Historias de mujeres durante el confinamiento
Sencillamente se va la vida, y llega
Estas semanas de trabajo entre el confinamiento
y las máscaras sigue habiendo tiempo para el encuentro, las relaciones humanas
y la terapia. Terapia que trasciende más allá de los medicamentos de moda:
los diversos tipos de antibióticos, antivirales y cloroquina, que en algunos
casos, y a pesar de los esfuerzos y mejores intenciones de los clínicos, han
sido más perjudiciales que beneficiosos.
En estos difíciles momentos, como siempre sucede, los seres humanos necesitamos relacionarnos, compartir y mostrar compasión y esperanza.
Y en cada escucha comprendo que todos tenemos para los demás una nube blanca colgada de alguna rama. Muy blanca.
Hice pasar a Carmen, una mujer de mediana edad que tenía un ojo hinchado y ese parecía ser el motivo de la consulta.
Después del interrogatorio no parecía encontrar ningún motivo claro para el intenso edema palpebral del ojo derecho que impedía totalmente su apertura, y en la exploración ocular todo era normal salvo que ambos párpados estaban muy edematizados con una coloración grisácea.
Como se acompañaba de picor, lo primero que me vino a la cabeza fue el empleo de Apis mellifica, pero al no conocer a la paciente le propuse antihistamínicos y corticoides orales si no mejoraba.
Cuando parecía que la consulta había terminado me preguntó si podíamos hablar de otro asunto, de modo que la invité a hacerlo y segundos después empezó a llorar mientras me explicaba que su madre había fallecido a consecuencia del COVID-19 en el hospital.
Lo que vino después, fue un intenso relato de su relación con ella, de la importancia de la figura de su madre en su vida y de las circunstancias de la hospitalización, la imposibilidad de visitarla, de tomar decisiones sobre el final de su vida y de despedirse.
Lo contaba con rabia, casi con cólera, hasta el punto de que tuvo que disculparse reiteradamente por su llanto y su modo de hablarme empleando palabras fuertes y de alto contenido emocional.
Busqué, después de un primer tiempo de perplejidad, el modo de ser compasivo a través de mi escucha, mis silencios y la normalización de sus sentimientos; y me soltó una frase lapidaria: “Somos siete hermanos y ha tenido que morirse sola en una puta cama de hospital”. Una frase que me sigue retumbando desde entonces.
Después de más de 15 minutos de consulta nos despedimos con el compromiso de acudir a la consulta de su médico para solicitar el acompañamiento en su proceso de duelo.
Me tomé unos segundos una vez cerrada la puerta y recordé lo leído en el libro de Damasio: “las situaciones de pérdida provocan una tristeza y desesperación cuya presencia solicita empatía y compasión”. Y me enfadé conmigo mismo porque los guantes, la mascarilla y las medidas de seguridad me impedían utilizar el mejor medicamento: el contacto físico a través de un gesto cariñoso o un abrazo.
Después, mientras intentaba reiniciarmepara reanudar la consulta me vinieron a la mente tres ideas:
– Hablar sobre la paciente con su médico para asegurar su seguimiento, que consideraba imprescindible.
– La posible conexión entre el edema palpebral y su estado emocional.
– Como reto intelectual y profesional, mi instinto de homeópata me llevó a pensar en medicamentos que pueden provocar edema y síntomas emocionales, ya que no encontraba la causa física de su patología palpebral de inicio tan brusco.
Por ello, revisé mentalmente la Materia Médica de Vijnovsky en busca de Apis mellifica, que presenta causalidad emocional (penas, malas noticias, ira), sintomatología psíquica con irritabilidad y tristeza y edemas de cualquier tipo; y de Arsenicum álbum, medicamento en el que es conocido su inquietud, ansiedad, irritabilidad, tristeza y miedos, su etiología emocional y la presencia de edema palpebral con dificultad para abrir los ojos.
Metafóricamente, interpreté que “no quiere ver la realidad que se le viene encima”.
Hace más de un año que acudió a mi consulta acompañada de la persona que le ayuda envuelta en ese inconfundible aire de coquetería y buenos modales.
