jueves, 8 de agosto de 2019

La nostalgia sin base real, o sea, ser nostálgicos imaginando lo que no se vivió y solo percibimos en sonido e imágines de segunda o tercera mano, tiene el riesgo seguro de acabar convertida en negocio para millenials. Libros, discos, camisetas, series de tv de pago, festivales reivindicativos del maravilloso pasado próximo con entradas de 60€ para arriba. O sea, más de lo mismo que nos ha traído hasta aquí. Si aquellos ochenta hubiesen sido lo que ahora se pretende que fueron, tengamos por cierto, que no fueron tan geniales ni despiertos como nos están intentando colar, fueron un globo, dos globos, tres globos, que se fueron pinchando uno detrás de otro. Los desastres de larga duración no suceden por casualidad, son efectos de unas causas determinadas, son la cosecha de lo sembrado.Las luchas sociales fueron apagándose, sin generar valores sociales ni pedagogía ad hoc, todo se redujo a llenarse los bolsillos -Roldán, Juan Guerra, Mariano Rubio, el BOE, Aida Álvarez, deberían ser también parte del relato milagroso de los 80- creando burbujas sin con los fondos de cohesión con los que la UE pagó al poder político español por arruinar y liquidar los recursos laborales, la agricultura, la pesca, los astilleros,la metalurgia, los textiles, la carpintería, los talleres de reparación, ignorando el reciclaje y montando el negocio tóxico de usar y tirar...algo que en España no era lo habitual, se aprovechaban los trajes, se heredab la ropa entre hermanos, se hacían arreglos del calzado, hasta de las medias, éramos ecológicos por inteligencia natural. Todo ello iba incuido en el pack de la inteligencia colectiva, poco adicta al capitalismo enloquecido que nos invadió desde el Mercado Común y nos arrasó como se fueron arrasando los bosques para hacer urbanizaciones y negocios hoteleros: Europa y USA nos querían como holding turístico domesticado, dócil y sumiso; con la estabilidad de pacotilla y sin futuro, compraron el alma del pueblo como Mefistófeles compró la de Fausto. Por eso ahora España es un infierno de lenta combustión, que al parecer es ya un mal crónico, devastador exponencialmente, respecto a la normalización del disparate sistémico, asumido como historia y agenda cotidiana. Lejos de divertirnos esta "Operación Chanquete" debería ponernos los pelos como escarpias, en realidad es un relato de terror, sobre todo para quienes vivimos el original vis a vis y no los adiovisuales recalentados a años luz de la realidad derivada de un tiempo que solo fue la misma bazofia del pasado, envuelta en celofán casposo y con fecha de caducidad. Ains!


El positivo del negativo






¿Qué teníamos hasta ese momento? Varios envíos anónimos. Una cinta de VHS con grabaciones ilegales a políticos y empresarios en reservados de restaurantes. Una casete con grabaciones de audio a personajes similares, mientras montaban en taxis. Y un acto de sabotaje en una obra teatral de nostalgia ochentera, que en seguida se viralizó y aumentó el desconcierto de las autoridades, la policía y toda la sociedad: ¿quién estaba detrás de todas esas acciones? ¿Era un grupo organizado? ¿Qué pretendían? ¿Era una forma de protesta? ¿Eran chantajistas, como dijeron algunos medios? ¿Eran terroristas, como denunció un portavoz de la oposición, que de paso acusó al gobierno de no actuar con suficiente contundencia y atrapar a los responsables?
Pero aún teníamos una pieza más del rompecabezas: un carrete de fotos, del que todavía no habíamos informado a la policía. Yo no quería llevarlo al chino de la otra vez, pues avisaría a la policía. Así que el jefe de Opinión me pasó el contacto de un viejo fotógrafo de prensa, que desde hacía años se dedicaba a la fotografía artística, pero que había retratado precisamente aquellos años, la Transición y los ochenta, cuando trabajaba para una revista de actualidad. Todavía tenía un laboratorio de revelado en casa, podía ayudarme.


