El positivo del negativo
El positivo del negativo
Quinto episodio de 'Operación Chanquete': lee aquí el capítulo 4 de la novela por entregas escrita por Isaac Rosa e ilustrada por Manel Fontdevila que eldiario.es publica diariamente este verano
Resumen de lo publicado: El último envío que recibe Carmela en el periódico contiene un carrete de fotos y dos entradas para el teatro. Cuando acude a lo que se anuncia como un monólogo cómico y nostálgico, encuentra algo muy diferente
¿Qué teníamos hasta ese
momento? Varios envíos anónimos. Una cinta de VHS con grabaciones
ilegales a políticos y empresarios en reservados de restaurantes. Una
casete con grabaciones de audio a personajes similares, mientras
montaban en taxis. Y un acto de sabotaje en una obra teatral de
nostalgia ochentera, que en seguida se viralizó y aumentó el
desconcierto de las autoridades, la policía y toda la sociedad: ¿quién
estaba detrás de todas esas acciones? ¿Era un grupo organizado? ¿Qué
pretendían? ¿Era una forma de protesta? ¿Eran chantajistas, como dijeron
algunos medios? ¿Eran terroristas, como denunció un portavoz de la
oposición, que de paso acusó al gobierno de no actuar con suficiente
contundencia y atrapar a los responsables?
Pero aún
teníamos una pieza más del rompecabezas: un carrete de fotos, del que
todavía no habíamos informado a la policía. Yo no quería llevarlo al
chino de la otra vez, pues avisaría a la policía. Así que el jefe de
Opinión me pasó el contacto de un viejo fotógrafo de prensa, que desde
hacía años se dedicaba a la fotografía artística, pero que había
retratado precisamente aquellos años, la Transición y los ochenta,
cuando trabajaba para una revista de actualidad. Todavía tenía un
laboratorio de revelado en casa, podía ayudarme.
Fui a casa de Alberto, que así se llamaba. Esperaba que
me abriese la puerta un anciano venerable y en pantuflas, que querría
enseñarme sus cámaras de museo, sus viejos álbumes de fotos y sus
premios, mientras contaba batallitas. Pero me encontré a alguien bien
diferente: un hombre muy delgado, con pinta de viejo rockero, coleta y
pendiente, los brazos llenos de tatuajes y el rostro muy curtido.
Pasamos
al cuarto oscuro, y lo vi manipular el carrete mientras me iba contando
cada paso que daba. Primero sacó la película del carrete y la metió en
un tanque de revelado, donde vertió varios químicos que antes había
mezclado en una jarra. Hablaba con voz de fumador:
-
Estarás pensando que vaya atraso todo este jaleo para unas fotos, con lo
fácil que es usar la cámara del móvil. No te creas, no soy ningún
nostálgico, yo también hago fotos con el móvil, aunque siempre preferiré
la magia del cuarto oscuro. Pero no me veas como un dinosaurio, al
contrario: soy un adelantado, esto es el futuro. Igual que han vuelto
los vinilos, volverán los carretes de fotos, y seréis los más jóvenes
los que reivindiquéis la fotografía analógica. Es como las cervezas
artesanas, todo el día buscando la autenticidad, el sabor de antes. Por
eso los que no cambiamos, los que no nos movemos del mismo sitio, solo
tenemos que esperar a que los demás vuelvan. Somos el pasado, los
inadaptados, hasta que el futuro nos alcanza de nuevo y nos convertimos
en adelantados.
Después de un rato de manejar líquidos, cortó trozos de película y los tendió de un cordel, como calcetines sujetos con pinzas.
-
Ya tenemos el negativo, ahora solo falta positivarlo. Pero hay que
dejarlo un rato ahí colgado. Ven, te enseñaré algo mientras.
Me llevó a su estudio, las paredes llenas de fotografías en blanco y negro, en las que reconocí a algunos actores y músicos.
- Son muy bonitas –dije.
-
Estas te van a interesar más, con todo ese jaleo en que andas metida.
