De Stonewall a ‘Sodoma’
- Este libro de Frédéric Martel ha hecho saltar por los aires un arcano secreto del vaticano
- En él deja ver que "la homosexualidad es mayoritaria dentro del colegio cardenalicio y del propio Vaticano"
50 años después de Stonewall, Bob Pop
salió en la tele y soltó un discursito memorable: “Todo lo personal es
político y lo sexual es social. ‘A mí qué más me dará con quién se
acueste cada cual’. Pues hombre, a ver, a mí no me da igual. Porque hay
hombres que en la cama violan y miles de machirulos que piensan que dejar claro que solo un sí es sí
es una amenaza hacia ellos, y tienen los santos cojones de proponer una
manifestación del orgullo hetero. Creo que nos hemos pasado años de
militancia LGTBI agradeciendo que nos abrieran las puertas de su mundo,
que nos toleraran, que nos quisieran, que nos normalizaran. Y mira: ¡no!
Yo creo que ha llegado el momento de dejar claro que no queremos que
nos abran las puertas sino que las tiren abajo y el territorio se amplíe para que allí quepamos todos”.
La pregunta es: ¿todos, todos, todos? ¿Ese todos incluiría también a los curas y las monjas, los obispos y arzobispos, cardenales y hasta el Papa? He aquí un tabú, y henos aquí en Sodoma de Frédéric Martel, el libro bomba de azufre y fuego que ha hecho saltar por los aires un arcano secreto de Polichinela: la homosexualidad es mayoritaria dentro del colegio cardenalicio y del propio Vaticano. Alguien dirá: “¡Qué más le dará al movimiento LGTBI con quien fornican o dejan de fornicar los curas!”. Pues parece que a Frédéric Martel no le daba igual y, por eso, decidió describir una realidad oprimida. A su entender, “mostrarla es una manera de hacer algo por la comunidad LGTB, voy directo al enemigo y analizo cómo actúa contra nosotros”. 50 años después de Stonewall, dice Martel, “el Vaticano es el último bastión por liberar”. Bienvenues à Sodoma!
Sodoma (Editorial Roca) se editó en febrero de este año simultáneamente en 20 países. Este libro/acontecimiento coincidió por casualidad con el Sínodo sobre los abusos que convocó Francisco. El libro ha sido un exitazo de ventas en muchísimos países y ello, probablemente, por tres razones: por el autor, por motivos estilísticos y, sobre todo, por el contenido. Frédéric Martel, listo, operoso y diligente, consiguió a lo largo de cuatro años de trabajo entrevistar a 41 cardenales, 52 obispos y monseñores, 45 nuncios y embajadores y a más de 200 sacerdotes visitando treinta países. 1500 entrevistas y un equipo de 80 colaboradores. Martel es también muy gallo y alardea de tres condiciones personales sine qua non se podría haber hecho el libro: ser francés (oh là là), no ser vaticanista y ser gay. Lo primero le garantizaba una distancia con el Vaticano de la que carecen los italianos; lo segundo le libraba de la omertà de los vaticanistas, los cuales se juegan el futuro laboral en todo aquello que escriben; y lo tercero, es decir, su conocimiento del código gay (su gaydar), hizo que le reconocieran como uno más de “la parroquia” y se confesaran con él sin tanto freno.
Estilísticamente, Sodoma es otro de esos eficaces ONNIs (Objetos Narrativos No Identificados) tan a la moda que pululan entre el periodismo, el ensayo académico y la narrativa. Está dividido en cuatro partes dedicadas a los cuatro últimos papas (Francisco, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, por este orden en el libro) más un prólogo y un epílogo. Escrito con dosis iguales de rigor y sorna, Sodoma es, a la vez, un reportaje de unas ruinas monumentales, un panfleto, una denuncia ácida, seria sátira.
La tesis del libro no resulta en absoluto escandalosa, sino más bien una verdad de Perogrullo: la homosexualidad en la Iglesia es sistémica (“un rizoma”, “una red de relaciones y de vínculos totalmente descentralizados, desordenados sin principio ni límites”, “cuya energía proviene al mismo tiempo del deseo y el secreto”). Tampoco resulta escandalosa la consecuencia lógica de esa tesis: la homosexualidad constituye una clave de lectura sin la cual no se puede entender mucho de lo que ocurre en la Iglesia, y más concretamente, en el Vaticano. Las 14 reglas vigentes en Sodoma parecen obvias y resabidas, pero citemos las dos más lucidas. Segunda regla: cuanto más se asciende en la jerarquía, más probabilidad hay de ser homosexual. Dentro del colegio cardenalicio y en el Vaticano la homosexualidad se vuelve regla, la heterosexualidad la excepción. Tercera regla: cuanto más vehemente es un prelado contra los gays, cuanto más fuerte sea su obsesión homófoba, más posibilidades tiene de ser insincero y de que su vehemencia esconda algo. No sorprenden, ¿no?
