Anoche vi y escuché "Salvados", un encuentro muy interesante, convocado por Gonzo en La Sexta. Manuela Carmena, Miguel Ríos, Charo López y Javier Clemente, todas ellos con los 70 cumplidos y una experiencia vital considerable, con los que comparto década. Escuchando los comentarios fui reuniendo ideas para innovar un poco el paisaje de la vejez y permitir que la circunstancia de la vejez se pueda convertir en un recurso sanador para nuestra sociedad. Sin duda la última etapa de la vida en los seres humanos puede evolucionar en calidad de vida no solo para los abueletes/as, sino también para las familias y para el mundo laboral.
Sería bueno que evolucionásemos y fuésemos más creativos a la hora de las soluciones buenas para todos y todas.
Las residencias para la tercera edad son morideros totales. Hace tiempo, allá por 2005 asistí e hice terapia durante dos años, a un paciente afectado de parkinson, alojado en una residencia, en la que vi y encontré de todo, menos el convencimiento de que la gente no entraba allí para morirse en el menor tiempo posible sino para tener una última etapa vital digna y lo más saludable posible. Y no es que hubiese una crueldad y un sadismo intencionales, que las monjas aquellas eran muy buena gente, es que era tan natural asumir el proceso devastador, que los mismos residentes, que entraban sanos, activos, con ganas de salir, comunicarse,de ir al cine o a pasear por los parques, de visitar amigos y familiares, en un par de meses perdían toda su energía y vitalidad, las ganas de salir y de moverse, de leer y de charlar de algo que no fuese un vacío total de todo estímulo, con una tristeza mortecina que se iba apoderando de ellos y de ellas, hasta reducirlas a una ausencia total de participación en conversaciones o actividades. Se encogían e incomunicaban, sin caer en la cuenta de ello. Lo siguiente era la agudización repentina y progresiva de achaques y la aparición de nuevos padecimientos. Un día llegabas y te encontrabas al paciente que dos días antes había paseado de tu brazo súper animado, por el parque/jardín enorme de la residencia, sentado en una silla de ruedas, medio ido, y asegurando que ya no quería andar más, otro día, ya no quería hacer ejercicio con los brazos y las piernas, respirando y moviendo hombros, cuello, pies...haciendo girar la rueda o subiendo y bajando pesos ligeros con las manos, los brazos y hombros, todo ello ligerísimo y muy reanimador de la energía, en el gimnasio estupendo y luminoso rodeado de árboles, siempre vacío,al que inexplicablemente no iba nadie nada más que mi paciente asistido y yo.
Poco a poco les disminuía el apetito, se cambiaban las horas del sueño, o sea, se dormía muy mal por la noche y se daban cabezadas constantemente durante el día. Se les cambiaba de pasillo y de habitación cuando empezaban con el cuadro sintomático exponencial, ya no comían en las mesas del comedor, sino en una sala a aparte en sus sillas de ruedas con una bandeja delante y aislados un par de metros entre sí, para que el personal que ayudaba tuviese espacio para moverse. La única comunicación era la tv, donde siempre estaba el canal 13 de la Iglesia Católica y el mismo video, con el papa Juan Pablo II rezando el rosario y a contunuación -supongo que para 'meditar'- un programa de sucesos que narraba barbaridades y delitos constantemente. Luego, apagaban la tele, para que echasen una cabezada...Y la cosa no era solo de mi paciente, era algo general. Se desvitalizaban exponencialmente. Un buen día Federica ya no estaba, otro día Juan se había esfumado, otro día era Carlota, pero en su lugar al día siguiente aparecían Lorenzo, Rosalía o Merche...en el mismo plan. Nadie sabía donde estaban porque nadie se molestaba ya en saber nada de nadie. O bien estaban hospitalizados o recluidos en sus cuartos o se habían muerto sin más. Nada distinto de una granja o de una ganadería.
