domingo, 14 de febrero de 2021

Gracias, amigo poeta!

Verso Libre

La sentencia de Pablo Hasél

Publicada el 14/02/2021 a las 06:00

"El acto surrealista más puro consiste en bajar a la calle, revólver en mano, y disparar al azar contra la multitud tantas veces como sea posible". Así definió André Breton su poética en 1929. Tampoco se mordió la lengua Rafael Alberti al escribir en 1930: "Vuelvo a cagarme por última vez en todos vuestros muertos en este mismo instante en que las armaduras se desploman en la casa del rey".

El arte moderno nació cuando la cultura aprendió a diferenciar la ficción y la realidad histórica. En cualquier caso, puesto a hablar de ficción, yo no creo que la poesía tenga nada que ver con un disparo en la calle. Sí me cago muchas veces en los muertos de algunos personajes que veo en la televisión o escucho en la radio, pero no lo escribo, ni lo publico, me lo guardo en mi casa. Soy consciente del mundo en el que vivo y en el que escribo. Demasiada pólvora en la atmósfera. Por eso creo grave y triste la sentencia a cárcel del rapero Pablo Hasél, aunque él no dudaría en pensar que soy un vendido con simpatías hacia un Gobierno cobarde (que, sin hacer milagros, intenta salir de esta crisis sin desamparar a nadie), o un mal poeta que siente pocas simpatías por las barbaridades expresivas, o un ciudadano tibio que se ha indignado ante el uso de la violencia de las fuerzas de seguridad del Estado, sin creerse con derecho a defender otro tipo de violencia. Los disparos contra los náufragos que intentaban llegar a la orilla en la playa de Ceuta me ponen todavía la carne de gallina. Y ahora recuerdo la escena muy a menudo, porque el ministro responsable sale con frecuencia en los informativos cuando se habla de un juicio de corrupción policial.

Hay tristezas humanas como las muertes por el covid-19. Hay tristezas sociales como la desigualdad, el desempleo y la pobreza aumentada por la pandemia. Hay tristezas políticas como la demagogia barata en las declaraciones y los espectáculos de corrupción. La sentencia de Pablo Hasél es una tristeza democrática. Y no se trata de un problema de artistas, porque en mi humilde opinión su escritura tiene poco que ver con el arte. La falta de libertad de expresión es un problema democrático grave para cualquier persona. Por eso me opongo a la sentencia dictada contra Pablo Hasél.

Se trata de un problema del Estado democrático. Las leyes, por mucho que quieran sostenerse en una definición objetiva, son interpretables. Como en todas las profesiones, hay jueces conservadores, jueces progresistas y hasta jueces tontos como hemos tenido oportunidad de comprobar estos días. Los jueces conservadores tienden a interpretar las leyes en un horizonte que aspira casi siempre al endurecimiento de las penas. Los jueces progresistas interpretan su obligación de otra manera. Avanzan poco a poco, como quien tira de un carro, hacia posiciones que tienen que ver, por ejemplo, con la reinserción, el análisis de la realidad social, las causas, las consecuencias, los derechos humanos…

Tenemos deberes que hacer. Como las leyes son interpretables, el Estado debe reformar cualquier punto del Código Penal que ponga en peligro la libertad de opinión. Hay derechos democráticos que deben quedar a salvo de la interpretación de los jueces.

"Desapruebo lo que dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo", dicen que dijo Voltaire, aunque yo no he conseguido leer la frase en ninguno de sus libros. Si le quitamos la exageración de hasta la muerte, porque estos tiempos que vivimos me han hecho tomar manía a las exageraciones, creo que en esa declaración descansa la democracia. Merece la pena cuidar mucho la libertad de expresión.

He afirmado antes que la libertad de expresión no es sólo un problema de artistas, pero comprendo bien que los artistas se sientan afectados e interpelados. Miguel de Cervantes dedicó al Conde de Lemos la segunda parte del Quijote. Era un gran mecenas que lo ayudó a él, a Lope, a Quevedo y a otros creadores. Cuando se fundó en Nápoles la Academia de los Ociosos, el Conde y Virrey dejó claro que quedaba prohibida cualquier expresión que cuestionase su autoridad. Todavía hoy los mecenas dan dinero de acuerdo con sus intereses. Un Estado democrático, gobierne el partido que gobierne, es el único mecenas que a través de la inversión pública puede asegurar la libertad creativa. Si las tentaciones de generar clientelismo son un problema, cualquier ley que coarte la libertad de expresión supone un lastre más pesado, que no debe asumir ninguna democracia.

Eso sí, la libertad exige responsabilidad. Los periodistas deben ser los más interesados en separar el periodismo de la mentira, los artistas los más obligados a defender la dignidad de la imaginación y el arte, y los jueces los responsables de defender sin bloqueos constitucionales la independencia de la justicia.

Pablo Hasél critica con tonos antidemocráticos al PSOE, a Podemos, al PCE, a los reyes, a toda la Policía, a todos los corruptos, a todo el Estado… Pido la libertad de Pablo Hasél y la reforma del Código Penal, aunque la vida me ha enseñado que no hay mejor aliado de la derecha que un tonto de izquierdas. Además: no hay cárceles para meternos a todos los tontos que este país soporta. 

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Nota del blogg:

 Gracias, como siempre, a nuestro amigo poeta por abrir la alacena de la reflexión en común. Sentenciar mordazas y bozales nunca es un buen recurso ni una justicia sana para nadie. Es simplemente, una apelación al Paleolítico de lo indigno, buscando dignificar lo indignificable. Pero hay en ello , además, un escaqueo de fondo que tampoco deberíamos dignificar: el derecho de pernada al insulto y a la violencia verbal sin que nada ni nadie sea capaz de marcar los límites del derecho al y del deber del entendimiento mutuo. 