¿Dónde está entonces el mérito del libro? A mi juicio, en el colosal trabajo de campo de Martel, que permite conocer con detalle y desde dentro lo que desde fuera si acaso se intuía: la red de relaciones homosexuales en la Iglesia de Pinochet, las delaciones de curas incómodos y las relaciones con el narco del cardenal López Trujillo, los crímenes encubiertos de Maciel y Karadima, ese maldito falso trébol de anticomunismo, extrema derecha y homofobia que hay que estar arrancando todos los santos días, el problemón del SIDA entre los curas, el retrato pasoliniano de esas dobles vidas nocturnas de los empleados del Vaticano a la busca de prostitutos en los aledaños de Roma Termini, los abusos en la Iglesia cubana, la existencia de muchos disidentes que han ido abandonando el sacerdocio sin dejar de ser creyentes etc.
Que la cruzada contra los gays emprendida bajo el papado de Juan Pablo II haya fracasado en la lucha contra el preservativo o el matrimonio homosexual no significa que falten homófobos deseosos de emprender ya mismo otra aún más cruenta. Ello se deduce de los retratos y perfiles homófobos de los ex Secretarios de Estado Sodano y Bertone, o de los cardenales Burke (“The Wicked Witch of the Midwest”), Napier, Sarah, Müller, Dziwisz (“La Viuda”) o Rouco. Ahí han quedado retratados. Ninguno ha querellado a Martel. Ese silencio misterioso solo lo ha roto el cardenal Burke al hacer público el fin de su relación con el think tank ultraconservador Dignitatis Humanae Institute de Steve Bannon debido a las aseveraciones sobre el celibato que hizo este tras leer Sodoma.
De sacarle faltas al libro, señalaría dos: la ausencia de mujeres en Sodoma y el abuso en la interpretación de la homosexualidad como clave de lectura de todo cuanto pasa en el Vaticano. De la primera, Martel es bastante consciente ya que reconoce que no ser mujer le impide evocar el lesbianismo en el libro como clave interpretativa de la vida de las religiosas. En esto, creo que se queda corto, pues la misoginia, común a los sacerdotes homo y heterosexuales, sí que parece otro de los pilares sobre los que se yergue la decadente Sodoma. Respecto al abuso hermenéutico, parece forzado decir que los ataques a Francisco se deban mayormente a ese factor. Es, sin lugar a dudas, uno de los factores, pero a Martel tal vez le ofusca un poco el foco que ha hallado para alumbrar lo obsceno. De crímenes, envenenamientos, asesinatos, conjuras y lujurias está repleta la historia de los Papas, como bien demuestra Dino Baldi en el divertidísimo Vite efferate dei Papi (“Vidas criminales de los Papas”). Y antes que la homosexualidad, el leitmotiv de esa truculenta historia parece ser más bien el poder político, la codicia o la vanidad.
A Martel lo han acusado tanto de brindar argumentos a los detractores de Francisco como de estar al servicio de Francisco. Él afirma no tener agenda política. No obstante, pese a todas las críticas de ambigüedad y jesuitismo que hace al papa Bergoglio, queriendo o sin querer, el libro acaba resultando, en cierto modo, una defensa de Francisco, que sí, será un papa lentísimo en los cambios, retrógrado e intransigente en el matrimonio homosexual o la teoría de género, pero, al menos, ha sido implacable en su denuncia de la “esquizofrenia existencial”, o “la rigidez” que ocultan “numerosos casos de doble vida” dentro del Vaticano. Comparado con quienes consideran la homosexualidad una enfermedad que conduce a la pederastia y que habría que erradicar, el “¿Quién soy yo para juzgar?” de Francisco parece obra de un santo profeta, anuncio de tiempos nuevos.
“Que la Iglesia cambie no es asunto mío”, dice Martel lavándose las manos y tropezando en la contradicción en la que tropezamos todos, puesto que la Iglesia sí que es asunto nuestro en cuanto vector principal de heteropatriarcado. Distinto es que no seamos quienes para cambiarla. Si nos limitamos a combatirla, nos aseguraremos un poderoso enemigo y una batalla eterna. Pues bien: ante esta encrucijada, Sodoma indica un buen camino para cuando topemos con la Iglesia: afrontarla sin prejuicios como objeto de estudio, dialogar con sus partes mejores para fomentar avances en su doctrina y denunciar sin pelos en la lengua sus crímenes.
