Imperium in imperio
El caso contra Sánchez está dejando en evidencia el poso no solo conservador sino intolerante con la alternancia en el Gobierno
"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais"
Roy Batty en 'Blade Runner'
Una de las cosas que en un
momento de mi carrera profesional me hizo pasar de la información a
otros géneros periodísticos, como el análisis o la opinión, fue mi
incapacidad sobrevenida para escuchar y transcribir aberraciones sin
poder poner contra las cuerdas de la contradicción a la fuente que en
ese momento me intentaba colar una mercancía averiada. Estos días he
vuelto a sentir la misma indignación cuando he leído y escuchado a
diferentes integrantes del Estado profundo, de aquello que los romanos
llamaban el imperium in imperio, desgranando
argumentos, quejas o directamente falacias que chocan profundamente con
cualquier idea de un Estado democrático que uno anide en su interior.
Cosas que no querría creer pero que son la muestra palmaria de que el
Estado profundo está crujiendo y ha decidido emerger a la superficie.
Algo se mueve, algo está cambiando. No me parece que sea el
vicepresidente del Gobierno el que se embrolle a contar estas cosas,
aunque yo voy a hacerlo, pero entiendo la acidez que le refluye cuando
los estómagos del Estado profundo regurgitan a cielo abierto su bilis,
no siempre aceptable en una sana democracia.
Desayunar
leyendo testimonios de miembros de una Policía con carácter semi
militar afirmar que cuando llega un director general los generales le
dejan inaugurar cosas y hacer discursos "pero al mismo tiempo le dejan
muy claro que aquí no manda" es un sapo antidemocrático difícil de
tragar. Pensar que existe un cuerpo que aún no entiende que es el poder
político, emanado del Parlamento, el que debe tener la dirección de un
cuerpo como la Guardia Civil no es que estomague, es que alarma. Estos
mismos testimonios consideran "indecente" que un ministro se tome la
atribución de hacer los nombramientos que le competen si no respeta unas
reglas propias de la cúpula de generales que denominan "cultura
institucional", pero que no están en ninguna ley ni son por tanto la
ley. Los que dicen que en el Consejo Superior de la Guardia Civil dejan
hablar al director general "y luego ellos deciden por detrás sus cosas,
como los ascensos" y nos muestran que el escándalo real es este.
La
oscuridad de la puerta de Tannhäuser no se ha cerrado en toda la
semana. Hemos visto por primera vez a todas las asociaciones existentes
dentro de la Benemérita sentadas con el jefe de la oposición. Lo que
algunos consideran histórico obliga a plantearse si es que jamás otro
jefe de partido osó sentarse con tales representantes "para analizar la
grave crisis" derivada de una decisión perfectamente legítima del
Gobierno. Cruje el deep state y se oye. El colmo de
este despropósito es comprobar que los oficiales de la Guardia Civil, a
través de su asociación, han solicitado al juzgado de Medel personarse
como acusación popular contra el delegado del Gobierno de Madrid, bajo
cuyo mando están muchos de ellos porque, recuerden, señores, son los
civiles que emanan del pueblo los que mandan y no me voy a cansar de
repetirlo.
No han sido los
únicos. El caso contra Sánchez –que no el caso del 8M, porque no hay
ningún caso en torno a la decisión del movimiento feminista de
manifestarse– está dejando en evidencia el poso no solo conservador sino
intolerante con la alternancia en el gobierno, a la que oponen
resistencia aparentando una neutralidad funcionarial que están lejos de
poseer. Eso le sucede también a la APM, la asociación más conservadora
de la judicatura y también justamente la más numerosa, que con una
chulería manifiesta ha salido a "recordarle" al ministro Marlaska, uno di noi,
la ley. Es uno de los suyos al que no consideran con más méritos que
ellos mismos y, por tanto, se refieren a sus decisiones en un tono
inquietante. No es eso lo peor.