La realidad me hizo sentir triste y perplejo cuando al explorarle le diagnostiqué de forma inmediata un tumor maligno en su mama izquierda, que dado su avanzado estado (no se había quejado ni consultado antes) pensé que sería inoperable.
Unas semanas después la opinión de la especialista y la de Lucía coincidían con la mejor opción a mi juicio, el empleo de hormonoterapia exclusivamente.
La enfermedad seguía inexorablemente su curso hasta el punto de que la mama no existía (era una amalgama cicatricial que provocaba dolor y supuración exudativa que manchaba la ropa) y además tenía mucha dificultad para respirar.
Por eso, acudí a su domicilio. Y de nuevo, su queja aparecía cuando la situación era extrema. Su pulmón derecho parecía a la auscultación lleno de líquido y su saturación era baja. Todo hacía pensar que su cáncer de mama había viajado a sus pulmones.
Repasé mentalmente algunos de los posibles medicamentos a emplear: Phytolacca, Conium maculatum, Nitricum acidum, Carbo vegetabilis, Kalium carbonicum, Bryonia, Lycopodium.
Hablamos entonces de los cuidados, del pronóstico y de las necesidades acordando el plan a seguir. No hacía falta el uso de palabras y términos médicos. Como si de dos viejos amigos se tratara nos entendimos con la mirada.
Al día siguiente encontré un tiempo para la escucha. Me habló de ella, de su vida. Y recuerdo que al decirme que tendría prisa como todos los médicos, le respondí que no llevaba reloj para no saber la hora ni preocuparme por ello, lo que le provocó una amplia sonrisa.
Le pregunté por el libro abandonado en un estante y la televisión apagada y me confío que ocupaba el tiempo en sus recuerdos. De tantos y tan vividos recuerdos de su larga vida.
Pasaba el día rememorando tiempos pasados y hablando con Dios. En sus largas conversaciones había reproches, rabia, frustración y dolor, pero siempre terminaban con su deseo de perdón y agradecimiento por los años vividos, lo que le hacía sentir un gran alivio.
Paz, serenidad, afrontamiento como herramientas que le permitían soportar los síntomas físicos y emocionales que marcaban el camino del declive y la finitud de una vida larga y plena.
Lo compartimos y fui comprobando que ese era el mejor medicamento. Un medicamento que intentaría complementar con mis visitas y llamadas telefónicas y las de los profesionales de cuidados paliativos, sin olvidar a su sobrina que vive en Barcelona y la persona que se encarga de su cuidado desde hace tiempo.
En una siguiente visita y en mis llamadas telefónicas rechazó de forma tajante el empleo de morfina que le habíamos prescrito, a pesar de nuestra relación de afecto forjada en tanto tiempo de complicidad.
Y a lo largo de los días ha seguido en sus trece, porque no quiere ser morfinómana a pesar de las malas y largas noches en soledad, con dificultad respiratoria y dolor que ha tolerado con estoicismo.
Le pido que no sufra inútilmente porque ni ella ni yo lo queremos y le prescribo oxígeno para mejorar su dificultad respiratoria.
Como en cada despedida, después de las mutuas muestras de cariño, insisto en mis recomendaciones: no estar sola por las noches, quejarse si tiene síntomas y utilizar morfina si precisa.
Me da por pensar que si ya está utilizando los opioides endógenos que le proporcionan su fe, su gratitud y capacidad de perdón, por qué no usar también los exógenos.
Y entonces, no puedo evitar volver a pensar en el perdón como medicamento. Un medicamento con efectos clínicos demostrados: reduce los niveles de estrés y ansiedad (al reducir el cortisol), mejora la respuesta inmune, reduce la frecuencia cardíaca y la presión arterial, mejora los patrones de sueño (liberación de serotonina) y reduce la percepción del dolor físico y emocional.
Esos y otros beneficios justifican incorporarlo a nuestro vademecum en sus diversas formas, pensado y sentido, escrito, reflexionado e incluso expresado hacia el supuesto causante de nuestro dolor, porque todos tenemos experiencias de perdón. Creo que una de las mejores cosas que he podido hacer en mi vida fue escribir una larga carta de perdón a uno de mis más queridos amigos.
