El éxito de la canciller científica que encandila al mundo
Los alemanes cierran filas en torno a la gestión de la crisis del Gobierno de Angela Merkel, que ha evitado el confinamiento total y el colapso de los hospitales, pero que ahora teme posibles recaídas
Puede que el mundo se desmorone ahí fuera, pero en los parques y en las calles de Alemania la nueva normalidad gana terreno. Las familias hacen cola para comprar helados y jóvenes y mayores se tiran en el césped a tomar el sol que no tuvieron este invierno. Las tiendas han vuelto a abrir esta semana, mientras medio mundo mira a Berlín preguntándose qué ha hecho bien Alemania en esta crisis. El número de infecciones por coronavirus sigue creciendo —152.438— pero la maldita curva se ha aplanado y el sistema sanitario aguanta e incluso acoge a pacientes de otros países europeos. La cifra de muertos, 5.500, sigue siendo muy inferior a la de otros grandes países sin que la población haya estado confinada totalmente en ningún momento. Desde Berlín, llaman a la prudencia y a evitar la autocomplacencia ante el riesgo de una posible recaída.
“El
Gobierno lo ha hecho muy bien. Desde el principio dijeron la verdad.
[Angela] Merkel explicó que esto afectaría al 60% ó 70% de la población y
entendimos que esto iba en serio y que había que mantener la distancia
de seguridad”, explica Tamer Osman, un diseñador de una pequeña boutique
berlinesa en la que ahora cosen a destajo mascarillas de tela
estampada. Este pequeño empresario no está solo. Los alemanes han hecho
piña en torno a un Gobierno que hasta hace poco amenazaba con elecciones
anticipadas y a una canciller considerada poco más que un pato cojo.
La admiración por la gestión alemana se ha disparado a ambas
orillas del Atlántico. Al ministro de Sanidad alemán le entrevistan en
las televisiones de medio mundo, mientras que la Merkelmanía global
vuelve a resucitar de la mano del coronavirus. El Gobierno de Berlín
rehúye posibles triunfalismos porque, según advirtió la canciller esta
semana en el Bundestag: “No estamos en la fase final de esta crisis,
estamos todavía al principio”. Merkel ha calificado la experiencia
alemana de un “éxito frágil y parcial” y repite que el país camina sobre
“una fina capa de hielo” capaz de romperse en cualquier momento. Como
destacados virólogos alemanes, Merkel teme que las prisas por reactivar
la vida económica provoquen una recaída, una segunda oleada de la
covid-19, que sería más peligrosa.
Merkel, doctorada en Química Cuántica, recibe estos días
alabanzas dentro y fuera de Alemania por su gestión. Fiel a su estilo,
tardó en reaccionar. Cuando ya era evidente que el coronavirus era mucho
más que una gripe cualquiera, en Berlín se seguían programando partidos
de fútbol. Pero cuando por fin se dirigió a los ciudadanos, se ganó su
confianza con un mensaje directo, sin adornos ni excesivos miramientos y
apoyado en todo momento en la ciencia. Ella misma se sometió a una cuarentena voluntaria en casa
tras haber estado en contacto con un médico que había dado positivo,
predicando con el ejemplo. A mediados de marzo, se dirigió por
televisión a la nación por primera vez en 14 años (aparte del
tradicional mensaje navideño) para explicar que la covid-19 era el mayor
reto para el país desde la Segunda Guerra Mundial.
“Merkel está especialmente preparada para estas crisis por
su temperamento racional y su capacidad para forjar consensos”, sostiene
Constanze Stelzenmüller, del centro de pensamiento Brookings. Esta
investigadora recuerda además que el
sistema parlamentario federal alemán limita, especialmente en el caso
de una pandemia, el margen de maniobra del jefe del Gobierno federal
y “fuerza a cualquier canciller al consenso con los Länder [regiones],
pero también con los socios de coalición, y aquí es donde la capacidad
de liderazgo entra en juego”. Los que la conocen destacan que Merkel es
racional y escucha mucho, se asesora para después sopesar los argumentos
y tomar decisiones paso a paso. La canciller se deja aconsejar estos
días por paneles de equipos multidisciplinares, donde además de
virólogos hay psicólogos, juristas y expertos en educación.
