domingo, 14 de febrero de 2021

Los deberes para este domingo pueden consistir en leer despacito, y reflexionando a la vez, este artículo editado en Cuarto Poder y firmado por Pedro Costa Morata. ¡Gracias a ambos!

 

LAMENTOS DEL SOSIEGO PERDIDO

En efecto, así no se puede vivir


En el año segundo de este regreso pandémico al Medievo y sus terrores milenaristas, al miedo provisional y la confianza en el futuro, propios de la primera fase, han sucedido el palabrerío engañoso y las mentiras reveladas, en un espectáculo que quiere compensar el desastre sin fin con promesas sin nervio ni credibilidad, comprobándose que ni se cumplen ni –¡ay!– se pueden cumplir. Y así se va dando paso a una muy seria crisis, absorbente y multiforme.

No se puede vivir siempre embozados, un año y otro, sin perspectiva de que esto cambie de verdad; ni confinados y aislados, sin poder hacer lo de siempre, lo normal y natural; sin libertad de movimientos, sin poder ver a quien queremos ver, ni abrazar a quién queremos (o quisiéramos) abrazar…

Esta es una crisis global cuyas dimensiones nadie quiere analizar ni, mucho menos estimar y medir, pero que va adquiriendo rango de catástrofe que ya nunca va a restañar del todo; entre otras razones porque, antes de lograrse equilibrio alguno, sobrevendrá otra debacle, tan feroz e imprevisible, o más, que esta de la covid-19. Sobre esto último, lo del futuro pandémico, sí se va logrando un “general acuerdo”, si exceptuamos a los círculos políticos, que no pueden ir a elecciones asumiendo tan negro panorama.

En primera instancia, y al tiempo que el huracán económico nos lleva por los aires, la crisis nos golpea en lo psicológico, tanto a escala individual como nacional, ya que nos hemos instalado en la inseguridad personal, la ignorancia científica y la incompetencia política, así que es el miedo el que campea, soplando soberano y ululando en el silencio de nuestro corazón.

Se nos perfila una civilización de encierros periódicos y mordazas sucesivas, con breves intervalos de aparente, y provisional, libertad, en los que poder creer, con todas las reservas, en esos derechos, humanos, civiles y fundamentales, que, dicen, nos legó la Ilustración. Alas cortadas, futuro devaluado, asuntos pendientes y sin fecha, paciencia en crisis… Una catástrofe irreparable en las relaciones de sangre, afecto y afinidad, con un tiempo perdido que no es recuperable.

Hay, sin embargo, figuras de renombre, mimadas y comandadas por el sistema, que saltan al estrado para recordarnos que el progreso sigue pendiente y nos espera, que esto de ahora no es más que un pequeño, y resoluble, paso atrás en la marcha irresistible hacia (siempre) más altas cotas de bienestar, libertad y democracia. Charlatanes de prestigio, que disponen de púlpitos engañosos, elevados sobre la inmensa paciencia del ciudadano agobiado.

Mientras tanto, las numerosas formas de aislamiento introducen más y más incomunicación entre los humanos; y aunque la información se multiplica, es para acabar atontándonos y aplastándonos, con ese ininterrumpido caudal de verborrea política, elucubraciones científicas y noticias basura con que la sociedad digital nos obsequia. Que si la sociedad de la “información y la comunicación”, tan cacareada, se expresa por confinamientos y toques de queda sin otra perspectiva, hay muchos motivos, la mayoría razonables, para rechazar toda la panoplia de restricciones y exigir otra sociedad, sin adjetivos insultantes y ridículos como esos. Atención a la delgada pared que separa la condena general hacia las reuniones irresponsables de jóvenes, del apoyo a la protesta por este impasse indefinido y esta incompetencia escandalosa. O sea, que, de momento, hay que promover y apoyar todas las manifestaciones que se alzan contra la gestión de la pandemia; porque así no se puede vivir.

Atravesando por entre chascos y promesas, hemos llegado al confinamiento de la tercera ola que, no sólo por lo incompleto, ni resulta eficaz ni evitará que volvamos a sufrirlo en una cuarta (la de Semana Santa, es de temer),una quinta y una enésima ola. Y nos llegan las prometidas y anheladas vacunas, sobre las que se nos advierte que ni son de fiar del todo ni nos ahorrarán los efectos secundarios; ni siquiera garantizan que no habrá más contagios post vacunación. Porque el enemigo sigue ahí, desafiándonos: ese virus que no cesa, de cuyo comportamiento seguimos sin saber casi nada y que se reproduce en versiones y mutaciones más agresivas y que –se nos advierte– no va a dejarnos nunca; porque si este de ahora llega a desaparecer, se verá sucedido por otros que, en lógica de la vida, serán cada vez más resistentes y agresivos; y así sucede con las variantes británica, brasileña, sudafricana… Por no estar seguros, ni siquiera sabemos si las mascarillas proporcionan una elemental protección.

