viernes, 9 de agosto de 2019

Experiencia, conciencia y sabiduría en el mismo pack, no tienen precio; María Ángeles Durán, un paradigma, de todas todas

María Ángeles Durán / Premio Nacional de Sociología

“Los agentes del cambio social en España son los inmigrantes”


<p>María Ángeles Durán.</p>
María Ángeles Durán.
Manolo Finish
5 de Agosto de 2019
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Su casa, con los muebles revueltos y algunos libros apilados sobre las mesas, parece asediada por la mudanza. María Ángeles Durán (Madrid, 1942) se excusa con su sonrisa luminosa y el cabello plateado de tanto retar al tiempo. Poco o nada se puede añadir de esta mujer pionera en casi todo lo que toca. Fue la primera catedrática en Sociología de España, la primera en dirigir un instituto universitario de género y la primera en recibir el Premio Nacional de Sociología. Hasta su tesis doctoral, presentada en 1971, fue precursora en la visibilización del trabajo de la mujer “en un país donde 40 años después algunos siguen confundiendo feminismo con hembrismo, que es una cosa muy diferente”. Dueña de una lente personal prodigiosa para descifrar las contradicciones en las que se desenvuelve este mundo complejo, ha publicado una veintena de libros tan rotundos como Liberación y Utopía. La mujer ante la cienciaEl trabajo no remunerado en la economía global y, sobre todo, El valor del tiempo ¿cuántas horas te faltan al día?, una investigación inaudita sobre el uso del tiempo que trasciende la propia sociología para adentrarse en la vida postindustrial con reflexiones y vivencias personales. “Las mujeres llevamos gestionando la gasolina del cambio social en España desde hace 30 años”, sentencia.
En 2006 publicó el ensayo El valor del tiempo. ¿Cuántas horas te faltan al día? El capítulo final sobre la desaparición de las mujeres vivíparas es brutal. ¿Cómo se le ocurrió?
Quizá la idea no fue tan original como parece. En Un mundo feliz, de Aldous Huxley, ya se apunta que los embarazos del futuro estarán absolutamente controlados por la tecnología. E incluso se augura que a unos fetos se les suministrarán medicinas más caras que a otros que tendrán gestaciones más cortas y con menos cuidados. De todos modos me parece necesario reflexionar sobre este asunto porque nada escapa del avance tecnológico. Yo misma he conocido, en el lapso de mi propia vida, a varias generaciones de mujeres con concepciones muy diferentes sobre la natalidad. En tiempos de mi abuela llegaban a tener 17 hijos en partos naturales en casa, sin asistencia médica; en la generación de mis padres, después de la guerra, tampoco había controles de natalidad por la ideología religiosa y política dominante. ¡Recuerdo un premio de natalidad que otorgaron a una familia que tenía 24 hijos! Pero también he conocido la llegada de la píldora, la liberalización de los sistemas anticonceptivos y el aborto. Ahora estamos en la era de la gestación monitorizada de todo el proceso que permite actuar en el caso de producirse algún tipo de problema e incluso aceleran el parto si es necesario.
¿Y cómo será en el futuro?
Imagino que los protocolos de actuación médica se ampliarán considerablemente. La tecnología resolverá los problemas derivados de los partos prematuros y el proceso de gestación será mucho más breve, de ocho, siete, seis meses. Aunque hay muchos partidarios de los beneficios que reporta un parto natural para el bebé y para la madre nos encontraremos que los tiempos de gestación se irán reduciendo a la nada. Eso lo estamos viendo ya. Parir es un hecho doloroso y minimizarlo encaja muy bien en la cultura hedonista de nuestra época.
Desarrolló su carrera profesional mientras criaba a sus hijos. ¿Le resultó duro?
No sé si es más duro criar tres hijos en la época que me tocó o no poder criar ninguno como les pasa a muchas mujeres en la actualidad. Ahora hay muchísimas chicas jóvenes que se sienten incapacitadas para tener niños porque su situación laboral es absolutamente inestable. Procedo de una generación donde las relaciones, para bien y para mal, eran más duraderas. Las de ahora no son tan estables aunque tengan otras ventajas. Pero para tener hijos, sobre todo para la mujer, es necesario tener una estabilidad emocional o económica que en España no existe. Tenemos un grave problema y deberíamos tomarnos en serio la baja natalidad.
En un momento de transformaciones generalizadas como el actual, ¿quiénes son los agentes del cambio social en España?
Los inmigrantes, sin duda.
¿Y las mujeres?