Lo
peor es que para eso utilizan también ese alejamiento desdeñoso de la
verdad que parece inaudito en la judicatura. En un comunicado le
reprochan a un ministro del Gobierno, primer poder del Estado, que
releve a un cargo de libre designación porque, dicen, la ley afirma que
"los funcionarios de policía judicial no podrán ser removidos ni
apartados de la investigación que se les hubiere encomendado hasta que
finalice". Olvidan, adrede, supongo, que a Pérez de los Cobos,
ilustrísimo coronel jefe de la Comandancia de Madrid, en tal puestazo ya
no se le encargan investigaciones desde Plaza de Castilla. A pesar de
que la juez Rodríguez-Medel los prefirió al Cuerpo Nacional de Policía
que es competente en Madrid capital –tal vez por esa querencia familiar
que la puso en las quinielas para que al final Marlaska nombrara a
otra–, no ha podido sin duda darse el lujo de que le hiciera las
diligencias el propio coronel sino un modesto capitán que firma con su
TIP el informe. Es obvio que el artículo citado se refiere a ese capitán
y no al jefe de la Comandancia. Si las cosas fueran como dicen los
magistrados conservadores, un coronel jefe no podría ser cesado jamás,
pues siempre habrá equipos de sus subordinados ejerciendo tareas de
policía judicial.
Los jueces
conservadores han cerrado filas con su asociada, sin realizar ninguna
crítica a la extraña prisa que la ha llevado a instruir sola durante el
cese de actividad no urgente del decreto de alarma, dejando en
indefensión a José Manuel Franco. Finalmente, ha cambiado la fecha
insólitamente temprana que fijó para tomarle declaración, justo al día
siguiente de reiniciarse la Justicia. Pareciera que tiene entre las
manos la causa que más celeridad precisa de todo el panorama judicial y
quizá lo sea para algunos pero no por causas objetivas y jurídicas.
En
las crujías del Estado, los altos funcionarios, los "cuerpos de élite" o
la "aristocracia del Derecho", como gustan denominarse a ellos mismos,
están que trinan pero no por amor a la verdad. La Abogacía del Estado ha
lanzado a sus gargantas profundas a contar a la prensa que se sienten
"utilizados e instrumentalizados" por el Gobierno "que les utiliza para
defenderse". Aquí también me sale la que no traga, la que les contesta
descarada: "¡Oiga! ¿Y no será que es lo que son en este procedimiento?".
Así es procesalmente. La Abogacía del Estado ejerce, con todas las de
la ley, la defensa del delegado del Gobierno en Madrid, es decir, este
no tiene un abogado de un bufete privado sino un abogado del Estado. Si
defienden a Franco y sus derechos, ¿qué pueden hacer sino alegar
jurídicamente las vulneraciones que la juez hubiera podido cometer?
Defender a tu cliente es lo mismo seas abogado del Estado o de
Garrigues. Pero crujen y ponen a caldo a su jefa y vuelven a darle al
torno con el famoso cese de Bal "por el procès", aceptando para ello
unas premisas ideológicas determinadas, pues Bal fue cesado no para
obligarle a rebajar la acusación, sino cuando se descubrió que acusaba
por un delito como la rebelión que ni el Gobierno Rajoy le había
encargado.
Pero no importa.
Nada importa. Todos giran en torno a un relato falso que pretende, por
ejemplo, que un forense de Plaza de Castilla, con formación de
psiquiatra, va a darles el pie científico para desmontar a los
epidemiólogos. Todos aplauden la idea de que la actuación política ante
la catástrofe puede analizarse desde el derecho penal y no desde la
responsabilidad política. Todos confunden todo y apuntalan la idea de
que el hombre de Sánchez en Madrid es responsable por autorizar una
manifestación que odian por su significado político. Lo hacen sabiendo
que lo que hizo Franco fue no cercenar el derecho de manifestación
cuando no había siquiera víctimas y obviando que la Justicia lo consagró
en pleno estado de alarma y con miles de ellas.
Esto
no va de hacer justicia ni de honor ni de servicio. Esto va de
contribuir a hacer caer a un Gobierno cuando ni las urnas ni los números
parlamentarios ni la Constitución te lo permiten.
El imperio dentro del imperio.
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