ENTREVISTA
Alba Rico: “España es el único país de Europa en el que se puede ser ‘demócrata’ sin ser ‘antifascista’”
- Entrevista con el filósofo y escritor con motivo de su nuevo libro, ‘España’ (Lengua de Trapo, 2021)
España, Estado español, nuestra bandera, nuestro himno, nuestra historia, Cervantes, Galdós, Santiago...Son algunos de los conceptos y temas que el filósofo y escritor Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) trata en su nuevo libro. El también colaborador de este medio acaba de publicar España (Lengua de Trapo, 2021), descrito como un "ensayo muy personal, a ratos autobiográfico e intencionadamente decimonónico sobre España, sus santos y su literatura, sobre su falta de mitos y su exceso de fantasmas, sobre sus arrebatos de virilidad en todos aquellos momentos históricos en los que alguien trató de delimitar quién estaba dentro del proyecto y quién fuera". Hablamos con él sobre algunos de los aspectos que en él se incluyen.
-¿Por qué un ensayo autobiográfico? ¿Por qué para hablar de España?
-Es la pregunta más difícil. Lo he dicho otras veces: si hay dos cosas sobre las que nunca había imaginado que llegaría a escribir son precisamente estas dos: sobre España y sobre mí mismo. ¿Por qué ahora? Porque creo que en los últimos años tanto España como mi relación con ella han cambiado. Uno de los propósitos del libro es el de contar estos dos cambios simultáneos. Tras tres décadas intentando huir de España, primero me resigné al hecho de que, como decía Cánovas, era español porque no podía ser otra cosa. Después, al hilo del 15-M y de la descomposición del régimen del 78 que desembocó en el primer Podemos, me encontré, yendo y volviendo de Túnez, con una España desconocida que me interesó. A esto hay que añadir algunos viajes que, de manera lateral, también figuran en el libro. Así que, en algún sentido, este libro es una tentativa de saldar cuentas con mi propio país y con su historia. Mientras lo escribía, al tratar de formular algunas tesis sobre la guerra civil y sobre el liberalismo, tropecé con mis dos abuelos y con mi bisabuelo; y hablé de ellos.
No soy historiador y, aunque me he resignado a ese rótulo, tampoco soy “filósofo”. Soy un fumador fallido y un narrador fallido; así que he escrito este libro como fumando -y de hecho he empezado a fumar- y narrando historias, algunas personales, que se entrelazan con la historia común.
-¿Qué significa España para ti? O dicho de otro modo, ¿qué es España?
-Mentiría si dijera que he llegado a otra conclusión que la de que es un país inconcluso, inacabado, en el que se ha formulado demasiadas veces esa pregunta (¿qué es España?) como para no sospechar. Es verdad que todas las naciones europeas tienen una historia violenta y fea, pero el caso de España es el de una historia de violencia y fealdad que no acaba nunca de alcanzar su objetivo: el de construir una nación. Unidad forzada, Estado, Administración, sí. Una nación no. Y fracasa, yo creo, porque desde el principio se asocia la pureza étnico-religiosa, como escribe la hispanista Christiane Stallaert, a un proyecto de Estado imperial y a la construcción de una comunidad homogénea. El “único proyecto ilusionante” de nuestra historia, el de los Reyes Católicos, según la expresión de Ortega, no sólo dejó desde el principio fuera a judíos, moriscos y “herejes” sino que se hizo con mucha violencia y contra las élites de los reinos de la península y sus instituciones, incluidas las castellanas. Muy ilusionante no fue. Lo más inquietante es que Ortega reivindica ese proyecto en los años veinte del siglo pasado, en vísperas de la dictadura de Primo de Rivera, y de nuevo quince años después, en el umbral de la Guerra Civil, un poco antes de que Franco lo haga suyo mediante una reivindicación expresa, y una aplicación literal, del “totalitarismo” de Isabel y Fernando.
No hace falta añadir que Vox -y parte de la derecha iliberal española- siguen usando los mismos referentes, las mismas metáforas, las mismas imágenes. En fin, que para una persona de izquierdas o sencillamente pacífica, demócrata, deseosa de cambiar su país, no es fácil encontrar en esa historia muchos rastros edificantes ni demasiadas esporas para otros surcos posibles. Pero hay que buscarlas. Se encuentran. Lo malo es que, cuando parecen a punto de florecer, vuelve el regüeldo de esa ortopedia violenta de Unidad y Pureza.