Los ciudadanos miran alrededor y ven a Donald Trump,
Vladímir Putin y Boris Johnson y aprecian aún más a una política que no
ha recurrido a la retórica belicista ni ha decretado el estado
excepcional. Limitar lo más posible la restricción de libertades ha sido
una de las premisas de Merkel, una canciller que creció en la República
Democrática Alemana. “Las encuestas reflejan desde hace semanas que hay
una sensación de que el Gobierno lo está haciendo bien. No hay pánico
ni miedo generalizado”, sostiene Peter Matuschek, investigador de la
casa de sondeos Forsa, quien explica que en parte tiene que ver con que
las decisiones políticas de estos días se sustentan en la ciencia, en un
país que confía en sus universidades e instituciones científicas.
Un 90% de los encuestados piensa que el Gobierno lo ha hecho
bien en esta crisis, según el sondeo de la cadena ZDF publicado el
viernes. Un 83% valora positivamente la gestión de Merkel. “Hay casi
unanimidad, el Gobierno podría aprobar la ley que quisiera”, sostiene
Matuschek. La Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Merkel, con un 39% de
intención de voto, cuenta ahora con su mayor apoyo desde 2017.
Pero
no todo son luces. Esta pandemia ha ejercido también en Alemania de
cuarto oscuro, capaz de revelar fortalezas y también debilidades
institucionales. Ha evidenciado, por ejemplo, las deficiencias del
sistema educativo y sobre todo el atraso en el proceso de digitalización
en un país con sorprendentes carencias de cobertura de Internet. Ha
puesto también de relieve la dependencia de China y otros países a la
hora de abastecerse de mascarillas y trajes de protección para los
sanitarios.
Jan Techau, director del programa para Europa del German
Marshall Fund, destaca, sin embargo, la importancia de la cooperación
institucional, engrasada a golpe de improvisación en la crisis de 2015,
cuando más de un millón de refugiados desembarcaron en Alemania.
Aquellos meses de emergencia nacional sirvieron de ensayo general para
un país que se vio obligado a reforzar la cooperación municipal,
regional y nacional. “Ahora vuelve a haber una mentalidad de cooperación
ante la crisis, en un país con una capacidad organizativa bien
desarrollada”.
Esa cooperación se traslada a la política,
donde hasta ahora ha imperado un pacto de no agresión implícito y de
apoyo al Gobierno. “Este tipo de crisis alienta el deseo alemán tan
arraigado de vivir en armonía. A los alemanes les gustan las grandes
coaliciones, la concertación entre empleados y empleadores… Una crisis
como esta se vive en Alemania como una oportunidad para dejar de lado la
pelea política. Aunque claro, no va a durar para siempre”, piensa
Techau.
El número de camas
Coinciden
los analistas en que, además, el relativo éxito alemán tiene también
que ver con que el virus ha aterrizado en un momento con una economía y
un sistema de salud fuertes. Desde el inicio de la epidemia, Alemania ha
incrementado el número de camas de UCI de 28.000 a 40.000 y hay todavía
unas 12.000 vacías. La estrategia alemana pasa por romper la cadena de
contagios realizando test masivos y en el futuro con la aplicación del
móvil.
El Instituto Robert Koch indica que se han
realizado dos millones de pruebas diagnósticas en 161 laboratorios de
todo el país. Ahora, cada semana se realizan entre 300.000 y 400.000
pruebas. Desde mediados del mes de enero los investigadores del hospital
universitario de la Charité pusieron en marcha la producción de estas
pruebas y las compartieron con el resto de laboratorios.