Determinadas emociones negativas como el enfado y sobre todo la ira y el enfurecimiento violento que en nuestro encuentro he percibido nos retornan a una emocionalidad animal.
Perdonar desde una perspectiva egoísta y homeostática: en su propio beneficio. Perdonar para dejar de ser la víctima, desapegarse del rencor que ocupa gran parte de su tiempo y energía y poder seguir avanzando en el proceso que conduce a la cicatrización de las heridas y la aceptación de que la vida sigue.
Es posible también que para ella sea importante, como lo es para nuestra sociedad, creer en la humildad y el reconocimiento de los errores de nuestros gobernantes a través del perdón público. De hecho, estamos en espera, porque el rencor que se extiende por las redes sociales y los medios de comunicación solo puede causar más dolor y malestar físico y mental.
No recuerdo, al menos de forma tan generalizada, que el comienzo de las conversaciones con los pacientes empezaran como lo están haciendo durante todos estos días con un “¿Cómo se encuentra usted/cómo te encuentras tú? Y ¿su/tu familia?”, para después continuar con el relato de su propio problema y su entorno.
Las despedidas cálidas, con afecto real y sentido, agradecimiento y cuidado han sido lo mejor de estas semanas, porque aunque los políticos no lo sepan los profesionales de la salud también necesitamos ser cuidados.
Esto ha sido posible incluso cuando en el maremágnum inicial llamábamos a personas que no conocíamos por la gravedad de la situación, repetíamos las llamadas y a veces llegábamos a confundirlos, pero se ha enfatizado en el momento en que el seguimiento ha sido realizado por su propio médico.
Un ejemplo puede ser Rocío que ha tenido la oportunidad de poner nombre al mal que la tiene atenazada y le causa múltiples síntomas físicos que no puede explicarse, además de sufrimiento psíquico y emocional.
Tras dos largas consultas telefónicas y el envío de documentación a través de correo electrónico, sabe que padece depresión. Ella misma ha terminado haciendo el diagnóstico.
Ponerle un nombre a su problema de salud, conocer las opciones de tratamiento y poder decidir juntos el mejor camino a seguir, después de barajar las ventajas e inconvenientes de los fármacos propuestos (incluidos los homeopáticos Ignatia amara, Phosphorus, Zincum metallicum y Hamamelis), así como el acuerdo sobre el seguimiento de su enfermedad, constituyen un gran avance.
Solo desde el establecimiento previo de un estrecho vínculo podemos recorrer el largo camino de un modo más rápido y seguro.
Comprender como terapeuta cómo se siente Rocío no es posible si no lo hago desde la compasión. Pero es preciso saber que la compasión es una emoción inestable que necesita traducirse en acciones porque si no se marchita. Así que pienso regarla con frecuencia.
Cada una de estas consultas me han servido de auténtica lección. Lección siempre necesaria de humildad, de compromiso y de constatación de que la consulta telemática (teléfono, correo electrónico, WhatsApp.) funciona extraordinariamente bien cuando hay un vínculo previo.
Y he comprendido que en estos días hemos sido capaces de escribir un largo poema entre todos que permanecerá y será una fuente de inspiración y estímulo. Hemos creado como si de una red de artistas se tratara la lírica del cuidado.
Aunque es evidente que en determinados ámbitos como los cuidados paliativos, la espiritualidad está en la esencia de la asistencia desde sus comienzos con las experiencias de mujeres como Cecily Saunders y Elisabeth Kübler-Ross, no es así en la mayoría de los encuentros clínicos.
El desarrollo de las creencias religiosas está estrechamente relacionado con la aflicción por las pérdidas que obligaron al ser humano desde la prehistoria a enfrentarse a la inevitabilidad de la muerte.
Y en cada una de estas historias de mujeres, de un modo u otro la muerte está presente; en el temor, en su presencia cercana, en la muerte llegada y la que está por llegar.
La religión es un medio de trascender, de sentir el respaldo cooperativo del grupo y de poder obtener las respuestas que a muchas personas les ayudan a justificar y comprender sus vidas. A través también del arte religioso (pintura, escultura, música…) podemos sentir la emoción y a veces el deseo de trascendencia, independientemente de nuestras creencias.