También las mujeres pero veo una diferencia. Nosotras llevamos gestionando la gasolina del cambio desde hace 30 años mientras que hace 20 años la migración no era un fenómeno tan palpable. Lo del 8 de marzo fue la eclosión. La mecha ya había prendido en EE.UU. años antes pero nos vino de maravilla porque creó alrededor del movimiento feminista un soporte mediático realmente sólido. Lo interesante es que nada de esto fue improvisado sino que tiene su origen en el acceso, lento y profundo, de la mujer a todos los niveles de la enseñanza y, por supuesto, al empleo. Lo de los inmigrantes es más reciente y, hasta cierto punto, también más disruptivo porque incluye un elemento innovador que, como todo hecho novedoso, produce tensión y conflicto. También las mujeres introducimos y seguimos introduciendo componentes sociales novedosos. Por eso siempre fuimos un foco de tensión, pero vamos resolviendo los problemas.
Sin embargo, continúan encabezando el número de excedencias y de reducciones de jornada para dedicarse al cuidado de personas a su cargo, ¿no contradice las políticas de igualdad?
No, en absoluto. Con perdón de Marx, creo que cuando hablamos de avances nos olvidamos de que existen una serie de funciones, como tener hijos y velar por las personas que necesitan cuidados, de obligado cumplimiento porque sin ellas la sociedad se muere. Hay un fallo generalizado en todas las corrientes del pensamiento económico sobre esta cuestión porque desempeñar estas tareas no es gratuito ni es inagotable. En economía sólo se habla de los bienes que tienen precio. Ya advirtió Naciones Unidas durante la Conferencia de la mujer de Pekín en 1995 que todos los análisis macroeconómicos se elaboran mal. Tenemos que integrar los recursos monetarizados con los que no lo están, es decir, el tiempo de trabajo no pagado que se realiza en los hogares. La última gran encuesta del INE detectó que esa inversión es un 30% más alta que todo el tiempo del mercado laboral junto, incluido el sumergido. De ahí viene mi interés por estudiar el tiempo.
¿Y cómo mide el tiempo? ¿En dinero, en ocio creativo, en horas empleadas?
Hay que llegar a una visión un poco diferente. A lo mejor nos vendría bien asomarnos a otras culturas para percibir su manera de integrarse en una vida más completa. Te pondré un ejemplo. Hace dos meses tuve un accidente y durante este tiempo he utilizado a menudo la Sanidad, un servicio que debería tener muy presente a la persona y su entorno. Pero desgraciadamente he descubierto que se ha convertido en una especie de taxímetro donde cada consulta está escrupulosamente minutada. Si pueden atender 40 pacientes en una tarde mejor que a 20. No importan las necesidades de las personas, sólo interesa la rapidez porque en nuestra cultura se ha impuesto que lo breve es más productivo y rentable. Eso nos lleva al desastre, sin duda. Y, en buena medida, también a la soledad. Si nuestra civilización no encuentra otras formas de relacionarse con el tiempo está condenada a ser muy solitaria. Francia ya ha creado un ministerio de la soledad e Inglaterra ha tenido que hacer algo parecido.
Suele destacar la importancia del trabajo no remunerado en la producción de bienestar y riqueza en España. ¿Es para tanto?
Si lo comparamos con otros países de nuestro entorno, España es mucho más rica de lo que pensamos. Y lo mismo sucede con las diferencias regionales. Si comparamos el PIB de Catalunya con el de Extremadura y el del País Vasco con el de Andalucía vemos que catalanes y vascos tienen más ingresos pero menos tiempo disponible para el cuidado y la calidad comunitaria. Cuando empecé a trabajar en esta materia comparé la renta per cápita de Dinamarca e Italia y me sorprendió que eran muy parecidas, aunque los daneses dedicaban muchas más horas al trabajo remunerado que los italianos. La pregunta que me surgió fue: si ambos tenían una renta parecida pero a los italianos le quedaba más tiempo para invertirlo en sí mismos, ¿quién de los dos era más rico?
Parece claro. Y ahí comenzó a considerar un nuevo concepto que terminó inventando, Las cuidatoriadas, para referirse a toda esa gente, la mayoría mujeres, que invierte horas de trabajo no remunerado en el cuidado de otras personas. ¿Es la nueva clase nacida de la crisis?
No, es anterior, aunque la crisis la hizo más visible y le haya dado fuerza. Es el resultado de algo muy evidente si observamos la historia. En la era de la agricultura surgió el campesinado, durante la revolución industrial nació el proletariado y, ahora, con las sociedades de servicios y poblaciones envejecidas tenía que haber una nueva clase social en la zona oscura, los trabajadores que se ocupen de los que no tienen dinero pero necesitan muchas horas, es decir, de los viejos. Eso es el cuidatoriado. Es la suma de dos grandes grupos sociales, los que cuidan por obligación moral y quienes cuidan ocupando la franja más baja del mercado laboral que, frecuentemente, trabajan en situación de alegalidad. Por ejemplo, una jubilada con problemas de movilidad que recibe la pensión media que cobran las mujeres en España, es decir, 650 euros, dime tú qué puede hacer para cubrir sus necesidades de atención. Nada. Sólo le queda el recurso de contratar a personas en régimen de alegalidad y mal pagadas aunque el grueso del cuidatoriado lo siguen conformando mujeres que cuidan por obligación familiar.