Por fortuna mi paciente resistía, él decía que eran los versos que le leía en el parque los que le daban vitaminas y le hacían resistir. Hasta que pasados dos años sufrí un accidente y me rompí un pie. Obviamente, tuve que dejar de ir a la residencia y de ocuparme de mi querido ya amigo, -y hasta un poco el padre que nunca pude cuidar porque murió demasiado pronto y lejos de mí-. De hecho los viejitos de alrededor acabaron convencidos de que la hija de mi paciente y yo, éramos hermanas e hijas del mismo padre. Aun recuerdo su voz, corrigiendo el entuerto: "¡Que no es mi hija, que es mi terapeuta!" La familia tuvo problemas para que las monjas me dejasen entrar y tratar al paciente, me dijeron que la gente iba a pensar que allí lo hacían fatal y que por eso me contrataban los familiares para el tratamiento del acompañar, hacer ejercicio suave, cultivar la memoria y la atención, reiki, reflexoterapia podal y yoga respiratorio, totalmente en plan "pseudoterapias", lejísimos de la resignación rezadora y admitiendo que pasarlo mal es "la voluntad de Dios", sin comprender que ellas, las monjas, con toda su buena voluntad no podían llegar a todo y a todos, que cada enfermo, y más, ya en el último tramo de la vida, necesita un cuidado personal y constante más que nunca y que si la voluntad de Dios fuese que las pasemos canutas, ¿por qué Jesús curaba y sanaba enfermos? ¿No sería más normal que les animase a sufrir cuanto más mejor, si ese es el billete seguro para el cielo y la voluntad de Dios? Debo reconocer que las monjas ante esa evidencia acabaron por aceptar la incomodidad de mi impertinente tarea y terminaron por pedirme ayuda en varios casos de dolores y problemas de ellas mismas, y así pudieron comprobar que el Espíritu Santo también es laico y aconfesional. Un paso más en la liberación evangélica, confirmando que además de "buena noticia", sobre todo es un cambio natural de paradigmas obsesivos y rutinarios. Que esa potencia suprema a la que llaman "dios" es el verdadero agente de la revolución que nunca da marcha atrás cuando se produce el cambio, o el "satori" como lo llaman los trabajadores del zen. ¿Qué más revolución hay que descubrir el TODO en lo pequeñito, sin ínfulas ni ambiciones de 'estrellismo divino' verdad?
Fue en agosto, a los pocos días de mi accidente, cuando recibí una llamada de "mi hermana" de padre. Me llamaba desde el Hospital Clínico donde habían ingresado hacía una semana a mi paciente con un fallo multiorgánico irreversible. Estaba en coma, los médicos no se explicaban por qué en aquel estado y ya sin tratamiento, aun no se iba. Entonces "mi hermana" me llamó por teléfono a media mañana , me explicó la situación: estaba convencida de que "papá" no se quería ir sin despedirse de su otra "hija" y llevaba tres días agonizando y sufriendo en silencio. Le puso el móvil en la oreja y me pidió que le dijese algo, le dije unas palabras de acompañamiento y de cariño, a los pocos minutos, mi "hermana" susurró: " ya se ha ido, y sonriendo. Gracias por quererle tanto, hermana".Lloramos juntas en la distancia, pero no de pena, sino de Amor filial y fraterno.
Aquel episodio entrañable con los ancianos y el entorno residente tan mecánico y hasta hostil e inhumano sin pretenderlo, me dio mucho que pensar. Llegué a la conclusión de que las residencias, por muy estupendas que sean no son ni pueden ser el ambiente adecuado para una vejez sana y equilibrada. Y después de ver anoche a mis coetáneos setenteros en el coloquio, se me ocurrieron algunas ideas, como por ejemplo, que las residencias solo existan para quienes quieran utilizarlas libremente, o no tengan un lugar donde vivir, sin familia o sin que la familia pueda acoger a sus abuelos por falta de espacio o de atención personal.
El mejor lugar en el que vivir y morir, para cualquier ser humano y especialmente en la vejez, es su propia casa, ya sea alquilada o en propiedad. El estado y la ciudadanía deberían crear un espacio social para que los abuelitos y abuelitas no tengan que salir de su casa y de su entorno en sus últimos tiempos en este planeta. Que sean los médicos de familia y técnicos sanitarios quienes les visiten en casa y no sean carne de hospital por cualquier achaque en observación. Es mucho peor una mala vida que una buena y digna muerte. Sin duda alguna.
Se pueden crear cooperativas y espacios públicos de atención, donde poner en contacto a ancianos y a cuidadores, que reciban la atención personalizada y única en sus casas, a cargo de un personal que debería prepararse profesionalmente para esa función, que tengan por ejemplo nociones de auxiliar de clínica y que hagan a la vez la función de la familia, de un hijo o una hija. Los sindicatos podrían ocuparse de esa preparación, con ayuda del estado. Para eso hay que entrenarse, practicar la empatía, la ética , humanizarse, además de estudiar algún grado específico de FP en plan master, por ejemplo, gratuito para quienes no puedan pagarlo.
Harían la compra, acompañarían en los paseos, les ayudarían a bañarse, a vestirse, a caminar, cocinarían para ellos, les acompañarían al médico, al banco, a visitar amigos, jugarían a juegos de mesa y cuando fuese necesario se quedarían a dormir. Se podrían establecer calendarios para sustituciones y días libres...Se podría subvencionar al menos en un 50% y al 100% en casos de no tener una pensión. En Alemania como alternativa a las residencias se fomentan los pisos compartidos gestionados por cuidadores, con cuatro o seis ancianos por casa.
Con ese proyecto se aliviarían las listas del paro, se crearían empresas co-gestionadas y supervisadas entre ayuntamientos y particulares para la gestión y el abastecimiento profesional y sobre todo, se lograría una calidad de vida muy distinta, un cambio pedagógico de conciencia social por el que los morideros residenciales y opacos que ahora padecen nuestros mayores, dejarían de ser el cruel, desalmado e irresponsable negocio mataviejos de los últimos años.
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