No es infrecuente que la espiritualidad y las prácticas religiosas sean sentidas en situaciones de amenaza, de enfermedad y de visualización de una cercanía del final. Los sanitarios convivimos con estas experiencias altamente emotivas e intensas desde el respeto y el afecto que nuestra tarea precisa.
Y es que el efecto homeostático de la creencia religiosa puede documentarse: reduce o elimina el sufrimiento y la desesperanza aumentando el bienestar y la esperanza, algo que se puede verificar fisiológicamente. Tanto como que el amor, la risa, la amistad, la música, las caricias, el sexo o el chocolate son fuente de opioides endógenos.
En el caso de Lucía, su fe cristiana le conduce hacia el perdón y la redención desde la compasión y la gratitud.
Su cuñada, con la que vive, acude a la consulta para informarme de la situación familiar y de su estado de salud.
Sus circunstancias vitales son sombrías a los ojos de cualquier espectador imparcial: vive en casa de unos familiares, sus hijos no quieren saber nada de ella y ha perdido su fuente de ingresos por la quiebra de su negocio, sin tener derecho a ningún tipo de prestación económica.
Su enfermedad avanza afectando el funcionamiento de su sistema respiratorio y cardíaco, a sus huesos y su ánimo con evidentes síntomas depresivos, por lo que precisa de un tratamiento complejo.
Al terminar la jornada pienso en medicamentos que podrían ser teóricamente de ayuda como Medorrhinum y Lycopodium, Cantharis, Silicea, Sepia, pero de momento creo que lo más importante es el afecto mientras espera un nuevo riñón y quizás, el amor de sus hijos.
Cuando al día siguiente hablo con ella por teléfono (está también infectada por el COVID-19), siento el peso de ser uno de los poquísimos seres humanos en los que puede apoyarse. Sin embargo, como en cada ocasión en la que hemos establecido contacto, me sorprende que en sus palabras haya más agradecimiento que desesperanza.
Quisiera poder utilizar esa gratitud en su propio beneficio como si de un búmeran se tratara y transmitirle un soplo de esperanza que le colmara de opioides endógenos. Mientras tanto, puedo dedicarle el comienzo de mi poema porque la poesía, como la música, son herramientas terapéuticas muy poderosas y forman parte de nuestra lírica de los cuidados.
Agradecimientos
A Antonio Damasio por lo que aprendo cada vez que leo sus libros.
A Joan Carles March por sus lúcidos artículos en Granada Digital y sus vídeos.
A José Leal del que he tomado prestados algunos términos para este artículo tras disfrutar de este vídeo:
A Lluis Llach por componer Núvol blanc, canción de su álbum Maremar que me regaló mi amigo “el Toni” en Santander y que años después, se convertiría en nuestra canción. Ahora su escucha no es solo para mí como siempre un acto de amor sino también de solidaridad para afrontar la pandemia del COVID-19.
A estas pacientes (cuyos nombres verdaderos, lógicamente son otros) y a todos los demás que me ayudan a crecer cada día y que hacen que sienta la necesidad de compartir sentimientos, conocimientos y experiencias a través de la escritura.
como un huso que el viento deshila, y acaba
somos actores que a veces
espectadores que a veces
sencillamente, como si nada, la vida nos da y
nos quita protagonismo.
Un núvol blanc
Lluis Llach
En estos difíciles momentos, como siempre sucede, los seres humanos necesitamos relacionarnos, compartir y mostrar compasión y esperanza.
Y en cada escucha comprendo que todos tenemos para los demás una nube blanca colgada de alguna rama. Muy blanca.
Prefiero no verlo
La mañana del cinco de mayo comenzó más intensa de lo que esperaba. Una llamada de teléfono me advirtió que una paciente estaba en la sala de espera con su mascarilla puesta en una hora tan temprana para estos tiempos de aislamiento.Hice pasar a Carmen, una mujer de mediana edad que tenía un ojo hinchado y ese parecía ser el motivo de la consulta.
