de la existencia que moldean el carácter , reconducen la personalidad y educan y canalizan el temperamento hacia lo mejor de las aspiraciones personales y de la especie. Hacia la genialidad real, que es la madurez creativa y la inocencia de los sabios, combinadas en la mejor obra de arte que puede realizarse: el equilibrio sano y feliz de nuestra vida, que es imprescindible para que el mundo mejore y evolucione, porque nos permite y nos empuja a cooperar en el bien común.
No en vano Jesús de Nazareth lo dejó dicho con mucho acierto: "Si no os hacéis como niños no podréis entrar en el Reino de Dios". O sea, si no estamos educándonos constantemente, humildes y abiertos a las sorpresas, dúctileses y maleables, creando y compartiendo la alegría de esa realización dinámica y constante, aprendiendo a SER y desaprendiendo el noser, en cada momento de nuestra vida, en vez de acumular, dominar, controlar y darse importancia, pasaremos la vida en el destierro de ese Reino de Dios que es el Reino del Hombre Realizado. Y por ello, divino. La patria universal de los Bienaventurados. Nada de religiones ni de ideologías. Experiencia de esplendorosa humanidad creciente hacia el infinito.
Y todo depende de nosotros. De lo que elegimos, de lo que desechamos, de lo que no hacemos y de lo que decidimos hacer. En eso consiste la libertad. En el poder de elegir. Entre las posibilidades que la vida nos presenta por medio de las circunstancias; qué vivir y cómo hacerlo. Dónde y con quién. Así lo viviremos, y ahí entra el máximo valor de la educación: enseñarnos a desaprender lo que no nos ayuda y a desarrollar lo que nos hace crecer de verdad en libre, responsable y creativa autonomía solidaria.
Algo que nos mejora muchísimo es participar plenamente en la construcción de nuestra persona, de nuestra individualidad y de nuestro equipaje vital. Ésa es ante todo la función de la escuela. Los datos, la memorización de la "cultura" es algo que se puede hacer durante toda la vida sin que eso modifique para nada un pensamiento retorcido, un alma vacía o una emocionalidad enferma. Se puede ser un erudito, una enciclopedia viviente, ser políglota, artista glamuroso, triunfar en los negocios más difíciles, ser un destacado líder mundial y ser perverso, ambicioso, carente de escrúpulos y atroz. Torpe y cruel. Lo estamos sufriendo en estos tiempos donde el "saber" sí ocupa lugar para corromper conductas e ideas. Porque "saber", en estos días, es una rutina de la memoria y dela tecnología automáta, un elenco de datos y noticias al alcance de cualquier simio habilidoso, no la esencia del sabio. Ha faltado, exactamente la base educativa de valores imprescindibles, que no se circunscriben a unas costumbres "políticamente correctas" ni a una "moral" de conveniencia ni a una religión servidora del poder, sino que nacen de la grandeza progresiva del alma y del intelecto iluminado, acompañado y guiado por una verdadera pedagogía amorosa e inteligente. Práctica y real. Humana y no simiesca, imitadora y repetitiva de los mismos errores y calamidades. Por eso el mundo mejora en aparatos e inventos para hacer la vida cómoda. Nada más. Pero el homo habilis amaestrado y formateado a imagen y semejanza de la mediocridad narcisista-consumidora, no ha conseguido, ni puede conseguir en tales tesituras, encontrar y dar sentido sabio a sus habilidades perentorias. Ni de poner los cimientos de ese "hombre nuevo" del que hablan la mística y la psicología transpersonal, porque si no los ponen la familia y la escuela, no hay nada ni nadie en este mundo que consiga hacerlo una vez pasada le edad de la inocencia. De la permeabilidad. De la capacidad para sorprenderse por cada respiración, por cada descubrimiento. Para la capacidad de asimilar limpiamente las revelaciones profundas de la existencia que moldean el carácter , reconducen la personalidad y educan y canalizan el temperamento hacia lo mejor de las aspiraciones personales y de la especie. Hacia la genialidad real, que es la madurez creativa y la inocencia de los sabios, combinadas en la mejor obra de arte que puede realizarse: el equilibrio sano y feliz de nuestra vida, que es imprescindible para que el mundo mejore y evolucione, porque nos permite y nos empuja a cooperar en el bien común.
No en vano Jesús de Nazareth lo dejó dicho con mucho acierto: "Si no os hacéis como niños no podréis entrar en el Reino de Dios". O sea, si no estamos educándonos constantemente, humildes y abiertos a las sorpresas, dúctileses y maleables, creando y compartiendo la alegría de esa realización dinámica y constante, aprendiendo a SER y desaprendiendo el noser, en cada momento de nuestra vida, en vez de acumular, dominar, controlar y darse importancia, pasaremos la vida en el destierro de ese Reino de Dios que es el Reino del Hombre Realizado. Y por ello, divino. La patria universal de los Bienaventurados. Nada de religiones ni de ideologías. Experiencia de esplendorosa humanidad creciente hacia el infinito.
Y todo depende de nosotros. De lo que elegimos, de lo que desechamos, de lo que no hacemos y de lo que decidimos hacer. En eso consiste la libertad. En el poder de elegir. Entre las posibilidades que la vida nos presenta por medio de las circunstancias; qué vivir y cómo hacerlo. Dónde y con quién. Así lo viviremos, y ahí entra el máximo valor de la educación: enseñarnos a desaprender lo que no nos ayuda y a desarrollar lo que nos hace crecer de verdad en libre, responsable y creativa autonomía solidaria.
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