miércoles, 13 de mayo de 2020

La voz de Iñaki Gabilondo | 13/05/20 | ¿Una medida para nueve días?




Esta coyuntura humanitaria que vivimos está dejando de manifiesto que la oikós europea necesita modificar y regenerar su concepto de nomía. O sea que debe unificar y conectar de verdad los dos conceptos: la casa y la forma de gestionarla. Y que debe poner en primer lugar lo fundamental: 1. la casa y sus habitantes, y en función de sus necesidades 2. las normas, las herramientas de gestión. 

Lo fundamental es la existencia de la casa/comunidad humana (estado), su esencia y desarrollo son imprescindibles para su solidez. Pero el funcionamiento de esa entidad territorial y convivente, no debe ser rígido e inamovible. Porque la casa habita y es habitada por y en el tiempo y el espacio y esos planos circunstanciales son mutables por naturaleza. Los habitantes de la casa deben hacerse conscientes de que la circunstancia nunca es permanente. Es decir, que no es sostenible por mucho tiempo, sin causar estragos irreparables en un sistema que intenta hacer permanente lo perecedero y convertir en esencial la irregularidad de lo cambiante, la circunstancia que no depende de lo que se quiere y se desea, sino de lo imprescindible para el sostenimiento básico de la casa/comunidad esencial en cualquier acontecimiento, crisis, problema o catástrofe, que pertenecen al mundo de la circunstancia no esencial, pero sí modificadora de lo esencial. En esa dinámica estamos ahora especialmente. 

La sociedad humana se ha centrado más en la circunstancia y casi ha olvidado la importancia de la esencia. Haciendo esencial la circunstancia se ha llegado a esta especie de oximoron constante, porque la sociedad humana dando tumbos sin parar se ha extraviado por el camino a ninguna parte. Puede ser por un virus o una guerra, o el cambio climático, si las consecuencias son tan horribles seguramente es  porque la casa está abandonada desde hace mucho tiempo, se han dejado sin reparar filtraciones, goteras, derrumbes, averías, puertas que no cierran, ventanas sin cristales, persianas rotas, suelos desgastados, escaleras sin barandilla...ratas corriendo a sus anchas por los desagües atascados. Los administradores de la casa, los teóricos oikónomos elegidos por la politeia se han volcado durante años y años en escapar de la Casa para reunirse en el bar Parlamento y en la tasca Empresas, en el hotel  La Banca, no pisan el agorá nada más que cuando hay votos de por medio. Lo mismo en la Casa de cada país que en la Casa de Europa.  A ellos sólo les preocupa la solución de la circunstancia, han olvidado unirla a la esencia, al fundamento, que se ha dejado solo para que lo use Arguiñano en su vocabulario cocinil. Un estado sin fundamento es como una casa sin cimientos ni cubierta. Por mucha nomía que intenten inventarse, poco o nada hay que hacer si no hay oikós. Algo así como sentir amor sin que haya seres a los que amar. Con esa falta de realidad solo queda vivir en la película de la ficción. Por eso toda la peña está enganchada a Netflix y no tiene ni  idea de quién es su concejal de Bienestar Social, por ejemplo. Y al mismo tiempo se está gobernando en el aire sin saber lo que necesitan los gobernados, la inercia solo se rige por las encuestas, que a su vez solo se fundan en porcentajes ilusorios a base de algoritmos a los que se considera más reales que a las personas a tocateja. Se mide y cuenta desde la circunstancia, no desde la base esencial. Así es normal que estemos en este plan: hacer turismo cuarentenero. Se compra un paquete turístico de dos semanitas en el La Gomera, que van a transcurrir en la habitación-celda de un hotel la mar de majo, eso sí, con un servicio que lo peta, porque para eso somos un emporio de eficacia en servicios. Anda, que no sabemos nosotros como organizar el turismo de primera...Y los inventores de la ocurrencia se quedan tan a gusto después de parirla. Y no les da ni un poquito de apuro al releer lo que acaban de perpetrar. Esto ya desborda el cuento del Traje Invisible del Emperador. Se supone que esas medidas tomadas en consejo de ministros (¿o no?) deberían ser pensadas entre varios cerebros y conciencias, y que alguna al menos, en su sano juicio, debería advertir al resto de que no están ahí para editar una nueva edición de la "Antología del disparate". Que "la gente" no es tan imbécil como para dar por normal semejante ridículo. Que ya tenemos suficiente entrenamiento diario con las ayusidades, casadadas, cayetanadas y abascaladas, como para tener que soportar las del propio gobierno salva-vidas en el que intentamos seguir confiando mientras el Titanic se hunde con la orquesta derechil sonando en megafonía en los amplis del disparate.  

Ya sabemos que es mucho pedir a una sociedad narcotizada desde el año de Maricastaña, que de repente tenga un gobierno despierto. Pero por lo menos, si puede ser, que intente desperezarse y abrir un ojo y luego el otro, y luego mirar además de ver, lo que tiene alrededor y ya si eso, que se vaya estirando, se dé una buena ducha, vaya reaccionando y saliendo del letargo. Y así comprender que la 'inteligencia' política y los decretos al buen tuntún, sin mirar la relación entre causa y efecto, suelen ser un despeñadero demoledor, lo mismo para una oposición descerebrada que para un gobierno en cuarentena desorientada. Que es hipernecesario pararse, serenarse, mirar y reflexionar pros y contras, urgencias y no urgencias, consecuencias y resultados inevitables y a veces irreparables, antes de decretar lo que sea. Por muchos asesores y "científicos" que se tengan a mano, la responsabilidad real solo es del Gobierno y solo a él le van a exigir el acierto y le van a devaluar por los errores.

Y una vez solventado el tema de lo inmediato, plantearse si el intensivo turismo de masas demoledoras y contaminantes, como única fuente "potable" de trabajo, negocio, prosperidad y estabilidad económica, vale la pena. Y si no será por esa causa que la Europa mediterránea está hecha un dolor oikonómico a la hora de la verdad.

Vamos, que hasta en los cuentos infantiles se explica muy bien todo este entramado. A lo mejor en el próximo consejo de ministros vendría de perlas leer en voz alta y meditar juntos el cuento de los tres cerditos y el lobo feroz. Sólo la casa bien hecha y blindada salió ilesa de la ferocidad lobuna. Solo un estado bien constituido se mantiene en pie en las peores circunstancias y si no es así, habrá que cambiarlo en cuanto se pueda, porque si no se cambia se caerá por sí mismo y no habrá pizzas ni fritangas selectas para niños pobres o desescaladas a la virulé que lo salven de la debacle total.

Ainss!

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