Después del interrogatorio no parecía encontrar ningún motivo claro para el intenso edema palpebral del ojo derecho que impedía totalmente su apertura, y en la exploración ocular todo era normal salvo que ambos párpados estaban muy edematizados con una coloración grisácea.
Como se acompañaba de picor, lo primero que me vino a la cabeza fue el empleo de Apis mellifica, pero al no conocer a la paciente le propuse antihistamínicos y corticoides orales si no mejoraba.
Cuando parecía que la consulta había terminado me preguntó si podíamos hablar de otro asunto, de modo que la invité a hacerlo y segundos después empezó a llorar mientras me explicaba que su madre había fallecido a consecuencia del COVID-19 en el hospital.
Lo que vino después, fue un intenso relato de su relación con ella, de la importancia de la figura de su madre en su vida y de las circunstancias de la hospitalización, la imposibilidad de visitarla, de tomar decisiones sobre el final de su vida y de despedirse.
Lo contaba con rabia, casi con cólera, hasta el punto de que tuvo que disculparse reiteradamente por su llanto y su modo de hablarme empleando palabras fuertes y de alto contenido emocional.
Busqué, después de un primer tiempo de perplejidad, el modo de ser compasivo a través de mi escucha, mis silencios y la normalización de sus sentimientos; y me soltó una frase lapidaria: “Somos siete hermanos y ha tenido que morirse sola en una puta cama de hospital”. Una frase que me sigue retumbando desde entonces.
Después de más de 15 minutos de consulta nos despedimos con el compromiso de acudir a la consulta de su médico para solicitar el acompañamiento en su proceso de duelo.
Me tomé unos segundos una vez cerrada la puerta y recordé lo leído en el libro de Damasio: “las situaciones de pérdida provocan una tristeza y desesperación cuya presencia solicita empatía y compasión”. Y me enfadé conmigo mismo porque los guantes, la mascarilla y las medidas de seguridad me impedían utilizar el mejor medicamento: el contacto físico a través de un gesto cariñoso o un abrazo.
Después, mientras intentaba reiniciarmepara reanudar la consulta me vinieron a la mente tres ideas:
– Hablar sobre la paciente con su médico para asegurar su seguimiento, que consideraba imprescindible.
– La posible conexión entre el edema palpebral y su estado emocional.
– Como reto intelectual y profesional, mi instinto de homeópata me llevó a pensar en medicamentos que pueden provocar edema y síntomas emocionales, ya que no encontraba la causa física de su patología palpebral de inicio tan brusco.
Por ello, revisé mentalmente la Materia Médica de Vijnovsky en busca de Apis mellifica, que presenta causalidad emocional (penas, malas noticias, ira), sintomatología psíquica con irritabilidad y tristeza y edemas de cualquier tipo; y de Arsenicum álbum, medicamento en el que es conocido su inquietud, ansiedad, irritabilidad, tristeza y miedos, su etiología emocional y la presencia de edema palpebral con dificultad para abrir los ojos.
Metafóricamente, interpreté que “no quiere ver la realidad que se le viene encima”.
Morfinómana de ninguna manera
Terminé la mañana en casa de Lucía, una mujer nonagenaria que estudió farmacia y ha desarrollado una vida laboral y personal independiente hasta el punto de que a su edad sigue viviendo sola.Hace más de un año que acudió a mi consulta acompañada de la persona que le ayuda envuelta en ese inconfundible aire de coquetería y buenos modales.
La realidad me hizo sentir triste y perplejo cuando al explorarle le diagnostiqué de forma inmediata un tumor maligno en su mama izquierda, que dado su avanzado estado (no se había quejado ni consultado antes) pensé que sería inoperable.
Unas semanas después la opinión de la especialista y la de Lucía coincidían con la mejor opción a mi juicio, el empleo de hormonoterapia exclusivamente.
La enfermedad seguía inexorablemente su curso hasta el punto de que la mama no existía (era una amalgama cicatricial que provocaba dolor y supuración exudativa que manchaba la ropa) y además tenía mucha dificultad para respirar.