Ya he visto el vídeo ese de Espinete, es buenísimo. A mí, que le den
caña a toda esa bazofia nostálgica me parece estupendo. Los ochenta, mis
ochenta, fueron otra cosa. Mira.
Me fue enseñando
fotos suyas de aquellos años, y me las iba explicando: una asamblea de
trabajadores, cientos de hombres, sobre todo hombres, en una nave llena
de humo de tabaco, un líder sindical con jersey rojo de cremallera. Un
corte de carretera junto a los astilleros, neumáticos ardiendo, un
encapuchado manejando lo que parecía un bazuca artesano del que salía un
cohete. Una carga policial contra obreros de una metalúrgica, rostros
ensangrentados. Varios policías acorralados y apedreados. Una
manifestación vecinal, tras una pancarta con el dibujo de una
jeringuilla rota. Jornaleros andaluces ocupando una finca. Un mitin
multitudinario contra la OTAN. Un grupo de punkis en una plaza. Policías
dando porrazos a jóvenes con una pancarta. Insumisos encadenados a la
puerta de un cuartel.
- Todo esto fueron los ochenta,
mis ochenta. Años de lucha colectiva, sindicalismo fuerte, huelgas
generales, protestas obreras. La reconversión industrial fue brutal,
arrasaron comarcas enteras que tres décadas después no se han
recuperado, siguen deprimidas y expulsando a los jóvenes. La gente peleó
muy duro, y hubo algunas victorias importantes. No solo los
trabajadores, también los vecinos contra la heroína que arrasaba los
barrios, y el movimiento contra la OTAN, los insumisos que se comieron
años de cárcel hasta terminar con la mili obligatoria. Y la
contracultura, un movimiento cultural muy potente y subversivo, aunque
hoy solo nos acordemos de unos cuantos santones de la Movida.
- Esa no es la nostalgia que nos venden.
-
Ya. ¿Tú sabes de qué tiene nostalgia la generación de tus padres, o la
de tus hermanos mayores, o la tuya misma? No de Espinete ni de Parchís,
sino de un tiempo en que con un solo sueldo podía vivir una familia
entera y comprarse un piso. Eso es lo que todos echan de menos: trabajo,
sueldo digno, vacaciones, poder anticipar dónde estarías en cinco,
diez, veinte años. Futuro, joder. Yo mismo, hace treinta años ganaba
mucho más con mis fotos que cualquier fotógrafo hoy por muchos premios
que tenga. Si queremos volver al pasado, si queremos que el pasado sea
nuestro futuro, no es para ver de nuevo la Bola de Cristal o vivir sin
redes sociales y con vinilos; sino para tener otra vez las certezas que
nos han quitado por el camino. Que todo eso que perdimos también lo
idealizamos, vale, yo mismo soy preso de mis nostalgias. Pero es que
comparado con lo que os hemos dejado a los jóvenes, cualquier tiempo
pasado parece la puta edad de oro.
Volvimos al cuarto oscuro y me enseñó a manejar la ampliadora.
-
Tenéis que asumir que los ochenta no van a volver, y mejor que no lo
hagan. Porque después de los ochenta vinieron los noventa, y hasta hoy,
mira dónde hemos acabado. Desencantados y nostálgicos.
Mientras
hablaba iba positivando los negativos sobre el papel fotográfico, que
después metía en una cubeta con líquido revelador. Observamos el primer
papel, todavía en blanco, sumergido y que él movía con una pinza. Poco a
poco fue oscureciéndose, aparecieron manchas que en segundos tomaron
forma, hasta convertirse en un cuerpo, y un rostro todavía borroso que
miramos con expectación.
- A ver qué sorpresa te ha regalado esta vez tu Espinete –dijo Alberto.
Sacó
el papel de la cubeta, y lo pasó a otro recipiente con líquido fijador.
Unos segundos después cogió la foto y la miramos bien de cerca mientras
se secaba. Por fin, el rostro de la primera fotografía se definió, y
entonces pudimos reconocerlo. Quedamos boquiabiertos.
- Ese es quien estoy pensando, ¿verdad? –pregunté, dudando todavía.
-Sí. Es él.
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