-Escribes en el libro: “Cada vez que un izquierdista madrileño habla del Estado español se está impidiendo hacer política en España, está entregando España al nacionalismo español”. ¿Por qué no es positivo decir Estado español en lugar de España?
-“Estado español” está bien para describir y denunciar; para alejarse de ese objeto incómodo que llamamos España. Pero no se puede hacer política desde lejos. Prueba a tomarte un vino con tus vecinos de un pueblo castellano hablando de “Estado español” cada vez que ellos dicen “España”. Podemos renunciar a tomar vinos con nuestros vecinos, es verdad, pero será difícil cambiar el país sin ellos. Al mismo tiempo, hay cosas muy concretas y hermosas que dejan de emocionarte si se apodera de ellas verbalmente el Estado: los crepúsculos del Estado español, los paisajes del Estado español, los poetas del Estado español. Lorca y Machado no eran poetas del “Estado español”. Como Joan Margarit no es un poeta del “No-Estado catalán”; es un poeta catalán.
-¿Cómo se puede resignificar, algo de lo que al menos hace unos años se hablaba, la palabra España o la bandera?
-No tengo ni idea. No me parece fácil. Una de las razones del éxito inicial de Podemos, en 2014, tuvo que ver, a mi juicio, con la “reokupación” de los conceptos “España” y “patria”, aprovechando el vacío que había dejado una derecha neoliberal que prefería hablar de “marca” y venderla muy barata. Hoy la recidiva de las tensiones territoriales, con el enfrentamiento entre el nacionalismo español y el catalán, da de nuevo ventaja a la derecha, pero creo que la izquierda no debería abandonar los centímetros ya ocupados. Con la bandera tengo muchas menos esperanzas. La bandera es irrecuperable. La derecha más ideológica se ha apoderado de una bandera que la izquierda nunca ha querido disputar y que, por eso mismo, nunca será, por así decirlo, “laica”. Pero lo malo no es que la agresividad expropiadora de la derecha haya robado la bandera a la izquierda -que la ha entregado desde el principio- sino que la ha hecho inutilizable para esa mayoría social que puede identificarse con ella en las canchas de fútbol pero que es consciente de su uso partidista, sectario, radical, en los balcones o en las correas de los relojes.
La derecha ha des-españolizado la bandera al asociarla de modo excluyente a la ideología de una parte no mayoritaria de los españoles. Así que, al contrario que los catalanes o los vascos, los españoles, que no tienen himno, tampoco tienen bandera. Es normal que acaben identificándose más con los colores de su equipo de fútbol: patriotismo subrogado de una nación fallida.
-Dices también que tras leer la historia de España, llegas a dos conclusiones. Que España no tiene arreglo y que no hace falta. ¿Por qué?
-Porque me dio mucho miedo, al ponerme a pensar en España y su historia, caer en un agujero de fatalismo abismal. Mientras tomaba notas me preguntaba -y así lo cuento en el libro- si todos los problemas de España no proceden del hecho mismo de preguntarnos por ellos; si el problema de España no es la pregunta misma y la tentativa de darle una respuesta; si el problema no lo hemos agravado tratando de darle una solución. ¿No será “España como problema” un fantasma creado por las generaciones del 98 y del 27, tal y como sugiere la expresión de Juan Herrero Senés: “el agujero negro del ensayismo español en la Edad de Plata”? El problema de España no es España. No es eso lo que hay que arreglar. Eso no tiene arreglo. Lo que hay que arreglar es la cuestión territorial, las seculares desigualdades económicas, la educación, la vivienda, el déficit histórico de avances democráticos. Mi libro, que se llama España, se encierra un poco en esa sombra con el temor de estar prolongándola cada vez que nombro su objeto. Pero en todo caso creo que logro reprimir la tentación muy “española” de querer solucionarlo de un plumazo.