Por eso, acudí a su domicilio. Y de nuevo, su queja aparecía cuando la situación era extrema. Su pulmón derecho parecía a la auscultación lleno de líquido y su saturación era baja. Todo hacía pensar que su cáncer de mama había viajado a sus pulmones.
Repasé mentalmente algunos de los posibles medicamentos a emplear: Phytolacca, Conium maculatum, Nitricum acidum, Carbo vegetabilis, Kalium carbonicum, Bryonia, Lycopodium.
Hablamos entonces de los cuidados, del pronóstico y de las necesidades acordando el plan a seguir. No hacía falta el uso de palabras y términos médicos. Como si de dos viejos amigos se tratara nos entendimos con la mirada.
Al día siguiente encontré un tiempo para la escucha. Me habló de ella, de su vida. Y recuerdo que al decirme que tendría prisa como todos los médicos, le respondí que no llevaba reloj para no saber la hora ni preocuparme por ello, lo que le provocó una amplia sonrisa.
Le pregunté por el libro abandonado en un estante y la televisión apagada y me confío que ocupaba el tiempo en sus recuerdos. De tantos y tan vividos recuerdos de su larga vida.
Pasaba el día rememorando tiempos pasados y hablando con Dios. En sus largas conversaciones había reproches, rabia, frustración y dolor, pero siempre terminaban con su deseo de perdón y agradecimiento por los años vividos, lo que le hacía sentir un gran alivio.
Paz, serenidad, afrontamiento como herramientas que le permitían soportar los síntomas físicos y emocionales que marcaban el camino del declive y la finitud de una vida larga y plena.
Lo compartimos y fui comprobando que ese era el mejor medicamento. Un medicamento que intentaría complementar con mis visitas y llamadas telefónicas y las de los profesionales de cuidados paliativos, sin olvidar a su sobrina que vive en Barcelona y la persona que se encarga de su cuidado desde hace tiempo.
En una siguiente visita y en mis llamadas telefónicas rechazó de forma tajante el empleo de morfina que le habíamos prescrito, a pesar de nuestra relación de afecto forjada en tanto tiempo de complicidad.
Y a lo largo de los días ha seguido en sus trece, porque no quiere ser morfinómana a pesar de las malas y largas noches en soledad, con dificultad respiratoria y dolor que ha tolerado con estoicismo.
Le pido que no sufra inútilmente porque ni ella ni yo lo queremos y le prescribo oxígeno para mejorar su dificultad respiratoria.
Como en cada despedida, después de las mutuas muestras de cariño, insisto en mis recomendaciones: no estar sola por las noches, quejarse si tiene síntomas y utilizar morfina si precisa.
Me da por pensar que si ya está utilizando los opioides endógenos que le proporcionan su fe, su gratitud y capacidad de perdón, por qué no usar también los exógenos.
Y entonces, no puedo evitar volver a pensar en el perdón como medicamento. Un medicamento con efectos clínicos demostrados: reduce los niveles de estrés y ansiedad (al reducir el cortisol), mejora la respuesta inmune, reduce la frecuencia cardíaca y la presión arterial, mejora los patrones de sueño (liberación de serotonina) y reduce la percepción del dolor físico y emocional.
Esos y otros beneficios justifican incorporarlo a nuestro vademecum en sus diversas formas, pensado y sentido, escrito, reflexionado e incluso expresado hacia el supuesto causante de nuestro dolor, porque todos tenemos experiencias de perdón. Creo que una de las mejores cosas que he podido hacer en mi vida fue escribir una larga carta de perdón a uno de mis más queridos amigos.
El efecto terapéutico del perdón
Cuando vuelvo a pensar en Carmen me pregunto a quién tiene que perdonar; a los sanitarios que le impidieron (al menos desde su perspectiva) tomar decisiones, visitar a su madre y despedirse de ella; a su familia en el caso de que hubiera discrepancias o enfrentamientos previos o en la situación vivida; a ella misma por sentirse culpable de no haber tomado otro camino; o quizás a aquellos que pasaron en un abrir y cerrar de ojos de feministas con camisetas moradas a belicistas machistas y patriarcales disfrazados de caqui en la lucha contra el virus como si estuviéramos en el contexto de una gran epopeya.Determinadas emociones negativas como el enfado y sobre todo la ira y el enfurecimiento violento que en nuestro encuentro he percibido nos retornan a una emocionalidad animal.