Hay que aceptar que el derecho legítimo a enfadarse, a protestar y a reclamar reparaciones por las ofensas, no reconozca la necesidad de moderación y humanidad a la hora de poner las cartas boca arriba en las denuncias es una carencia muy grave de nuestro sistem en eterno failure. En efecto, tenemos todo el derecho a cagarnos en todo, pero también tenemos el deber de no salpicar ni enmierdar la vida del prójimo con nuestras heces, es decir, a evitar los efectos secundarios de nuestras ocurrencias distócicas para la convivencia (distócico en Medicina se aplica a los partos fallidos). 

Afortunadamente la especie humana tiene recursos geniales para establecer esos vínculos del entendimiento, mediante recursos como el pensamiento, el lenguaje y la palabra, o sea, la exposición y el diálogo, la pregunta y la respuesta, los 'por' qués y los 'para' qués, la voluntad de respetar como el derecho/deber de ser tan respetados como respetables. Hasél puede hacer lo que quiera con su indignación, en efecto, pero la Justicia no puede ni debe estar al servicio de reyes ni de prebostes para condenar o no, según quienes sean los ofendidos. Si un rey o cualquier preboste, como cualquier otro ser humano, pretende ser respetado, lo primero que debe exigirse a sí mismo es ser también respetable en sus conductas; la respetabilidad no va ni debe pretenderse que vaya incluida en el lote/prebenda de los cargos públicos y estatales, pues ya va inserta en la misma condición obligatoria del ser humano. 

Una indecencia, un abuso, una mentira con consecuencias graves, una estafa al mismo estado al que se representa, como en el caso de la corona, una violencia sea material o verbal, tiene ante todo un valor objetivo indisoluble e inevitable. 

Una puede expresar libremente todo lo que quiera, pero una no es un animal irracional y ya tiene recursos para comunicar sus pensamientos, deseos, estados de ánimo y todo lo que quiera, pero como persona emocional y racionalmente equilibrada, no como un toro embolao o en los Sanfermines, usando "el arte" como orinal y dodotis de su mierda o de su machismo o de su discapacidad relacional. La libertad de insultar se acaba donde la denuncia se convierte en tóxico social que invade con rabia y furia el campo libre e igualitario de lo común y lo destruye sin más, se invade la libertad de admitir o no el insulto y la degradación como hilo conductor de la convivencia. Un estropicio que solo provoca el caos de la inutilidad. ¿Qué beneficios  aporta a nuestras vidas abusar de la libertad de los que escuchan para comunicarles insultos, palabros repulsivos y descalificaciones que no mejoran nada ni a nadie, ni solucionan conflictos sino que los provocan y los agudizan, si solo ponen a hervir  una mala leche  inútil que solo quema, se sale del cazo, enfurece, deja en carne viva la piel torrada de lo transitorio y ahí se quedan las quemaduras incurables como legado social, impidiendo hablar y entenderse, que es en realidad el objetivo de toda sociedad que haya superado con éxito en su inteligencia racional/emotiva el Paleolítico Superior. 

 

Es tan triste que haya leyes tan precarias como que aun haya seres humanos haciendo lo que hacen Pablo Hasél y otros colegas: ganarse la vida insultando a diestro y siniestro y aprovechando el estruendo para que sus egos se pongan las botas de una rebeldía redundante y cerrada sobre sí misma, que mola tanto contagiando al ego colectivo sin más resultados que montar el pollo para que nada cambie en el eterno batiburrillo de una guerra infinita  sine die...donde solo el miedo, el odio lenguaraz y la agresividad irracional como justificación y respuesta a la podredumbre institucional marcan el paso del desfile. 

Esto no puede seguir así y al mismo tiempo pretender que haya cambios a mejor en la sociedad. Sin cambio práctico y pedagógico de paradigmas, de actitudes, de camino, no puede haber ni habrá jamás en la sociedad un cambio de modelo cívico a mejor,  o sea esa evolución que nunca va a suceder si no la iniciamos y la sostenemos en algún momento de la historia, mientras nos sentamos ilusoriamente a elucubrar cómo será esto cuando el futuro cambie las cosas...por arte de magia, claro. Ya lo harán otros cuando todo sea más kuki y no tengamos tantas dificultades, que nosotros ya estamos ocupados con la pandemia, el paro, los cierres, los confinamientos, las vacunas y sus trapisondas negociantes, Catalunya y eso...ufff, como para pensar en cambiar cosas tan tontas como esas minucias sin importancia del cabreo social y sus derivados, si luego todo se apacigua y nun-ca-pa-sa-na-da, ( y si pasa algo, tampoco será para tanto, xd!, cuatro presos de nada (políticos, eso sí, o mejor, políticos presos que da más caché y menos agobio, ¿a que sí? y, hale!,  a la marcheta!), se mira para otro lado, se enchufa la tele y vemos la nueva versión de "Ahora caigo" o de "Tu cara me suena", o "La Sexta Columna" o "Sálvame". Un futuro superguay de la muerte, sí, sobre todo, eso.

 

Ya lo dijo Tancredi en Il Gattopardo de Lampedusa: 'que todo parezca que cambie para que todo siga igual'. Mientras la respuesta a la barbarie coronada sea la misma barbarie vestida de rapero y de "experto", poco avanzaremos, querida familia de Atapuerca, celtibérica primero e hispánica después, pero al parecer siempre la misma en la misma procesión, irremediablemente...Erre que erre.

Aunque bien pensado, tal vez Tancredi tenía razón: tampoco es para tanto. Si lo nuestro lleva en este plan unos cuantos siglos y ahí estamos, ¿para qué intentar algo supuestamente mejor, que igual  luego no nos gusta, y a esto ya estamos hechos, ¿verdad?

Ains! 

 

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