-“Hemos hablado poco con los muertos en España”. Me gustaría que comentaras brevemente por qué y qué ha supuesto
-Este es, junto a la cuestión territorial, el obstáculo mayor en el camino de una “democracia plena” para nuestro país. No puede haber “patriotismo constitucional”, en el sentido de Habermas, si constitucionalmente, políticamente, no se ha llegado a un acuerdo con los muertos; si hay 130.000 muertos en las cunetas a los que no hemos pedido y no nos han dado permiso para pasar página. España ha intentado olvidar sin previamente recordar y eso es imposible. Ochenta años después del final de la Guerra Civil y tras cuarenta años de democracia, la cuestión de la memoria sigue viva y no porque haya una izquierda memoriosa y revanchista (a la que a veces hay que reprochar, en todo caso, que entre demasiado fácilmente al trapo) sino porque existe una derecha que recuerda sin parar y no quiere olvidar su victoria en la Guerra Civil. Lleva ochenta años recordándola y desde posiciones de poder. O la olvida de una vez o nos atrancaremos de nuevo en el camino de la democracia. Es ella, la derecha, quien tiene que olvidar; a la que hay que exigir que olvide. Como bien explicaba Eduardo Maura hace unos años en un excelente artículo, en España, durante la transición, uno se convertía en “demócrata” posicionándose frente a ETA. ¡Pero no frente a la dictadura de Franco! Por eso Vox y el PP siguen hablando de ETA, diez años después de su desaparición, mientras se niegan a condenar el franquismo.
España es el único país de Europa en el que se puede ser “demócrata” sin ser “antifascista”. De manera que, sin un acuerdo sobre el franquismo, que es un acuerdo con las víctimas del franquismo, España seguirá siendo una democracia frágil y amenazada. Un país en el que la menor sacudida, como estamos viendo ahora, nos devuelve al siglo XIX. Esperemos que la nueva Ley de Memoria Democrática profundice ese “diálogo con los muertos”, pero si no se suma a él la derecha será completamente inútil. No sé si cabe esperar semejante cosa.
-Con la pandemia se ha intentado apelar al sentimiento nacional, de unidad, de que esta crisis nos hará mejores...Solo observar cómo se ha politizado todo y el ambiente que hay parece que ha fracasado esa intención. Esa “moral de victoria” de la que ha hablado Pedro Sánchez. ¿Cómo lo valoras?
-Son, en efecto, los momentos de crisis en los que se impone, por decirlo con José Luis Villacañas, el “estilo” propio de un país. Más allá de las críticas fundamentadas que se puedan dirigir al Gobierno de coalición, la derecha ha aprovechado un momento de vulnerabilidad compartida para activar una estrategia de derrocamiento a cualquier precio y por cualquier vía, utilizando a sus dirigentes y medios de comunicación para generar un clima históricamente muy familiar de enfrentamiento y violencia política. Mientras miles de personas morían y muchos millones se dedicaban a cuidar, cuidarse y homenajear a los sanitarios, PP y Vox veían en el dolor y el miedo una “oportunidad política” y se dedicaban a jugar a la guerra civil. Mientras escribía el libro tratando de introducir una brizna de luz en nuestra historia, la historia volvía de la peor manera para recordarnos una vez más la fragilidad de nuestros cambios. Hoy, por cierto, esa vieja España vuelve de nuevo para meter a un mal rapero en la cárcel y dar de palos a los que protestan contra ese disparate.
-Las naciones necesitan mitos compartidos, escribes. España no los tiene salvo el Gol de Iniesta y la Guerra de la Independencia.
-Solo Cervantes, que se disputa todo el mundo, cumple la función de una bandera. Pero Cervantes es la bandera de los cervantinos, de derechas o de izquierdas, no de los españoles del siglo XXI. No tenemos, no, ningún mito común en el que se vuelquen o a través del cual se expresen nuestras diferencias. Pensemos, por ejemplo, en Simón Bolívar en Venezuela o en José Martí en Cuba (o en la Marsellesa en Francia): todo el mundo se los apropia para conducir proyectos no solo diferentes sino incluso enfrentados. No existe un equivalente en la historia de España. Podría decirse que está bien, que España es el único país que no vive en los mitos sino en la realidad misma. Pero es que ningún pueblo vive en la realidad misma; allí donde no hay un mito compartido hay muchos mitos partidistas en conflicto que se limitan a proclamar el inacabamiento de la “nación española”. Esa es nuestra realidad misma: una realidad siempre fantasmal, frágil y agonística.