Perdonar desde una perspectiva egoísta y homeostática: en su propio beneficio. Perdonar para dejar de ser la víctima, desapegarse del rencor que ocupa gran parte de su tiempo y energía y poder seguir avanzando en el proceso que conduce a la cicatrización de las heridas y la aceptación de que la vida sigue.
Es posible también que para ella sea importante, como lo es para nuestra sociedad, creer en la humildad y el reconocimiento de los errores de nuestros gobernantes a través del perdón público. De hecho, estamos en espera, porque el rencor que se extiende por las redes sociales y los medios de comunicación solo puede causar más dolor y malestar físico y mental.
La lírica del cuidado frente a la épica del cuidado
Mientras tanto, parece evidente que lo que está funcionando en los hospitales y en los centros de salud es el agradecimiento y la lírica del cuidado. Un cuidado sentido como nunca se había expresado antes y que se ha horizontalizado al transformarse en bidireccional.No recuerdo, al menos de forma tan generalizada, que el comienzo de las conversaciones con los pacientes empezaran como lo están haciendo durante todos estos días con un “¿Cómo se encuentra usted/cómo te encuentras tú? Y ¿su/tu familia?”, para después continuar con el relato de su propio problema y su entorno.
Las despedidas cálidas, con afecto real y sentido, agradecimiento y cuidado han sido lo mejor de estas semanas, porque aunque los políticos no lo sepan los profesionales de la salud también necesitamos ser cuidados.
Esto ha sido posible incluso cuando en el maremágnum inicial llamábamos a personas que no conocíamos por la gravedad de la situación, repetíamos las llamadas y a veces llegábamos a confundirlos, pero se ha enfatizado en el momento en que el seguimiento ha sido realizado por su propio médico.
Un ejemplo puede ser Rocío que ha tenido la oportunidad de poner nombre al mal que la tiene atenazada y le causa múltiples síntomas físicos que no puede explicarse, además de sufrimiento psíquico y emocional.
Tras dos largas consultas telefónicas y el envío de documentación a través de correo electrónico, sabe que padece depresión. Ella misma ha terminado haciendo el diagnóstico.
Ponerle un nombre a su problema de salud, conocer las opciones de tratamiento y poder decidir juntos el mejor camino a seguir, después de barajar las ventajas e inconvenientes de los fármacos propuestos (incluidos los homeopáticos Ignatia amara, Phosphorus, Zincum metallicum y Hamamelis), así como el acuerdo sobre el seguimiento de su enfermedad, constituyen un gran avance.
Solo desde el establecimiento previo de un estrecho vínculo podemos recorrer el largo camino de un modo más rápido y seguro.
Comprender como terapeuta cómo se siente Rocío no es posible si no lo hago desde la compasión. Pero es preciso saber que la compasión es una emoción inestable que necesita traducirse en acciones porque si no se marchita. Así que pienso regarla con frecuencia.
Cada una de estas consultas me han servido de auténtica lección. Lección siempre necesaria de humildad, de compromiso y de constatación de que la consulta telemática (teléfono, correo electrónico, WhatsApp.) funciona extraordinariamente bien cuando hay un vínculo previo.
Y he comprendido que en estos días hemos sido capaces de escribir un largo poema entre todos que permanecerá y será una fuente de inspiración y estímulo. Hemos creado como si de una red de artistas se tratara la lírica del cuidado.
La espiritualidad en la consulta del médico de familia: con la ayuda de la fe
Es razonable pensar que nos encontramos inmersos en una sociedad con crisis de valores y que ello tenga de algún modo relación con la poca importancia que se presta al mundo espiritual (quiebra espiritual) en general y de los pacientes en particular.Aunque es evidente que en determinados ámbitos como los cuidados paliativos, la espiritualidad está en la esencia de la asistencia desde sus comienzos con las experiencias de mujeres como Cecily Saunders y Elisabeth Kübler-Ross, no es así en la mayoría de los encuentros clínicos.