¿Se considera feminista?
Si.
¿Qué opina de la controversia que ha generado el término?
El feminismo siempre ha sido un concepto a debate. Hace varias décadas estaba mal visto, luego aportó prestigio y ahora un sector de la sociedad vuelve a debatirlo mucho. En mi opinión, ser feminista y demócrata son dos sentimientos complementarios que caminan de la mano porque el feminismo no hace otra cosa que insuflar valores democráticos a las relaciones entre hombres y mujeres. Por eso no entiendo a esas personas que van por ahí presumiendo de demócratas pero no de feministas. Una de dos. O tienen una idea rara de lo que es en realidad el feminismo o lo confunden con el hembrismo, que es una cosa muy diferente. El feminismo no es ninguna declaración de guerra contra nadie porque es puro humanismo.
Y, ¿cree usted que se puede ser feminista y pactar con un partido de extrema derecha como Vox?
A mí me parece imposible. He escuchado a algunas mujeres decir que les parece natural pero a mí me resulta contradictorio. Creo que no se puede.
Antes de conocerse el grave problema que supone la España vaciada, ya alertaba de los efectos del desplome de la natalidad y el envejecimiento demográfico sobre la despoblación del campo. ¿Hacia dónde nos dirigimos?
Hay un tercer factor fundamental que es el efecto succión que ejercen las ciudades sobre el mundo rural. Somos un territorio muy grande que es difícil de controlar. En el plano jurídico y en el medioambiental. Una distribución más homogénea de la población propiciaría que la tierra estuviera más cuidada y vigilada pero para que todo esto sea factible la vida en el campo debería recibir unos recursos similares a los que ya se dispensan a las ciudades para ser competitivos. La despoblación es abandono y desidia. El tiempo es muy importante.
Y usted, ¿cuándo descubrió la importancia de administrar el tiempo?
Puedo decirte cuándo descubrí que era una pobre de tiempo: en el momento que me casé.
¿Por qué?
Era una chica joven, tenía 24 años, estaba en pleno despegue profesional y de repente me encontré que era incapaz de manejar nada de mi propia casa. No sabía ni cocinar. Esto me hizo consumir un tiempo extraordinario. Y luego, cuando tuve a mi primer hijo, ya ni te cuento. Recuerdo que preparando las oposiciones de profesora en 1975 ya tenía dos hijos, uno de ellos recién nacido, y coincidieron con un momento donde la conciliación era una tarea titánica porque tanto mi marido como yo necesitábamos cada minuto de nuestro tiempo. Así que contratamos a una persona para que nos ayudara, le diera el biberón de la madrugada a la pequeña y pudiéramos dormir. Pero todo entró en conflicto por diferentes motivos. Tuvimos que tirar de mis hermanos, que eran estudiantes, para que nos hicieran de au pair. Fue tal el lío que al final nos encontramos con cinco personas en casa cuidando de los dos bebés, uno de los cuáles se puso enfermo con diarreas, de mi marido y de mí. Fueron tres o cuatro meses terribles, agotadores, que nos costaron más dinero de lo que ingresábamos. Una vez superado aquello pensé, ¿cómo es posible que en la facultad de Ciencias Económicas sepamos todo sobre el carbón, el trigo, las vacas y los corderos pero no tengamos ni idea de que en España hay un millón de niños que sufren diarreas a diario? Y empecé a escribir en un diario todo el trabajo que es imprescindible para sobrevivir pero que no se contabiliza en dinero. El resultado es que el trabajo que dedicamos al hogar y familia es un 30% superior al remunerado.
¿Cuántas horas le faltan al día?
Hay veces que desearía que el día tuviera 48 horas porque, aunque siempre termino haciendo lo que me propongo, lo realizo con cierto retraso.
¿Mantiene la costumbre de juntarse con toda su amplia familia en la Sierra de Gata, en Extremadura, para celebrar la llegada de la primavera?
Noooo. La realidad es mucho más prosaica. Yo no organizaba nada. Iba de invitada, aunque ahora soy un poco más dinamizadora del encuentro. Fue algo que se empezó a hacer en la época de mi madre y mis tíos pero no celebrábamos la llegada de la primavera (risas) sino la Semana Santa. Lo hacíamos el jueves santo porque era el día más fácil del año para juntar a toda la familia dispersa. Allí nos reuníamos más de cien personas. Cada uno llevaba un mantel, una cesta y comida y lo repartíamos. De la primera generación sólo quedan dos personas, pero sí, todavía seguimos reuniéndonos.
¿Quién es María Ángeles Durán?
¿Quién lo sabe? Cada día me descubro nueva y me construyo también nueva. Y supongo que también me destruyo nuevamente. Así que soy un proceso permanente de cambio.
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