-Inevitablemente, tras unas elecciones en Catalunya, preguntarte por esta cuestión territorial con una mirada actual. ¿Qué hacemos con esto, cómo lo solucionamos?
-De eso se trata. Me atrevería a decir que Catalunya y el País Vasco son construcciones nacionales mucho más sólidas que España; son más “nación” que España, también en términos de mitos y banderas. Pero eso políticamente quiere decir poco. Políticamente lo que importa es que llevan quinientos años enredados en la existencia de una nación más débil que conserva, sin embargo, el poder del Estado. Ese “enredo”, además, lo es de poblaciones, de culturas, de miradas. Es ya un “enredo”, no un ejercicio de conquista. No es posible, en todo caso, separarse de una España que no existe; así que, paradójicamente, Catalunya y el País Vasco deberían ayudar a construir España (si las dejan) como condición para su futura independencia, en el caso de que así lo deseara la mayoría aplastante de los vascos y los catalanes. La clave está en este “si las dejan”. La única solución posible a este “enredo nacional” pasa por una reforma federalista de la Constitución que reconozca la existencia de otras naciones y vacíe Madrid de su absorbente centralidad política y económica, menos perjudicial, hay que decirlo, para las naciones periféricas que para los castellanos, los extremeños, los aragoneses, etc.
El Estado de las Autonomías y la Constitución del 78 prometían avanzar en esa dirección, pero en este, como en otros aspectos, lo que debía ser un comienzo se ha convertido en un obstáculo y en un punto ciego; cada vez más obstáculo y cada vez más ciego. En lugar de avanzar, no hemos dejado de retroceder desde 1978, como lo prueba la decisión del Supremo en 2010 sobre el Estatuto Catalán, matriz de ese retorno de la historia que, tras muchas locuras del Gobierno de Rajoy y mucha cobardía del PSOE, nos lleva hoy a un Vox que crece (en siglas o en espíritu) en toda España frente a un independentismo dominado ya, desde la derecha procesista, por un “españolismo al revés”. El cometido prioritario es el de desactivar esa polarización. Para eso la condición es sacar de la cárcel a los presos independentistas y abrir una negociación. Tampoco es muy evidente que ninguna de las dos derechas -ni la españolista ni la independentista- quieran eso.
-Cambiando el tono de la entrevista, me gustaría que describieras a los siguientes personas o personajes que aparecen en el libro:
-Apóstol Santiago: Un pobre peregrino gallego al que obligaron a subirse a un caballo, matar 10 millones de “moros”, según Quevedo, y trasladarse a América a asesinar a miles de indígenas americanos. Sigue cobrando, si no me equivoco, sueldo de Capitán General.
-Teresa de Ávila: La posibilidad frustrada de una patrona de España diferente: mujer, sin caballo, de origen judío, escritora y metida, a su pesar, en política. Los liberales se la disputaron a los conservadores en el siglo XIX y al final, en el XX, se la quedó la Falange.
-Cervantes: El atribulado hijo de un sacamuelas (condenado a enrolarse en el ejército de Nápoles, herido sin gloria en Lepanto, prisionero en Argel, desterrado en La Mancha, recaudador de impuestos en Andalucía, tahúr en Sevilla) que quiso ser poeta y escribió, casi por casualidad, la primera y mejor novela de la historia. España tardó 150 años en tomárselo en serio.
-Don Quijote: Si hablamos del personaje, yo diría que es una réplica irónica a todos los santos guerreros de nuestra historia. Si hablamos del libro, el fresco en clave de un Imperio fosco y cochambroso.
-Galdós: El mejor historiador del siglo XIX y el mejor escritor español desde Cervantes. Un amigo sensato. Mucho más actual que Twitter.
-Franco: Un "idealista" totalitario que quiso fabricar “un español nuevo” matando a la mitad de los españoles. Cuarenta y cinco años después de su muerte, sigue más vivo de lo que nos gustaría.
-Y aunque no tenga protagonismo en el libro, Juan Carlos I: Uno de los más inteligentes defensores de la dinastía borbónica de la historia y uno de los hombres más torpes del mundo. Restauró la monarquía contra Franco y contra la (plena) democracia y luego se volvió completamente Borbón y la hirió de muerte (no exageremos: solo de gravedad).
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