Hay un capítulo de Sodoma que concluye así de certero: “Creo que no hemos sino rozado el asunto. Y que todo lo que cuento en este libro no es sino la primera página de una larga historia por contar. Imagino incluso que me he quedado corto respecto a la realidad. El destape y el relato sin tapujos de ese mundo secreto y aún inexplorado de Sodoma acaba de comenzar”.
La pregunta es: ¿todos, todos, todos? ¿Ese todos incluiría también a los curas y las monjas, los obispos y arzobispos, cardenales y hasta el Papa? He aquí un tabú, y henos aquí en Sodoma de Frédéric Martel, el libro bomba de azufre y fuego que ha hecho saltar por los aires un arcano secreto de Polichinela: la homosexualidad es mayoritaria dentro del colegio cardenalicio y del propio Vaticano. Alguien dirá: “¡Qué más le dará al movimiento LGTBI con quien fornican o dejan de fornicar los curas!”. Pues parece que a Frédéric Martel no le daba igual y, por eso, decidió describir una realidad oprimida. A su entender, “mostrarla es una manera de hacer algo por la comunidad LGTB, voy directo al enemigo y analizo cómo actúa contra nosotros”. 50 años después de Stonewall, dice Martel, “el Vaticano es el último bastión por liberar”. Bienvenues à Sodoma!
Sodoma (Editorial Roca) se editó en febrero de este año simultáneamente en 20 países. Este libro/acontecimiento coincidió por casualidad con el Sínodo sobre los abusos que convocó Francisco. El libro ha sido un exitazo de ventas en muchísimos países y ello, probablemente, por tres razones: por el autor, por motivos estilísticos y, sobre todo, por el contenido. Frédéric Martel, listo, operoso y diligente, consiguió a lo largo de cuatro años de trabajo entrevistar a 41 cardenales, 52 obispos y monseñores, 45 nuncios y embajadores y a más de 200 sacerdotes visitando treinta países. 1500 entrevistas y un equipo de 80 colaboradores. Martel es también muy gallo y alardea de tres condiciones personales sine qua non se podría haber hecho el libro: ser francés (oh là là), no ser vaticanista y ser gay. Lo primero le garantizaba una distancia con el Vaticano de la que carecen los italianos; lo segundo le libraba de la omertà de los vaticanistas, los cuales se juegan el futuro laboral en todo aquello que escriben; y lo tercero, es decir, su conocimiento del código gay (su gaydar), hizo que le reconocieran como uno más de “la parroquia” y se confesaran con él sin tanto freno.
Estilísticamente, Sodoma es otro de esos eficaces ONNIs (Objetos Narrativos No Identificados) tan a la moda que pululan entre el periodismo, el ensayo académico y la narrativa. Está dividido en cuatro partes dedicadas a los cuatro últimos papas (Francisco, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, por este orden en el libro) más un prólogo y un epílogo. Escrito con dosis iguales de rigor y sorna, Sodoma es, a la vez, un reportaje de unas ruinas monumentales, un panfleto, una denuncia ácida, seria sátira.
La tesis del libro no resulta en absoluto escandalosa, sino más bien una verdad de Perogrullo: la homosexualidad en la Iglesia es sistémica (“un rizoma”, “una red de relaciones y de vínculos totalmente descentralizados, desordenados sin principio ni límites”, “cuya energía proviene al mismo tiempo del deseo y el secreto”). Tampoco resulta escandalosa la consecuencia lógica de esa tesis: la homosexualidad constituye una clave de lectura sin la cual no se puede entender mucho de lo que ocurre en la Iglesia, y más concretamente, en el Vaticano. Las 14 reglas vigentes en Sodoma parecen obvias y resabidas, pero citemos las dos más lucidas. Segunda regla: cuanto más se asciende en la jerarquía, más probabilidad hay de ser homosexual. Dentro del colegio cardenalicio y en el Vaticano la homosexualidad se vuelve regla, la heterosexualidad la excepción. Tercera regla: cuanto más vehemente es un prelado contra los gays, cuanto más fuerte sea su obsesión homófoba, más posibilidades tiene de ser insincero y de que su vehemencia esconda algo. No sorprenden, ¿no?