Fui a casa de Alberto, que así se llamaba. Esperaba que me abriese la puerta un anciano venerable y en pantuflas, que querría enseñarme sus cámaras de museo, sus viejos álbumes de fotos y sus premios, mientras contaba batallitas. Pero me encontré a alguien bien diferente: un hombre muy delgado, con pinta de viejo rockero, coleta y pendiente, los brazos llenos de tatuajes y el rostro muy curtido.
Pasamos al cuarto oscuro, y lo vi manipular el carrete mientras me iba contando cada paso que daba. Primero sacó la película del carrete y la metió en un tanque de revelado, donde vertió varios químicos que antes había mezclado en una jarra. Hablaba con voz de fumador:
- Estarás pensando que vaya atraso todo este jaleo para unas fotos, con lo fácil que es usar la cámara del móvil. No te creas, no soy ningún nostálgico, yo también hago fotos con el móvil, aunque siempre preferiré la magia del cuarto oscuro. Pero no me veas como un dinosaurio, al contrario: soy un adelantado, esto es el futuro. Igual que han vuelto los vinilos, volverán los carretes de fotos, y seréis los más jóvenes los que reivindiquéis la fotografía analógica. Es como las cervezas artesanas, todo el día buscando la autenticidad, el sabor de antes. Por eso los que no cambiamos, los que no nos movemos del mismo sitio, solo tenemos que esperar a que los demás vuelvan. Somos el pasado, los inadaptados, hasta que el futuro nos alcanza de nuevo y nos convertimos en adelantados.
Después de un rato de manejar líquidos, cortó trozos de película y los tendió de un cordel, como calcetines sujetos con pinzas.
- Ya tenemos el negativo, ahora solo falta positivarlo. Pero hay que dejarlo un rato ahí colgado. Ven, te enseñaré algo mientras.
Me llevó a su estudio, las paredes llenas de fotografías en blanco y negro, en las que reconocí a algunos actores y músicos.
- Son muy bonitas –dije.
- Estas te van a interesar más, con todo ese jaleo en que andas metida. Ya he visto el vídeo ese de Espinete, es buenísimo. A mí, que le den caña a toda esa bazofia nostálgica me parece estupendo. Los ochenta, mis ochenta, fueron otra cosa. Mira.
Me fue enseñando fotos suyas de aquellos años, y me las iba explicando: una asamblea de trabajadores, cientos de hombres, sobre todo hombres, en una nave llena de humo de tabaco, un líder sindical con jersey rojo de cremallera. Un corte de carretera junto a los astilleros, neumáticos ardiendo, un encapuchado manejando lo que parecía un bazuca artesano del que salía un cohete. Una carga policial contra obreros de una metalúrgica, rostros ensangrentados. Varios policías acorralados y apedreados. Una manifestación vecinal, tras una pancarta con el dibujo de una jeringuilla rota. Jornaleros andaluces ocupando una finca. Un mitin multitudinario contra la OTAN. Un grupo de punkis en una plaza. Policías dando porrazos a jóvenes con una pancarta. Insumisos encadenados a la puerta de un cuartel.
- Todo esto fueron los ochenta, mis ochenta. Años de lucha colectiva, sindicalismo fuerte, huelgas generales, protestas obreras. La reconversión industrial fue brutal, arrasaron comarcas enteras que tres décadas después no se han recuperado, siguen deprimidas y expulsando a los jóvenes. La gente peleó muy duro, y hubo algunas victorias importantes. No solo los trabajadores, también los vecinos contra la heroína que arrasaba los barrios, y el movimiento contra la OTAN, los insumisos que se comieron años de cárcel hasta terminar con la mili obligatoria. Y la contracultura, un movimiento cultural muy potente y subversivo, aunque hoy solo nos acordemos de unos cuantos santones de la Movida.
- Esa no es la nostalgia que nos venden.
- Ya. ¿Tú sabes de qué tiene nostalgia la generación de tus padres, o la de tus hermanos mayores, o la tuya misma? No de Espinete ni de Parchís, sino de un tiempo en que con un solo sueldo podía vivir una familia entera y comprarse un piso. Eso es lo que todos echan de menos: trabajo, sueldo digno, vacaciones, poder anticipar dónde estarías en cinco, diez, veinte años. Futuro, joder. Yo mismo, hace treinta años ganaba mucho más con mis fotos que cualquier fotógrafo hoy por muchos premios que tenga. Si queremos volver al pasado, si queremos que el pasado sea nuestro futuro, no es para ver de nuevo la Bola de Cristal o vivir sin redes sociales y con vinilos; sino para tener otra vez las certezas que nos han quitado por el camino. Que todo eso que perdimos también lo idealizamos, vale, yo mismo soy preso de mis nostalgias. Pero es que comparado con lo que os hemos dejado a los jóvenes, cualquier tiempo pasado parece la puta edad de oro.
Volvimos al cuarto oscuro y me enseñó a manejar la ampliadora.
- Tenéis que asumir que los ochenta no van a volver, y mejor que no lo hagan. Porque después de los ochenta vinieron los noventa, y hasta hoy, mira dónde hemos acabado. Desencantados y nostálgicos.
Mientras hablaba iba positivando los negativos sobre el papel fotográfico, que después metía en una cubeta con líquido revelador. Observamos el primer papel, todavía en blanco, sumergido y que él movía con una pinza. Poco a poco fue oscureciéndose, aparecieron manchas que en segundos tomaron forma, hasta convertirse en un cuerpo, y un rostro todavía borroso que miramos con expectación.
- A ver qué sorpresa te ha regalado esta vez tu Espinete –dijo Alberto.
Sacó el papel de la cubeta, y lo pasó a otro recipiente con líquido fijador. Unos segundos después cogió la foto y la miramos bien de cerca mientras se secaba. Por fin, el rostro de la primera fotografía se definió, y entonces pudimos reconocerlo. Quedamos boquiabiertos.
- Ese es quien estoy pensando, ¿verdad? –pregunté, dudando todavía.
-Sí. Es él.


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