El desgobierno de un país es la liquidación por cierre del establecimiento social. El naufragio de la nave como remate de existencias y de stocks. Cuando no hay capitán, la tripulación se pierde por los cerros de Úbeda, los pasajeros buscan desesperados los botes salvavidas y las ratas abandonan el barco las primeras. Porque las ratas no pueden pensar ni decidir nada serio. Sólo obedecen a su instinto de conservación. Como es natural. No pertenecen a la misma especie que el resto del pasaje. Y entonces se encaraman en su bandera, trepan por el mástil y saltan por la cubierta del barco en peligro. Van derechas al suicidio. No saben nadar. Pero ellas no lo pueden saber porque las ratas no pueden saber nada que no sea comer queso, telas, muebles, maderas y cartones, y defenderse con uñas y dientes contra cualquier especie que encuentren en su marcha voraz y depredadora. Las ratas de repente sufren un ataque ansioso de autonomía y autogestión, en plan kamikaze, porque ya no encuentran sustento cómodo en las cocinas y en las bodegas de la nave nutricia. Es natural su reacción. Sólo obedecen la voz de su especie.
Lo que resulta de verdad patético y miserable es ese mismo proceso cuando lo reproducen las conductas humanas y políticas. Cuando una autonomía, que durante años de abundancia y bienestar, formaba parte de un conjunto humano. Era miembro de una sociedad articulada donde todos procuraban convivir desde su diversidad y confraternizando con las diversidades de los otros.
Esto nos está pasando ahora. Estábamos convencidos de que España o las Españas, éramos un proyecto vivo, un tejido social que trataba de organizarse, coordinarse, entenderse, valorarse y, ¿por qué no?, quererse y respetarse. Estar contentos de tener varias lenguas, culturas, tradiciones, músicas y bailes, paisajes y gastronomías. Acentos y temperamentos. Y sin embargo llega una crisis mundial de recursos e injusticias y entonces nos damos cuenta de que ese espíritu comunitario, emprendedor y solidario sólo era una chapuza, un barniz de mala calidad que se descascarilla a las primeras de cambio dejando al aire el cartón agrietado que siempre nos había parecido una muralla de piedra sólida unida por un buen cemento.
Poco a poco esta crisis nos va depurando. Nos va mostrando nuestra realidad ficticia. El cliché en negativo de los "Vientos del pueblo", por los que dieron la vida Miguel Hernández, autor del poema, y tantos innumerables hijos de esta misma tierra. A ellos, los vientos del pueblo les despertaron la solidaridad y el espíritu de unidad hasta el heroísmo; las ratas de hoy son sordas a la música del viento y a la del alma que es la que salva la conciencia de los pueblos y los educa como ciudadanos,, no sólo de su "pueblo", sino del mundo,que es la única patria posible para los seres civilizados y con visión inteligente. Pero los dell instinto desatado, los el miedo y los del oportunismo, no funcionan en registros mejores. Van a autodestruirse, a un final inevitable, pero sin conciencia. Sin haberse despertado para convertirse en humanos inteligentes. Cívicos. Fraternales. Y en medio de la hecatombe, sólo piensan en saltar por la borda. Para reservarse su mausoleo ilusorio en el oleaje. Como las ratas antes del naufragio total que podría evitarse si en vez de ratas hubiese seres pensantes, decentes y despiertos. Lúcidos y sabios. Pero eso es mucho pedir. Porque los sabios nunca gobiernan ni aspiran al poder. Y los que aspiran al poder y gobiernan nunca son sabios. Una triste descoincidencia, que ha marcado desde siempre el destino fatal de nuestra especie.
Ahora Cataluña, a golpe de bandera y honor balompédico, ha decido encaramarse al brocal del pozo para hacer un intento de salto mortal hacia su independencia sin pararse a observar que cuando las barbas de un gobierno central veas afeitar hay que poner las propias autonómicas a remojar,porque hoy nadie, absolutamente nadie es independiente de nadie ni de nada. La globalización nos ha encadenado a la galera del fin de un mundo absurdo y no tenemos nada que hacer con la exaltación de los egos patrios a estas alturas del ridículo. Ni gobernar una sociedad del siglo XXI con mentalidad decimonónica o medieval, o griega antigua de ciudad-estado. O directamente de tribu cavernícola-federada, a la defensiva como estrategia. Ahora mismo si queremos salir de ésta y poder contarlo, sólo nos queda despertar como habitantes de la misma casa y asumiendo la globalidad inevitable, darle la vuelta y convertirla en ciudadanía universal. En familia humana sin fronteras capaz de respetar las diferencias y valorarlas como una riqueza. Unida por el amor y el respeto a todos los seres vivos y a la Madre Tierra, sin cuyo sustento no sólo no hay gobierno ni autonomía, es que ni es posible ni sostenible la misma vida.
La actitud del señor Mas le acabará convirtiendo en el señor Menos. Y los catalanes que de tontos nunca han tenido ni un pelo, acabarán por mandarle a casa por estar fuera de su tiempo. Como las uvas que no han conseguido madurar antes de la vendimia y se pierden. No resistirán hasta otra cosecha y en la presente no sirven para dar vino. Algo que podemos extrapolar al pp. Los mismos perros con distintas barras y estrellas en el collar. Puro y duro anacronismo. Por eso, como, aferrados a las viejas y caducadas estructuras del poder, no saben gestionar el presente, se están cargando el futuro y con el futuro el desproyecto de su discurso trasnochado. Y por instinto, como las ratas en la antesala del naufragio, saltan al vacío de una independencia que, en su patetismo, es pueril, imposible y ridícula.
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