La capacidad de investigación alemana se ha topado con una
industria potente que permitió a los laboratorios estar cerca de los
fabricantes y acceder a los materiales, explica Ricarda Milstein, del
Centro de Economía de la Salud de Hamburgo. A principios de febrero ya
estaba engrasado el mecanismo burocrático, esencial para que los
laboratorios pudieran facturar el importe de las pruebas a las mutuas,
añade Milstein.
La idea ahora, según publicaba esta
semana la prensa, es llegar a cuatro millones y medio de pruebas por
semana. Merkel volvió a repetir el objetivo el jueves ante el Bundestag:
“Los expertos nos dicen: test, test, test”. El virólogo Jonas
Schmidt-Chanasit, del Instituto Bernhard-Nocht de Hamburgo, introduce un
matiz: “Alemania ha gastado mucho dinero en test, pero la gran mayoría
son negativos. La clave es utilizar estas pruebas estratégicamente, no
se trata solo de la cantidad”. De los test realizados hasta ahora en
Alemania, apenas el 7,5% ha dado positivo.
El Gobierno no se cansa de repetir que la precisión es un
elemento clave en esta crisis. La minuciosidad resulta especialmente
importante para romper la cadena de contagios. Cuando a alguien le
diagnostican positivo, las personas con quien el contagiado tuvo
contacto en las dos últimas semanas son alertados para hacer la
cuarentena y romper así la fatídica cadena. Esa metodología se puso en
marcha en el ámbito local desde el primer día. Fue el 27 de enero cuando
se detectó el primer brote cerca de Múnich gracias a que una
trabajadora china alertó, tras impartir un seminario en la sede de la
empresa alemana, que estaba contagiada. Los empleados y las personas de
su entorno se sometieron a las pruebas y fueron aisladas para cortar el
brote de raíz sin permitir una propagación silenciosa del virus. “Se
detectó en seguida. Si no, igual estaríamos como Italia o como España”,
asegura Schmidt-Chanasit.
Este virólogo resalta también
el papel crucial que han desempeñado las autoridades locales. En
concreto, la nutrida red de institutos de salud pública repartidos por
todo el país, que en ocasiones cuentan con su propio laboratorio y que
han ido visitando casas y tomando medidas de aislamiento adaptadas a las
distintas necesidades.
El virólogo cree que hay un factor que se subestima ante el
supuesto éxito alemán: la suerte. Recuerda que muchos de los primeros
casos infectados eran jóvenes que volvieron de viajes de esquí y eso ha
hecho que el virus haya tardado más en propagarse entre la gente mayor y
que durante semanas la tasa de mortalidad se haya mantenido muy baja.
Desde entonces no ha dejado de subir y ahora asciende al 3,6%. “El 80%
ha sido suerte y el resto buena gestión. Sobre todo porque no han sido
necesarias medidas radicales de confinamiento. Se han tomado medidas
específicas para evitar el contacto social y la transmisión del virus,
porque también hay que tener en cuenta los efectos negativos para la
salud del confinamiento”, estima.
Schmidt-Chanasit repite
lo que ya es casi un mantra en Alemania. “Estamos solo al principio de
una epidemia que desconocemos. Nadie tiene la fórmula correcta y cada
país debe encontrar su propio camino de la mano de equipos
multidisciplinares”.
Holgura fiscal
Eso
en el plano sanitario. En el económico, la mayor economía europea
cuenta con la gran ventaja de haber llegado a esta crisis tras casi una
década de crecimiento ininterrumpido, a pesar del enfriamiento en los
últimos meses. Haciendo caso omiso de la presión exterior, durante años,
Berlín repetía que tras el endeudamiento masivo llegaría el día en el
que hubiera una gran crisis. Ese día ha llegado. La holgura fiscal les permite ahora disponer de una lluvia de millones
—un paquete de 750.000 millones de euros, el bazuca, en palabras del
ministro de Finanzas, Olaf Scholz— que empresarios, trabajadores y
autónomos reciben como el maná capaz de apaciguar sus angustias
existenciales en tiempos de incertidumbre global.