El desarrollo de las creencias religiosas está estrechamente relacionado con la aflicción por las pérdidas que obligaron al ser humano desde la prehistoria a enfrentarse a la inevitabilidad de la muerte.
Y en cada una de estas historias de mujeres, de un modo u otro la muerte está presente; en el temor, en su presencia cercana, en la muerte llegada y la que está por llegar.
La religión es un medio de trascender, de sentir el respaldo cooperativo del grupo y de poder obtener las respuestas que a muchas personas les ayudan a justificar y comprender sus vidas. A través también del arte religioso (pintura, escultura, música…) podemos sentir la emoción y a veces el deseo de trascendencia, independientemente de nuestras creencias.
No es infrecuente que la espiritualidad y las prácticas religiosas sean sentidas en situaciones de amenaza, de enfermedad y de visualización de una cercanía del final. Los sanitarios convivimos con estas experiencias altamente emotivas e intensas desde el respeto y el afecto que nuestra tarea precisa.
Y es que el efecto homeostático de la creencia religiosa puede documentarse: reduce o elimina el sufrimiento y la desesperanza aumentando el bienestar y la esperanza, algo que se puede verificar fisiológicamente. Tanto como que el amor, la risa, la amistad, la música, las caricias, el sexo o el chocolate son fuente de opioides endógenos.
En el caso de Lucía, su fe cristiana le conduce hacia el perdón y la redención desde la compasión y la gratitud.
esperanza es una nube
blanca
como la palma
de tu mano
que vuela alto
……..
La gratitud
Antonia tiene 60 años y necesita tres sesiones de hemodiálisis a la semana por padecer insuficiencia renal crónica, algo que denota su rostro cetrino.Su cuñada, con la que vive, acude a la consulta para informarme de la situación familiar y de su estado de salud.
Sus circunstancias vitales son sombrías a los ojos de cualquier espectador imparcial: vive en casa de unos familiares, sus hijos no quieren saber nada de ella y ha perdido su fuente de ingresos por la quiebra de su negocio, sin tener derecho a ningún tipo de prestación económica.
Su enfermedad avanza afectando el funcionamiento de su sistema respiratorio y cardíaco, a sus huesos y su ánimo con evidentes síntomas depresivos, por lo que precisa de un tratamiento complejo.
Al terminar la jornada pienso en medicamentos que podrían ser teóricamente de ayuda como Medorrhinum y Lycopodium, Cantharis, Silicea, Sepia, pero de momento creo que lo más importante es el afecto mientras espera un nuevo riñón y quizás, el amor de sus hijos.
Cuando al día siguiente hablo con ella por teléfono (está también infectada por el COVID-19), siento el peso de ser uno de los poquísimos seres humanos en los que puede apoyarse. Sin embargo, como en cada ocasión en la que hemos establecido contacto, me sorprende que en sus palabras haya más agradecimiento que desesperanza.
Quisiera poder utilizar esa gratitud en su propio beneficio como si de un búmeran se tratara y transmitirle un soplo de esperanza que le colmara de opioides endógenos. Mientras tanto, puedo dedicarle el comienzo de mi poema porque la poesía, como la música, son herramientas terapéuticas muy poderosas y forman parte de nuestra lírica de los cuidados.
Agradecimientos
A Antonio Damasio por lo que aprendo cada vez que leo sus libros.
A Joan Carles March por sus lúcidos artículos en Granada Digital y sus vídeos.
A José Leal del que he tomado prestados algunos términos para este artículo tras disfrutar de este vídeo:
A Lluis Llach por componer Núvol blanc, canción de su álbum Maremar que me regaló mi amigo “el Toni” en Santander y que años después, se convertiría en nuestra canción. Ahora su escucha no es solo para mí como siempre un acto de amor sino también de solidaridad para afrontar la pandemia del COVID-19.
A estas pacientes (cuyos nombres verdaderos, lógicamente son otros) y a todos los demás que me ayudan a crecer cada día y que hacen que sienta la necesidad de compartir sentimientos, conocimientos y experiencias a través de la escritura.
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