¿Dónde está entonces el mérito del libro? A mi juicio, en el colosal trabajo de campo de Martel, que permite conocer con detalle y desde dentro lo que desde fuera si acaso se intuía: la red de relaciones homosexuales en la Iglesia de Pinochet, las delaciones de curas incómodos y las relaciones con el narco del cardenal López Trujillo, los crímenes encubiertos de Maciel y Karadima, ese maldito falso trébol de anticomunismo, extrema derecha y homofobia que hay que estar arrancando todos los santos días, el problemón del SIDA entre los curas, el retrato pasoliniano de esas dobles vidas nocturnas de los empleados del Vaticano a la busca de prostitutos en los aledaños de Roma Termini, los abusos en la Iglesia cubana, la existencia de muchos disidentes que han ido abandonando el sacerdocio sin dejar de ser creyentes etc.
Que la cruzada contra los gays emprendida bajo el papado de Juan Pablo II haya fracasado en la lucha contra el preservativo o el matrimonio homosexual no significa que falten homófobos deseosos de emprender ya mismo otra aún más cruenta. Ello se deduce de los retratos y perfiles homófobos de los ex Secretarios de Estado Sodano y Bertone, o de los cardenales Burke (“The Wicked Witch of the Midwest”), Napier, Sarah, Müller, Dziwisz (“La Viuda”) o Rouco. Ahí han quedado retratados. Ninguno ha querellado a Martel. Ese silencio misterioso solo lo ha roto el cardenal Burke al hacer público el fin de su relación con el think tank ultraconservador Dignitatis Humanae Institute de Steve Bannon debido a las aseveraciones sobre el celibato que hizo este tras leer Sodoma.
De sacarle faltas al libro, señalaría dos: la ausencia de mujeres en Sodoma y el abuso en la interpretación de la homosexualidad como clave de lectura de todo cuanto pasa en el Vaticano. De la primera, Martel es bastante consciente ya que reconoce que no ser mujer le impide evocar el lesbianismo en el libro como clave interpretativa de la vida de las religiosas. En esto, creo que se queda corto, pues la misoginia, común a los sacerdotes homo y heterosexuales, sí que parece otro de los pilares sobre los que se yergue la decadente Sodoma. Respecto al abuso hermenéutico, parece forzado decir que los ataques a Francisco se deban mayormente a ese factor. Es, sin lugar a dudas, uno de los factores, pero a Martel tal vez le ofusca un poco el foco que ha hallado para alumbrar lo obsceno. De crímenes, envenenamientos, asesinatos, conjuras y lujurias está repleta la historia de los Papas, como bien demuestra Dino Baldi en el divertidísimo Vite efferate dei Papi (“Vidas criminales de los Papas”). Y antes que la homosexualidad, el leitmotiv de esa truculenta historia parece ser más bien el poder político, la codicia o la vanidad.
A Martel lo han acusado tanto de brindar argumentos a los detractores de Francisco como de estar al servicio de Francisco. Él afirma no tener agenda política. No obstante, pese a todas las críticas de ambigüedad y jesuitismo que hace al papa Bergoglio, queriendo o sin querer, el libro acaba resultando, en cierto modo, una defensa de Francisco, que sí, será un papa lentísimo en los cambios, retrógrado e intransigente en el matrimonio homosexual o la teoría de género, pero, al menos, ha sido implacable en su denuncia de la “esquizofrenia existencial”, o “la rigidez” que ocultan “numerosos casos de doble vida” dentro del Vaticano. Comparado con quienes consideran la homosexualidad una enfermedad que conduce a la pederastia y que habría que erradicar, el “¿Quién soy yo para juzgar?” de Francisco parece obra de un santo profeta, anuncio de tiempos nuevos.
“Que la Iglesia cambie no es asunto mío”, dice Martel lavándose las manos y tropezando en la contradicción en la que tropezamos todos, puesto que la Iglesia sí que es asunto nuestro en cuanto vector principal de heteropatriarcado. Distinto es que no seamos quienes para cambiarla. Si nos limitamos a combatirla, nos aseguraremos un poderoso enemigo y una batalla eterna. Pues bien: ante esta encrucijada, Sodoma indica un buen camino para cuando topemos con la Iglesia: afrontarla sin prejuicios como objeto de estudio, dialogar con sus partes mejores para fomentar avances en su doctrina y denunciar sin pelos en la lengua sus crímenes.
Hay un capítulo de Sodoma que concluye así de certero: “Creo que no hemos sino rozado el asunto. Y que todo lo que cuento en este libro no es sino la primera página de una larga historia por contar. Imagino incluso que me he quedado corto respecto a la realidad. El destape y el relato sin tapujos de ese mundo secreto y aún inexplorado de Sodoma acaba de comenzar”.
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