Los pequeños comercios, los autónomos, los jóvenes de las start-ups
o los artistas disfrutan de entrada de una ayuda inmediata de su región
y del Gobierno. En su tienda de discos, reabierta este miércoles, Tinko
Rohst explica que ya han cobrado los 5.000 euros de las autoridades
regionales y 9.000 del Gobierno federal, tramitados en un par de días y
casi sin burocracia. Debe durarle tres meses. El problema, explica, es
que su tienda de discos vive de los pinchadiscos y los turistas, dos
sectores que no está claro si volverán a existir como antes.
Mientras el confinamiento continúa, las llamadas a no dejarse llevar por la autocomplacencia suenan más fuertes. “Quedan muchas fases del virus por delante. Esto me recuerda a la crisis de 2015, que demostró que el entusiasmo inicial puede derivar muy rápido en insatisfacción cuando las cosas empiecen a no ir tan bien”, sostiene Stelzenmüller. Entonces, los alemanes corrieron a los andenes a dar la bienvenida a los refugiados con flores y peluches, pero meses más tarde, la ultraderecha se hizo fuerte con un discurso xenófobo. En Alemania ya hay protestas, algunas violentas, en contra de las medidas de aislamiento dictadas por el Gobierno, mientras los economistas vaticinan una recesión profunda. “La situación de Alemania es transitoria”, advierte Stelzenmüller
Mientras el confinamiento continúa, las llamadas a no dejarse llevar por la autocomplacencia suenan más fuertes. “Quedan muchas fases del virus por delante. Esto me recuerda a la crisis de 2015, que demostró que el entusiasmo inicial puede derivar muy rápido en insatisfacción cuando las cosas empiecen a no ir tan bien”, sostiene Stelzenmüller. Entonces, los alemanes corrieron a los andenes a dar la bienvenida a los refugiados con flores y peluches, pero meses más tarde, la ultraderecha se hizo fuerte con un discurso xenófobo. En Alemania ya hay protestas, algunas violentas, en contra de las medidas de aislamiento dictadas por el Gobierno, mientras los economistas vaticinan una recesión profunda. “La situación de Alemania es transitoria”, advierte Stelzenmüller
Criticas en la UE
El apoyo al Ejecutivo por la gestión de la crisis dentro de las fronteras de Alemania contrasta con las críticas, de puertas para afuera. En
la UE piden a Alemania que aparque las reticencias nacionales y asuma
un papel más decidido en este momento histórico, pero la potencia
reticente no acaba de dar el paso. “Para Francia puede que esta crisis
sea una oportunidad para cambiar Europa, pero los alemanes tienen menos
ambición estratégica y no se sienten cómodos en su papel de líderes”,
interpreta Techau.
Las críticas a Alemania se dispararon
en Europa a principios de marzo, a raíz de la prohibición alemana de
exportar material sanitario. La avalancha de críticas y tensiones
diplomáticas obligó a Berlín a recular y a reconocer que fue un error.
Pero la gran fisura entre el norte y el sur de Europa ha renacido
durante las negociaciones para alumbrar un mecanismo de solidaridad y
reconstrucción económica para la Unión. Berlín, fiel a su histórica
aversión al endeudamiento, sigue oponiéndose a los eurobonos; es decir a
una mutualización de la deuda, como instrumento para responder por los
compromisos de otros socios comunitarios.
“Sigue habiendo desconfianza. Los alemanes no se acaban de fiar de qué van a hacer los otros países con nuestro dinero”, explican
fuentes parlamentarias. “Pero sobre todo, es una cuestión de identidad
histórica. Los alemanes están orgullosos de la cultura del no
endeudamiento y temen que se diluya en manos de otros países que
consideran que no se lo toman tan en serio”, piensa Techau. Además, si
en los países del sur temen que la falta de financiación para la
reconstrucción económica alimente a los populistas, en Alemania, el
efecto es el contrario. Los políticos conservadores temen que en tiempos
de crisis, abrir nuevas vías de financiación con los países del sur dé
alas a la ultraderecha alemana.
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