Digamos claramente que esto tiene todas las trazas de situación descontrolada, de impreparación supina y de derroche –no sé si decir, deportivo– de vidas humanas que la tradición europeo-occidental consideraba hasta ahora sagradas e inalienables. Sólo falta que China, la OMS y las farmacéuticas se pongan de acuerdo para culpar a la –insuficiente, desguarnecida y sorprendida– ciencia de esta ignorancia y este caos general, anunciándonos que, por fin, lo sabremos todo en dos o tres decenios de paciencia y barajar.

La saga de la vacuna nos explica la última lección de liberalismo práctico en su salsa, reconocible y triunfal. Cuando las firmas farmacéuticas se han negado a cumplir lo acordado, la Comisión europea ha iniciado una coral de aspavientos que harían sonreír de no tratarse de un caso de desvergüenza bilateral ya que, en primer lugar, el contrato existente –del que se ha acabado reconociendo que “ofrece menos garantías de lo previsto”– muy probablemente ha sido redactado, directa o indirectamente, por esas mismas firmas, que disponen de un lobby formidable y de agentes eficaces en las consultoras a las que se pide “asistencia técnica” para redactar contratos y directivas … y este parece haber sido el caso, de tan impotente que se ha visto la Comisión. Y, en segundo lugar, porque ha mostrado el rostro familiar de la delincuencia empresarial, en este caso la farmacéutica, de la que nos acordamos ahora que figura entre las más canallas y rentables, pugnando su primacía con el tráfico de armas, la trata de personas o el narcotráfico. Y vemos cómo especulan, llegado el momento favorable, haciendo de las suyas; y se destaca el caso del Estado de Israel, al que se ha favorecido en el caso de las vacunas escasas, una situación que se ha calificado de “asombrosa” y se ha explicado sin mentar que, en este sector, domina el capital judío.

Sin la menor convicción, desde la Comisión europea llegan ecos de cierta discusión sobre una “autoridad europea para urgencias sanitarias”, lo que resultaría inútil, según el correcto enfoque liberal, de no disponer de un sector farmacéutico propio, que pueda atender estas necesidades tan primarias. Que es lo que piden los eurodiputados, a sabiendas de que es una propuesta indigerible por las instituciones europeas, empezando por el propio Parlamento que, aun estando de adorno político, siempre está dominado por lacayos del libre mercado (liberales y socialistas).

Lo del fiasco de las vacunas es un relato fantástico ya que, iniciada la investigación inmunológica con muchos millones del presupuesto europeo (siempre es así, por otra parte: las farmacéuticas suelen justificar sus inmensos beneficios por la “intensa y costosa labor de investigación” que llevan a cabo, ocultando que todas ellas se nutren de generosas inyecciones de dinero público en todo el mundo), a la hora del incumplimiento y de la hipócrita indignación de la presidenta de la Comisión europea, Van del Leyden, el arreglo final ha sido… aportar más dinero y apoyo públicos a esas firmas burladoras. Así, los mecanismos liberales siguen aplicándose con pasmosa eficacia: unas empresas que prometen, incumplen, especulan y se forran aprovechando la coyuntura del siglo, salen indemnes de sus tropelías.

A todo esto, ya sabemos que más de la mitad de los muertos totales habidos en España desde el inicio de la pandemia (unos 60.000, en este momento), son ancianos de residencia, llamando esto nuestra atención sobre las miserias crematísticas de estas instituciones, la frialdad criminal del sistema segregador aplicado a la salud, y el regocijo de los debeladores de las clases pasivas. Porque el resultado –neto, sustantivo e imperdonable– no es otro que la muerte omnipresente, pegajosa y ciega, que nos castiga y amenaza como precio, coste y carga de nuestra sociedad competitiva, mermada en todo lo público y, en consecuencia, débil y desamparada ante cualquier tipo de crisis, muy especialmente las sanitarias.

(Y, de la deslenguada e irresponsable lideresa madrileña, señora Ayuso, ya va siendo hora de lanzarle contundentes denuncias por su perversa, y muy liberal, gestión de la crisis sanitaria, con el resultado de muertes sin parangón, a ver si aplicándole el Código penal se nos reeduca.)

Recordemos las pestes del pasado, relacionadas casi siempre con la guerra, con aquellas cuarentenas (de 40 días, no de 14, o menos, que es todo lo que puede soportar la civilización del desarrollo), que agotaban al virus dejándolo sin soporte humano ni expansión espacial. Ahora es imposible el confinamiento absoluto, ni tampoco el prolongado. La autosuficiencia y resistencia de las familias es inexistente, ya que la sociedad rural ha desaparecido, y es insignificante la proporción de los que pueden resistir el aislamiento prolongado en sus parcelas-jardín con cierta capacidad de subsistencia. Y, por supuesto, las masivas producciones agrícolas, como las de la España mediterránea, no sirven para alimentarnos y suavizar una crisis del tipo de las que vivimos, ya que están concebidas para el lucro de la exportación. Un duro golpe que ha de encajar la sociedad urbana como utopía ilustrada, ahora convertida en trampa mortal por lo inerme, frágil y vulnerable. O sea que no, que así no se puede vivir.

No hay comentarios: